El declive de Finlandia y otros: la paradoja de los países ricos que empezaron a mostrar resultados educativos pobres
En diversas evaluaciones internacionales en lo que va de este siglo, sus estudiantes exhibieron un desempeño amesetado o en franca caída; cuáles son y los posibles motivos
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LONDRES.– Incluso antes de que la pandemia eyectara de las aulas a millones de niños, las escuelas de todo Estados Unidos ya se habían ido a la banquina. Desde hace 50 años, la Evaluación Nacional de Progreso Educativo lleva registro del desempeño en matemática y comprensión de textos de los alumnos de todo ese país. Durante la mayor parte de esas cinco décadas, los resultados mejoraron, pero a principios de la década de 2010 se plancharon y, en 2020, el resultado de esas pruebas de nivel empezó a empeorar.
En otros países ricos, las pruebas de nivel también muestran resultados desalentadores. Desde hace dos décadas, los analistas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un club compuesto mayoritariamente por países ricos, hacen exámenes comparables a chicos de 15 años de decenas de lugares del mundo como parte de su Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, más conocido como Pruebas PISA. En 2018, esas pruebas revelaron que un alumno típico de 15 años de cualquier país miembro de la OCDE no tenía mejores aptitudes en matemática, lengua y ciencias que a principios o mediados de la década de 2000. En ciencias y comprensión de texto, las puntuaciones habían subido hasta 2009 y 2012 respectivamente, tras lo cual volvieron a caer. En matemática todo siguió básicamente estático. Y eso a pesar de que el gasto por alumno no hizo más que subir…
Las Pruebas PISA no son la única fuente de datos internacionales. Los exámenes que organiza periódicamente la Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo, que tiene su sede en Países Bajos, a veces arrojan resultados más positivos. Sin embargo, también muestran que en los años anteriores a la pandemia ya había varios países ricos con resultados amesetados o en franca caída. Un conjunto de datos publicados el año pasado por los economistas Nadir Altinok y Claude Diebolt analiza los resultados de diversas pruebas internacionales para intentar delinear el camino pedagógico que tomó el sistema escolar en los distintos países a lo largo del tiempo: esos números revelan que la calidad de la escolarización en un conjunto de 20 países ricos mejoró rápida y sensiblemente en las décadas de 1980 y 1990, pero que desde entonces esos avances se frenaron.
El problema no es que en los últimos tiempos la mejora sea imposible: algunos de los mejores sistemas escolares del mundo siguieron avanzando. En la última ronda de Pruebas PISA realizada en 2022 en Singapur, los adolescentes superaron a los de todo el resto del mundo y sus calificaciones aumentaron incluso durante la pandemia. Pero estas estrellas en ascenso de Asia contrastan con los sistemas educativos de Occidente, que están logrando pocos avances y algunos casos van en peligroso declive. Durante la última década, pocos países vieron caer sus puntajes más rápida y marcadamente que Finlandia, antes la niña mimada de los reformistas y ahora con un desempeño mucho más común y corriente. Otros países de la OCDE que parecen estar retrocediendo son Francia, Alemania, Países Bajos y Nueva Zelanda.
Los argumentos para explicar ese pobre avance en materia educativa son de dos tipos. El primero sostiene que el alumnado cambió tanto que a las escuelas les cuesta seguir entregando mejores resultados. Desde esa lógica, una meseta en los resultados es un logro razonable, porque para quedarse en el mismo lugar hoy las escuelas tienen que correr más rápido.
El otro argumento es que el aumento de la inmigración puede estar jugando un rol importante. Entre 2012 y 2022, la proporción de adolescentes inmigrantes de primera o segunda generación en Alemania se duplicó, pasando del 13% al 26%. También hubo pronunciados aumentos en Gran Bretaña, Austria y Suiza. Los recién llegados suelen ser más pobres que sus compañeros de clase y es más probable que en sus casas se hable un idioma extranjero.
En términos más generales, según este argumento, las grandes crisis económicas de las últimas dos décadas fueron y siguen siendo un lastre para el aprendizaje. En los años posteriores a la gran crisis financiera de 2008, la proporción de niños en situación de pobreza relativa –aquellos de hogares con menos de la mitad del ingreso medio– aumentó en 20 de los 33 países miembros de la OCDE donde esos datos estaban disponibles, y en 2018 todavía había 13 de esos 33 países con tasas de pobreza superiores a las de diez años antes. Si tienen hambre o están enfermos, los niños aprenden menos, y por más que la situación económica familiar mejor, los niños que se retrasan en la escuela como resultado de tales dificultades a veces no logran ponerse al día.
Guarden sus celulares, por favor
Algunos también apuntan a las crecientes tasas de ansiedad y otros problemas de salud mental que aquejan a los niños. En 2022, alrededor del 18% de los adolescentes calificaron su grado de satisfacción con la vida en cuatro o menos sobre diez, según datos de la OCDE, frente al 11% de 2015. Suele acusarse de ese fenómeno a las redes sociales, pero al menos por ahora los datos no lo demuestran. Un argumento más sólido sería que las pantallas están afectando sus estudios: más del 60% de los alumnos del mundo rico dicen que a veces el celular o la tablet los distrae durante la clase. Y los alumnos que reconocen pasar mucho tiempo jugando con dispositivos en la escuela obtienen puntuaciones más bajas que sus compañeros en las pruebas internacionales.
Otros acusan a los responsables de la política educativa de descuidar los fundamentos de la educación o de implementar reformas equivocadas. Montse Gomendio, exministra de educación de España, dice que elevar los estándares en las escuelas es más difícil y complicado que impulsar mejoras en otras áreas de políticas públicas. En materia educativa, los conflictos políticos son más intensos y “asimétricos” que en otras esferas de gobierno, afirma Gomendio. Como los alumnos y sus familias rara vez están organizados, a los sindicatos docentes se les hace más fácil resistir cambios, por ejemplo, en la capacitación y evaluación de los maestros, que podría ayudar a mejorar los resultados. Al mismo tiempo, se les pide a gobiernos que inviertan capital político en cambios cuyos frutos llegarían, en el mejor de los casos, muchos años después.
Estos obstáculos son menos intimidantes cuando la educación figura entre las prioridades de la opinión pública. Sin embargo, en los países ricos eso ya no es tan común como antes. A principios de la década de 2000, el pobre desempeño de Alemania en las pruebas internacionales desató una ola de indignación que impulsó varios cambios, y en los años siguientes los puntajes de las pruebas volvieron a mejorar. Sin embargo, durante la última década volvieron a caer, pero esta vez la gente mostró mucho menos interés, señala Ludger Woessmann, profesor de Economía de la Educación de la Universidad Ludwig Maximilian, Múnich.
Educar “cerebritos” para impulsar el crecimiento económico
El poco avance de la educación se está cobrando un gran precio. Si las pruebas miden con precisión las habilidades fundamentales más básicas, el estancamiento de los resultados implica un grave desastre. De acuerdo con los estándares establecidos por PISA, alrededor de una cuarta parte de los jóvenes de 15 años de los países miembros de la OCDE no alcanzan los conocimientos básicos en matemáticas, ciencia y comprensión de texto.
Eso significa que 16 millones de adolescentes de países ricos tienen dificultades para resolver problemas aritméticos y que entender textos básicos les resulta más difícil de lo que debería.
Una gran cantidad de investigaciones muestran que educar “cerebritos” es la forma más segura y duradera de impulsar el crecimiento económico. Hace unos años, los profesores Woessmann y Eric Hanushek, economista de la Universidad de Stanford, desarrollaron un modelo simulado de los beneficios que podría redundar una mejora de alrededor de 25 puntos PISA en las capacidades en matemática y ciencias de la fuerza laboral, que es aproximadamente la brecha que separa a los adolescentes norteamericanos de sus pares británicos. Woessmann y Hanushek descubrieron que esa mejora de 25 puntos PISA aumentaría en medio punto porcentual el crecimiento anual del PIB de los países ricos, y calcularon que si un país comenzara a lanzar a esos jóvenes más inteligentes al mercado laborar en 2030, terminaría el siglo con una economía un 30% más grande que si no lo hiciera.
El sistema escolar debe ponerse a trabajar en todos los países, porque cuanto más abajo se vengan, más difícil será levantarlos.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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