Efecto cuarentena: Por qué algunos adolescentes siguen deprimidos
La lenta salida del confinamiento emocional preocupa a los padres y a los especialistas
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Juana tiene 17 años y vive en San Isidro. Esta semana, su mamá se la pasó yendo y viniendo a su habitación para pedirle que se levantara, que abriera las persianas, que saliera, que comiera. Está preocupada. Dentro de una semana empiezan las clases y su hija ni siquiera se probó el uniforme para saber si todavía le queda. “Es más, pasa todo el día en la cama, se levanta cuando empieza a anochecer. Yo sé que todo se va a regular cuando empiecen las clases, pero me preocupa. A la noche se conecta o va a la casa de alguna amiga. No sé si se está despidiendo de esta etapa o si está deprimida”, cuenta Sonia, la mamá, desconcertada.
No fue un año sencillo para Juana ni para su madre. Primero, fue el descontrol de horarios del comienzo de la cuarentena, después la angustia y la soledad de tantos meses sin ver amigos. Cuando llegó la apertura, las salidas le cambiaron el humor por completo. Los padres se debatían entre dejarla ir y verla contenta o restringir salidas y sentirse seguros. Cambió el año y se fueron a la costa y allí la sensación fue que la pandemia había terminado. Pero cuando volvieron, la adolescente volvió a encerrarse y los padres están preocupados por esta montaña rusa de horarios y estados de ánimo.
Algo parecido ocurre en la casa de Celeste Díaz, de 16 años. Se lo resumió a su terapeuta de la siguiente manera: “Este año no me pasó nada. Ni bueno ni malo. Me pasé el año encerrada, esperando y finalmente no pasó nada”, dice.
No son pocos los adolescentes que viven situaciones similares, que desconciertan a los padres. ¿Por qué están deprimidos ahora, cuando hay una mayor apertura de actividades y cuando están por volver al colegio de forma presencial?
Los especialistas explican que la sintomatología que presentan los chicos ahora es parte del coletazo del encierro que se prolongó más de lo recomendado y que dejó en los más jóvenes un impacto psicológico mayor que en el resto de la población. A comienzos de la pandemia, varios estudios indicaron que la cuarentena agudizó la depresión entre adolescentes.
El equipo de investigaciones Facultad de Psicología UBA monitoreó cuatro momentos de la pandemia para conocer la evolución de la salud mental y del impacto psicológico de la pandemia. Entre marzo y octubre se duplicó el porcentaje de la población con riesgo de desarrollar un trastorno mental: de casi el 5% a más de 10%. Y el grupo que más vulnerabilidad psicológica presentó fue el de los adolescentes, según explica Martin Etchevers, secretario de investigaciones de Psicología de la UBA y docente titular de Psicología Clínica.
“Desde los primeros resultados, nos llamó la atención que la franja etaria que tenía peores indicadores era la de los jóvenes. Aunque estaban fuera del foco epidemiológico, eran los más afectados. Para ellos, la cuarentena prolongada tuvo una valencia muy negativa. Eran los que tenían más en juego y quienes lo vivieron con más incertidumbre. Una persona de 60 años ya resolvió cuestiones de ciclo vital, su familia, su trabajo, su vocación. Los más chicos se quedaron con todas las incógnitas. Sufrieron las mayores pérdidas. Se les complicaron las relaciones interpersonales. Y perdieron esa instancia de regulación que son los pares”, explica Etchevers.
La perspectiva del tiempo, que pasa más lento que para las personas mayores también incidió. “Para los chicos, este fue un año eterno, sin horizontes —dice—. Primero, los encerramos por muchos meses. Los sacamos de las escuelas, que son para ellos espacios de contención, sobre todo para quienes viven en situaciones de vulnerabilidad. Pero además, son el ámbito donde pueden autorregularse y medirse entre ellos. Lo que la educación a distancia no puede reemplazar es la función de los pares, tal vez sí a los docentes. Y es fundamental”.
“Siete de cada diez chicos menores de 25 años, durante la cuarentena tenían síntomas compatibles con la depresión”, explica Marina Manzione, que coordinó un estudio que entrevistó en septiembre a 1000 adolescentes que impulsó la Fundación Vivir Agradecidos, para elaborar un diagnóstico de la situación emocional de los adolescentes en el contexto de la cuarentena.
Según los resultados, el 26,7% experimentaba una depresión moderada, y el 40,3% formas graves. Además, más de la mitad desarrolló problemas de ansiedad y el 61% no muestra resiliencia, es decir la capacidad de sobreponerse y transformarse para seguir adelante en la crisis.
“Hoy se percibe el coletazo del encierro. Siguen apareciendo trastornos del sueño, de la alimentación, muy fuertes. Estados de ánimo muy variables. El vacío y la soledad que se experimenta como parte de la construcción de la identidad en la adolescencia, con el encierro se hicieron más intensos y en algunos casos tomó otra connotación”, explica.
Los amigos son los de la Play
Bruno Tenca tiene 16 años y cuando comenzó la pandemia vivía en Azul, provincia de Buenos Aires. “Al principio estaba feliz porque era como que seguían las vacaciones. Pero después, entendí que mi vida había cambiado. Antes, iba al colegio, salía, me la pasaba más con mis amigos que en mi casa. Iba a entrenar rugby, a correr, a guitarra, a inglés. Todo eso desapareció. Y en cambio, empecé a conectarme muchas horas con mis amigos, de Buenos Aires, para jugar a la Play. Ese fue mi mundo. O hacer Zooms para ver a alguien que no fuera mi familia”, cuenta.
Cuando tenía 9 años, la familia se mudó a Azul y la cuarentena significó volver a conectar con gente de su infancia. Tanto que Bruno decidió volver a vivir a Buenos Aires; por ahora lo acompaña su mamá y después se instalará en la casa de los abuelos. “Vivimos varias etapas, de poder salir y de estar encerrados. Pero ahora, que hay una mayor apertura y que vamos a ir al colegio, la peor noticia que me podrían dar es que tenemos que volver al encierro”, dice.
“Para los adolescentes, la manera de conocer quiénes son es experimentando, pero de alguna forma esta necesidad generó un malestar y quedó anulada. Esto les provoca una crisis de identidad muy fuerte y ahora se están viendo las consecuencias”, apunta Manzione.
Los resultados del estudio que coordinó Manzione se alinean con otras investigaciones internacionales sobre el impacto en adolescentes. Hace pocos días, la Universidad de Cambridge publicó una investigación que resume y compila la evidencia existente sobre el impacto potencial de una pandemia en la salud mental de los jóvenes de 12 a 25 años.
No se limitó únicamente a la epidemia de Covid- 19. En las conclusiones se señala que la salud física y la adopción de medidas preventivas parecen desempeñar un papel fundamental en la moderación del impacto psicológico ante el brote de una enfermedad infecciosa. De la síntesis narrativa surgen tres temas: la prevalencia de dificultades psicológicas entre los jóvenes, la identificación de los factores que moderan las dificultades psicológicas, tales como poder hacer ejercicio y compartir con los pares y cuáles son los aspectos de la pandemia que causan angustia, como el encierro y la incertidumbre cotidiana, además de sentir que otros deciden por ellos.
Por ejemplo, se identificó que los grupos etarios más impactados por la pandemia sufrían menos ansiedad que los que no están en el ojo de la tormenta. También se apunta que las culturas colectivistas tienden a presentar más síntomas somáticos. Ocurre a la inversa en las culturas individualistas. La Argentina está considerada dentro de los países colectivistas, es decir en los que la pertenencia y participación a un grupo, amigos o familia, es valorado por sobre los logros individuales.
Justo Pizarro tiene 16 años y vive en Pilar con su familia. Como sus papás son población de riesgo, le llevó más tiempo que a sus amigos volver a salir y conectarse con sus pares. “Mis papás siempre me pidieron que me cuidara, que tomara los recaudos, use el barbijo y mantenga distancia. Y siempre lo hicimos porque entendí que era lo que tenía que hacer. Obvio que extrañé muchísimo, pero ahora volver al colegio va a ser especial. Va a ser retomar muchas cosas. No tengo idea de qué va a pasar con el viaje de egresados, ojalá podamos ir”, dice.
“Hubo una variación en estos meses del estado de ánimo de los adolescentes. Pero lo que persistió es el malestar. Al comienzo, se los encerró y aunque no eran el foco epidemiológico, se restringieron sus actividades y libertades, sin tener en cuenta el impacto real. Después, cuando llegó una etapa de salidas clandestinas, se los culpabilizó y se los colocó como una amenaza. Eso que ellos hacían, ponía en riesgo a todos. Sin embargo no era cierto que fueran ellos únicamente los que desoían las recomendaciones. Y cuando llegó la etapa de la explosión de las fiestas y encuentros, se apuntó nuevamente a ellos como los responsables de una situación que claramente los excede”, dice Etchevers.
Y concluye: “Esta es la situación en la que los adolescentes vuelven al colegio”.
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