Doble celebración para el Mozarteum
A los 60 años del gran espacio de la música clásica, se suman los 90 años de su mentora, Jeannette Arata de Erize
Hoy es un día de doble celebración para Jeannette Arata de Erize. Cumple 90 años y el Mozarteum, la institución que tiene su sello, sesenta años de existencia. Es difícil imaginar una joven de treinta años decidida a asumir la responsabilidad enorme de crear un espacio para la difusión de la música clásica y contemporánea en un país remoto y sin presupuesto.
Daría la impresión, al ver la plácida expresión de su rostro, que las grandes batallas no estaban hechas para ella, y, sin embargo, pensar así sería el mayor de los errores. Con la elegancia natural, sin alardes, y la pasión por el arte, Jeannette sentó las bases de la institución que más ha hecho por el conocimiento de los grandes intérpretes, compositores y orquestas maravillosas en la Argentina.
Si algo define su intachable trayectoria al frente del Mozarteum es una inclaudicable vocación de servicio y la capacidad innata para derribar las barreras que la distancia y la limitación de recursos suelen imponer.
Un destino inesperado para la hija del reconocido médico cirujano Luis Erize, y de Valentina Ruftz da Lavinson, descendiente de una familia de la nobleza francesa, que se casó jovencísima, a los 19 años, con Francisco Pacho de Erize, con quien tuvo dos hijos, Francis y Alberto. Un giro copernicano se dio en su vida cuando pasó de cultivar las rosas y las violetas del jardín de la estancia familia a guiar los destinos de la mayor institución musical del país.
Los logros se multiplicaron en estas seis décadas, al igual que el reconocimiento internacional y local en múltiples distinciones y condecoraciones, como la Legión de Honor del gobierno de Francia, la Medalla de Oro de la Cultura Italiana, la Orden de Comendador del gobierno de Austria y la designación de embajadora cultural de Buenos Aires, entre muchas otras.
El primer triunfo de su gestión llegó poco después de asumir la conducción del Mozarteum, cuando peligraba el contrato con Igor Stravinski porque no se había reunido la suma necesaria. Ella no dudó un minuto. En 48 horas, reunió los fondos y el maestro, que era el músico más importante de ese momento, actuó en Buenos Aires.
Una vida llena de anécdotas, de encuentros únicos y de grandes oportunidades ha sido la de esta dama que parece surgida de una pintura de Watteau, fiel a sí misma, a su imagen y a su estilo, con el pelo blanco recogido, que enmarca el óvalo perfecto de su rostro y la semisonrisa que la define.
En 1987, movilizó a la Filarmónica de Nueva York, con la batuta de Zubin Mehta y el patrocinio de Citibank, para convocar en la 9 de Julio a 120.000 personas. También fueron suyas las iniciativas de organizar los conciertos gratuitos del mediodía en el Gran Rex; contagiar el entusiasmo de los mayores a miles de jóvenes con el abono Música para Juventud, destinado a menores de 25 años que pueden disfrutar del programa de conciertos por una suma accesible y irradiar la influencia del Mozarteum a las filiales del interior del país.
Miles de jóvenes aprendieron en esa cantera a amar la música de Mozart y a descubrir los giros innovadores de Pierre Boulez. Vieron bailar a los solistas del Kirov de San Petersburgo y escucharon a la Orquesta Nacional de Francia, dirigida por el gran Lorin Maazel.
La manera eficaz de concretar proyectos de largo aliento parece inspirada en la frase de Ortega: "Argentinos, a las cosas". Es un modelo de gestión, un camino que debería ser transitado por políticos, funcionarios y empresarios, cuando la palabra "institución" ha sufrido una irremediable devaluación.
El éxito de una acción pública se mide por el resultado, pero trasciende al cimentarse en la continuidad. Exactamente eso es lo que hizo la gentil Jeannette Arata de Erize en los últimos sesenta años. De su diálogo con André Malraux, cuando el escritor era ministro de Cultura de Francia, surgió la posibilidad de un Atelier en París, en la Cité Internationale des Arts, en el 18 de la rue de Hotel de Ville, con vista al Sena y a Notre-Dame. Una generosa ventana abierta al mundo de la cultura por la que desfilaron, desde su apertura en 1965, más de 350 personalidades de las artes. Lo estrenó Raquel Forner, y por allí pasaron, entre otros, Manuel Mujica Láinez, Astor Piazzolla y Guillermo Roux.
Cuando el fundraising era una palabra desconocida para muchos, la señora de Erize movilizó a las empresas y logró traer a la Argentina figuras de la talla de Rostropovich, Isaac Stern, Rudolf Nureyev, Kiri Te Kanawa y Claudio Arrau, por citar algunos nombres ilustres de una lista prodigiosa.
Es difícil imaginar a esta mujer suave y disciplinada renunciando a un proyecto. Por más ambicioso que fuera, siempre supo doblar la apuesta y elevar el listón. Tuvo de su lado la generosidad de muchos argentinos, el amor por la música de nuestro público y un teatro magnífico, único en el mundo por su acústica, como es el Colón.
Sobre este trípode construyó una marca reconocida mundialmente, que le dio prestigio a nuestro país, impulsó la carrera de músicos argentinos y desarrolló el espíritu melómano en muchos jóvenes que ocuparon los pisos más altos del Colón con las entradas más baratas. Un pasaporte mágico a un escenario en el que todos los sueños parecen posibles.
El lunes, en el último concierto del abono del Mozarteum, el público disfrutó de Cassandre, interpretada por el Ensamble Intercontemporain; una maravilla llegada de Francia, con la dirección de Jean Deroyer.
En el silencio de la sala, mientras la voz de Marthe Keller recitaba como en una letanía el trágico destino de Troya, según el texto de Christa Wolf, sentí que todos estábamos en deuda con esta dama intensa y leve, fuerte y frágil al mismo tiempo, impulsada por una pasión que sólo puede interpretarse como un don. Gracias Jeannette. Feliz cumpleaños.
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