Dramático diagnóstico: más de un millón de chicos saltean alguna comida diaria por falta de recursos
Según Unicef, solo tres de cada diez niños argentinos no sufren privaciones de los derechos básicos por la situación económica; diez millones de menores comen menos carne y toman menos leche que hace un año
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¿En qué se transforman la inflación y el aumento de precios puertas adentro de los hogares, sobre todo, en aquellos que hay niños? Menos carne, menos leche, saltear comidas cuando no hay, pedir fiado, comer más fideos, más harina. También no poder comprar los libros del colegio, o no poder ir al hospital por no tener plata para cargar la SUBE. No poder salir de paseo. Y en el caso de los más grandes, los adolescentes, en muchos casos tener que salir a trabajar.
No son pocos: unos diez millones de chicas y chicos en la Argentina comen menos carne y lácteos en comparación al año pasado por falta de dinero, en un contexto en el que, además, los ingresos de casi la mitad de los hogares con niños no alcanzan para cubrir gastos básicos de alimentación, salud y educación, según una nueva encuesta de Unicef dada a conocer ayer.
En las familias también se redujo el consumo de verduras y frutas (58%) y solo aumentó la ingesta de fideos y harinas (24%), de acuerdo con la octava encuesta a hogares con niñas, niños y adolescentes, una medición de alcance nacional que Unicef Argentina realiza de manera ininterrumpida desde 2020.
El estudio sostiene además que más de un millón de niños deja de comer alguna comida (desayuno, almuerzo, merienda o cena) por falta de dinero. En siete de cada diez hogares donde esto sucede, la persona a cargo se encuentra ocupada y, dentro de ellas, más de un 60% de manera informal. Quiere decir que el no poder comprar los insumos básicos como alimentos es un coletazo que alcanza también a personas que, a pesar de tener trabajo, se encuentran en situación de pobreza.
A la vez, tres de cada diez familias tuvieron que recurrir a algún préstamo o fiado para comprar comida y más de la mitad de los hogares –donde viven casi siete millones de chicos– debieron dejar de comprar algún alimento por falta de dinero.
“Cuando las familias tienen que recortar consumos básicos como la carne o la leche, o directamente saltear comidas, esto tiene un impacto no solo sobre el presente de los chicos y chicas, sino también sobre su futuro, porque no acceder a los nutrientes necesarios en la infancia tiene efectos sobre su desarrollo”, afirmó Luisa Brumana, representante de Unicef Argentina.
“En los últimos años se viene intensificando un fenómeno que alarma: el de la pobreza con trabajo, que refiere a la incidencia de la pobreza en hogares en donde las personas adultas están ocupadas. Sin embargo, lo que más preocupa es que recientemente se incrementó la pobreza en hogares con adultos ocupados en la formalidad laboral. Es decir, ni siquiera el trabajo formal está siendo eficaz para combatir la pobreza. Los datos más recientes muestran que viven en la pobreza un 37% de las chicas y chicos cuyos adultos a cargo son asalariados formales”, apuntó Sebastián Waisgrais, especialista en inclusión social y monitoreo de Unicef.
El estudio revela que en nueve de cada diez familias los ingresos no alcanzan para comprar la misma cantidad de productos básicos que en 2023, mientras que en el 82% los ingresos no logran solventar gastos específicos de los chicos, como útiles escolares, transporte, vestimenta y calzado.
La salud y los subsidios
En este contexto, en un 23% de los hogares se dejaron de comprar medicamentos; en un 32% se redujeron los controles médicos y odontológicos; y en un 41%, se utilizan ahorros para gastos corrientes. Además, en los sectores medios un 9% de las familias tuvo que desafiliarse de la prepaga o cambiar a los niños de escuela, y aumentó el uso de la tarjeta de crédito para la compra de alimentos.
Una de las contradicciones que señala el informe es que las dificultades para acceder a la canasta básica alcanzan incluso en una mayor proporción a quienes son beneficiarios de prestaciones sociales: “Estas restricciones tienen lugar en un contexto en el que más de la mitad de los hogares accede a alguna política de transferencias de ingresos. En este sentido, el 93% de las personas encuestadas cree que los programas de protección social que brinda el Estado son necesarios, pero en el 68% de los hogares que reciben estas prestaciones el dinero les alcanza para menos de la mitad de los gastos”, apunta el informe.
“Los ingresos del sistema de protección social son centrales para los hogares a los que están destinados. De hecho, en muchos casos representan su ingreso más estable. Además, si no existieran estas políticas de transferencias de ingresos como la AUH o la Prestación Alimentar, los niveles de pobreza extrema subirían casi 10 puntos porcentuales. Sin embargo, durante los últimos años y asociado al fuerte aumento de la inflación, la capacidad de compra de estas políticas evidencia una significativa caída, producto del desajuste entre los precios y los montos de ambas políticas. En abril de este año, la AUH representaba un 44% de la canasta básica de alimentos, valor muy por debajo a la prepandemia, cuando representaba un 68%”, detalla Waisgrais a LA NACION.
“Hacia finales de 2023, último dato disponible, el 58,5% [de los niños argentinos] vivía en condiciones de pobreza. El 18,9%, en condiciones de pobreza extrema (EPH-Indec). Es decir, nacen y crecen en hogares donde los ingresos no alcanzan para adquirir los bienes y servicios básicos para la existencia. En muchos casos, además, estos chicos ven vulnerados otros derechos: no van a la escuela, tienen que salir tempranamente a trabajar, viven hacinados o en viviendas que no tienen baño o acceso al agua segura”, describe el documento. El informe dice que siete de cada diez niños experimentan carencias. “Dicho de otra manera, solamente el 31% de las niñas, los niños y los adolescentes en el país está libre de toda forma de pobreza”, afirma.
Desde 2020, Unicef viene realizando una serie de encuestas rápidas dirigidas a hogares con menores de 18 años. Se han realizado ya siete estudios anteriores. Estas encuestas indagan, entre otras cosas, sobre el contexto económico y de ingresos de los hogares, las distintas estrategias que utilizan para hacer frente a sus gastos, la alimentación, la llegada del sistema de protección social, el bienestar socioemocional de la primera infancia y la adolescencia, la situación de las mujeres en hogares y los desafíos relacionados con la violencia.
En un 48% de los hogares con menores los ingresos mensuales no alcanzan para cubrir los gastos mensuales corrientes, valor que muestra un aumento de siete puntos con respecto a 2023 y 15 puntos con respecto a 2022. Pero, como se señalaba antes, incluso la imposibilidad de proveer la canasta básica de alimentos es más elevada entre quienes reciben ayuda del Estado destinada a garantizar los accesos mínimos en la infancia. Según el informe, de los hogares que reciben la AUH el 65% no llega a cubrir los gastos corrientes y de los que tienen jefatura femenina, el 56%.
En total son más de tres millones de hogares en esta situación. El estatus laboral del jefe de hogar muestra marcadas diferencias: entre los hogares con persona a cargo ocupada, en un 44% los ingresos no alcanzan para cubrir gastos corrientes; entre aquellos cuyo jefe está desocupado, el porcentaje se eleva a un 76%.
Tener empleo no significa salvarse de la pobreza
En un 30% de los hogares cuya persona a cargo cuenta con un empleo registrado, tampoco se cubre las necesidades básicas. “Esto refleja una situación que se observa también al analizar los perfiles de pobreza de los hogares con niñas y niños: el tener un empleo no resulta situación suficiente para salir de la pobreza”, dice el informe. En un 15% de los hogares con niños alguna persona adulta ha perdido el empleo durante 2024, representando a por lo menos 980.000 personas. “Un 82% de los hogares [con niños] indican que sus ingresos no le alcanzaron para hacer frente a estos gastos, un crecimiento de 20 puntos con respecto a 2023. En particular, destacan las dificultades para comprar libros, hacer excursiones o salidas (49% de los hogares en ambos casos), afrontar los gastos de transporte (35%), calzado y vestimenta (34%)”, agrega.
Las familias despliegan múltiples y diversas estrategias para hacer frente a estas restricciones de ingresos, explica el documento. En primer lugar, se endeudan de diversas formas, formales e informales: un 23% de los hogares está endeudado y más de la mitad de ellos pertenece al 40% de los hogares más pobres. Un 31% de los hogares con niñas y niños tuvieron que recurrir a algún préstamo o fiado por parte de algún comercio para comprar alimentos.
La deuda interna de los hogares
Por otro lado, y como parte de estas estrategias, las familias tienen que restringir consumos, con efectos sobre las condiciones de vida de los chicos. En los casos más sensibles, se restringe el consumo de alimentos. Un 52% de los hogares tuvieron que dejar de comprar algún alimento por falta de dinero, 11 puntos más que en 2023 y el valor más alto de toda la serie de encuestas. Son 3,3 millones de hogares en donde viven casi siete millones de chicos. Un 90% dejó de comprar carnes, leche y otros lácteos. Asciende a 67% en hogares con AUH y con Prestación Alimentar e incluso alcanza un 35% en el caso de los hogares con jefes o jefas registrados. Es decir, se reduce significativamente el consumo de alimentos centrales para la nutrición de la infancia (carne, verduras, frutas y lácteos) y aumentan aquellos más baratos y menos nutritivos (fideos, harina y pan).
En muchos casos, incluso estas estrategias no resultan suficientes y la única alternativa posible que encuentran los hogares es saltearse comidas. Más de un millón de chicas y chicos tuvieron que saltearse una comida diaria (desayuno, almuerzo, merienda o cena) por falta de dinero, el 7,4% del total. En hogares donde las chicas y chicos se saltean comidas, un 94% de las personas adultas también lo hace.
La falta e insuficiencia de dinero deriva en la necesidad de buscar ingresos adicionales. De este modo, durante el último año se registró que aproximadamente un cuarto de los adolescentes realizaba tareas laborales y que un 12% buscaba trabajo. Esta participación laboral tiene efectos negativos en el vínculo de los adolescentes con la escuela; mientras que un 4% de los adolescentes que trabajan no asisten a la escuela, entre quienes no trabajan cae al 1%.
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