El cambio climático reconfigura la biodiversidad de las grandes ciudades como Buenos Aires o Rosario
La paulatina tropicalización de las regiones templadas de la Argentina por efecto del cambio climático comienza a generar cambios en poblaciones de insectos y animales
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Durante las primeras semanas de la pandemia, cuando todo se detuvo, muchos habitantes de las grandes ciudades “descubrieron” que, a su alrededor, existía una abundante fauna urbana que seguía adelante con su vida, completamente indiferente a las desgracias coyunturales de la humanidad. Aves, insectos y mamíferos, sin interferencia alguna, reconquistaron territorios perdidos y se volvieron visibles al gran público, a modo de recordatorio de que las ciudades son importantes centros de biodiversidad y, como ocurre con todo el planeta, están siendo impactadas por el cambio climático.
En la Argentina, donde el 92% de la población vive en núcleos urbanos, todavía no se ha estudiado esto en profundidad, pero algunos eventos como el actual brote de dengue ponen en debate la forma en la cual el clima, la fauna y la vida urbana interactúan, así como la influencia del calentamiento global en el diseño de estas interacciones.
Según Guillermo Montero, ingeniero agrónomo y ex decano de Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), el cambio climático genera que eventos extremos de precipitaciones y sequías sean más frecuentes. “Esta nueva velocidad de eventos catastróficos hace que, muchas veces, algunas especies no puedan adaptarse a ese cambio y tiendan a desaparecer, rarificarse o vean sus poblaciones disminuir”. Al mismo tiempo, ocurre que otras especies pueden “adaptarse extraordinariamente bien hasta volverse invasoras por aumento poblacional, tras el cambio de la condición ambiental”.
Un mundo de mosquitos
El actual brote de dengue en la Argentina llegó a proporciones alarmantes: según los últimos datos del Boletín Epidemiológico Nacional, desde el 1° de enero de este año hasta el 23 de marzo, se registraron 163.419 casos, y alrededor del 90% son autóctonos. Es decir que hay seis veces más de casos registrados que en 2023. De ese total de contagios, hasta ahora, hay 119 casos fatales.
Con la salud en riesgo, llegó la pregunta: ¿hay relación entre el cambio climático y una mayor presencia de mosquitos en zonas consideradas templadas, como Buenos Aires o Rosario?
Hay muchos estudios, como este de la revista científica The Lancet, que marcan la correlación entre el cambio climático y el aumento en la distribución geográfica de enfermedades como el dengue. La tropicalización del clima en regiones antes templadas se traduce en condiciones más favorables para que el vector se reproduzca y se propague en una zona geográfica cada vez más amplia. “Los brotes se están volviendo recurrentes, antes eran cada cuatro o cinco años, después aceleró el ritmo y ahora tuvimos el año pasado y este año otro, es algo inédito, nunca habíamos tenido dos seguidos”, dijo Carlos Tasinato, ingeniero agrónomo a cargo de la dirección de Control de Vectores de Rosario.
Y agrega: “A esta altura es imposible negar el cambio climático, que hace que empiece a haber promedios de temperaturas más altas en estas latitudes durante más tiempo a lo largo del año. A eso este año le sumamos El Niño, que trae lluvia, y el resultado es que hay más mosquitos que antes, durante más tiempo”.
Según Tasinato, además de las cuestiones climáticas hay otras que ayudan a entender la re emergencia del dengue en la zona central del país, como el crecimiento de la población urbana, deficiencias de infraestructura en la provisión de agua y la multiplicación de la basura plástica, que es lo que sirve de criadero a la especie de mosquito que transmite la enfermedad, el Aedes aegypti: “muchas veces vemos este tipo de basura en los domicilios. Falta muchísima educación ambiental para entender la parte que nos toca en todo esto”, explicó.
Aves urbanas
Las poblaciones de aves también están siendo afectadas por la crisis ecológica, que excede el calentamiento del planeta e incluye otros vectores o “drivers” como los cambios de uso del suelo, que significan la pérdida o modificación profunda de ambientes naturales como pastizales, humedales o bosques por ambientes reacondicionados para hacer agricultura y/o ganadería. Según Aves Argentinas, las aves son indicadoras de la salud de los ambientes y “permiten conocer los impactos del cambio climático de manera rápida”.
“El aumento de la temperatura genera cambios en la dinámica y distribución de las aves y afecta la composición de las comunidades”, señalan desde esa organización.
Una investigación liderada por el biólogo Guillermo Sferco, del Centro de Zoología Aplicada de la Universidad de Córdoba, que analiza el comportamiento de las aves del centro de la Argentina, destaca que el cambio climático modifica la distribución de las especies tanto en las latitudes (migraciones de norte a sur y viceversa) como en su disposición altitudinal: especies que viven en la llanura o en zonas bajas de los sistemas montañosos tienden a buscar mayores altitudes. A esto se suman cambios vinculados a las migraciones, ciclos reproductivos que se adelantan y la falta de alimento para sus crías.
Desde su conocimiento y observación empírica, Tasinato subraya que en la zona de Rosario “hoy parece haber más variedad de pájaros que hace algunas décadas atrás”, algo que atribuye a la desaparición de montes y pastizales naturales por presión de la frontera agropecuaria. “La ciudad es como un imán por sus parques y arbolado. Esto atrae a muchas aves, que ante la degradación de sus ambientes naturales encuentran refugio y alimento en las ciudades, aunque pueda parecer paradójico”, dijo el ingeniero agrónomo.
Animales sueltos
Según argumentó Montero, existen al menos tres ejemplos actuales para ilustrar de qué manera la paulatina tropicalización de las regiones templadas por efecto del cambio climático, comienza a generar algunos cambios en poblaciones de insectos.
Uno de esos ejemplos es la irrupción a gran escala de una especie de chicharra popularmente llamada “chicharrita del maíz” (cuyo nombre científico es Dalbudus Maidis) que está haciendo estragos en esos cultivos, en los que genera un achaparramiento causado por la bacteria Spiroplasma kunkelii que puede generar una merma de rendimiento de hasta el 70%.
Si bien la Spiroplasma es una enfermedad endémica del maíz en el norte argentino, según un comunicado de Aapresid “en la actual campaña se convirtió en un dolor de cabeza en zonas donde antes no era un problema”, como las provincias centrales como Santa Fe, Córdoba o Buenos Aires.
Un segundo ejemplo es el del mosquito Aedes Albopictus (que no es el que transmite dengue) o “mosquito charquero”, muy popular en las zonas húmedas. “Siempre estuvo, pero en un clima tropicalizado encuentra mejores condiciones ambientales durante más tiempo para vivir y reproducirse”, explicó el especialista.
Finalmente, el ingeniero agrónomo citó el caso de la mariposa Junonia Genoveva, que en el último tiempo se volvió muy presente en la ciudad de Buenos Aires. “Es una especie migratoria y que encontró condiciones ambientales particulares para que haya una cantidad extraordinaria en esa ciudad, una especie de invasión debido a un incremento poblacional muy notable”, dijo Montero.
Otro nuevo habitante que se ha adaptado muy bien a la vida urbana en las grandes ciudades del centro de la Argentina es el gekko, pequeño reptil de origen africano que desde hace varios años se volvió muy frecuente en esta zona del país. “Tiene origen mediterráneo, del norte de África. No se sabe bien cómo llegaron, quizá en algún barco de carga. Lo cierto es que encontraron un ambiente favorable y no tienen depredadores naturales. Comen insectos y no tienen importancia sanitaria ya que no transmiten enfermedades”, contó por su parte Tasinato.
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