Edelmiro Máyer: el argentino que luchó por los esclavos en Estados Unidos, fue condenado a muerte y lo salvó Sarmiento
Pionero en impulsar la incorporación de soldados negros al ejército del Norte, se destacó como escritor y militar, tradujo a Edgar Allan Poe y fue gobernador de Santa Cruz
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La figura de Edelmiro Máyer suele permanecer en las sombras de la historiografía nacional. Su trayectoria militar, literaria y política resulta desconocida para la mayoría de los argentinos, como si sus experiencias a menudo contradictorias no le permitieran brillar entre el selecto grupo de patriotas sudamericanos.
Hijo del militar alemán John Andrew Máyer Arnold y Eustaquia Posadas, Germán Edelmiro Demóstenes Máyer Posadas nació en Buenos Aires en 1839, fue el quinto de ocho hermanos y desde joven se destacó en las guerras civiles argentinas, peleando como oficial en las batallas de Cepeda (1959), Pavón (1861) y Córdoba (1862).
Cuando podría haberse quedado disfrutando las veleidades de su estatus militar, emprendió un largo viaje hacia el norte y participó en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos (1861-1865), promoviendo la incorporación de soldados negros al Ejército de la Unión de Abraham Lincoln.
De allí pasó a México, donde también brilló como comandante y hasta fue condenado a muerte por integrar un movimiento revolucionario para derrocar a Benito Juárez, su antiguo aliado.
Lo salvó Domingo Faustino Sarmiento, entonces embajador argentino en los Estados Unidos (1863-1868), que además fue el primero en reconocer su valioso aporte en la victoria del norte estadounidense sobre el sur escalvista.
El elogio de Sarmiento a Edelmiro Máyer
“En cuanto a la aptitud de los negros para la guerra, sobre la que existían muy fuertes dudas, no debieron ser del todo ineficaces los escritos de un joven Máyer, quien pudo con justicia y oportunidad citar los hechos históricos que desde la guerra de la Independencia de Sud América habían dejado establecida fuera de disputa la aptitud de las gentes de color para la guerra”, escribió Sarmiento en el apartado “Opinión y heroísmo del argentino Máyer” de su libro Vida de Abraham Lincoln (1866).
“Así, la temprana experiencia de la América del Sud venía a ayudar a la emancipación de los negros, ennobleciéndoles por las armas”, concluyó en un ferviente elogio al militar argentino que salvó del fusilamiento mediante gestiones diplomáticas.
La razón por la que Máyer abandona la Argentina para trasladarse hacia los Estados Unidos puede haber sido política, pero también personal. Luego de pedir la baja como militar en Buenos Aires, emprende un largo viaje como un modo de escapar a una relación que lo había dejado herido en términos sentimentales: tenía un hijo no reconocido al que no podía ver y eso lo angustiaba.
Con sus pergaminos militares bajo el brazo, se incorpora en la academia militar de West Point, donde fue nombrado instructor, un poco por su experiencia en la guerra y otro por haber estrechado una gran amistad con Robert Todd Lincoln, hijo del presidente de los Estados Unidos.
Nombrado capitán del Ejército de la Unión, su actuación en el decisivo combate de Chattanooga (Tennessee), en noviembre de 1863, le vale un nuevo ascenso, esta vez con la jerarquía de teniente coronel, integrando la plana mayor del Regimiento 45 de Infantería de Color.
La vida de Máyer parece ahora equilibrada, pero un nuevo acontecimiento político vuelve a desordenarla: es testigo del magnicidio del presidente Lincoln a manos del actor John Wilkes Booth.
Enseguida se establece en México y lucha del lado de Benito Juárez para repeler la invasión de Maximiliano de Habsburgo, no se sabe si como agente de los Estados Unidos o como ferviente patriota, pero lo cierto es que se destaca una vez más al mando del Batallón Zaragoza, guerrea en la batalla de Santa Gertrudis y en el sitio de Querétaro y, otra vez, su genio militar le vale la máxima jerarquía: general del Ejército de México.
Es durante esos tiempos en los que escribe sobre las virtudes de los soldados mexicanos, que pueden comer poco y marchar 50 kilómetros por día bajo un sol abrasador.
Pero las guerras civiles son la especialidad del argentino convertido en general, su ímpeto guerrero no descansa; cambia de bando, se alía con Porfirio Díaz y pretende derrocar a Benito Juárez. La intentona fracasa.
El final de Máyer está escrito.
“Descubiertos los conspiradores, Mayer es juzgado y condenado a muerte, pero la oportuna intervención de Domingo Faustino Sarmiento, destinado en sede diplomática en Norteamérica, le salva la vida, y con el amparo del Ministro Plenipotenciario de Estados Unidos, puede salir de ese país”, dice la semblanza publicada por la Cámara de Diputados de la Nación.
Cuando vuelve a Buenos Aires, luego de haber estado en La Habana, Nueva York y Londres, su exitosa trayectoria política y militar es puesta en duda por los círculos más ilustrados de la época, quienes le endilgan haber servido no a uno sino a dos ejércitos extranjeros distintos.
Esto obliga al Congreso a sancionar una ley especial, a pedido de Sarmiento, para que Máyer vuelva a ser considerado un ciudadano argentino. De esta manera, en 1874 retorna a la vida militar del Ejército Argentino como lugarteniente del coronel Álvaro Barros. Su nuevo rango: coronel de milicias.
Elegido diputado (1880-1884), propone una serie de proyectos que no proliferan y comienza su actividad como emprendedor privado. “Con 44 años debe aguzar su ingenio para solventar su situación económica personal. Se hace lobista, promotor de proyectos de inversión representando intereses extranjeros en los llamados ‘sindicatos financieros’ y constituye la empresa ‘Edelmiro Mayer y Compañía’”, reseña José Weisser en una de las semblanzas más completas sobre este prócer de América.
Todas sus iniciativas tanto públicas como privadas, como la construcción de un nuevo puerto para la Capital Federal (1887), la construcción del muelle de Zárate y el tendido de vías férreas entre San Salvador de Jujuy y el límite con Bolivia, fracasan, como también la idea de unir Buenos Aires con la Patagonia mediante una línea ferroviaria.
El mundo que había conocido Máyer durante sus viajes lo hacían estar demasiado adelantado a su tiempo.
En este período, el ahora exmilitar retoma su trabajo como periodista y traductor, siendo uno de los primeros en dar a conocer los relatos de Edgar Allan Poe al castellano.
Publica los libros Flores y perlas (1886), El intérprete musical (1888) y Campaña y guarnición (1892), donde relata sus experiencias de batalla en México y su particular duelo de honor con un oficial subalterno, a quien mata a tiros.
“En 1889, con 52 años, se casa con Ana María Burmeister, uruguaya hija de alemanes. Su padrino es nada menos que el presidente Miguel Juarez Celman. El matrimonio tiene dos hijos: Franklin, que muere de niño, y Rubén Francisco”, cuenta Weisser.
Con graves problemas de dinero, bordeando la miseria, Carlos Pellegrini lo nombra gobernador del Territorio de Santa Cruz en 1892. Su nuevo paso por la función pública esta vez deja huella.
Promueve la llegada de nuevos colonos, detecta que Chile otorga tierras a pioneros alemanes en pleno territorio argentino e impulsa la explotación minera en la zona de Río Turbio; realiza además el primer censo de Santa Cruz: hay 1058 habitantes en toda la provincia y, en Río Gallegos, desde donde gobierna, menos de 300 personas.
Mientras, se dedica a escribir sus memorias. Tiene mucho para contar, pero no llega a documentarlo todo. El 4 de enero de 1897, en Río Gallegos, muere de un colapso cerebral, a los 59 años.
Dicen que, como muchos de los patriotas sudamericanos más olvidados, siguió siendo pobre hasta el último día de su vida.
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