Educación: cómo funcionan los centros porteños para que los chicos recuperen contenidos
Participan más de 7000 alumnos de entre 6 y 18 años, que tienen trayectorias escolares débiles como consecuencia de la enseñanza virtual; las clases se dictan los sábados
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“¿Es un gato?”, preguntó Richard Lazarte, licenciado en Recreación, a una chica, que acababa de simular unos bigotes con sus manos y caminar en cuatro patas, mientras intentaba que no se descubriera la tarjeta verde que el profesor le había entregado hacía unos minutos. Alrededor de ella, diez alumnos formaban un círculo en el centro de la cancha de básquetbol cubierta. Ninguno se bajó el barbijo y mantuvieron la distancia de un metro y medio entre ellos. La niña asintió y todos aplaudieron. Logró que el resto adivinara su animal oculto. Terminó el juego y, con ello, el recreo.
Lazarte es uno de los profesionales que trabaja en el programa Centro de Acompañamiento a las Trayectorias Escolares (CATE). La iniciativa, impulsada por el gobierno porteño, está destinada a casi 7000 alumnos de entre 6 y 18 años para fortalecer los contenidos que se enseñaron de manera virtual desde el comienzo de la pandemia por Covid-19. El programa funciona en 31 centros porteños, uno de ellos es el Polo Educativo Carlos Mugica, en Retiro, donde enseña Lazarte, y al que acuden más de 127 alumnos, en dos turnos, todos los sábados desde hace un mes y medio. “Lo más importante es que los chicos se diviertan aprendiendo, y yo también disfruto mucho”, agregóel docente.
A las 9.30, de ayer, todavía había tres familias esperando para entrar al edificio. Los chicos, con sus mochilas, abrigados y con el DNI en la mano, aguardaban en la fila para que les tomaran asistencia, les registraran la temperatura y se desinfectaran las manos con alcohol en gel, antes de comenzar el día.
Los pasillos de la escuela, luego de los festejos por el 9 de Julio, estaban adornados con banderas y globos en los tres pisos.
Elizabeth, de 12 años, asistía a la clase de Práctica de lenguaje. Fue su segundo sábado como participante del programa. “Estamos compartiendo el ejercicio para comparar nuestras respuestas. Me cuesta un poco madrugar, pero me gusta venir, así que no falto”, contó. La adolescente afirmó que no se quita el abrigo en clase porque hace frío, porque deben permanecer las ventanas abiertas, según las directivas del protocolo sanitario: “No nos quitamos el barbijo, no compartimos casi nada físicamente y usamos alcohol todo el tiempo”.
“Este proyecto apoya la trayectoria educativa de cada alumno, en todas sus formas. Los sábados se vienen a sumar conocimientos o a reforzar los que presentan mayor dificultad para ellos. Nos caracterizamos por un perfil lúdico, para que los chicos se alejen del pizarrón y aprendan de una manera más divertida. Además, el protocolo se internaliza como una práctica cotidiana”, señaló Daniel Walker, coordinador general y docente de Acompañamiento en el programa.
La directora del grupo de alumnos de primaria del programa, Mónica Casalini, agregó: “Este es un proyecto con un equipo muy unido que trabaja en comunidades de aprendizaje. Cada una de las siete aulas tiene su propio proyecto pedagógico. El docente va informando de las dificultades para ver dónde hay que reforzar la trayectoria educativa del alumno y sobre eso se trabaja. Planificamos contenidos y trabajamos mediante juegos. En lo que antes los papás gastaban dinero en maestros particulares o academias, ahora lo hacemos en la misma escuela, de 9 a 12 y con menos riesgos”.
Casalini señaló que de las 72 burbujas que hay en la escuela, únicamente tuvieron que aislar a tres por posibles contagios desde que comenzó el proyecto.
Desde ayer, Rocío Arce enseña la materia Prácticas del lenguaje a los chicos de 2° grado. Una niña se acercó a mostrarle el cuaderno con los ejercicios de escritura. La actividad del día estaba dedicada a la lectura de cuentos. “Muchos no pudieron conectarse y perdieron gran parte del contenido. Este programa les permite recuperar esos conocimientos y apoyamos diferentes herramientas que aporten para recuperar esa pérdida”, indicó.
Punto de encuentro
Mientras, los alumnos del aula de al lado, de la misma edad, salían uno por uno a pegar una cartulina en los pasillos del colegio. En tanto, la maestra de matemática les enseñaba unos ejercicios valiéndose de globos. En estos dos módulos de tres horas, el único profesor que comparte con más de un grupo de alumnos es Lazarte.
“Se trabajan las necesidades que los alumnos traen de la escuela y, si no tienen ninguna duda, amplían con su propio proyecto, aprendiendo los contenidos con un perfil lúdico. Todos los sábados sumamos alrededor de 30 alumnos nuevos”, dijo Walker.
La gran mayoría de los alumnos de CATE forman parte de la misma escuela, pero también llegan de otros centros.
“Antes había mucho miedo, pero ahora los niños quieren entrar a la escuela, que es donde deben estar, en la presencialidad, porque el espacio público garantiza derechos. Cuando los chicos son la prioridad, hemos encontrado el punto de encuentro”, indica Casalini.