Este balneario de Río Negro cuenta hoy con una población de alrededor de 1000 habitantes estables
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La noche del 26 de diciembre de 1881 el clipper danés “Cóndor” que había zarpado de Hamburgo cuatro meses antes con la misión de llevar champaña de Reims a San Francisco se encontró con una tormenta implacable que convirtió al Mar Argentino en una trampa mortal. Los vientos dejaron sin Gobierno a la nave y chocaron contra la restinga de la costa argentina, a la altura del estuario del Río Negro. La embarcación se partió en dos. Los tripulantes llegaron a la costa como pudieron y pasaron la noche entre las rocas. Al amanecer, algo les llamó la atención: “Vieron a un hombre que les hacía señas con una bandera de Dinamarca —cuenta Alberto López Kruuse, nieto de uno de los náufragos—. Les pareció un sueño, pero fue real”.
“Tenían miedo porque pensaban que en la Patagonia había caníbales”, cuenta Alberto. Su abuelo, Peter Kruuse, carpintero a bordo del Cóndor, y con antepasados vikingos, como toda la tripulación, fueron socorridos por Peter Martensen, considerado el primer inmigrante danés que pisó suelo argentino. Había tenido una pulpería en Tres Arroyos y era encargado de una estancia con acceso a la costa rionegrina desde 1874.
La suerte quiso que en el amanecer del 27 de diciembre él estuviera cerca del mar. Vio un barco encallado y destrozado con un mástil mal herido donde aún flameaba la bandera danesa. Fue hasta su casa y se presentó con las primeras luces del día con la misma bandera. “Tenían miedo que los comieran los indios y se encontraron con un compatriota”, afirma Nydia López Kruuse, nieta del náufrago. Martensen los llevó a la estancia y les dio ropa y comida. Su hija menor, María, de 14 años, atrajo la mirada de Kruuse, de 22. En segundos, nació el amor, y también la historia que dio nombre a unos de los balnearios más conocidos de la Patagonia, El Cóndor.
“Es una historia hermosa, porque nunca más se separaron”, afirma Nydia. Sus abuelos marcaron la historia de Viedma y de la costa norte de Río Negro. Peter se había enlistado en la tripulación con el propósito de hacer el último viaje de su vida: visitar a su primo en San Francisco, para trabajar en su astillero, que a la postre, fue de donde salieron la mayor cantidad de barcos para la Segunda Guerra Mundial. “Prefirió quedarse por amor”, confiesa Nydia.
El clipper Cóndor (de 40 metros de eslora, y que desplazaba 410 toneladas) quedó reducido a astillas, pero algunas partes llegaron a la costa, como el mástil que está en una plaza en el actual balneario. Las cajas con botellas de champaña, también. Hasta hace algunas décadas se encontraban vidrios esmerilados por el mar y la arena. Un grumete fue el único muerto de aquella tragedia, dicen que cuando arreció el vendaval, comenzó a descorchar botellas. Murió ebrio.
“Ya había tenido fallas el barco”, cuenta Alberto. Al fondear en Comodoro Rivadavia, decidieron regresar a Montevideo a solucionar un problema en el mástil. Para llegar a San Francisco, debían pasar por el temible Cabo de Hornos, el cementerio de barcos. Con rumbo a Uruguay, hallaron la fatídica tormenta. “El abuelo no hablaba mucho de esa noche del naufragio, solo sabemos que fueron horas en las que la vida estuvo en juego”, afirma su nieto.
A raíz de este naufragio, se construyó el primer faro del país, el Río Negro, a pocos metros del lugar donde desembarcaron los daneses. Se inauguró en 1887, es patrimonio nacional y en el año 2017, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. “El naufragio de Cóndor cambió la historia”, asegura Nydia.
“No quiso volver a Dinamarca”, afirma Alberto. Los demás miembros de la tripulación regresaron a su país de origen, vía Buenos Aires. “Él decía que la Argentina le había dado una segunda oportunidad y la posibilidad de conocer a la mujer de su vida, la consideró su tierra”, cuenta Nydia. La familia Martensen fue pionera en Viedma. María, también de origen danés como él, y Peter fueron novios y se casaron. Peter esperó a que ella cumpliera 18 años. “Sabemos que la unión de nuestros abuelos produjo más de 400 descendientes, directa e indirectamente”, cuenta Alberto. El naufragio modificó la vida cientos de personas.
La cena en la noche de bodas tuvo una invitada especial: una botella de la champaña que el barco transportó. Ambos hicieron el brindis con la bebida que fue la causa de su encuentro en el fin del mundo. Fue el 23 de agosto de 1885, el mismo día del cumpleaños de Peter. Se hicieron su propia casa en Viedma, y comenzaron a formar una familia prolífica: tuvieron 13 hijos, Elizabeth, fue la madre de Alberto y Nydia, gran parte de sus hijos se casaron el mismo día.
Todo estaba por hacerse
“El abuelo construyó un bote con sus propias manos y trasladaba vecinos que tenían que cruzar el Río Negro”, cuenta Alberto. Viedma está frente a la bella Carmen de Patagones, en la provincia de Buenos Aires. El tránsito entre ambas localidades siempre fue intenso. En aquellos años, la Patagonia era una tierra en donde estaba todo por hacerse, Peter lo entendió y trabajo nunca le faltó. Junto a María, forjaron su propio destino. Mientras él tenía contacto todos los días con el agua, María, en los pocos tiempos que le dejaba la crianza de sus hijos, pasaba a mano con un punzón a alfabeto Braille libros que enviaba mensualmente a la Asociación de Ciegos de Buenos Aires.
“Le quedó un poco de tiempo y fundó el Hogar para Mujeres Solteras, fue una pionera la abuela”, reconoce Nydia. En todos sus años que estuvieron casados no pasaron un solo día separados.
¿Cómo surgió el balneario El Cóndor? Peter y María llevaban a su familia en bote hasta el mar, a 30 kilómetros de Viedma, aprovechando las corrientes del Río Negro, que son influenciadas por la marea. Se acercaban al lugar del naufragio, una costa agreste y bella. “Se quedaban dos o tres días en la playa”, recuerda Nydia. Hábil con la madera, construyó una casa y la familia tuvo un techo en esa costa simbólica para el matrimonio. “No había ninguna otra casa”, afirma Alberto. Durante muchos, la misma costa donde casi perdió su vida, fue el paraíso familiar de los Kruuse Martensen.
La estancia donde Peter Martensen, padre de María, era encargado, pasó a llamarse “El Cóndor”, en homenaje al naufragio. En 1910 llegó a Viedma el salesiano Jacinto Massini y halló en esta costa un lugar idílico que entendió debía ser compartido por todos. Inició trámites para que se abriera un camino por tierra. En 1948, se fundó el balneario. “Ya había sido fundado por nuestros abuelos, en los viajes familiares”, reconoce Nydia.
Sus hijos y nietos, cada 26 de diciembre comenzaron a ir hasta el mar a dejar flores. Una ceremonia que se convirtió en tradición familiar. Ese día en el que sucedió el naufragio, también se celebra en Dinamarca, la denominada “Segunda Navidad”.
“En la desdicha de un naufragio, Peter encontró el mayor anclaje de su vida”, afirma Pedro Pesatti, intendente de Viedma y profesor de literatura. “Queremos poner el foco en la historia de amor, y no tanto en el naufragio”, sostiene. Una de las primeras acciones de su Gobierno fue una ordenanza para establecer el 26 de diciembre como día de Recordación del nacimiento del balneario. “La unión de Peter con María explica su origen”, agrega.
El Cóndor hoy es una población de alrededor 1000 habitantes estables. Pesatti intenta trabajar y afianzar la identidad del lugar mediante la revalorización del encuentro entre Peter y María. “Es el único balneario del mundo que nació gracias al amor. Queremos que la playa se convierta en un punto de encuentro de enamorados”, puntualiza.
La historia de amor entre Peter y María, los daneses que se encontraron en las costas patagónicas, ya tiene rango de leyenda. María Martensen falleció en 1946, su amado Peter, aquel náufrago del “Cóndor”, solo pudo estar solo un año. En el verano de 1947, partió de esta vida. En 1945 habían celebrado su Boda de Diamantes, bebiendo el sorbo de la última botella de aquella champaña de Reims. “Todos los días decía que extrañaba a María”, recuerda Nydia.
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