El apego: un estilo de crianza que suma respaldo científico
Varios trabajos confirman las ventajas de estar pendientes del bebe
En los últimos años, los padres primerizos calmaron sus dudas acerca de cómo criar a sus hijos con respuestas que provienen de distintas teorías, métodos y técnicas, a veces sin demasiada comprobación. ¿Hay que darle de comer cada vez que el bebe lo demanda o conviene organizar una rutina con horarios? ¿Hay que alzarlo cuando llora o es mejor que aprenda a esperar?
Las librerías son un fiel reflejo de esa búsqueda: por lo menos 500 títulos prometen revelar los secretos de una crianza perfecta. Y siempre están los consejos que aportan a voluntad amigos y familiares sobre la mejor forma de dormir, alimentar o calmar al bebe con recetas propias o ajenas.
En ese contexto, la teoría del apego (propone no escatimar respuestas a cada pedido o necesidad del bebe) suma evidencia en su favor. "Hoy podemos responder científicamente a muchas de las preguntas que se hacen los padres, sobre todo los primerizos. La teoría del apego es la más sólida, sobre todo en los temas de desarrollo infantil", afirma la doctora en psicología Inés Di Bártolo, profesora de la Universidad Católica Argentina (UCA).
El apego -que tuvo y tiene sus detractores- acumula años de experimentos sobre el efecto que tienen distintos estilos de crianza durante una inmensa ventana de oportunidad: el primer año de vida. Tantos años de resultados se extienden ya entre generaciones y esa información empieza a desafiar prejuicios culturales.
"Aquellos bebes cuyas madres están más pendientes de ellos y les responden enseguida, lejos de volverse malcriados y dependientes, se vuelven más independientes, autónomos y seguros de sus recursos personales -indica Di Bártolo a modo de resumen-. Por eso, mi consejo a las madres es que nunca duden en alzar a un bebe que se lo pida."
El apego se define como un vínculo emocional que se forma entre dos personas, que no es exclusivo de la madre y el bebe, y es distinto de otros vínculos emocionales. "Está impulsado biológicamente y tiene una característica única: mantener y restablecer el equilibrio emocional. Sin esta regulación emocional, no se pueden llevar a cabo una serie de actividades psíquicas, como la exploración o el crecimiento -aclara Di Bártolo-. Todo lo que un bebe pueda llegar a conocer, a explorar, depende de esa regulación emocional."
Eso sucede, como explica enseguida, porque los bebes nacen sin la capacidad de autorregularse. Cuando la mamá, el papá o los abuelos alzan al bebe cuando lo pide, o juegan cuando quiere jugar, están construyendo esa capacidad si van descifrando qué necesita el bebe. "Lo que se pasa haciendo una mamá y un papá con un bebe chiquito es regularlo: el bebe llora y ellos tienen que calmarlo, pero buscando saber qué le pasa, sobre todo guiados por algo básico como «entrar en sintonía» a través de la empatía."
Esa sintonía emocional no sería tan abstracta. Di Bártolo cuenta que estudios por neuroimágenes detectaron que hay áreas del cerebro que se activan cuando interactúan bebes y adultos que están construyendo ese vínculo.
Desde los años 70, un experimento clásico de la teoría del apego refuerza la idea de que el sentimiento de seguridad, independencia y autonomía en la vida depende de esa regulación emocional inicial.
En la llamada prueba de la situación extraña, que dura alrededor de 20 minutos y figura entre los cinco experimentos más importantes en psicología del siglo XX, los evaluadores observan a través de un espejo el comportamiento de chicos de un año en una habitación llena de juguetes, desconocida y acompañados de la figura de apego, que suele ser la madre.
Durante el experimento, la madre sale del cuarto dos veces, dos minutos cada vez. "Lo más interesante de la prueba no es cómo se separan, sino cómo se reúnen", aclara Di Bártolo. Y no todos reaccionan igual. "La mitad de los chicos quiere que la mamá los alce, se abrazan a ella, pero rápidamente se calman y piden que los bajen para volver a jugar -explica-. En esos chicos, el apego es seguro. Cuando crecen, son simpáticos y empáticos. Ayudan a los demás y son más resistentes a las situaciones de estrés."
Pero la otra mitad reacciona de tres maneras bien definidas: son indiferentes y se distraen fácilmente (evitativos), son inconsolables y no quieren volver a jugar (ambivalentes) o se alejan o tienen otras conductas extrañas para la situación (desorganizados).
En todos esos casos, se habla de que existe un apego inseguro, según detalla Di Bártolo, ahora a modo de resumen de El apego y la intersubjetividad, un libro que acaba de terminar. Allí, en más de 250 páginas, describe la historia de todos estos experimentos, en muchos de ellos como investigadora, y su aplicación en la práctica clínica.
Los resultados sorprenden. Por ejemplo, revelan que un 80% de los chicos que están institucionalizados o que son víctimas de maltrato y abandono son inseguros desorganizados. En la población general infantil, esa proporción no supera el 15 por ciento.
En la prueba, todas las madres se comportan igual. Lo que varía es lo que hicieron los 12 meses previos. "Las madres de los chicos con un apego seguro habían estado más pendientes de las señales de su bebe (respondían rápido al llanto, la demanda de ser alimentados o alzados y a sus sonrisas). Estaban disponibles cuando los bebes parecían querer estar con ellas", dice Di Bártolo.
Los estudios que se están realizando sobre los efectos que tiene apego seguro al año de edad ya llegaron a grupos de adolescentes y jóvenes de hasta 20 años de edad y, también, entre varias generaciones.
"En el primer año, no hay que pretender que el bebe sea independiente, sino conocer sus señales y responderle -insiste Di Bártolo-. Es ponerse en su lugar y tratar de entender lo que quiere: no empezar a jugar si quiere dormir y no alimentarlo si quiere jugar, además de compartir cuando muestra sus descubrimientos. Es como aprender a hablar su idioma. Si uno le provee seguridad, será independiente cuando crezca, se acostumbrará al jardín de infantes, resistirá mejor los conflictos y se esforzará ante un desafío."
Para Flavia Tomaello, autora de un par de los títulos disponibles en las librerías, como Rutinas felices. Agenda para padres, seguir estilos de crianza "sólo porque se ponen de moda" no es lo más saludable para los hijos ni para los padres. "Creo en una paternidad más reflexiva y participativa, donde uno pueda sumarse o no a la teoría del apego, por ejemplo, si se coincide con lo que significa", opina la autora.
"No hay exceso alguno en la cantidad de upa y de mimos que uno puede entregar al hijo desde que nace", suele repetir la terapeuta y escritora Laura Gutman, reconocida referente de la crianza con apego, tema sobre el que ha vendido miles de ejemplares.
Un experimento reconocido
La prueba clásica del apego, entre las cinco más relevantes
- La denominada prueba de la situación extraña es un experimento clásico para estudiar los principios y los efectos de la teoría del apego
- En estos 40 años, sus resultados suman evidencia de que el sentimiento de seguridad, autonomía e independencia depende de la regulación emocional en el primer año de vida. Esto ya se comprobó en grupos de hasta 20 años de edad y entre generaciones
- La prueba cuenta con un reconocimiento especial: quienes estudian y trabajan con las teorías del desarrollo la votaron como uno de los cinco experimentos más importantes de la psicología del siglo pasado
- Dura aproximadamente 20 minutos y consiste en la observación, sin intervenir, del comportamiento de chicos de un año con y sin la presencia de un adulto (figura de apego), que generalmente suele ser la madre o la persona cuyo vínculo desee estudiarse
- A través de un vidrio espejado, los investigadores observan el interior de una habitación con juguetes. La madre entra y sale de la habitación dos veces
- Los investigadores evalúan no sólo cómo se separan la madre y el hijo, sino también cómo reaccionan los chicos cuando se reencuentran después de dos minutos de separación
- La prueba revela dos tipos de apego, que anticipan perfiles futuros: seguro o inseguro. El apego inseguro provoca reacciones evitativas, ambivalentes o desorganizadas