El término viene del griego ἰδιώτης, y originalmente no era un adjetivo irrespetuoso, despectivo ni insultante; “Tonto o corto de entendimiento”, una de las definiciones de la RAE
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“El peor analfabeto
es el analfabeto político.
Él no oye, no habla
ni participa en los acontecimientos políticos.
No sabe que el costo de la vida,
el precio de los frijoles, del pescado,
de la harina, del alquiler, del calzado
y de las medicinas
dependen de las decisiones políticas”.
Ese analfabeto político del poema que se le atribuye al dramaturgo alemán Bertolt Brecht es, en otras palabras, un idiota, en su significado casi original.
La palabra ‘idiota’ viene del griego ἰδιώτης idiṓtēs y originalmente no era un adjetivo irrespetuoso, despectivo ni insultante.
Tampoco tenía ninguna relación con la inteligencia de la persona a la que se refería.
Se usaba para referirse a alguien promedio o un ciudadano privado, a diferencia de un erudito o alguien que actuaba en nombre del Estado u ocupaba un cargo público.
Pero como los griegos valoraban mucho la participación cívica, reconociendo que sin ella la democracia colapsaba, se esperaba que todos los ciudadanos estuvieran interesados, y versados, en los asuntos públicos. O sea, que no fuera idiotas.
Mantenerse al margen de la vida pública era un signo de ignorancia, de falta de educación, de desinformación y de abandono del deber.
Quien no contribuía en los debates, declaró Pericles, el gran estadista de Atenas, era considerado “no como falto de ambición sino como absolutamente inútil”.
Es en ese contexto que, con el tiempo, idiṓtēs comenzó a adquirir una connotación negativa, y a transformarse en un término de reproche y desdén.
Vivir sólo una vida privada no era ser plenamente humano.
“Si la conducta y el discurso de un hombre dejaban de ser políticos, se volvían idiotas: egocéntricos, indiferentes a las necesidades de su prójimo, inconsecuentes en sí mismos”, explica Christopher Berry en su libro La idea de una comunidad democrática.
Y esa clase de idiotez era quizás más grave que la que resultó de la metamorfosis que había empezado y llevaría a la palabra a convertirse en lo que dice ahora la Real Academia Española (RAE):
1. adj. Tonto o corto de entendimiento. U. t. c. s. U. t. c. insulto.
2. adj. Engreído sin fundamento para ello. U. t. c. s.
De la política a la medicina
Tras transformarse en un término peyorativo para quien renunciaba a participar en la política que le afectaba, fue pasando a ser uno que denominaba a alguien ignorante, burdo y sin instrucción.
Con esa interpretación, llegó en el siglo III al latín, y de ahí a otras lenguas.
Aunque el significado político sobrevivió durante un tiempo, a medida que la cultura y las tradiciones de la antigua Grecia quedaron atrás, el nuevo significado lo reemplazó.
Luego otro hecho lo aferraría aún más al significado actual.
A principio del siglo XX, los psicólogos franceses Alfred Binet y Theodore Simon crearon la primera prueba de inteligencia moderna, que calculaba el coeficiente intelectual en función de si los niños podían realizar tareas como señalarse la nariz y contar centavos.
Los psicólogos se enamoraron tanto de la naturaleza científica de las pruebas que crearon sistemas de clasificación.
Cualquiera con un coeficiente intelectual superior a 70 se consideraba “normal”, y con más de 130, “superdotado”.
Para tratar con personas con CI menor de 70, inventaron una nomenclatura.
Un adulto con una edad mental menor de 3 años fue etiquetado como “idiota”; entre 3 y 7, de “imbécil”; y entre 7 y 10, de “débil mental”.
“Idiota” se convirtió entonces en un término técnico usado en contextos legales y psiquiátricos.
Utilizar ese vocablo, así como ocurrió con el latino ‘imbécil’ para denominar grados de minusvalía psíquica, llevó a que acabara también siendo un insulto que hace referencia a las dotes mentales del insultado.
En algunas culturas, “idiota”, así como “imbécil”, se dejó de usar en la medicina unas décadas más tarde por considerarse ofensivo.
En español, no obstante, idiotismo o idiocia sigue apareciendo en la RAE como el nombre de un tipo de discapacidad intelectual:
1. f. Med. Trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida.
De ahí que un idiota también signifique...
4. adj. Med. Que padece de idiocia. U. t. c. s.
Tres vidas
A pesar de tan deslucida historia, desde el siglo XIX ha habido pensadores que abogan por que se use la palabra más ampliamente, pero eso sí, recuperando su significado original.
Uno de ellos es Walter C. Parker, profesor emérito de la Universidad de Washington, para quien esa antigua etimología puede ser una herramienta valiosa para una comprensión contemporánea de la democracia y la ciudadanía.
Parker, que se dedica a la educación cívica, le explicó a BBC Mundo que su propósito es ayudar a los individuos en la transición de ese mundo privado de familia y parentesco al mundo público de gobierno, una transición crucial pues “en las democracias liberales es el pueblo el que gobierna”.
“En ese sentido, podemos volver a Aristóteles hace 2.000 años, a quien suelo citar cuando escribo sobre idiotez. Para él, un idiota es aquel cuya vida privada es su única preocupación, alguien que no toma iniciativa en política.e
“Son personas inmaduras, con un desarrollo truncado, que pueden tener una vida social, pero no una vida pública.
“Así que hay una vida privada, una social y vida pública, y para ser un individuo floreciente y prosperar se necesitan las tres”.
Pero, ¿cómo podemos distinguir entre social y público?
Para Parker, quien mejor lo ha pensado desde Aristóteles ha sido la historiadora y filósofa Hannah Arendt.
“Básicamente dice que todos podemos tener una vida social -con nuestros amigos y familiares, redes sociales, trabajo, juego-, sin necesariamente tener una vida pública.
“Una vida pública es una vida política.
“El ideal de la democracia liberal es que nosotros, el pueblo, participemos, estableciendo el gobierno y creando las reglas según las cuales viviremos juntos sin desgarrarnos, y trataremos de defendernos del tipo de vida pública que no queremos.
“Pero el idiota rechaza todo eso. Simplemente se entierra en su vida privada y en su vida social, con lo que arriesga que seamos gobernados por quienes menos deseamos”, como ya advertía en “La República” el filósofo ateniense Platón.
Por eso Parker quiere rescatar el significado original del término.
“Porque nos sirve para hablar de lo que significa desarrollar una voz política”, dice.
“No podemos ser idiotas”
Todo comienza en la escuela, opina Parker.
“En la enseñanza, hay que promover el debate de temas públicos controvertidos con otras personas, cuyas opiniones sean afines o no.
“Eso no importa.
“Que las opiniones de alguien te gusten o no es importante en la vida social, pero no en la pública, en la que tenemos que conectarnos y relacionarnos y hablar y escuchar a otras personas sin importar si coinciden contigo.
“El propósito de la educación cívica es apuntalar la democracia liberal, que está en peligro hoy día en todo el mundo, incluso en Estados Unidos, como hemos visto con el trumpismo”, afirma el experto.
Ese intercambio de opiniones tan importante en las últimas décadas tiene a menudo lugar en las redes sociales, que sirven como espacio de discusión, pero pueden ser una caja de resonancia de mentiras e información destructiva para la sociedad democrática.
“Siempre existe el peligro de que el idiota lleve su idiotez a la esfera pública, para usar los términos que estamos usando en el contexto en el que estamos hablando”, explica Parker.
Pero algo también “terrible”, lamenta el académico, es la indiferencia.
Se ha documentado que las nuevas (y ya no tan nuevas) generaciones no están interesadas en sucesos de actualidad.
A pesar de vivir en en mundo en el que más gente que nunca tiene los medios para acceder a la información, optan por no prestar atención. Sencillamente no les importa.
“Efectivamente estamos recibiendo cada vez más investigaciones que muestran que los jóvenes tienen una vida privada y social activa, pero no una vida pública.
“Y eso es un semillero muy peligroso para la demagogia”, explica.
Ahora: exaltar la vida pública no va en detrimento de las dos otras esferas, aclara Parker.
“El objetivo de reclamar el término idiotez no es negar o descartar de ninguna manera la importancia de la vida privada o social, que son tan cruciales para nuestro florecimiento como seres humanos.
“Ahí es donde existe nuestra familia, nuestros amigos y nuestro trabajo.
“Pero la persona pública es el eslabón perdido, si se quiere, para hacer posible que vivamos juntos en sociedad con nuestras diferencias intactas”.
Es en esa vida pública, señala, donde aprendamos a tratar con a extraños con diferentes ideologías en diferentes culturas.
“El propósito es elaborar un modus vivendi, del latín, una forma de vivir que nos permita prosperar juntos sin matarnos unos a otros.
“Tenemos que cultivar el yo público y, para lograrlo, no podemos ser idiotas”.
Por Dalia Ventura
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