El 7% de los trasplantes cardíacos son por una complicación de la enfermedad de Chagas
Unos dos millones de argentinos conviven con esta infección parasitaria endémica
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Una infección con la que conviven unos dos millones de argentinos —cifra estimada por falta de registros epidemiológicos de calidad— está silenciada, aun cuando casi en un tercio causa complicaciones cardíacas y, en la última década, provocó el 7% de los trasplantes de corazón en el país, según cifras que se conocieron ayer, lo que coincidió con el Día Mundial de la Enfermedad de Chagas.
La salud cardíaca es el blanco más vulnerable frente a la infección por el parásito Trypanosoma cruzi en tres de cada 10 personas que estuvieron expuestas, principalmente por transmisión de madre a hijo (congénita) o la picadura de una vinchuca (transmisión vectorial). Otras vías son las transfusiones y los trasplantes, pero se considera que en el país la vectorial y la congénita siguen siendo las más comunes.
Esta enfermedad endémica no se limita a las provincias del norte ni a parajes alejados o pobres, como se suele pensar, sino que se extiende a más del 80% del territorio, pese a la falta de información pública y la notificación de apenas una pequeña proporción de casos.
Las cifras informadas a la Organización Panamericana de la Salud (OPS) indican que hay entre 1,5 y 1,6 millones de argentinos infectados, con o sin síntomas. En el Encuentro Nacional de Chagas de hace tres años con representantes de esa oficina regional de la Organización Mundial de la Salud, autoridades sanitarias locales actualizaron esa cantidad estimada a un rango de entre 1 y 3 millones de afectados, con un promedio de 2 millones, según informó en ese momento la OPS, hasta poder contar con registros oficiales de calidad.
De hecho, el lema internacional elegido este año para concientizar sobre el Chagas es “Ayudanos a saber cuántos somos y dónde estamos”.
De choque
“Se estima que, en nuestro país, el 30% de los infectados desarrollará miocardiopatía dilatada y que entre el 1 y 10% de ellos puede evolucionar con insuficiencia cardíaca avanzada y necesitar un trasplante de corazón”, explica María Florencia Renedo, coordinadora del área de Insuficiencia Cardíaca y Trasplante Cardíaco del Hospital Universitario de la Fundación Favaloro. “El órgano de choque en nuestra población es el corazón. El parásito T. cruzi tiene cierta variación genética, pero, acá, el compromiso principal es cardíaco, seguido después del digestivo o neurológico, a diferencia de lo que informan otros países, como Brasil, por ejemplo”, señala.
Un estudio que su equipo presentó durante el Congreso de la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC) del año pasado sobre los resultados obtenidos con los trasplantes hechos en su hospital en estos 24 años, desde la apertura del programa de trasplante coronario en Chagas, demostró que la supervivencia y la calidad de vida de los pacientes tratados por una miocardiopatía chagásica “es similar a la de aquellos que reciben un trasplante cardíaco por otras patologías”, resaltó Renedo en diálogo con LA NACION.
La especialista citó, a la vez, información actualizada del Incucai: “Un 6,5% de los pacientes en lista de espera para un trasplante cardíaco [hay 138 actualmente] tiene una miocardiopatía dilatada chagásica y, en los últimos 10 años, el 7% de los pacientes que recibieron un trasplante de corazón en el país tenía enfermedad de Chagas”. En 616 procedimientos hechos en Favaloro, la proporción es similar: 39 pacientes o el 6% tenían miocardiopatía chagásica.
Juan Palavecino es uno de esos pacientes. En junio del año que viene cumplirá 20 años de trasplantado. A los 65, vive en Laferrere, provincia de Buenos Aires, con su esposa, María Antonia. “Se habla muy poco del Chagas y es una enfermedad que está latente —dice a LA NACION—. Muchos no le dan la importancia que habría que darle. Hay muchos que sienten vergüenza porque viven en lugares muy precarios y, a veces, el que sale perjudicado no es quien vive ahí, sino los que van a trabajar y vuelven a casa con la infección. Hay desconocimiento. Conozco gente chagásica que no saben que con un tratamiento se pueden recuperar. No hay una campaña pública de información para que sepan a dónde ir.”
Oriundo de Tres Mojones, Chaco, sus padres decidieron mudarse con cuatro hijos a Buenos Aires cuando él tenía 17 años. “No tengo vergüenza de dónde vengo —sostiene—. A la mañana, cuando me levantaba de un catre donde dormíamos con mis hermanos [dos varones y dos mujeres] y sacudíamos las frazadas o el colchón, el piso se volvía negro de la cantidad de vinchucas que había. Seguramente, en ese tiempo me habrá picado alguna. Eran ranchitos de barro y paja.”
Juan tuvo primos que fallecieron muy jóvenes de manera súbita, según recuerda. “Mi papá, que trabajaba en Gas del Estado, murió de un infarto en casa; creo que era chagásico y él no tuvo la oportunidad como yo con el trasplante de corazón. Mi hermano era chagásico, hizo el tratamiento y se curó. Tengo tíos que son chagásicos, pero no hicieron tratamiento y no pueden donar sangre por la infección”, continúa.
Cansancio inexplicable
Cuando tenía 43 años, el médico de la fábrica donde trabajaba le hizo estudios de rutina, como al resto de los 1200 trabajadores. “Tenía un cansancio que nunca había sentido, ni cuando jugaba al fútbol. Me habían aparecido manchas en el cuerpo y cada vez corría menos, no podía respirar bien y las piernas no me respondían como antes. Sentía mareos como si me hubiesen dado un golpe en la cabeza. Perdía fuerza o ganas de hacer —relata—. Cuando el médico vio los análisis y el electrocardiograma me dijo «Debe ser Chagas». Era salteño y conocía la enfermedad [pueden pasar años desde la infección hasta la fase crónica]. Me aconsejó ir a la avenida Paseo Colón [al 500, donde funciona el Instituto Nacional de Parasitología Fatala Chabén]. Tenía la misma edad de mi papá al morir.”
La empresa lo despidió con indemnización porque el problema cardíaco no le permitía hacer esfuerzo. Consultó a varios cardiólogos, que le recomendaron buscar un lugar que pudiera tratar un daño tan delicado. Aportaba a una AFJP, una junta médica determinó que tenía un 73% de discapacidad y le otorgaron la jubilación anticipada. En 2003, durante una internación por una descompensación en una clínica del PAMI de González Catán, un cardiólogo le aconsejó a la familia que lo cambiaran de centro “porque ahí no podían hacer nada más”. Así llegó a la Fundación Favaloro, donde se decidió el trasplante de corazón y lo incorporaron a la lista de espera. “Mi corazón no daba más. En ese momento, no había la experiencia que hay hoy con los trasplantados cardiológicos chagásicos”, dice Juan.
Hubo que dejar pasar la primera oportunidad por una complicación de salud. La segunda llegó el 1° de junio de 2003, a las 12, como recuerda con precisión. “¡Ya llegó, Juan!”, le anunciaron ese domingo. “Y es lo último que recuerdo —continúa—. Me costó un año recuperarme. El año que viene voy a cumplir 20.” Ahora, trabaja de noche, entre ocho y 12 horas, con una hora y media de viaje de ida y de vuelta. Orgulloso, dice que hace 16 años que no deja de trabajar.
“Es muy difícil eliminar el Chagas si no se hace algo —sostiene Juan—. Sigue existiendo. Pero nadie le da la importancia que tiene. Hace falta hablar más del tema porque muchas personas que viven en áreas infestadas por vinchucas mueren por un infarto o muerte súbita y nunca nadie se pregunta por qué.”
Hace unas semanas, fue a un aserradero cerca de su casa por unos arreglos que tenía que hacer y los empleados le preguntaron si conocía los insectos que habían aparecido entre unas maderas. “¡Y eran vinchucas! —dice Juan—. Sería importante mostrarle a la población cómo es una vinchuca y dónde hacerse una prueba ante la duda si alguien piensa que estuvo expuesto en el trabajo, un viaje o donde vive.”
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