Sensualidad y picardía en un ballet de chicas de entre 40 y 90 años
La bailarina Elsa Agras, de 89 años, dirige a 55 mujeres sin experiencia anterior en la danza; el espectáculo que presentan ahora es ¡A más hechos, más pechos!
El ambiente del teatro se llena de la sensualidad de Raffaella Carrà. Para hacer bien el amor hay que venir al sur, para hacer bien el amor iré donde estás tú. Sin amantes ¿quién se puede consolar?, sin amantes, esta vida es infernal... Elsa Agras, directora de un ballet integrado por 55 mujeres de entre 40 y 90 años, escucha unos segundos y dice: "Este es el hit. Con el perdón de la palabra: son un montón de atorrantas bailando en el escenario". Se ríe.
En el hall del teatro, Agras se prepara para la entrevista. Antes pauta: no quiere que la traten de usted, detesta las preguntas aburridas, prefiere hablar de proyectos nuevos más que del pasado. Cuando ve el micrófono, aclara que hay que tener cuidado con el marcapasos, al que llama Fred por el artista estadounidense Fred Astaire. "Esto que hago, el ballet con las chicas me rejuvenece; lo grupal, el cariño de ellas me renueva", dice. Aclara que casi llega a los 90: "En todos los lugares soy la más vieja de todas".
El ballet con las chicas me rejuvenece; lo grupal, el cariño de ellas me renueva
El espectáculo que ensayan ahora, y que se presenta cada viernes hasta diciembre, es "¡A más hechos, más pechos!". Para Elsa, lo que logran estas mujeres –amas de casa, profesionales, algunas jubiladas que no bailaron nunca antes- es milagroso. "Me produce mucha ternura cuando es el día de la función y las veo llegar con su bolsito y las pestañas postizas que ya se las pusieron en sus casas; eso me llena de ternura", dice.
Elsa sí tiene formación en danza. "Debo haber salido bailando de la panza de mi mamá", dice. Si bien sus padres no le permitieron dedicarse de lleno a la danza, sí la autorizaron a ser docente. Toda la vida, desde los ocho años, se preparó para eso. "La danza me permite estar viva", dice.
Nora, Nori en el ballet, tiene 50 años. "Soy la más chica del ballet; la más joven es Elsa", aclara. Antes de entrar al ensayo cuenta que lo que tienen en común entre todas sus compañeras es que nadie pudo dedicarse antes a la danza. "En nuestra época no era como ahora que una le pregunta a los chicos qué quieren hacer y los manda; antes no les daban importancia a los nuestros deseos", dice. "Cuando mis padres se enteraron de esto me dijeron: ‘Es lo que te gustó toda la vida". No hay reproche. Sabe que corren otros tiempos y lo agradece.
"Siento que no es tarde para mí. Acá Elsa nos hace sentir que no importa que no tengas una formación técnica, ni un físico privilegiado; con ella sentimos que podemos hacerlo, que hay que tener ese deseo y la alegría en el cuerpo", dice y asiente, como una verdad que hizo propia.
Se muestran sensuales, tienen muchísima alegría y la transmiten al público
A Elsa la enoja que se hable de "tercera edad" y que este tiempo se asocie a una abuela tejiendo con una capita sobre los hombros. "Es mentira que después de los 60 una tenga que llamarse a cuarteles de invierno. El cuerpo expresa lo que siente el espíritu y yo acá veo muchas abuelas bailando", dice, su voz es brillante, festiva. "Me produce una enorme alegría verlas, porque se desinhiben, se muestran sensuales, tienen muchísima alegría y la transmiten al público, que responde con una fiesta", dice. Cree que ocurre una conexión fuerte porque la gente de la platea siente que podría estar en el escenario bailando.
Enfatiza en la sensualidad que renace en ellas y habla de cierta confianza en sí mismas. "Desde que tengo el grupo cada año se divorcia alguna. No es porque el ballet las conduzca a divorciarse, sino porque dan un paso que tenían ganas de dar hace tiempo y se animan", señala. "Este año estoy un poco defraudada porque no se divorció nadie", agrega seria; luego ríe. "Pero vino una y me dijo: ¿Sabés, Elsa? Tengo un amante. Bueno, de vez en cuando". Vuelve a reírse y agrega: "Me hizo gracia que me lo dijera".
Marina tiene 69 años y hace 9 que está en el ballet. Jubilada de la docencia –fue profesora de Historia- Marina encontró el tiempo libre para hacer algo que siempre le gustó. Todavía ahora, casi diez años después de la primera vez que puso un pie en el ballet, se asombra y agradece haberse animado. "Nunca pensé estar en un escenario", reconoce. En este espectáculo baila cumbia, tarantela, Raffaella Carrà y La chica del 17.
Ella también se asombra de sus logros con el cuerpo. "El cuerpo habla a través del baile. Me pasaba al principio que escuchaba la música pero sentía que el cuerpo no me respondía para seguirla", cuenta. Y ejemplifica con el trabajo intelectual: "Es como cuando uno entiende la idea pero no puede expresarla". Con el tiempo empezó a sentir que su cuerpo le responde con la fuerza que le pide la música. "Todo es entrenamiento. Todas las cosas merecen su tiempo y con los años se logra algo mejor", dice. Y no quiere olvidarse de aprender jugando, con alegría, como les enseña su maestra.
Norita apunta que lo que a ella le "fascinó" es la potencia del grupo. "Aquí no importa tanto el aspecto. Todas tenemos celulitis, kilos de más, las cosas de los años lógicas y naturales y nos mostramos tal cual somos, sin competencia", cuenta. "Estamos en igualdad de condiciones y podemos bailar libres porque no estamos yendo a una clase de salsa en un gimnasio con 20 ó 30 chicas que están comiendo manzana; nosotras venimos de comernos un chocolate". Se ríe. Pura alegría en esa cara que ya está lista para una nueva función. "Mi marido está fascinado. ‘Si te vieras la cara de felicidad que tenés cuando salís de acá. No dejes nunca’", me dice.
Estamos en igualdad de condiciones y podemos bailar libres porque no estamos yendo a una clase de salsa en un gimnasio con 20 ó 30 chicas que están comiendo manzana; nosotras venimos de comernos un chocolate
Elsa sigue el ensayo en su silla plástica; a su lado se apoya un bastón que no puede dejar aunque quisiera. Desde allí ella dirige la orquesta: suena la música y empiezan sus movimientos con la cabeza, los hombros, los brazos, los pies. Todo se mueve al compás. Mientras, en los distintos temas, se escuchan acotaciones como: "¡Este paso expresa picardía, chicas!"; en otro momento: "¡Más juguetón!"; "el ‘oh’ estuvo muy lindo"; "esta es una irreverencia todo el tiempo, recuerden eso"; "¡atenti! no hablen que se desconcentran".
Sadi, una paramédica jubilada de 83 años, se suma a la conversación. Recién termina el número que le tocaba ensayar. Hace diez años que el ballet está integrado en su rutina y no lo deja por nada. "La tercera edad no existe. Elsa es el ejemplo patente de eso. ¡Mirá las agallas que tiene para dirigirnos!", dice. "No es fácil llevar a tantas señoras juntas". Sadi cuenta que el compromiso que tiene con el ballet la mantiene joven, vital. Ella no representa su edad ni por asomo. No está quieta nunca. "La mayor emoción fue cuando todo el ballet me celebró mis primeros 80 años", dice. Esa noche no se la olvida más: como cada vez que se juntan, bailaron y cantaron hasta tardísimo.
"¡Chicas! A bailar el charlestón, para despedir a los invitados", convoca Elsa, la Pina Bausch porteña.
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