"Donamor". El silencioso aporte de las mujeres que donan leche materna
El freezer de Florencia Itri (31), en La Plata, ya no se podía usar. Estaba repleto de frascos de leche congelada que ella misma se extraía durante su primer embarazo, el de Luca, hace ya siete años. En ese entonces, la producción de sus glándulas mamarias era tan alta, que descartar lo que le sobraba no era un acto que la hiciese sentir bien.
En un intento de buscar una solución para ubicar ese excedente descubrió en Internet la existencia de un banco de leche en La Plata. 100 litros fue la cifra que Itri donó en menos de un año para alimentar a bebés en neonatología. Todos la recuerdan como la "mamá récord".
El Banco de Leche del Hospital San Martín de La Plata ya tiene más de una década de trayectoria: funciona desde el 15 de mayo de 2007. La tarea de quienes allí trabajan es promover la lactancia y ayudar a aquellas madres que tienen dificultades para llevarla adelante. Debido a cuestiones de salud —como cáncer, HIV, infecciones agudas de hepatitis B o C, algún proceso de gravedad que las haga permanecer en terapia— o por situaciones de estrés, algunas mujeres no pueden amamantar. Es entonces cuando los bebés pueden recibir leche del banco, donada por otras mujeres. Desde el inicio de sus actividades, hasta el 31 de julio pasado, el banco recibió 9453,4 litros de leche de 5117 donantes, que alimentaron a 5146 bebés. Unas 264 mamás se sumaron este año.
El hospital San Martín es de alta complejidad y allí atienden embarazos de riesgo de toda la Provincia. Debido a esto, no es inusual que los bebés sean internados por períodos prolongados, de hasta seis meses. "La mamá se va y, hasta que vuelve, ¿qué leche le damos al bebé? Siempre lo primordial es darle leche de su propia mamá. Si no alcanza, o no hay, se recurre al banco", explica a LA NACION la jefa del Banco de Leche de la Plata, Ana Tabuenca. La doctora indica que estos espacios están construidos en múltiples países, a nivel mundial y que, por ejemplo, en Brasil son 300. En la Argentina hay ocho, distribuidos en la ciudad y la provincia de Buenos Aires, Chaco, Córdoba, Mendoza, Neuquén, Río Negro y Corrientes.
"Acá no se les paga a las mujeres que donan y no se les cobra a los receptores", aclara Tabuenca. Lo cierto es que el Banco de Leche de La Plata implica mucho más que un espacio en un hospital que oficia de nexo entre donantes voluntarias y receptores. Allí el objeto de donación es un bien que solo las madres tienen y que están dispuestas a ceder a otras que se ven imposibilitadas y a sus bebés, que verán mejorada su calidad de vida, durante esos primeros días en los que conocerán, a la misma vez, el mundo y el altruismo.
Un acto de amor
Con 100 litros en su primer embarazo, y a pesar de que la cantidad disminuyó ya que tenía parte de su tiempo ocupado en el trabajo, la decisión de donar de Itri persistió con su segunda hija, Julia, en 2016, y continuó con Clara, en 2018. Con la llegada de Lucía, el primer día que tuvo leche, esta psicóloga se comunicó con las representantes del banco para inscribirse como donante, por cuarta vez. "Es un acto de amor y tan sencillo, con muy poquito podés ayudar un montón. La experiencia es increíble. Hay bebés de menos de un kilo a los que esa leche los puede ayudar. Si todas pudiéramos hacerlo…", reflexiona Itri, en diálogo con LA NACION.
Giuliana Segovia (27) es otra donante de La Plata. "No tenía idea de que se podía donar y me pareció genial, te ponés en el lugar de otras mamás", comenta a LA NACION. Su primera hija nació en el hospital San Martín y, como primeriza, tuvo dificultades en la alimentación de su bebé. "Se me complicó bastante, estuve dos días sin poder amamantar a mi hija. Ellas me ayudaron y me enseñaron parte de la lactancia", comenta sobre el personal del Banco de Leche, conformado por tres médicas, ocho enfermeras y dos técnicos de laboratorio.
Ya en su segunda experiencia, en 2006, Segovia no solo pudo amamantar correctamente, sino que se convenció de ofrecerse como donante. "La leche es para NEO, me pareció buenísimo. Es una experiencia linda saber que estás ayudando a otro bebé y es muy fácil", refiere. Tanto ella, como el resto de las donantes, tienen una premisa como bandera: "Cuanto más te estimulás, más producís".
No fumar, tampoco consumir drogas, ni alcohol son algunos de los requisitos para que las madres puedan constituirse como donantes. Se les exige, además, serología negativa para los análisis que se realizan durante el embarazo —HIV-Vdrl, toxoplasmosis, Chagas y Hepatitis B y C— y se evalúa la medicación que toman. Su hijo debe ser menor a un año, ya que después de esa edad la leche es la indicada para el propio bebé, pero no la ideal para los prematuros.
Una vez que cuentan con la aprobación, las madres donantes son instruidas en técnicas sencillas para lograr un procedimiento seguro. Con una ambulancia del hospital, manejada por un chofer del SAME y una enfermera o médica del banco, pasan por los hogares de las donantes. Los miércoles por los de La Plata y los viernes por aquellos en localidades de los alrededores. En cada domicilio se produce un intercambio: a las madres se les otorgan frascos estériles y ellas entregan su leche. Debido a la pandemia de Covid-19, ahora los controles son aún más extremos.
La leche, envasada y frizada, es remitida con cadena de frío hacia el banco, para su posterior análisis y pasteurización. Tabuenca indica que no debe darse cruda. "No podemos dar nuestra teta a otro bebé sin ningún proceso previo, pero sí la leche humana que se analiza y se pasteuriza", explica la doctora. "Lo ideal es pasteurizar cuatro veces por semana, pero ahora por la pandemia lo hacemos dos", comenta a LA NACION.
Continuar a pesar de la pandemia
Los vecinos de Corina Bainotti (37), le preguntaron si le había pasado algo la primera vez que una ambulancia ingresó al barrio en el que vive, en el Gran La Plata. "Es que ahora vienen vestidos como astronautas", aclara sobre el personal del Banco de Leche que pasa por su casa los viernes, para retirar sus frascos.
En el grupo de Whatsapp de 74 miembros, entre cinco enfermeras y madres donantes, de las cuales son 20 aproximadamente las que están activas en la actualidad, preguntan cada semana quién tiene leche, para así armar el itinerario de los lugares adonde ir a retirar. "Es una energía en el grupo... Aprendí el significado del altruismo, no esperás nada a cambio. Es para seres tan inofensivos, que no pueden sacar la leche de cualquier lado. El banco hace todo para facilitarlo, no me insume más que sacar lo que voy a donar a la puerta de casa", dice Bainotti a LA NACION.
Con su primer bebé, Serafín (4), su lactancia se dificultó, al igual que le ocurrió a Segovia, y así se estableció su primer contacto con el banco del hospital San Martín. "Me ayudaron y me enganché con la donación", dice Bainotti, quien asegura que, por distintos factores como empezar a trabajar y una mudanza de por medio, dio poca leche aquella vez. "Fue un tema pendiente y me arrepentí de no haber hecho más esfuerzo", reflexiona ahora ante LA NACION.
En diciembre, con el nacimiento de Camilo, su segundo hijo, retomó la tarea. Dice que su segunda lactancia, "como la de todos los mamíferos", es más fácil. Después de bañarse, cuando los niños ya duermen, aprovecha para extraerse la leche que donará. "Me quedo en el baño, tranquila. La parte hormonal es fundamental para que se desencadene el proceso. Me saco con algunas especificaciones de esterilidad, nos capacitan", detalla.
Esa leche tibia pasa por un proceso de baño maría invertido, que ella misma hace en su cocina. Es decir, lo sustraído se coloca en un recipiente con agua fría y cubos de hielo para que se enfríe. Las bacterias dejarán de desarrollarse y el freezer no deberá enfriar primero y congelar después. Allí, la leche aguardará hasta que pase la ambulancia, una vez más. Bainotti entrega sus frascos rotulados cada quince días y estipula que se van con ellos un mínimo de 400 mililitros.
El grupo de Whatsapp donde confluyen madres y enfermeras se llama Donamor. Esta veterinaria dice que es perfecto: "Lo resume todo, es amor y respeto". Para ella, la difusión de la importancia de la lactancia se convirtió en una causa personal. Lo que ahora entiende es que la construcción de esa convicción la atraviesa desde hace tiempo.
"Trabajé muchos años con vacas lecheras, entonces tenía un entendimiento de la fisiología de la glándula mamaria", rememora Bainotti. Pero recuerda otras cosas, como que su madre, "en la década del boom de la leche de fórmula", le mentía a su pediatra para seguir amamantándola a ella de todas formas, con su propio pecho. Y no se olvida de su abuela, quien siempre le mencionaba la lactancia. "Era nodriza, lo fui mamando de ella", dice, para remitir luego en el paralelismo verbal que la lleva a reírse. "Compartís con tus familiares esa parte de la maternidad", entiende.
Bainotti se siente agradecida por formar parte de lo que llama la "cadena de componentes" y menciona: "Están las donantes, la gente de la ambulancia, quienes procesan la leche y, ni hablar, del destino final. Podés salvar vidas de bebitos, es muy fuerte. Este es un mensaje que habitaba en mí y ahora se resignificó".
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