Drama en el Mediterráneo. El documentalista argentino que registró un rescate de inmigrantes ilegales
Afua en lengua akan significa “nacida un viernes”. Junto a otras 44 personas, fue rescatada en las aguas del Mediterráneo el viernes 5 pasado. La mujer es de Costa de Marfil, de donde huyó de la pobreza, del sometimiento y de los conflictos políticos, y se arriesgó a tomar la ruta migratoria más peligrosa del mundo. Primero, el desierto subsahariano y después –desde la costa de Libia-, las aguas internacionales abordo de un gomón. Tres días, junto a sus compañeros, estuvo a la deriva hasta que gritó, en su idioma, “boza” (libertad) cuando vieron un enorme barco.
Esta embarcación –desde donde también los habían vistos y, a los gritos, les pedían calma- era el Astral, un unidad de salvamento y vigilancia de la ONG catalana Open Arms. A bordo iba el cordobés Pablo Tosco, un documentalista integrante del proyecto Espacio Angular, periodismo narrativo. Zarpó con la tripulación total de nueve personas el 1° pasado del puerto de Badalona (España) en la misión 81 del buque insignia de la institución que nació en 2015. Desde ese momento, ya rescataron a 61.200 personas.
Tosco cuenta a LA NACIÓN que en la travesía registraron alrededor de diez avisos de naufragios (el buque va navegando y siguiendo comunicaciones que le permiten orientarse en una ruta que ya se sabe peligrosa para los migrantes). “Cuando fue el de este, estábamos a unas 30 millas lo que equivale a unas dos o tres horas de navegación”, relata y explica que, a veces, puede tomar media jornada acercarse a un bote.
El capitán del Astral, por su experiencia, entendió que el gomón salió de Libia, probablemente de alguna playa de Sabratha. Pocas veces hay precisiones. Lo que sí se sabe es que en esa zona y en Trípoli operan las mafias que cobran entre 2000 y 3000 euros para conducir a los migrantes a Europa. Para tener una idea de lo que significa ese monto para un migrante en una situación económica vulnerable solo hay que mencionar que, con una remesa de 50 euros que envía uno que trabaja en Europa, su familia construye una habitación en donde vivir.
“Cuando embarcaron –cuenta Tosco- les dicen: ‘Ven esas luces allá, eso es Europa’. Mentira. Eran las de plantas petroleras en la frontera entre aguas libias e internacionales. Engañaron, porque sabían que no iban a llegar, a lo sumo intentan alcanzar aguas internacionales donde alguien los pueda rescatar”. Más cerca del gomón, se preparó la lancha rápida a estribor del Astral, con los salvavidas. Subieron rescatistas y la encargada de enfermería. Las 45 personas tenían el agua a la rodilla o a la cintura. “Estaban muy asustados, aterrorizados. Recibieron agua, comida, mantas”, describe Tosco.
La operación
El Astral –que en su origen fue un yate de lujo– sigue navegando el tiempo estipulado al zarpar. Puede o no haber otros rescates, pero continúa a mar abierto hasta completar su capacidad. En muchas oportunidades acompaña al Open Arms, la otra unidad de la ONG. Todas las misiones se documentan, incluso para evitar denuncias respecto a intervenciones que no corresponden. Las imágenes demuestran que se asiste a naufragios y en aguas internacionales.
Los 45 rescatados eran jóvenes y había dos mujeres. Eran de Costa de Marfil, Guinea y Gambia. Tosco enfatiza que las experiencias migratorias de hombres y mujeres son muy diferentes: “Ellos tienen el amparo del pueblo, de la familia que espera que después los ayuden. Ellas, en su mayoría, ingresan en redes de trata. Escapan del abuso, del abandono. Hacen la ruta forzadas a prostituirse y, por eso, sus rutas migratorias son muy difíciles de documentar. Están silenciadas e invisibilizadas. La violación a sus derechos es extrema”. Agrega que es “difícil” que una mujer huya con un hijo “muy pequeño. La mayoría queda embarazada en la travesía”.
“Fosa común”
Open Arms nació en 2015 de la mano del catalán Oscar Arias, quien –y después de varios años en la Cruz Roja- era dueño de la empresa de salvataje Pro Activa. Fue crucial para la iniciativa la insistencia de las preguntas de su hija de 12 años, por entonces, sobre la foto de Alan Kurdi, el niño sirio que fue encontrado muerto en una playa en la costa suroeste de Turquía, hasta donde había llegado con su familia para escapar de la guerra. “Yo le decía que había pasado porque no hay socorristas, porque no podemos ir a otro país, pero empecé a pensar por qué no hacerlo”. Escribió a embajadas, a la Agencia Española de Cooperación Internacional puso a disposición su empresa por un mes sin costo. Nadie le respondió.
En una charla con LA NACIÓN, Arias repasa que el 15 de septiembre de 2015 se fue con Gérard Canals a Lesbos, la isla griega a donde llegaba el grueso de los refugiados. “No había nadie, los voluntarios hacían lo que podían, pero no en el agua –recuerda-. Ese mismo día vimos volcar una patera a 300 metros. Los chalecos que llevaban eran un fraude. Nos tiramos al agua, llamamos a gente nuestra para que nos ayudaran. Un coordinador de Human Rights Watch nos sugirió organizarnos como ONG para que fuéramos legales”.
Los cálculos oficiales de la Organización Mundial de la Salud y Acnur estiman 20.000 muertos ahogados en el Mediterráneo desde 2014. Arias no duda de que son “mucho más”. “Cuando empezamos había inacción deliberada de la Unión Europea (UE) en el mar Egeo y en marzo de 2016, Turquía firmó un acuerdo con la UE por 6000 millones de euros por el que los que llegaban a las islas del Egeo eran deportados. Así se bloquea esa ruta migratoria y, en paralelo, resurge la de la costa Libia que es mucho más peligrosa porque es más extensa la distancia de navegación”. En julio de ese año empezaron los rescates en el Mediterráneo.
“El Mediterráneo era el mar de la vida, la cuna de la civilización –dice Arias-. Nunca pensé que se convertiría en una fosa común. Nuestra responsabilidad termina en el rescate, no tienen porqué morir ahogados en el mar”. La ONG se sostiene con donaciones privadas y del Estado solo admiten recibir recursos de ayuntamientos. “Lo hacemos para ser independientes. No queremos estar atados por la financiación, porque rescatamos y denunciamos. El problema no está en el mar, está en el origen”. Open Arms lleva adelante un trabajo en Senegal, con comunidades pequeñas, donde insisten en el peligro de las travesías por las aguas y les ayudan a poner en marcha iniciativas que los ayuden a sostenerse.
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