Este fin de semana pasaron por los espacios de nocturnidad unas 200.000 personas, según datos oficiales; los jóvenes impulsan la temporada
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MAR DEL PLATA.– Casi 20 minutos por reloj de tránsito cada vez más cargado. Primero, grupos sueltos. Luego, compactos y del ancho de calle, entre abrazos y alguna selfie con fondo de mar. Hasta que se convierten en una columna sólida con los remolones que se rinden solo cuando les apagan la música. Enseguida, no tienen más remedio que caminar y alejarse porque un cordón de una docena de policías, pertrechados con escudos y tonfa bastón en mano, les marcan una apurada caminata cuesta arriba hacia la salida norte de Playa Grande.
Sobre largos caminos que son mezcla de tierra, piedra y arena se repite la historia a unos cinco kilómetros al sur, junto al faro y algo más allá. La retirada de los paradores, convertidos hasta hace un rato en discotecas a cielo abierto, descarga una multitud hacia la ruta 11, donde un extenso cordón de uniformados, patrulleros y motos marca límites infranqueables entre pavimento y banquina peatonal.
Las autoridades locales afirman que por esos espacios de nocturnidad pasaron solo entre viernes y sábado unas 200.000 personas. La cifra es equivalente a una cuarta parte de la población residente en la ciudad. No solo concurrieron a bailar: también aportaron a algunos de los primeros recitales programados para esta segunda quincena, que por fin cobró vuelo.
“Tuvimos al menos diez eventos masivos y casi simultáneos”, destacó el secretario de Seguridad municipal, Rodrigo Goncálvez, que articuló con fuerzas de policía de la Provincia de Buenos Aires y Federal, Bomberos y la Prefectura Naval Argentina el control de los distintos espacios donde hubo shows, fiestas y baile.
La cuota joven del volumen turístico que recibe la ciudad se agrandó y quedó a la vista como pocas veces en estos días. Como ya anticipó LA NACION, son casi un 40% del mercado de arribos. Consumen, por sobre todo, nocturnidad y diversión. Y con un importante volumen de gasto.
“Estaba explotado”, confirman Román, Isaías y Brian, de Rosario, que tienen entre 20 y 22 años y anduvieron por el complejo Normandina. “Y eso que no había ninguna artista ni figurita”, contaron sobre una convocatoria natural lograda por una de las discos, donde pagaron entre 6000 y 8000 pesos solo para ingresar.
Es que el fin de semana confirmó el primer y esperado pico, ya que la agenda marcaba hasta fin de mes una multiplicidad de eventos, varios de ellos de nivel internacional y que llegaron a la fecha casi sin tickets disponibles. La venta anticipada ya daba esas buenas señales hace alguna semanas, en medio de la incertidumbre que proponía esta temporada.
Hubo fecha sold out para las presentaciones más fuertes. El sábado, en Mute, los DJ Gordo y Wade hicieron bailar a más de 15.000 personas a metros del mar. Ahí cerquita nomás y en simultáneo, el histórico Fat Boy Slim regresó después de 20 años y tuvo su multitud en Estancia La Moringa, también por la ruta 11. En el Mundialista tocó Tan Biónica ante 20.000 personas y la banda Don Osvaldo –del ex Callejeros Pato Fontanet– en Silos del puerto, con otros 10.000.
Mute, protagonista central desde hace años en estas propuestas musicales, tuvo además un viernes también a pleno con la fiesta Bresh, de las más coloridas y concurridas. “Segunda quincena siempre es más concurrida y tenemos los artistas más convocantes”, destacó Ciru Zabalía, del equipo de Comunicación del parador, donde reconocen que el número general, a pesar de esta reciente mejoría, da aún 15% por debajo del rendimiento de la última temporada. “Sentimos la caída de lunes a miércoles”, remarca.
La masividad requiere controles más exhaustivos y con mayor despliegue. Se apunta a la prevención de la violencia en este contexto de juventud y alcohol. Un refuerzo que llegó tras el asesinato de Fernando Báez Sosa, en Villa Gesell.
Aquí se cuentan por cientos los policías distribuidos en un corredor de la costa que tiene dos focos centrales: Playa Grande, con sus bares y discotecas, y el sur del faro, donde los balnearios tienen actividades nocturnas con concurrencias de cinco cifras.
“La policía te hace un cacheo al entrar y adentro hay otro, cuando mostrás el ticket y antes de pasar por el molinete”, comentan Flavia y Aymara, del barrio porteño de Flores, que vinieron solo por el fin de semana y se van justo cuando está por amanecer. “Está en lo mejor, pero vinimos en auto y luego la salida por la ruta es eterna”, confirman a LA NACION.
Moverse entre 10.000 a 15.000 personas que coinciden por esas arenas en cada una de estas noches es una misión bien difícil. Se agolpan frente al escenario, con sus tragos o botellas de agua en mano, y cubrirán lo que durante el día es una playa cómoda, de dimensiones superiores a un estadio de fútbol.
Todo es luces, sonido y tragos. Mucho make up y pasos de baile. También arriba de sillones en los espacios que se venden por grupos o tienen un sponsor que se encarga de las invitaciones. Lo más exclusivo está sobre el escenario, al lado del artista de turno.
“Para estas fechas, que son las más concurridas, se refuerzan los controles”, confirma Zabalía y destaca la dotación de rescatistas que asisten en campo, personal de seguridad que controla acceso y vallados, y ambulancias, con carpas de asistencia. También en los distintos escenarios están bien destacados los puestos de hidratación, con acceso libre a agua.
Las fiestas electrónicas volvieron a ser noticia esta semana con la muerte de una joven turista platense que murió horas después de haber participado de uno de estos eventos. Se confirmó por análisis que sufrió una intoxicación por consumo de metanfetaminas. El caso lo investiga la Justicia.
A esta dinámica de gran cantidad de turismo joven le quedan al menos dos fines de semana más. El jueves se presentará el DJ Colyn y el sábado, el muy esperado Art Bat. En medio, otro clásico: Conga Arena Festival. Y se viene una cadena de recitales; los más importantes, en el polideportivo Islas Malvinas. Por allí pasarán Diego Torres, La K’onga, Luciano Pereyra, y Ciro y Los Persas.
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