Se trata de Oliveira Musical, que el cantante visitaba de chico, junto a su padre, en Rosario; el emprendimiento familiar sigue vigente desde 1962
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Un joven Fito Páez entra a la disquería Oliveira Musical, se sumerge en las bateas, revisa los vinilos y escucha algunos en un antiguo tocadiscos junto a su padre. La escena se repite en varias tomas de la serie El amor después del amor, basada en las memorias del músico rosarino. Allí descubre, entre otros, a Charly García y a Luis Alberto Spinetta, con quienes luego trabajará. Actualmente, ese espacio en la memoria de Páez, que fue parte de su desarrollo como artista, sigue en pie en la esquina de siempre, en la ciudad de Rosario, y sigue administrado por la familia De Oliveira, que se muestra agradecida por ser recordada en la producción de Netflix.
“Al papá de Fito lo teníamos registrado en una ficha. Tenía una cuenta corriente, y era un cliente muy consecuente. Venía todas las semanas o cada 15 días en la década del setenta. Compraba discos y escuchaba los nuevos lanzamientos”, señala en diálogo con LA NACIÓN Cristian De Oliveira, de 63 años, el mayor de los cuatro hermanos y el que primero se sumó a trabajar en la disquería con su padre, Pedro, a los 12.
Dos características particulares de la disquería Oliveira fueron claves para cimentar un vínculo con la familia Páez. Por un lado, quedaba cerca de su hogar, a unas 12 cuadras, a las que se llegaba fácilmente caminando. Por el otro, Pedro, el papá de Cristian, que falleció en 2009, tenía la misma afición que Rodolfo Páez, padre: la música.
“Cuando terminé séptimo grado empecé a ayudar en el negocio familiar. Mi padre era melómano como el papá de Fito, y le encantaba escuchar todo tipo de música, mostrarles a los clientes cuáles eran las nuevas canciones, probar los temas, y conversar al respecto. No era una disquería a la que llegabas, comprabas tu disco y te ibas”, destaca Cristian.
Una escena de la serie retrata esta situación. Fito, de unos 9 o 10 años, se sumerge en las interminables pilas de vinilos dispuestas en el local de la familia Oliveira. Su padre, protagonizado en la ficción por Martín Campilongo, selecciona uno de música clásica para reproducir y Fito le sugiere escuchar uno de Serú Girán, con el ya famoso Charly García. Su predilección por el rock ya se manifestaba.
“Podías escuchar el disco entero en el negocio sin necesidad de comprarlo. Cuando llegaba música nueva queríamos conocerla, era una forma de saber lo que estábamos vendiendo. Con los clientes se generaba un vínculo, se charlaba sobre nuevos artistas, había cercanía”, detalla el actual dueño de Oliveira Musical.
Cristian aclara a LA NACIÓN que ninguna escena se filmó en el local, y precisa algunos detalles: “Nuestro negocio es una esquina y el que sale en la serie no lo es. Lo mismo pasa con la escena de cuando Rodolfo Páez se desmaya en la disquería, eso es ficción, pero está bien que se tomen algunas licencias, es entendible”. Con humor, Cristian suma: “Mi papá, al igual que yo, era pelado, no como el actor que lo interpreta, con un montón de pelo negro”.
Música en vivo, un piano y amigos en común
La historia de la familia De Oliveira con la música atraviesa varias generaciones. El abuelo de los actuales dueños, Juan, era afinador de pianos. En el primer local que instaló, en 1962, con su hijo Pedro no solo brindaba este servicio, sino que, además, vendían discos. Con el tiempo, en 1972, se mudaron a la esquina de Urquiza y Entre Ríos, ese era el comercio que visitaban Fito y su padre. Actualmente, los avances tecnológicos y sociales transformaron a la antigua disquería en un lugar de venta de instrumentos musicales, en el que trabajan los hermanos De Oliveira y sus hijos, la cuarta generación de una familia con una larga tradición musical.
Como retazos, cada uno de los hermanos tiene algún recuerdo con el músico rosarino. Marisa, de 60, estudió piano en el conservatorio. Cuando ella tenía 12 o 13 años, un joven Fito Páez ingresó al negocio familiar para saldar la cuenta corriente de su padre.
“Fito toca el piano como vos, estudia en el conservatorio, decile que te muestre”, le dijo Pedro De Oliveira a su hija adolescente. Fue así como ambos entraron en la casa, que era la continuación del negocio, y se ubicaron en la habitación en donde estaba el piano de la joven. “Tocó una pieza clásica, no me acuerdo si Beethoven, Chopin o Brahms. No me olvido más de ese momento”, señala Marisa a LA NACIÓN, que agrega que para ella, las letras del artista “son himnos”.
Cristian De Oliveira, en tanto, tuvo la posibilidad de ser parte de uno de los momentos más icónicos del artista rosarino: cuando se consagró como solista. Para inicios de los años 80, Fito le encargó un instrumento musical, un teclado Yamaha Dx7, que tiene un sintetizador con un sonido particular que se escucha en el disco Giros, de 1985. Cuando Cristian lo consiguió, se lo llevó personalmente a su casa de Estomba y La Pampa, en el barrio porteño de Belgrano R.
“En esa época yo arrancaba a vender instrumentos musicales, aparte de la disquería. Muchos instrumentos los traían los músicos que viajaban al exterior a tocar porque acá no se conseguían o eran muy caros”, detalla.
La hermana más chica, Mariana De Oliveira, de 51 años, muestra con orgullo una foto con Fito Páez. Él, con unos rulos perfectos, anteojos de sol y un traje negro; ella, con 15 años, pelo corto y encandilada por el sol. El músico le sostiene el hombro.
“Teníamos mucho contacto con el guitarrista de Páez, Fabián Gallardo, que nos invitó a toda la familia De Oliveira a su casamiento. Fito ya era más famoso, independiente”, indicó Mariana a LA NACIÓN.
Toda la familia se muestra agradecida por el reconocimiento en la serie autobiográfica del artista. “Estamos felices, muy orgullosos de haber participado de esa manera”, señala Cristian, mientras que su hermana Marisa enfatiza su gratitud.
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