Mi esposa Vera conoció a un grupo de mujeres llamadas Las Puérperas. Así en mayúsculas porque decidieron institucionalizarse (hasta tienen personería jurídica) para reforzar su cohesión y funcionamiento. Además de ejercer jubilosamente la maternidad, estas mujeres proponen el puerperio como un estado definitivo luego de dar a luz. Es decir, como los tatuajes, le puerperio dura, según ellas, toda la vida. Creo que es más o menos así.
Hace unos días, Severino fue invitado al cumpleaños del hijo de una de Las Puérperas. Era un lugar abierto, con juegos y un lunch muy tentador para los intereses infantiles. Acaso la única vibración discordante en una salida perfecta –también para los adultos, que aprovechamos la tarde soleada al aire libre– fue la aparición, entre los juguetes que circulaban, de una pistola de agua. Como la temperatura no daba para mojarse, el pequeño objeto plástico había alterado su significante y era simplemente un arma. O la réplica. En cualquier caso, algo indeseable en un ambiente infantil.
Al cabo de una breve polémica entre los mayores, se convino que era mejor apelar a otros juguetes y, sobre todo, usar el amplio predio para consumir energías. Durante la noche, conversé al pasar sobre el episodio con Vera, mientras le hacía un masaje de pies, pero ella no le dio mucha importancia. Nunca le compramos un juguete bélico o similar a Severino. Y a él tampoco lo atraen, ni le interesan por el momento los héroes de armas tomar. No es un tema de conversación en casa.
De todos modos, me quedé pensando en esa especie de escándalo con sordina suscitado por un juguete. Alguna vez, cuando pensaba dedicarme a la dramaturgia infantil, hice un taller en el que una docente muy capa nos explicó que los chicos deslindan perfectamente el mundo simbólico del juego de la monótona realidad. Y que las violencias ficcionales de esa dimensión gozosa se quedan allí. Por mirar seguido a algún personaje de la tele que empuña la espada –o alguna pistola de rayos desintegradores–, los niños no van a comportarse de ese modo con su familia. Así decía esta mujer, que me parecía muy avezada en la materia.
Por otra parte, qué pasa cuando en los primeros años escolares, las niñas y los niños se enfrentan con el sable santificado del General San Martín, o de algún otro patriota de los que participaron en las guerras de emancipación. Qué le diré a Severino cuando me mire desconcertado y me pregunte: en qué quedamos, las armas las carga el diablo o son una herramienta decisiva para la liberación de los pueblos oprimidos. No sabré qué responderle.
En la serie de tevé favorita de Severino, no se ven siquiera rastros de conflicto. La patrulla de perritos liderada por un humano solo enfrenta incidentes menores.
Quizá de a poco, como quien orejea las cartas, habría que permitir que los infantes reconozcan el mundo real. Y en ese mundo real, el lenguaje de la violencia no solamente existe, sino que a veces es necesario, indispensable. San Martín tal vez sea una entrada apropiada en un tema tan arduo. Pero para que no tome a los niños tan de repente, padres y madres deberíamos abstenernos del pacifismo falsamente pedagógico. ¿O debemos esperar que descubran por sí solos/as la verdad, tal como descubrieron que Papá Noel era el tío Esteban con barba de algodón y un almohadón en la barriga?
En la serie de tevé favorita de Severino, además de estar ausente la violencia, no se ven siquiera rastros de conflicto. La patrulla de perritos que conduce un joven (humano) a bordo de un cuatriciclo solo enfrenta incidentes menores. Por ejemplo, se perdieron los gatitos de la tienda de mascotas o unas ramas obstruyen las vías del tren. Esporádicamente surge un "enemigo", cuya maldad más estridente es hacer trampa en las competencias deportivas. Entiendo que el anzuelo de la serie son los cachorros y los motores. Cada miembro de la patrulla conduce un sofisticado camión, excesivo para lidiar con los percances triviales de ese mundo perfecto, aunque ideales para reproducir a escala chiche coleccionable, entre otros rebusques del merchandising.
En estos días, Seve atraviesa una etapa de agresividad. Arroja objetos peligrosamente, muerde, pega, grita. Por ahora esa es la "violencia" que me ocupa. Dicen los expertos que es propio de la edad y que luego la conducta se estabiliza. Solo tengo que esperar. No hace falta que consulte la bibliografía que me separó Vera para ocasiones de duda en el camino de la crianza. Algo irrisorio comparado con lo que, como acabamos de ver, se asoma en un horizonte no tan lejano.