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SAN CARLOS DE BARILOCHE.- En lo que va del verano, cinco personas murieron en distintos picos y agujas de El Chaltén, uno de los destinos más desafiantes y atractivos para la comunidad escaladora local y extranjera. Como en cada temporada alta en esa localidad santacruceña, las noticias de esas muertes suelen generar interés -e incluso morbo-, al tiempo que propician debates y reflexiones entre la comunidad de escaladores.
Más allá de los accidentes, la escalada como deporte plantea diversos interrogantes: ¿por qué escalan los escaladores? ¿Qué los motiva? ¿Qué buscan al encarar una vía? ¿Qué papel cumple el riesgo entre las diversas motivaciones que los motivan?
Para empezar a responderlos, hay que decir que, como otras actividades al aire libre, la escalada implica ciertos riesgos. A su vez, cada especialidad -escalada deportiva, escalada clásica, escalada alpina, escalada artificial, escalada indoor y boulder, entre otras- tiene sus particularidades.
Hay quienes empiezan a escalar de chicos y quienes sienten curiosidad de grandes. Muchos encuentran en la práctica un lugar de pertenencia, una actividad para compartir con amigos, entre viajes y entrenamiento. Otros se acercan porque les resulta más divertido que otro ejercicio: la escalada les ofrece coordinación, fuerza, resistencia, flexibilidad y concentración. Para la mayoría, ir mejorando la técnica y superarse a ellos mismos es el verdadero desafío y es lo que les brinda placer.
Fanáticos
Ramiro Calvo (48) estuvo más de diez años en la Comisión de Auxilio del Club Andino Bariloche y presidió la Asociación Argentina de Guías de Montaña (AAGM). A la hora de pensar en las motivaciones de los escaladores, marca la diferencia entre los deportistas de élite o atletas y los amateurs o escaladores ocasionales (en el mundillo escalador, a muchos de ellos se los conoce como weekend warriors o guerreros de fin de semana). La dedicación y el riesgo que están dispuestos a asumir es completamente distinta. “El que se dedica exclusivamente a la escalada es un fanático. Todo gira en torno a eso: la vida, la economía, el laburo, la familia. La exigencia y el entrenamiento, en esos casos, hace que sea una actividad bastante solitaria”, dice Calvo.
Muchos de esos fanáticos confluyen cada año en El Chaltén deseando que una ventana de buen clima les permita concretar sus objetivos. A diferencia de otros lugares más accesibles, allí es imperioso tener conocimientos avanzados de alpinismo, escalada en hielo, seguridad y meteorología, entre otros. Algo de la incertidumbre y la impredecibilidad de ese ambiente es los atrae.
En enero de 2022, el escalador, esquiador y guía de alta montaña Tomás Aguiló (38) concretó junto a su colega y amigo italiano Corrado “Korra” Pesce una nueva vía en la cara norte del cerro Torre, una de las más peligrosas de la mítica montaña de El Chaltén. La ruta, a la que llamaron La Norte, tiene 1200 metros. Cuando descendían, fueron golpeados por una avalancha que le provocó la muerte a Pesce e hirió gravemente a Aguiló.
Zona de confort
Recuperado y de vuelta en actividad, Tomy opina que los escaladores no buscan el riesgo, sino salir de la zona de confort cotidiana, en la que todo está resuelto. “La vida misma tiene riesgos constantes que amenazan con la muerte, somos un milagro de la naturaleza y una obra de arte de la evolución, pero a la vez somos muy vulnerables ante ciertas circunstancias. Los escaladores buscamos minimizar los riesgos a medida que vamos reconociéndolos. Pero la evolución del deporte, del material, de los pronósticos meteorológicos y de la información nos motiva a intentar rutas nuevas, ir a lugares vírgenes. Y eso nos lleva inevitablemente a lugares con mayores riesgos”, afirma.
Como muchos otros escaladores, Aguiló también destaca la búsqueda de vivir con lo básico -”una carpa, bolsa de dormir, un colchón inflable, una cena sencilla mirando las estrellas”- y el contacto con la naturaleza que propone la escalada. Y agrega: “El problema surge cuando la gente que practica una actividad no es consciente del riesgo. Al ignorarlo, las probabilidades de accidentes aumentan considerablemente, debido obviamente a la toma de decisiones incorrectas”.
Cuando escalar una pared de roca implica varios días de caminata para llegar al pie de la vía y cuando el clima es tan inestable como en El Chaltén, entre otros factores, los riesgos objetivos aumentan.
“Todo lo que nosotros hacemos siempre se vincula con el peligro, el rescate, la muerte, la tragedia, lamentablemente. En realidad, jugamos en un medio con mucha exposición pero las técnicas han evolucionado para manejarse con seguridad. Nadie escala en búsqueda del riesgo. Además, hay que saber diferenciar. Cada una de las variables dentro de la escalada tiene sus formas de progresión y de seguridad. Lo que se busca, diría yo, es casi artístico: es tratar de generar una performance dentro de ese espacio, cada uno a su nivel”, suma Calvo, uno de los guías de alta montaña más experimentados y respetados de su generación.
Si El Chaltén es una de las mecas de la escalada a nivel mundial, Rolando “Rolo” Garibotti (51) es uno de los profetas. Con más de 30 años de experiencia, considera que muchos de los valores actuales del alpinismo y la escalada resultan tóxicos: “Como cualquier actividad humana, son construcciones sociales. Hay un grupo de poder que quiere conservarlo y que perpetúa valores que, a veces, son poco inclusivos y no fomentan la diversidad. Por ejemplo, ¿por qué hay que primerear [en la cordada o grupo de escaladores, se denomina “escalar de primero” a ser el primero en subir] una ruta para considerar que uno la hizo? Las reglas son subjetivas, está en nosotros decidir si queremos vivir asociados a ellas o no”.
El riesgo como valor
En la primera edición de su guía de escalada Patagonia Vertical, publicada en 2012, Garibotti recuerda haber hecho una defensa de la toma de riesgo como un valor agregado a la experiencia. “Acabo de reeditarla y ahora tiene un lenguaje significativamente menos resultadista. Hoy busco fomentar una actividad que se focalice en la calidad de la experiencia más allá del punto geográfico al que se llegó, que es completamente irrelevante. Yo mamé esa cultura de usar el riesgo como una muleta para mi kit de herramientas emocionales, que era muy pobre. Cuando tenía 16 años, veía esas revistas norteamericanas con tipos escalando sin remera y sin cuerda. Los quería copiar. Creía que la satisfacción de la vida viene por la toma de riesgo. Y me pasé las siguientes décadas intentando desarmar esos mecanismos”, asegura.
Además de puntualizar que se trata de una comunidad que todavía adjudica valor a la toma de riesgo, Garibotti advierte que la mayoría de las personas que llegan cada año a El Chaltén buscan el logro y no la experiencia.
“Los valores actuales del alpinismo no conducen al bienestar. Entiendo que hay aspectos que son útiles para el desarrollo personal, como el contacto con el ambiente natural, la necesidad de superarse a uno mismo. Pero hay un problema que no se puede negar en la actividad. En mi vida, me encordé con más de 25 personas que, aunque no conmigo, más adelante se murieron escalando. Este tipo de actividades tienen costo. Somos falibles: si te exponen lo suficiente a decisiones que pueden tener consecuencias, tarde o temprano vas a cometer un error. Y también tiene que ver con una falta de capacidad de análisis”, subraya Garibotti.
Aunque prefiere no juzgar a las personas, Rolo señala que al menos cuatro de las cinco muertes de este verano en El Chaltén podrían haberse evitado con una mínima gestión de riesgo: “La necesidad de resultado, la presión social, el costo invertido. Son muchos los factores que pesan a la hora de lograr que la gente se cuide”.
En el mismo sentido, Aguiló recomienda a quienes practican escalada “ser prudentes, metódicos, formarse, no saltearse pasos importantes en la progresión y nunca subestimar los riesgos”.
Presión social
Algo de la presión social y autoimpuesta que menciona Garibotti también marcó la experiencia de José Bonacalza (30), profesor de escalada y esquí de Bariloche. “Hago montaña desde muy chico. A eso de los diez años me daban mucho miedo las salidas de escalada que hacíamos con el Club Andino. Le pedía a mi papá que no me anotara. Pero a los 14 hubo una salida a Frey, en el cerro Catedral, y como iba un amigo y había un guía muy bueno, quise sumarme. El segundo día escalamos la torre principal: mi técnica era inexistente, prácticamente me fueron izando, pero lo que me impulsaba era superar ese miedo que me bloqueaba. Ya en la cumbre sentí que era a lo que me quería dedicar”, cuenta.
Como de otros adolescentes de su generación, se hablaba de José como de la “futura generación” de escaladores. Entonces, el riesgo consciente, la adrenalina y la búsqueda de aventura guiaron sus primeros pasos.
Luego de años de logros deportivos en la Patagonia, su mentalidad empezó a cambiar: “Escalar montañas difíciles en El Chaltén implica cierta incomodidad: pasás frío, cargás mucho equipo. Con los años, empecé a disfrutar la escalada desde otro lugar. Los accidentes y muertes de amigos también me hicieron reflexionar mucho. Además, me hice profesor y enseño escalada a adolescentes. Hoy disfruto de escalar en lugares más contenidos, de la comodidad dentro de la actividad, voy más en busca de la dificultad técnica y, sobre todo, de compartir con amigos en la naturaleza”.
La libertad en el estilo de vida que propone la escalada también aparece como fundamental dentro de la comunidad. “Los únicos límites son los que nosotros nos imponemos”, cree Aguiló. Y Calvo destaca la forma en que se va progresando en la actividad, la búsqueda de destrezas particulares en los gestos técnicos, al igual que un aprendizaje constante y una forma libre de vivir: “De todos modos, hoy no siento lo mismo que cuando empecé. Antes no podía vivir sin escalar. Ahora tengo otra visión, a veces siento motivación y otras, no”.
Carolina Codó (53) es médica y en 1995 fundó la Comisión de Auxilio del Club Andino El Chaltén. Aunque ya no hace alpinismo, cuenta que escalaba por la increíble conexión que ofrece estar en las montañas: “Te remite a lo básico del ser humano. Comer, beber, hacer un esfuerzo físico que tiene su recompensa cuando uno llega arriba, o mientras va por el camino. No necesitás grandes cosas, valorizás lo esencial de la vida, la solidaridad con el compañero”.
Codó conoce el placer que genera la escalada y también es experta en emergencias. “Uno sabe que es peligroso, pero cuando vas a la montaña siempre pensás que los accidentes le pasan a otro, no a vos. Si no, no podrías disfrutarlo. Igual, siempre pensé que es mucho mejor morirse en las montañas que en un hospital… será que conozco los dos ambientes bastante bien”, señala.
Para quienes lo viven desde adentro, la escalada tiene múltiples atractivos. Al igual que en otras actividades como el esquí, el parapente y el rafting, por ejemplo, los potenciales peligros son parte de la ecuación. Queda en cada uno desentrañar qué implica la práctica del deporte en su vida y prepararse para enfrentar el riesgo de manera competente.
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