El arquitecto de la belleza
El director del Teatro Colón devela detalles de su último cumpleaños, que celebró en una cantina berlinesa junto al célebre pianista y Martha Argerich
La noche del 16 de septiembre cené en una cantina de Berlín. Celebré así, lejos de Buenos Aires, mi cumpleaños junto a Martha Argerich, Daniel Barenboim y su mujer. Un regalo inusual. Esa noche, consultado por Martha, el pianista reconoció que, aunque no podía considerar que Buenos Aires fuera su ciudad -hace muchos años que vive en Eorupa-, cada día sentía con mayor intensidad el impulso de reencontrarse con ella. Me invitó a su camarín, sirvió dos vodkas en pequeñas copas de plata y habló no sin nostalgia de su infancia, de sus abuelos, de los días de la niñez en que conoció a Argerich. "Debo regresar con más frecuencia", dijo. Acababa de obtener un triunfo descomunal en noches sucesivas en la Philharmonie y en la Koncerthaus. En ambos conciertos, Martha y Daniel tocaron piano a cuatro manos.Lo conocí personalmente en la década del 90, cuando yo era director general de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. En una entrevista, le solicité que dirigiera nuestra orquesta. No tuve dudas sobre cuál iba a ser su respuesta, pero insistí. En ese momento, Barenboim conducía la Sinfónica de Chicago y la Filarmónica de Berlín, además de dirigir ópera y dar recitales de piano. Toda esa actividad casi no le dejaba tiempo libre.Estuve presente en la mayoría de sus actuaciones en Buenos Aires y, ya en mayo de 2010, tuvimos la fortuna de contar con su presencia en la temporada de la histórica reapertura del Teatro Colón. En ese período de varios días en el que dirigió la Orquesta West-Eastern Divan, interpretando las nueve sinfonías de Beethoven, y la orquesta y el coro del Teatro alla Scala de Milán, haciendo el Réquiem de Verdi, más dos funciones de Aída en versión de concierto, tuve la oportunidad de dialogar varias veces con él. Le dije entonces que mi deseo era que volviera al Colón a dirigir ópera.Ese fue el principio de un diálogo que más tarde continuó en Berlín, adonde viajé en abril para el estreno del film ColónRing, y más tarde en otros viajes, ya exclusivamente destinados a organizar el festival anual que presentará en las temporadas 2014, 2015 y 2016, dirigiendo ópera y, además, actuando junto a Martha Argerich y Les Luthiers y dialogando con pensadores y escritores contemporáneos.Me recuerdo comentándole al maestro que yo fui uno de los miles de espectadores que, durante 40 minutos, lo aplaudimos de pie en la despedida de aquellas gloriosas presentaciones que realizó en la reapertura del Teatro Colón, en mayo de 2010. El volvió a exhibir sus dotes como artista integral, verdadero arquitecto musical. Tiene una capacidad intelectual única y una memoria prodigiosa, como lo probó al tocar las 32 sonatas de Beethoven sin partitura. Sin embargo, siempre creí que lo que en verdad celebrábamos con ese aplauso singularmente extenso era la búsqueda de la excelencia y la exaltación del conocimiento que ambos artistas representan, un gesto inusual y en buena parte olvidado en un medio cultural como el argentino. Celebrábamos, con añoranza, la idea de que acaso alguna vez pudimos haber sido como ellos.
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