Eduardo Sacheri: “Hay autores que hacen de la incomprensión un culto. No es mi caso: me encanta que guste lo que escribo; soy así de básico”
"Culo." Eduardo Sacheri, de 46 años, escoge este término tan preciso y popular a la hora de definir aspectos que no estaban planeados en su vida. "Mucho culo. Te podés esforzar y tener la peor mala leche del mundo. Creo que hay que laburar y ojalá pase el bondi que estás esperando, pero que no pase tampoco quiere decir que seas peor que otros."
Su vida de escritor profesional es bastante reciente. En poco tiempo –su primer libro de cuentos se publicó en 2000–, logró lo que otros autores buscan toda su vida sin suerte o sin "culo", como diría él, aunque hay que aclarar que su lenguaje tiene más palabras que ésa. No es necesario recordar lo que obtuvo con La pregunta de sus ojos, su novela llevada al cine por Juan José Campanella (El secreto de sus ojos) o con Metegol (como adaptador del guión) o las ediciones en muchos idiomas de sus novelas, como Papeles al viento. Otra curiosidad: buena parte de su éxito no se los debe a los mecanismos tradicionales del ambiente literario (léase: concursos, amigos, contactos, impostura y algún etcétera más), sino a la radio y al cine. Todo empezó con el periodista Alejandro Apo, su mecenas inconsciente. En su programa de radio Continental (Todo con afecto, allá por 1996), Apo intentaba dotar al fútbol y a los deportes de una mística a través de relatos e historias literarias. Eduardo tenía en su producción casera y amateur cuentos que hablaban de fútbol y por insistencia de su mujer y amigos empezó a enviárselos a la radio. Apo –a quien sólo conoció personalmente tres años después– comenzó a leer los relatos del "tal Sacheri" y la gente llamaba a la radio emocionada, subyugada por títulos como "Esperando a Tito" o "Por Achaval nadie daba dos mangos". Ese "fútbol" puesto en otra dimensión por Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa también es el de Sacheri. "Empecé a escribir a los 25 o 26 años, casi terminando mi licenciatura en Historia, y sin la menor voluntad de que pudiera convertirse en una profesión", dice Sacheri a LA NACION sentado en la mesa de su casa suburbana de Castelar. Antes de comenzar la entrevista se lo escucha hablando por teléfono con una radio: "No fue la hazaña que los hinchas hubiéramos querido –comenta por el "tubo"–. Tomamos el último colectivo, pero con el alivio de habernos subido. Por lo menos ahora podemos plantearnos nuestros interrogantes internos en la categoría en la que más felices hemos sido". Habla del club Independiente. Un tema que regresará siempre en su conversación, como su padre, que falleció cuando tenía apenas 10 años.
–¿Qué significó esa pérdida de tan chico?
–Escribir es un remedio para aquellos viejos dolores. Fue una forma de procesarlo y sigue siéndolo. Ocultar o enmascarar cuestiones mías en la ficción me resultó sumamente terapéutico. Empecé a escribir cuando con mi mujer estábamos pensando en ser padres, lo cual no es menor: me movilizó mucho eso de pensarme como padre. En mi casa se leía mucho. Mis viejos, odontólogos, eran muy lectores de ficción, de las colecciones de best sellers, no de autores eruditos. Yo conocí el placer de leer por ellos y con esos libros. Por eso suelo ser muy benévolo acerca de por dónde uno empieza a leer... Empezá por donde puedas, por donde se te dé, lo importante es que te enamores del hábito. Después verás a qué complejidades te le atrevés.
–¿Y el fútbol? ¿Por qué?
–Jugar me apasiona. Ahora que ya no soy un pibe juego al fútbol porque, entre otras cosas, te permite recuperar perspectivas de la niñez y no hay muchas actividades que abran esos laberintos. Cuando a los 10 años muere mi viejo, un viejo muy querible, hay una explosión en ese hogar feliz y una fuerte amenaza de soledad para mí, que era el menor de tres hermanos con mucha diferencia de edad. Y lo que me salva es el fútbol, jugar con los pibes del barrio, socializar. Mi niñez feliz en medio de mi tragedia: mi casa era un lugar trágico y la vereda era la felicidad. Si a mí no me hubiera gustado jugar al fútbol ,todo habría sido mucho más cuesta arriba.
–¿Cómo fue tu formación en la literatura?
–Yo leía muchos libros prestados porque no tenía un mango para comprar. Hoy sigo siendo ajeno a los círculos literarios. El círculo académico ligado a la historia lo abandoné y al literario nunca me invitan. Mi recorrido cultural era muy suburbano. Y trabajé en Tribunales durante la década del ochenta (de esa experiencia surge buena parte de la trama de La pregunta de sus ojos). Vi en el cine las mismas películas que todos y no me puedo ufanar de una formación cultural en ese sentido. Iba a ver películas a la Sala Lugones porque era barato.
–¿Hubo algún autor que te haya marcado especialmente?
–El tipo que me marcó como lector fue Cortázar. Así como digo que Rayuela me dejó indiferente, los cuentos de Cortázar me maravillaron. Esa capacidad de hacer literario lo cotidiano. Independientemente de adónde fuera luego Cortázar. A veces hacia lo fantástico y a veces hacia ningún lado. Esa posibilidad de alumbrar un segmento mínimo de lo cotidiano y que baste con eso para hacer literatura. No digo que haya sido el único ni el primero que lo haya hecho, pero sí fue el primero que leí yo y que me conmovió. Desde las cosas más raras de Historias de cronopios y de famas hasta Bestiario. Luego aparecerían a los 18 o 20 años Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo. Y son los que incluso hoy más me gustan. También hay contemporáneos como Laura Restrepo o Juan Villoro.
–¿Cómo fue aquel comienzo cuando Apo contaba tus cuentos por la radio?
–Algunos cuentos míos hablaban de fútbol y por insistencia de mi mujer y amigos empiezo a acercar algunos textos a la radio. Me tomaba el tren y se los dejaba en la recepción. La valoración de Apo y de los oyentes me situó en otro lugar subjetivamente y facilitó obvio la llegada de una editorial. Era simplemente un juego. Un juego divertido, gratificante, tanto la lectura como las opiniones de las personas que llamaban a la radio. Era todavía pre-Internet y la radio era el único medio que te permitía eso. Apo no conocía mi cara. No hacía falta en un sentido. Después me encantó conocerlo y nos hicimos amigos. Me sorprendía y me gustaba lo que pasaba con la audiencia. Hay autores que hacen de la incomprensión y el hermetismo un culto... no es mi caso: me encanta que guste lo que escribo; así de básico y previsible. A Apo lo conocí como tres años después y de entrada nos llevamos bien. Él siguió leyendo mis cuentos y alimentando la posibilidad de que se publicaran. Igual creo que insistió mucho con lo mío porque la verdad es que después de Soriano y Fontanarrosa no habría más nada...
–¿Qué opinás del fanatismo en el fútbol?
–A veces me incomoda la lectura naíf del fútbol cuando en realidad el fútbol, que está buenísimo, desnuda al hombre que, a rasgos generales, es una porquería. El fútbol tiene algo de túnel a las profundidades. Te conecta con cosas muy hondas del modo de ser de cada persona que de otro modo están camufladas. El fútbol nos saca todas las máscaras: nos exhibe en lo bueno y en lo malo. Mucha gente celebra el discurso de Francella en El secreto de sus ojos sobre la pasión por un club (Huracán), pero en realidad cuando yo escribo esa línea lo hago pensando en cuán esclavos somos de nuestras pasiones... y en general cuando se habla de la pasión dispara para la luminosidad. La transgresión está buena en tanto te mantenga fresco el balero, pero cuando empezás a hacerles daño a tus semejantes es muy mala. Hemos involucionado... El fútbol se ha extendido a muchas esferas, pero se ha contaminado de la operatoria intelectual más pobre de los medios de comunicación. En ese matrimonio, comercialmente tan fecundo, el fútbol ha perdido mucho. A veces la sociedad se para del lado de enfrente de la escuela pública y del fútbol para decir "qué barbaridad". Pero son nuestros escenarios sociales, los que construimos como sociedad.
–¿Cómo cambió tu vida empezar a vender libros?
–Tengo la necesidad de escribir para sentirme mejor. El secreto de sus ojos tuvo mucho que ver con un respaldo económico obvio. Podés empezar a dejar horas de clases y empezar a escribir todos los días, te ves mucho más cómodo con ese papel, pero sigo siendo profesor de historia en la escuela no sólo porque me gusta, sino porque no quiero depender de que el próximo libro se venda.
–¿Cuál es tu mirada sobre los hombres?
–Me parece que en general el ser humano tiene una tendencia a la insatisfacción, a la ansiedad y la angustia. Hay un trasfondo trágico porque sabemos que nos vamos a morir. Eso solo vuelve a la vida complicada. El arte y la literatura son intentos efímeros, reparaciones de esa tragedia. La felicidad es esa fugaz ausencia de deseo y no se trata de ganar un montón de guita.
Bio
Profesión: escritor, profesor y licenciado en Historia
Edad: 46 años
Vivió toda su vida en Castelar. Estudio el profesorado en Morón y luego se recibió de licenciado en Historia en la Universidad de Luján. Acaba de publicarse su último libro: Ser feliz era esto.
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