Las cuestiones a evaluar por los padres no son las mismas que antes; la estrategia educativa en pandemia y la politización en las aulas, algunas variables de peso en el proceso de búsqueda
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A Joaquín Gómez De Cesare le gusta la robótica. El año pasado, mientras cursaba 6° grado de manera virtual, en plena pandemia, se anotó en un curso online que culminó con un proyecto de programación. “Se reenganchó, y ahora su fantasía es construir cosas que sirvan para solucionar problemas de otros”, cuenta su mamá, Delfina De Cesare, que después de haber tenido varias entrevistas en distintas escuelas porteñas, la mayoría por Zoom porque no se aceptaban visitas presenciales, cree haber dado con el colegio secundario para su hijo: la Escuela Técnica N° 32, José de San Martín, en Chacarita. “El director le mostró cómo trabajaban, vio una sala llena de impresoras 3D con las que los alumnos trabajan y diseñan un montón de cosas, y se quedó fascinado”.
En este momento del año, en el que muchas familias deben inscribir a sus hijos, cuando se definen vacantes y se cierran búsquedas, las dudas arremeten. El entusiasmo de Joaquín por la robótica, confiesa su mamá, inclinó la balanza hacia una escuela de formación técnica y allanó el camino. Pero los expertos en educación consultados por LA NACION advierten que a los 11 años, la mayoría de los chicos “está en otra cosa” y que, a pesar de la participación que ellos puedan tener en este proceso, la decisión suele ser de los adultos.
Presencialidad, idioma, política...todo sobre la balanza
¿Qué tienen en cuenta hoy las familias a la hora de elegir un secundario? ¿Cambiaron los paradigmas? ¿Cuánto influye luego de un año de clases virtuales que el colegio tenga una propuesta híbrida consistente? ¿Un buen nivel de inglés sigue entre los “imprescindibles”? ¿Qué peso tiene que la escuela se ocupe de la ciudadanía digital en tiempos de acoso escolar a través de las redes sociales? ¿Desalienta o alienta que el colegio esté “politizado”?
Las experiencias de Joaquín y Agustina, que hoy está en cuarto año, no se parecen en nada. “Agustina siempre dijo que quería ir al Nacional de Buenos Aires. A ella le importaba el nivel académico y quería ir a un colegio preuniversitario, pero después de una visita que hicimos al Carlos Pellegrini se quedó con el Pelle -cuenta Delfina-. Ni su papá ni yo somos egresados de ahí. Pero ella estaba convencida, aunque tuviera que hacer el curso de ingreso los sábados mientras estaba en su último año de la primaria”.
Orientaciones y tendencias
Desde hace más de 30 años, Silvia Iturriaga, titular de la consultora El libro de los colegios, asesora a familias en la búsqueda y selección de escuelas. “El primer punto como adultos es tratar de preguntarse qué es lo que uno quiere y valora para sus hijos. Por eso, más que la escuela indicada, lo principal es definir un proyecto educativo. Es muy probable que si una escuela apuesta por un bilingüismo fuerte tenga hockey o rugby, y que le dedique más horas al inglés en detrimento de otras cosas -ejemplifica-. Pero lo que siempre aconsejo a los padres es leer e informarse sobre el proyecto del colegio cuando van a una entrevista. Tener un rol activo, saber qué preguntar y no estar pasivo antes una persona que habla durante 20 minutos seguido”, afirma Iturriaga.
La experta aporta un amplio abanico de tendencias de esta época. “Mucha gente volvió a poner la mirada en las escuelas técnicas, no solamente porque se relacionan con una salida laboral más concreta, sino porque se aggiornaron y tienen nuevas orientaciones”, apunta Iturriaga. También menciona el incipiente pero sostenido interés que hay ahora por las escuelas con orientación en música. Sobre el momento en el que comienza la búsqueda, Iturriaga observa que los tiempos se adelantaron, y que muchas veces los padres consultan cuando sus hijos recién están en 5° grado. “A mi criterio es muy apresurado, y una vez que alguien empieza con estas preguntas en el chat de padres, después es algo que se contagia. ´¿Es verdad que no hay vacantes? ¿Hay que concretar entrevistas ahora?’ Es como una bola de nieve que crece y no para”, plantea la experta.
Como puntapié inicial, Claudia Romero, profesora e investigadora de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella, repara en que las familias que tienen una posición activa de búsqueda de escuela son aquellas que “pueden elegir”. Tienen información suficiente, medios económicos, motivaciones y preocupaciones en torno a lo que la educación escolar puede agregar a la formación de sus hijos. “En los últimos quince años se ve un crecimiento de elección de escuelas privadas, no sólo en los sectores medios y medios altos sino también en los sectores de bajos ingresos. En mayor medida, sucede en las grandes ciudades, pero este fenómeno se da prácticamente en todas las provincias -indica la especialista-. Las familias tienen una percepción de mayor calidad en escuelas privadas y, entre otras cuestiones, destacan la mayor continuidad, es decir, no hay paros; una mejor infraestructura, contención y seguimiento de los alumnos”.
A veces, añade Romero, se valora la tradición familiar y se inscribe a los hijos en la misma escuela a la que asistieron los padres. En otros casos pesa más un objetivo de superación. “En los sectores de bajos ingresos juega el factor aspiracional de poder darles a los hijos lo que ellos no tuvieron, por ejemplo, una formación bilingüe o la posibilidad de insertarse en sectores medios”, describe.
Sobre las escuelas técnicas, Romero precisa que conforman una opción que, desde 2011, creció alrededor de un 15 por ciento. “Se busca allí la mayor conexión con salida laboral, pero también un currículum más orientado y una jornada escolar extendida con talleres obligatorios”, refuerza Romero.
El deporte como meta
En la casa de los Toso, el básquet y el vóley son sagrados. Para la primaria, Fernando Toso y su mujer estaban de acuerdo en dos cosas: un colegio doble jornada y, en lo posible, bilingüe. Y ese fue el camino para Lucas y Hanna, que hoy tienen 14 y 12 años. “Pero en la secundaria queríamos algo diferente, que salgan de ese mundo más estructurado y contenedor del colegio privado y que tengan otra experiencia. Un aula más heterogénea, nuevos amigos -se explaya Fernando-. A mi mujer le daba pena que perdieran el bilingüismo, pero todo el día en la escuela no era una opción, porque para ellos el deporte no es algo recreativo nada más. Los dos están federados y ahora entrenan entre tres y cuatro veces por semana”, cuenta su papá.
La historia de los Toso, ratifica Iturriaga, también es frecuente entre sus consultas. “Recibo muchos padres de chicos que a los 12 años están federados en un deporte y tienen un ritmo de entrenamiento fuerte. En estos casos, lo prioritario es el deporte y no el nivel académico ni el proyecto educativo de la escuela. Buscan una institución de jornada simple, sencilla, para que puedan seguir con los entrenamientos que son cada vez más exigentes”, explica la especialista.
El aula invertida
Luego de un año con las aulas cerradas, el sociólogo Alejandro Artopoulos, especialista en innovación pedagógica y profesor de la Universidad de San Andrés, menciona algunos puntos para focalizar. “Los colegios con especializaciones ayudan a que los chicos, de a poco, se vayan metiendo en lo que les gusta hacer, y enfatizo hacer porque uno de los déficits que tiene nuestra escuela en relación a las buenas escuelas del mundo es que no enseña a hacer muchas cosas. Todo es muy teórico: estudiar y repetir sin mucho para descubrir”, opina.
En relación a la pandemia, el experto resalta la importancia de una propuesta híbrida, y aquí la palabra mágica, dice, es el aula invertida. “Que fomente la autonomía de los estudiantes a través de las plataformas digitales. En pocas palabras, una aula invertida implica un tipo de aprendizaje combinado, en el que los estudiantes conocen el contenido en casa y luego practican y trabajan sobre esos temas en la escuela. Es una práctica que se utiliza más en la universidad, totalmente opuesta a lo que sucedía hasta ahora en el ámbito escolar, donde el docente introduce un contenido nuevo en el aula y luego asigna tareas para que los chicos completen de forma independiente en casa”, comenta.
El auge de las redes sociales agrega otra variable para reflexionar. “La manipulación digital en la vida social de los adolescentes es algo que no puede dejarse de lado -añade Artopoulos-. En una escuela sin fuertes lazos de comunidad es más probable que los chicos la pasen mal. Hay mucha violencia en las redes y saber cuál es la propuesta de ciudadanía digital es importante”.
El camino de los padres
Un rasgo que no ha cambiado con el paso de los años, coinciden los expertos, es que los padres utilizan la propia experiencia para motivar y convencer a sus hijos sobre la escuela que ellos prefieren. “A veces quieren que repitan el mismo camino. O se ilusionan con darles una posibilidad a la que ellos no pudieron acceder, algo que se ve mucho con el idioma y la elección de los colegios bilingües”, dice Iturriaga.
Magdalena Pujals es la mamá de Lucía y Julieta Nahmad, que tienen 16 y 12 años, y desde el jardín de infantes van al mismo colegio, una institución privada, laica y con inglés intensivo, en Coghlan. “Con Lucía, la mayor, teníamos la idea de que hiciera el secundario en una escuela pública. Yo soy egresada del Nicolás Avellaneda y mi marido del Carlos Pellegrini. Cuando Luli estaba en sexto grado, fuimos a conocer el Pelle, porque nos parecía una buena opción...un colegio preuniversitario, grande, con buen nivel académico. Se lo vendimos desde la buena experiencia que había tenido el papá, pero cuando tuvimos la entrevista con el rector y le contó que era un colegio perito mercantil, Lucía ya nos empezó a mirar con cara rara. Después se habló del curso de ingreso, de la obligatoriedad de ir los sábados a la escuela durante ese año previo que ella iba a estar en séptimo grado, y la verdad es que cada vez le gustaba menos”, confiesa Magdalena. Barajaron entonces distintas alternativas, como el Liceo 9 y otros de gestión estatal. “Un día se plantó y nos dijo que a ella le encantaba el colegio al que iba, que quería seguir con sus amigos, que no se quería cambiar y punto”, recuerda.
Con el paso del tiempo, y ahora con la experiencia de su hija menor, que decidió seguir los pasos de su hermana, Magdalena reconoce que a veces los padres, sin intención, trasladan mucha presión con la elección del colegio secundario. Un tema que irrumpe en la conversación familiar con demasiada anticipación, a una edad en la que muchos chicos, en sintonía con lo que plantea Iturriaga, están pensando en otra cosa. “Depende del carácter, la personalidad y los intereses de cada chicos, pero los padres transmitimos una cuota alta de ansiedad sin darnos cuenta, y en el caso de nuestras hijas llegó a ser un motivo de angustia. Hoy priorizo que la pasen bien, que tengan un grupo de amigos y que los docentes estén comprometidos con la educación, algo que es muy importante para nosotros y que sucede en la escuela de las chicas”, dice Magdalena.
Con respecto a la “politización” que se asocia con algunos colegios como el Nacional de Buenos Aires o el Pellegrini, las miradas de las familias y de los especialistas se cruzan. Algunos padres la identifican con las tomas de escuelas, fenómeno que se intensificó en 2017, con más de 30 colegios de Capital en esas condiciones durante el mes de septiembre. “La politización no debería ser vista como algo negativo. No tiene que entrar a las aulas como militancia, sino a través de las opiniones y del pensamiento crítico, porque así se enriquecen los aprendizajes y se estimula el compromiso social”, sugiere Artopoulos.
Para referirse al tema, Iturriaga recuerda una frase reciente de un conocido: “Hace unos días, un padre me decía que le costaba decidir entre uno de los bilingües más reconocidos o el Nacional de Buenos Aires, porque en ninguna de las dos instituciones se iban a sentir reflejados. ‘No me gusta que mi hija esté en un colegio donde algunos de sus compañeros llegan con guardaespaldas, pero tampoco quiero que esté un año entero con el colegio tomado’. Mucha gente exagera y se alimentan algunos mitos sin tener conocimiento real”, concluye Iturriaga.
Como parte de la propia naturaleza del CNBA, algunos consideran que la riqueza de la experiencia educativa del colegio es la participación en asambleas y el roce político. Y defienden a ultranza cualquier manifestación de los adolescentes. Otros, en cambio, se oponen a las expresiones más extremas, como las tomas del colegio, que marcaron la historia de la institución en distintos períodos, y manifiestan su preocupación por la actitud de una minoría que puso en jaque más de una vez, entre otras cuestiones, uno de los derechos más preciados de los alumnos, el de poder ir libremente a clases.
- CÓMO ORIENTAR LA BÚSQUEDA
En el libro Hacer de una escuela, una buena escuela (Editorial Aique), Claudia Romero elabora una lista de condiciones que pueden orientar la búsqueda. “Rescataría tres que podrían servir para evaluar la propuesta escolar. La primera, la protección del tiempo dedicado a la enseñanza, porque una buena escuela es una escuela que garantiza clases todos los días, controla el ausentismo docente y valora cada momento para producir experiencias valiosas”.
En segundo lugar, continúa Romero, es clave el plan educativo, ya que las instituciones deben dar a conocer cuál es su proyecto, los valores que alienta, los contenidos que privilegia, las formas de trabajo y evaluación. “Ese proyecto no sólo debe ser compartido por todos los docentes sino también, idealmente, por las familias. Saber cuál es el recorrido de los egresados y en qué ámbitos se insertan”, indica.
La tercera condición que describe es el apoyo a los aprendizajes, porque una buena escuela cuenta con espacios de seguimiento personalizado, conocimiento de cada alumno, tutorías y estrategias alternativas de apoyo.
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