El bombero voluntario que interrumpió su cena de Navidad por un incendio y otras historias de las Fiestas
LA NACION recogió testimonios de aquellos que deben celebrar las festividades lejos de sus familias o inmersos en el mundo laboral; ¿amor al servicio, necesidad o vocación?
3, 2, 1. El reloj marca las 00:00 y, en todo el país, familias y amigos alzan una copa al grito de ¡Feliz Año Nuevo! o ¡Feliz Navidad!, según la ocasión. Algunos, motivados por el fin de un ciclo, aprovechan la oportunidad para poner, en una especie de balanza mental, los pros y contras del año vivido y se plantean objetivos para el que viene. En el detrás de escena, otros trabajan, por necesidad, servicio o vocación, para que ese día sea una fiesta... para otros.
Una cena interrumpida en el cuartel
Ramiro Sousa, tiene 24 años y desde hace 6 es bombero voluntario: una elección que tomó en su afán por ayudar a otros. "La vida me llevó a ser bombero", dijo a LA NACION y agregó que se sumergió en ese mundo después de que algunos amigos suyos lo invitaran a ser parte porque le decían "que tenía el perfil".
Este joven cree que la clave está en "convertirse en nada para que el otro pase a ser todo", pensamiento que, cada día, refuerza al mirar uno de los rincones del cuartel donde se lee la leyenda: "Haz el bien sin mirar a quien". "Creo que esa frase lo resume todo porque, estar a disposición sin saber a quién estás ayudando, es una de las cosas más lindas que tiene la vida de servicio. Es servicio pleno porque parte del desinterés".
Este año, su familia viajó a San Juan para recibir el nacimiento de su sobrino y celebrar las fiestas. Él se quedó en Buenos Aires por trabajo y festejó la Navidad en el cuartel junto a sus compañeros con quienes, la noche del 23, cocinaron para, al día siguiente, solo tener que poner la mesa y comer tranquilos.
Ramiro contó que "la costumbre es sencillamente comer todos juntos", reírse y contar historias y destacó que, a veces, algunas personas se acercan a reconocerlos por el trabajo que realizan. "Este año vinieron tres hermanas, que son vecinas cercanas al cuartel, con chocolates y cosas dulces para agradecer y, también, se acercaron unos chicos de la parroquia Niño Jesús de Praga y otros de la del Espíritu Santo para saludar y conocer el lugar y a la gente que trabaja en los servicios de emergencia durante las Fiestas".
Esa noche, sin embargo, no todo fue recibir regalos y sorpresas. La cena fue interrumpida por la sirena. "Esa noche tuvimos un incendio de una casa mientras comíamos, otro de un auto y varios de contenedores que, claramente, fueron provocados", dijo.
El orgullo por el trabajo y el sueño de crecer
Diego Guerra tiene 34 años y, un horizonte claro: progresar. Es por eso que trata de absorber todos los conocimientos que puede en el restaurante donde ingresó a trabajar en enero de 2017 para realizar tareas de limpieza y mantenimiento. "Quiero avanzar", reconoció en una entrevista telefónica con LA NACION.
Este año, si bien le tocó pasar ambas fiestas en su trabajo, lejos de quejarse, se muestra entusiasta y lleno de "orgullo" por poder dedicarse a la gastronomía, algo que vive como una vocación. Según contó, la Navidad la pasó con alegría y a las 00:00 brindó con sus compañeros aunque, dentro suyo, quería estar con su familia a la que extrañó esa noche.
Esta es la primera vez que pasa las fiestas alejado de ellos y, al recordar cómo suelen celebrarlas en su casa, se colmó de nostalgia: "Mi mamá hace de todo, cocina comidas re ricas y siempre tiene todo preparado". Dijo que eso se extraña siempre.
Diego es un amante de la vida en sí misma y, si bien trabaja de noche en un horario que va desde las 17 hasta el cierre, todos los días se levanta temprano "para caminar" con la certeza de que "la vida hay que disfrutarla y todos los días hay que levantarse bien, contento y agradecer a Dios por lo que uno tiene, por la salud y el trabajo".
Este 1° de enero, cuando sean las 00:00, quiere alzar una copa, agradecer por lo vivido y pedir "que sea un gran año para todos". Volvió a decir que él tiene claro que su objetivo es crecer y confía en que le va a llegar su momento. Por eso, él quiere estar listo.
Un custodio en soledad
Al igual que los bomberos, muchas empresas arman un sistema de guardia para que cada uno asista a una de las dos fiestas, Navidad o Año Nuevo, Celso, un hombre de 39 años que trabaja en una empresa de seguridad privada, llama a esto "quedarse adentro" y a él, este año, le tocó hacerlo en Año Nuevo. Su servicio empieza a las 11 de la noche del 31 de diciembre y termina a las 7 de la mañana del 1° de enero.
Tiene este empleo desde hace dos años y esta Navidad fue la primera que, desde que trabaja allí, pudo alzar una copa con su familia. También esa fue la primera celebración que pasó acompañado porque, cada noche, Celso afronta el desafío constante de la soledad. En su turno debe cuidar el edificio solo, durante 8 horas, sentado en una silla y rotando la mirada entre las imágenes que arrojan las cámaras en un monitor, la calle y una pared espejada que tiene enfrente.
"Por suerte, lo llevo bastante bien", dijo y reconoció que es importante aprender a convivir con la soledad. Para él, el horario nocturno de trabajo es "otro mundo" y eso no le permite disfrutar algunos momentos, porque son incompatibles su trabajo con su vida familiar.
Este 1° de enero, cuando el reloj marque las 00:00, Celso mirará algún rincón del hall de entrada del edificio, despedirá un año al que describió como "complicado" y pensará en su familia y en sus hijos, con quienes acortará la distancia mandándoles un mensaje desde su celular. Esa es la forma que tiene de mantenerse cerca de ellos mientras 2018 se asoma y comienza a adueñarse de la escena.
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