Doctor Muerte: Jack Kevorkian, el médico cuya invención partió en dos a un país
Asistió en el suicidio de unas 130 personas, enfrentó a la justicia, estuvo en prisión y su vida llegó al cine
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El 4 de junio de 1990, la maestra de piano e inglés de la ciudad de Portland, Oregón, Janet Adkins, de 54 años, que padecía de Alzheimer, llevó adelante su decisión de quitarse la vida. Para ello recurrió a un médico patólogo de Michigan llamado Jack Kevorkian, que poco tiempo antes había mostrado en los medios de comunicación una máquina especial que ayudaba a los pacientes a provocar su propio deceso.
El procedimiento se realizó en Detroit, en un campamento, dentro de una camioneta Volkswagen que poseía el médico. Allí, la propia Adkins fue quien activó la máquina que le inyectó las sustancias sedantes y luego letales que acabaron con su vida. El proceso duró solo seis minutos. Y según el patólogo, fue un evento “digno y no doloroso”, que simulaba exactamente las ejecuciones de los condenados a muerte en las cárceles de Estados Unidos.
A partir de entonces, Jack Kevorkian fue conocido popularmente en los Estados Unidos como “el doctor muerte” y durante una década, con su método “ayudó” a morir a unas 130 personas que sufrían enfermedades incurables o que ya no soportaban sus padecimientos.
Por supuesto que su técnica de asistencia al suicidio fue duramente cuestionada por colegas, abogados, religiosos y otros miembros de la comunidad. Por causa de su actuación, además, debió enfrentar a la justicia numerosas veces, y terminó encerrado en prisión por ocho años.
En su defensa, Kevorkian aseguraba que él tenía el objetivo de “hacer de la eutanasia una experiencia positiva” y aseguraba que entre las responsabilidades médicas de las que nadie habla hay que incluir la de “ayudar a los pacientes a morir”.
Las acciones del doctor muerte fueron, para sus detractores, inmorales e irresponsables, y se lo acusó incluso de querer “jugar a ser Dios”. Él, en tanto, hablaba de ayudar a las personas que estaban sufriendo como un gesto de misericordia y fue defensor del concepto del derecho a morir dignamente.
A su favor tenía siempre el testimonio de sus propios pacientes, que daban su consentimiento -que quedaba grabado- antes de enfrentarse a la máquina del patólogo, y de los familiares de ellos. Por caso, el marido de Adkins señaló sobre la decisión de su esposa: “No es cuestión de cuánto tiempo vivís, sino de la calidad de vida. Era su vida y ella eligió, sobre la base de que las cosas que más le gustaban, la lectura, la literatura y la música, no podría hacerlas ya más”.
Antes de pulsar el botón que activaría la máquina letal, según el testimonio de Kevorkian, la maestra de Portland lo miró y le dedicó sus últimas palabras: “Gracias, gracias, gracias”.
Kevorkian y sus primeros acercamientos a la muerte
Jacob “Jack” Kevorkian nació el 28 de mayo de 1928 en Pontiac, estado de Michigan, Estados Unidos. Sus padres eran armenios que habían huido en 1915 del genocidio sobre su pueblo perpetrado por el entonces Imperio Otomano. Su mamá falleció de cáncer luego de una prolongada agonía, y posiblemente eso haya inclinado al joven Jack hacia el estudio de la medicina. También, a buscar lo que para él sería el objetivo de su invento para asistir en los suicidios: evitar el sufrimiento de las personas con enfermedades terminales.
Se graduó como médico en la Universidad de Michigan en el año 1952 y luego se desempeñó como doctor del ejército durante la Guerra de Corea. Regresó a su ciudad natal para trabajar como patólogo en el Centro Médico de la Universidad de Michigan, donde comenzó a mostrar cierto interés en los fenómenos relativos al fin de la vida. Una de sus biografías señala que incluso cuando era estudiante universitario sacaba fotos a las personas moribundas en los hospitales, en las que intentaba captar el momento exacto de su muerte.
Los primeros pasos en dirección a la asistencia para morir los dio Kevorkian en sus primeros años como médico con una propuesta para que los criminales condenados a muerte en las cárceles de Estados Unidos pudieran ser ejecutados con sustancias anestésicas, para poder someter a sus cuerpos a experimentos médicos y también para donar sus órganos. Incluso presentó un informe sobre ese tema en una reunión de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, en 1958.
Pero luego de eso, en las siguientes dos décadas Kevorkian fue un tranquilo patólogo con una carrera no demasiado destacable, caracterizado por su vida austera y solitaria. Comía poco, evitaba los lujos y compraba ropa usada en el Ejército de Salvación.
Según el obituario de este médico que publicó The New York Times, el que sería el doctor muerte se mudó a Long Beach, en California, en 1976, para dedicar parte de su tiempo al arte. Aprendió a tocar el piano -amaba a Bach-, pintaba y escribía. Pero seguía trabajando como patólogo a tiempo parcial en dos hospitales de la región.
La máquina de la muerte se activa por primera vez
En 1984, Kevorkian volvió a su antigua idea de administrar anestésicos a los condenados a muerte, algo que fue impulsado por la gran cantidad de ejecuciones que había en esos momentos en el país. Empezó a llamar la atención con sus ideas, y entonces decidió ir un poco más allá.
En 1987 visitó Holanda para asesorarse en técnicas que permitían en aquel país dar curso al suicidio asistido a los enfermos terminales. Regresó a Michigan en 1988 para ofrecer una práctica médica inédita que le daba a los pacientes y sus familiares un “asesoramiento para la muerte”.
El patólogo ofrecía hacerse cargo él de los gastos del procedimiento y aseguraba que no cobraba por sus servicios. Entonces presentó en diversos medios de comunicación su particular invento: el ”Thanatron”, o máquina de la muerte.
Era simplemente un marco metálico del que colgaban bolsas que contenían las sustancias que se inyectaban a los pacientes. Primero, pentotal sódico, para dormirlos, y luego, cloruro de potasio, que paralizaba el corazón. En uno de los lados, el invento tenía un botón para que fuera el propio doliente el que activara el instrumento que acabaría con su vida. Más tarde, el médico crearía otra máquina, el ”Mercitron”, que provocaba la muerte por inhalación de monóxido de carbono.
Fue luego de ver la presentación de Kevorkian en la televisión que Janet Adkins se contactó con él. Ella sería la primera en utilizar el dispositivo letal, en junio de 1990.
Al hacerse pública esta situación, la justicia de Michigan intentó presentar cargos contra el que ya se había convertido en el doctor muerte, pero como la mujer se había suicidado y la legislación de ese estado no contemplaba como delito ni prohibía el suicidio asistido, los cargos contra él se retiraron.
Kevorkian en los tribunales
Kevorkian continuó asistiendo a diversas personas provenientes de todo el país en sus suicidios, y tenía tantos fanáticos como detractores. Fiscales, juristas, legisladores y autoridades sanitarias de Michigan, e incluso el gobernador, no podían detenerlo. En 1991, el estado le suspendió la licencia para el ejercicio de la medicina.
También la Asociación Médica Estadounidense se pronunció. En 1995, la entidad dijo que Kevorkian era “un imprudente instrumento de muerte” y que representaba “una gran amenaza para el público”.
Pero el doctor muerte, aún sin el título habilitante, seguía “ejerciendo” su particular método de asistencia.
Más allá de las críticas o los comentarios elogiosos a su tarea, el médico patólogo había logrado abrir en la comunidad estadounidense un debate sobre la muerte digna y también hizo posible visibilizar la difícil situación de los enfermos terminales, que hasta entonces era un tema tabú. A partir de Kevorkian, la medicina comenzó a ocuparse de manera más seria de los cuidados paliativos y los profesionales estuvieron más atentos a los sufrimientos de estas personas a la hora de recetar medicamentos para atenuar su dolor.
El “doctor muerte” también se acostumbró a tener que ir a comparecer a distintos tribunales. De mayo de 1994 a junio de 1997, el patólogo fue juzgado cuatro veces por la muerte de seis pacientes. Siempre acompañado por su joven y extravagante abogado defensor, Geoffrey Fieger, logró salir sin consecuencias. En tres de esos procesos fue absuelto, y el cierto juicio fue declarado nulo, de acuerdo al racconto que hace el periódico Detroit Free Press.
Kevorkian, seguro de contar con un abogado astuto, parecía disfrutar estos procesos. Le gustaba estar en el centro de atención y poder promocionar su opinión sobre la importancia de una muerte digna. En una ocasión, apareció vestido en el tribunal con ropa del siglo XIX, como para decirle a los presentes que los cargos con los que lo acusaban eran terriblemente anticuados.
El médico también hablaba de compasión y misericordia, y pasaba videos de sus pacientes antes de conectarse a la máquina de la muerte. En uno de ellos, se veía a un joven con una enfermedad degenerativa que le decía a Kevorkian: “Yo quiero morir”. Y su madre, a su lado, agregaba: “Yo quiero que él sea libre. Lo vi sufrir demasiado”. En estas ocasiones, los miembros del jurado no podían evitar conmoverse y llorar.
Jack Kevorkian va a prisión
Pero el doctor muerte halló finalmente una condena cuando él mismo expuso descarnadamente su actuación en un popular programa de televisión estadounidense. Fue cuando entregó a la emisión 60 minutos un video donde le inyectaba una sustancia letal a uno de sus pacientes, Thomas Youk, un hombre de 52 años con Esclerosis Lateral Amiotrófica.
La proyección de este acto fue en noviembre de 1998, fue vista por millones de estadounidenses y marcó un límite para la justicia de ese país, a la que, además, el médico había desafiado en vivo en el programa.
“Usted ha tenido la audacia de aparecer en la televisión nacional, mostrarle al mundo lo que hizo y retar al sistema legal a detenerlo. Bueno, señor, considérese detenido”, le dijo a Kevorkian la jueza Jessica Cooper, que presidió el juicio en el Tribunal del Condado de Oakland, en Michigan.
Poco después, el 26 de marzo de 1999, el jurado encontraba al acusado culpable del cargo de asesinato en segundo grado de su paciente y lo condenaba a pasar entre 10 y 25 años en prisión.
Pero ocho años más tarde, el 31 de mayo de 2007, el doctor muerte salió de la cárcel. Un tanto por su buena conducta y otro tanto porque prometió a las autoridades que no asistiría nunca más en la muerte a ningún paciente. De lo contrario, volvería a ser confinado.
Después de su liberación, Kevorkian se convirtió en un personaje popular en programas de televisión o dando conferencias. Además, publicó las memorias que escribió en prisión y un libro sobre la superpoblación mundial. Incansable buscador de nuevas metas, en 2008 se postuló para el Congreso por su distrito, en Michigan, y obtuvo casi 9000 votos, o sea un escaso 2,6% del total de los sufragios.
La muerte de Kevorkian
El 3 de junio de 2011, el hombre que ayudó a morir a unas 130 personas -según su conteo-, encontró su propia muerte. Fue en el hospital William Beaumont de la ciudad de Royal Oak, en el estado de Michigan. Tenía 83 años, y había sufrido una trombosis pulmonar mientras estaba internado por problemas en sus riñones. Según lo que informó el medio británico The Guardian, el médico que creó la máquina de la muerte se fue de este mundo escuchando la música de su adorado Johann Sebastian Bach.
Geoffrey Fieger, su abogado de los años 90, dio una conferencia de prensa tras la muerte de su antiguo cliente y amigo. Cuando le preguntaron si el propio “doctor muerte” hubiera recurrido a la eutanasia, el letrado respondió: “Si él hubiera tenido la fuerza suficiente para hacer algo al respecto, lo hubiera hecho. Si hubiera podido volver a su casa, Jack Kevorkian probablemente no se habría permitido regresar al hospital”.
Un año antes de su muerte, la historia de la vida de Kevorkian fue llevada a la pantalla en una producción de HBO llamada You don’t know Jack (No conocés a Jack), dirigida por Barry Levinson y donde nada menos que Al Pacino interpreta al singular doctor muerte.
El filme ganó diversos premios, y en el discurso por la obtención de un Emmy gracias a ese film, Pacino dijo que lo había complacido mucho ponerse en la piel de alguien “tan brillante, interesante y único” como Jack Kevorkian que, precisamente, se encontraba presente en el lugar, y agradeció el halago con una sonrisa.
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