Un ambicioso proyecto que unió a dos nacientes repúblicas latinoamericanas duró muy poco tiempo
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Era considerada “la prolongación histórica del legendario y fabulosamente rico Virreinato del Perú”, según contaba el historiador chileno Hernán Ramírez Necochea en 1961. Se trataba de la “Confederación Perú-Boliviana”, un ambicioso proyecto que unió las nacientes repúblicas de Perú y Bolivia. Aunque por muy poco tiempo. De hecho, desde que la entidad nació, en 1836, enfrentó fuerzas internas y externas que empujaron hacia su destrucción, que finalmente ocurrió en 1839. ¿Cómo surgió la idea de juntar a estos dos países y por qué fracasó tan rápido?
Antecedentes comunes
En la década de 1830 — o antes incluso —, el proyecto de unir a Perú y Bolivia “estaba en el ambiente”, le dice a BBC Mundo la historiadora boliviana Marilú Soux.
Los peruanos y bolivianos que estaban a favor de federar las dos repúblicas alegaban razones geográficas, históricas, económicas y antropológicas que se remontaban cientos de años en el tiempo, cuenta Jorge Basadre, destacado historiador peruano del siglo XX, en su libro “Historia de la República del Perú, 1822-1933”.
En tiempos prehispánicos, las etnias quechuas y aimaras habían compartido durante siglos el Altiplano — región alrededor del lago Titicaca — y las civilizaciones inca y tiahuanaco habían tenido influencia en los territorios de ambos países.
Ya en la colonia, el actual territorio de Bolivia correspondía a la Audiencia de Charcas, que integró el Virreinato de Perú durante la mayor parte de su existencia. De hecho, el lugar era conocido como el “Alto Perú”. Las minas de plata de Potosí, también en Bolivia, eran una importante fuente de riqueza virreinal peruana. En cuestiones comerciales, el puerto más propicio para La Paz (actual capital administrativa de Bolivia) era el de Arica, que pertenecía a Perú en ese momento.
Además, las regiones del sur de Perú tenían un “tráfico comercial constante” con Bolivia, mayor incluso que el que tenían con el norte de Perú, detalla Basadre. Estas y otras circunstancias alimentaban la idea de la unión peruano-boliviana.
El general paceño Andrés de Santa Cruz -presidente del Consejo de Gobierno de Perú entre 1826 y 1827 tras la caída del Virreinato, y posteriormente presidente de Bolivia (1829-1839)- también compartía este planteamiento. El caudillo “estaba muy influenciado por la idea de la federación de los Andes de Simón Bolívar”, le explica el historiador peruano Cristóbal Aljovín a BBC Mundo. Pero hizo falta un periodo de fuerte anarquía y revueltas internas en Perú para que Santa Cruz pudiera concretar el proyecto.
Nacimiento y funcionamiento de la Confederación
Para 1835, la política peruana estaba sumida en el caos. El entonces presidente, Luis José de Orbegoso, enfrentaba fuertes levantamientos contra su gobierno en la costa y en el sur del país. El caudillo Felipe Santiago Salaverry tomó el poder por la fuerza en rebeldía contra Orbegoso.
Al sentirse amenazado, Orbegoso pidió ayuda militar al general paceño Santa Cruz, para “pacificar” el país. A cambio, Orbegoso le entregó a Santa Cruz sus facultades de gobernante de Perú y aceptó formar asambleas en el norte y el sur de Perú para que decidieran sobre la posible unión con Bolivia. En la época, los partidarios de juntar a ambos países no se ponían de acuerdo sobre cuál debía ser la región hegemónica.
Entonces, la propuesta de Santa Cruz fue dividir a Perú en dos -el estado norperuano y el surperuano- y acoplarle Bolivia, para que fueran “tres estados confederados y no hubiera supremacía territorial por parte de Perú, sino que al dividirlo quedara un peso más equitativo”, le dice la historiadora peruana Scarlett O’Phelan a BBC Mundo.
Luego de pactar con Orbegoso, Santa Cruz envió 5.000 soldados bolivianos y, para febrero de 1836, ya había logrado aplastar todas las rebeliones.
“Eliminado Salaverry, quedó Santa Cruz dueño del Perú”, escribe Basadre en “Historia de la República de Perú”. En marzo de ese año, se creó el estado surperuano, y en agosto, el estado norperuano. Ambas regiones, junto a Bolivia, reconocieron a Santa Cruz como “Supremo Protector” de la Confederación Perú-Boliviana. En octubre de 1836, Santa Cruz firmó un decreto que creaba oficialmente la Confederación. Pero la nueva entidad no tuvo mucho tiempo para consolidarse.
Cómo funcionaba la Confederación
Los tres estados acordaron que cada uno tendría su propio gobierno, pero que estarían sujetos “a la autoridad del gobierno general”, que se encargaría de las funciones diplomáticas, militares y económicas de la Confederación y de elegir a los presidentes de los estados, detalla Basadre.
El gobierno general estaba a cargo del protector Santa Cruz, por un periodo de 10 años y con derecho a reelección. Como parte de su mandato, “Santa Cruz planteó un hecho curioso, que la capital estuviera donde él estuviera”, le dice Aljovín a BBC Mundo. “Era una forma elegante de evitar el pleito de cuál era la capital”.
En temas de comercio marítimo, se asignó una aduana común en el puerto de Arica para el Estado Sur-Peruano y Bolivia. “En el proyecto de Santa Cruz era fundamental que Bolivia volviera a contar con Arica. Era un proyecto mucho menos ideológico que práctico, era contar con una salida al mar a través de Arica”, le cuenta el historiador chileno Gonzalo Serrano a BBC Mundo. Pero las reglas de la Confederación y la entidad misma generaron descontento casi desde que nació, dentro y fuera de sus fronteras.
Rechazo a la Confederación
En Bolivia, por ejemplo, mientras “los crucistas veían que Bolivia tenía la sartén por el mango” y apoyaban la Confederación, había algunos sectores a los que les molestaba “que Perú se dividiera en dos, porque en cualquier toma de decisión serían dos contra uno”, apunta Soux.
En Perú la idea de la Confederación era popular en el estado surperuano. Pero en el estado norperuano “se notaron desde un principio síntomas de resistencia contra el nuevo orden de cosas”, cuenta Basadre.
Esta región vio afectado su negocio de exportación de azúcar a Chile y no tenía la misma conexión con el estado surperuano que este tenía con Bolivia. Además, Lima, la capital peruana desde el virreinato y ubicada en el estado norperuano, temía perder relevancia en la vida del país frente al sur y las regiones andinas. La Confederación también contaba como enemigos a los caudillos peruanos que se habían levantado contra Orbegoso y a los que el protector Santa Cruz había derrotado. Muchos de ellos se habían exiliado en Chile, precisa Aljovín, y esperaban el momento de cobrar su revancha.
Figura contradictoria de Santa Cruz
Pero no solo la Confederación causaba descontento. La figura de Santa Cruz suscitaba reacciones contradictorias.
Era hijo de padre peruano, madre boliviana, estaba casado con una cuzqueña y había sido presidente de ambos países. “Él sentía que tenía un pie en Perú y otro en Bolivia, entonces tenía un serio problema de identidad. El equilibrio fue la Confederación. Yo creo que de alguna manera esta Confederación ponía estabilidad a su problema de identidad”, señala O’Phelan.
Como consecuencia de esta “doble” nacionalidad, “Santa Cruz parecía peruanófilo para los bolivianos y los peruanos lo miraban como boliviano”, cuenta Basadre, además de que creían que le habían entregado un “poder omnímodo”. Pero pronto se lo habrían de quitar.
Recelos de Chile y Argentina
Fuera de las fronteras de la Confederación, el proyecto despertó los recelos de Argentina y sobre todo de Chile, que mostró la determinación de que el proyecto integracionista desapareciera. El ministro chileno de Guerra, Diego Portales, encarnó la oposición inicial de su país contra la Confederación. Portales buscaba “el balance de poder en el Pacífico sudamericano”, escribe Basadre, y sentía que la unión de Perú y Bolivia era una amenaza para su país.
En una famosa carta de septiembre de 1836, Portales escribió: “la posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible” y “no puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el gobierno, porque ello equivaldría a su suicidio”.
Escribió también que “unidos estos dos estados aun cuando no sea más que momentáneamente serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias”, que “la Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América” y que Chile debe “dominar para siempre en el Pacífico”.
En ese momento, el puerto del Callao, en Perú, y Valparaíso, en Chile, que ya era bastante importante, competían por ser “el ‘hub’ portuario del Pacífico Sur”, cuenta Aljovín.
Además de la rivalidad comercial y económica, “en Santiago había temor de que esta unión recreara el virreinato de Perú, del que Chile siempre había sido dependiente”, dice O’Phelan. “La idea de Portales era acabar con la Confederación antes de que se consolidara; si no, iba a ser mucho más difícil destruirla”.
Así que en diciembre de 1836, Chile declaró la guerra a la Confederación, por supuestamente “amenazar la independencia de otras repúblicas americanas” y por el “temor ante el predominio de la Confederación en el Pacífico”, escribe Basadre.
En mayo de 1837, Argentina también declaró la guerra. Poco después, en junio de 1837, Portales fue asesinado en un motín. Sin embargo, su país mantuvo la decisión de enfrentarse a la unión perú-boliviana.
Expediciones restauradoras
Este objetivo contaba con el apoyo de los militares peruanos exiliados en Chile desde la rebelión contra Orbegoso, “que eran contrarios a Santa Cruz, a quien veían como extranjero y como un impedimento para desarrollar su proyecto político”, le dice Serrano a BBC Mundo.
Para ellos, aceptar el gobierno de Santa Cruz “era renunciar a la posibilidad de volver a gobernar Perú”. En este contexto, algunos chilenos “no sentían que peleaban contra Perú, sino que iban a liberar al país de Santa Cruz, que le iban a hacer un favor”, añade Serrano. Chile envió su “primera misión restauradora” en septiembre de 1837, un ejército que incluía a soldados y oficiales peruanos, al mando del chileno Manuel Blanco Encalada.
Al enfrentarse, el ejército de Santa Cruz rodeó a las tropas restauradoras y terminaron firmando un tratado de paz en Paucarpata. Sin embargo, Chile repudió este acuerdo.
Así que en julio de 1838 partió la segunda expedición restauradora chilena, que también incluía a peruanos, al mando de Manuel Bulnes. Además, “diversas ciudades del norte, poco antes o poco después, realizaron abiertos movimientos separatistas”, dice Basadre.
Meses después de permanecer en el territorio peruano y de avanzar sobre Lima, el 20 de enero de 1839 el ejército restaurador y el ejército confederado se enfrentaron en la batalla de Yungay, donde vencieron los restauradores.
Tras la victoria, Chile se retiró de Perú. Santa Cruz partió a Lima y luego, a Arequipa. Finalmente murió en Francia en 1865. Ante la derrota de su proyecto en 1839, casi de inmediato desapareció la división entre los estados sur y norperuano y la Confederación se deshizo.
“Elemento unificador”
La caída “fue un elemento unificador” en Chile, dice Aljovín. De hecho, produjo en el país “una intoxicación nacionalista que llegó hasta el alma del pueblo”, escribe Basadre.
Mientras tanto, Perú y Bolivia dejaron de lado una aspiración que nunca más repitieron en el futuro, según escribe Basadre: “Pese a todos sus defectos y errores, Santa Cruz les dio a Bolivia y al Perú siquiera una ráfaga de algo que hubo en su historia colonial y que falta casi permanentemente en la historia republicana: la ilusión de lo grande, el sueño imperial”.
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