El fantasma del coronavirus recorre el planeta sin respetar fronteras, pero con preferencias evidentes a la hora de sumar muertos.
El primer corte, el más evidente, es por rango etario. Las cifras son elocuentes y están muy difundidas. En la Argentina, el promedio de edad de los muertos por coronavirus es 75 años. Pero la edad no es la única preferencia del virus. ¿La condición socioeconómica también influye?
Santiago Cafiero lo expresó hace unas semanas en una frase que causó polémica. "El coronavirus es democrático para expandirse, pero profundamente clasista cuando hay que contar las muertes", dijo el jefe de Gabinete a modo de respuesta a una carta de científicos e intelectuales cuestionando la extensa cuarentena de la Argentina. La famosa "infectadura".
La definición rebotó en los portales de los diarios y en los programas de radio. Desde su columna en radio Rivadavia, el doctor Claudio Zin lo criticó. Parece un discurso "bajado de la Sierra Maestra", dijo en alusión a su supuesta carga ideológica. Del otro lado del espectro político, Pedro Cahn, médico especializado en infectología y uno de los asesores del Gobierno, avaló la frase de Cafiero: "La pobreza genera epidemias y las epidemias generan más pobreza. Es una frase hecha, pero se aplica al coronavirus".
Más allá de la dialéctica, en principio, las cifras parecen significativas, al menos en la ciudad de Buenos Aires: una persona que vive en una villa porteña tiene, de acuerdo a los números de hoy, más del doble de posibilidades de morir a causa del coronovaris que el resto de los habitantes de la ciudad. Según la información del gobierno porteño disponible hasta ayer, en las villas ya murieron 51 personas. En el resto de la ciudad, 213. Esto significa que la tasa de mortalidad en las villas, donde viven unas 240.000 personas -las estadísticas no son exactas-, es de 21 muertes cada 100.000 habitantes. En el resto de la ciudad, donde viven 2.650.151 personas, es de 8 muertos cada 100.000 habitantes.
En Estados Unidos, sí
¿Quiere decir que Cafiero tiene razón? ¿El virus es "clasista" en el sentido de que mata más pobres que ricos? En Estados Unidos sí: se cobró el doble de víctimas entre la población negra que entre los blancos. "No me sorprende -dice Cahn- pasaba, y sigue pasando, lo mismo con el VIH-sida y la tuberculosis: las pandemias siempre son más crueles al sur de la avenida Rivadavia".
En el gobierno porteño, en cambio, no están de acuerdo con las conclusiones de Cafiero y Cahn. Es cierto -explica Fernán Quirós, ministro de Salud de la ciudad de Buenos Aires- que la foto de hoy indica una mayor mortalidad en los barrios populares que en el resto de la ciudad, pero no es el final de la película. La población mucho más joven de las villas -26 años de edad promedio contra 38 en la totalidad de la ciudad- debería redundar en una menor letalidad, explica, pero los números se verán cuando se haya superado la pandemia. Si hoy mueren más, sigue este razonamiento, es porque en las villas el virus arrancó antes y, por lo tanto, ya atravesó la peor parte, con su saldo de muertes.
"En los barrios populares la enfermedad corrió antes y fue más veloz. Los casos allí se anticiparon a los del resto de la ciudad. Esto obliga a esperar la evolución completa de la ciudad para comparar las dos poblaciones. Y dado que en los barrios populares la edad, el principal determinante de la mortalidad, es menor, prevemos una menor mortalidad", señala.
María Migliore, ministra porteña de Desarrollo Humano y Hábitat, coincide. "La foto de hoy es engañosa. Tenemos que sacar conclusiones al final del proceso", dice sobre los índices de mortalidad comparados. Los dos funcionarios destacan el operativo sanitario desplegado en las villas como un atenuante efectivo del impacto de la pandemia. También señalan que eso implica una gran diferencia con Estados Unidos, donde el sistema de salud privado dejó con atención precaria a las poblaciones más pobres.
Drama en la villa 1-11-14
Claudia Monje tiene 48 años, vive en la manzana 22 de la villa 1-11-14 y no necesita números para comprobar que la inequidad sanitaria que padece desde siempre se volvió más dramática en la actual pandemia. El corredor angosto, casi siempre húmedo y oscuro, que termina donde está su casa, fue un foco de contagio de coronavirus.
Todo empezó con la familia vecina que vive en la esquina, cerca de la calle Riestra. "Hay una puerta que conecta a los dos casas. Todos ellos tenían coronavirus, pero los mandaron a hacer el aislamiento en su propio hogar", se lamenta Monje. Por la pequeñez del espacio, el virus avanzó y se llevó la vida de su marido, Luis Rolando Zelada Silva, de 58 años, el papá de Luna, de seis.
"La primera en contagiarse fui yo", asegura Monje. Comenzó a tener síntomas, como dolor en el cuerpo, las manos heladas, escalofríos. En ese momento también empezaron los llamados al SAME. "Llamé al 107, me dijeron que me quede tranquila. Luego perdí el gusto, el olfato y me dolía la cabeza. Pero desde el 107 sostenían que, si mejoraba tomando paracetamol, no hiciera nada más que eso". Eso fue el 8 de abril. Unos días más tarde, su marido se empezó a sentir mal. "Nosotros hicimos todo lo que indican en el noticiero, pero aun así nos contagiamos todos. Mi hija, mi marido y yo".
Zelada Silva era un herrero que en 2013 se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires. No tenía enfermedades preexistentes. Junto con Monje, tuvieron a Luna, que nació con un trastorno del lenguaje. Claudia dejó de trabajar en la feria La Salada, donde fabricaba cinturones, para dedicarse por completo a su hija.
El 12 de abril la salud de Monje empezó a mejorar, pero los síntomas que atravesaba su marido recrudecieron. "Y llamé y llamé al 107. Llamé el 12, 13 y el 14 de abril. ‘Mi marido tiene los mismos síntomas que tuve yo’, les decía por teléfono. Pero me dijeron que si no tenía más de 38 de fiebre no podían venir, ese era el protocolo. Mi marido tampoco quería ir al hospital por miedo a contagiarse en una guardia. ‘Tenemos una nena que es de riesgo’, me decía".
Y pasaron los días. Hasta el 16 de abril Zelada Silva estuvo acostado en su cama. "Transpiraba mucho, tenía tos seca. En el barrio, cuando llamás a una ambulancia se arma todo un revuelo y los vecinos les preguntan a los médicos qué es lo que tiene el paciente que fueron a ver. Hay mucho temor, y él dudaba si quería generar ese escándalo", dice Claudia. Consiguieron el teléfono de una médica del Hospital Piñero. Le grabaron un video en el que Zelada Silva respiraba profundo y tosía. "Tu marido parece tener una bronquitis", le diagnosticó la médica. Entonces Monje fue a comprar los medicamentos.
Pero el sábado 18 de abril empezaron los calambres. Claudia se asustó y le pidió a su hermano que lo llevara al hospital. Zelada Silva fue al Piñero y lo derivaron a la guardia. Esperó tres horas, sentado en una silla. Dolorido, con un cuadro avanzado de coronavirus aún no diagnosticado, se levantó y se fue. El hermano de Monje lo llevó al Hospital Cecilia Grierson, donde concluyeron que él estaba estresado. Le dieron un calmante y le indicaron comprar diclofenac para los dolores corporales.
El martes 21 de abril seguía mal y decidió ir al Hospital Durand, donde suelen atender a su hija. Allí le hicieron el hisopado y todo se aceleró. Le dio positivo, la llamaron a Monje y la aislaron en ese mismo hospital junto a su hija. El jueves 23 pasaron a Zelada Silva a terapia intensiva, y el 30, a las 17, falleció por coronavirus. En esa cama terminó su recorrido tortuoso por el sistema de salud.
Lo enterraron el 2 de mayo en González Catán. Monje estaba aislada en el hospital, no pudo asistir a la última despedida. "Salió por la puerta de casa en silencio y nunca más lo volví a ver. Si el 107 me hubiera escuchado, tal vez hoy estaríamos los tres juntos", dice Claudia, entre lágrimas.
El drama de Claudia es el de los 240.000 habitantes de las villas de la ciudad, y también el del resto de las villas del país. Según un informe aún no publicado del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, en conjunto con la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, el 45% de los mayores de 18 años que habitan en las villas porteñas no hizo ninguna consulta médica durante el período 2010-2019 (número estimado). En el resto de la ciudad, ese número llega al 17%. El mismo universo presenta niveles muchos más altos de inseguridad alimentaria: 20% en las villas contra 6% en el resto de la ciudad, en el período 2017-2019. A estas cifras se suma el hacinamiento que sufre 1 de cada 4 hogares en la villa y que genera condiciones ideales para la propagación del virus.
Tecnología antigua
La principal herramienta en la lucha contra la pandemia -explica Jorge Aliaga, exdecano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA- no es muy sofisticada: distancia social para evitar el contagio y agua corriente para higienizarse. Es tecnología que para la mayoría de la población se logró hace décadas, pero aún no está disponible en los barrios pobres. Así resultó evidente con el corte de agua al inicio de la pandemia en la villa 31.
Aldo Pagliari dirige el Centro de Atención de Salud N°20, dentro de la villa 1-11-14, y conoce los padecimientos sanitarios del barrio. "La gente en estos barrios tiene problemas crónicos a una edad temprana. Hay mucha diabetes, obesidad, problemas respiratorios. Comen muchos hidratos, o cortes de carne grasosos, que son los que mayor sensación de saciedad dan", dice. Juan Isasmendi, el cura que está al frente de la parroquia Madre del Pueblo, en la 1-11-14, coincide con el diagnóstico: "El sistema sanitario expulsa a la persona humilde. En los hospitales los maltratan, pasan noches de frío, duermen en el piso. Hay vecinos que me han llamado llorando desde los hospitales".
Por la vulnerabilidad de las villas, el 5 de mayo comenzó el programa Detectar en la 31. Este es un dispositivo sanitario impulsado por el gobierno nacional, en conjunto con la provincia y la ciudad de Buenos Aires, que se enfoca en la búsqueda activa de personas con cuadros febriles. Los agentes de salud van casa por casa consultando si algún vecino tiene síntomas. Buscan cuadros febriles con alguna dificultad respiratoria, pérdida del olfato o del gusto. Si es así, lo trasladan para que les hagan la prueba de PCR, que determinará si la persona está cursando un cuadro de coronavirus.
Por la búsqueda activa, el número de casos en los barrios populares creció de manera exponencial. Anteayer, la cifra, según el ministerio de Salud de la Ciudad, había llegado a 5333 casos, de los cuales, hasta el momento, se recuperaron 2506 pacientes. Hasta esa misma fecha, el total de casos en toda la Ciudad era de 11.468 y 4104 recuperados. Es decir, que los infectados en los barrios populares representan más del 46% del total. La villa 31 es la que más casos tiene, pero los funcionarios confían en que la curva allí se está aplanando. Lo mismo estaría ocurriendo en la 1-11-14. En la villa 21-24, en cambio, creen que todavía no se alcanzó el pico de contagios.
La posibilidad de un desborde del sistema sanitario, coinciden desde todos los sectores políticos, es el escenario más temido. "Si hay un colapso del sistema los pobres serán los más perjudicados", concluye Cahn.
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