Diabetes: cómo viven los pacientes que hace una década recibieron un trasplante de células de cerdo
En 2011, el médico Adrián Abalovich y su equipo lograron realizar el procedimiento experimental en 22 personas
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Parece mentira, pero una pequeña parte del páncreas que representa apenas el 2% de ese órgano es la que secreta la insulina, la hormona que regula los niveles de azúcar en sangre y nos pone a salvo de la diabetes, una enfermedad que se presenta en dos variantes (tipo 1 y tipo 2) con la que vive el 11% de nuestra población, y en aumento. El 10% de los diabéticos tiene la tipo 1.
Adrián Abalovich, un médico argentino, cirujano y emergentólogo, concretó hace más de una década un procedimiento experimental innovador: trasplantó islotes de esas células, llamadas Beta, a 22 pacientes diabéticos tipo 1, cuyos páncreas –por una reacción autoinmune– ya no producen insulina y deben recibirla en forma externa. El procedimiento logró que el 60% de ellos equilibrara sus niveles de glucemia, que en muchos casos eran muy lábiles y les causaba trastornos serios en su vida cotidiana y a futuro.
Pero esas células tenían una característica muy especial: no eran humanas, sino de cerdos. Sí: aisladas a través de un proceso de microencapsulado, incapaces entonces de producir rechazo en los organismos receptores, Abalovich y su equipo introdujeron en el abdomen de los pacientes estos islotes de cerdo microencapsulados a través de una cirugía laparoscópica (de pequeñas incisiones). Y para muchos de ellos la vida a partir de eso fue distinta. Mejor.
Las investigaciones de Abalovich y su grupo demostraron que trasplantar células de cerdo no implica riesgo de transmisión de retrovirus endógeno porcino (PERV), algo que dejó abierto el camino para trasplantes de órganos de cerdo a humanos, que ya comenzaron a concretarse. El 10 de enero pasado fue trasplantado por primera vez con el corazón de un cerdo genéticamente modificado David Bennet, un paciente de 57 años gravemente enfermo, que ya no tenía tratamientos posibles. Bennett vivió con ese corazón casi dos meses, hasta el martes pasado.
“No, yo no inventé la idea –dice Adrián Abalovich, jefe de emergencias del hospital Eva Perón de San Martín–. El primero que microencapsuló células de islotes de páncreas de cerdo fue el canadiense Anthony Sun en la década del ‘80 y con eso revirtió la diabetes en un mono. Yo empecé a trabajar con islotes en el ‘87, cuando era residente de cirugía en el hospital de Haedo. Después viajé a Lille, en Francia, y seguí perfeccionándome. Cuando volví a la Argentina continué en la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) y en el Instituto de Investigaciones Cardiológicas de la Facultad de Medicina de la UBA, donde concretamos una experiencia muy importante junto a Víctor Castillo, endocrinólogo veterinario: trasplantamos islotes de cerdo microencapsulados a perritos diabéticos y un chihuahua vivió un año sin insulina”.
Esa investigación le dio a Abalovich un gran espaldarazo. “Me contactó el profesor Robert Elliot, un australiano que vivía en Auckland, que tenía montado un laboratorio modernísimo de islotes de cerdos y quería extender sus pruebas en humanos. Así nació el protocolo que dio origen a los dos trasplantes de islotes en 22 pacientes”.
El médico recuerda que la aprobación del protocolo llevó más de dos años y fue muy importante el visto bueno de Alejandro Collia, hoy secretario de Calidad del Ministerio de Salud de la Nación y por ese entonces ministro de Salud bonaerense. Los islotes llegaban directamente desde Nueva Zelanda. El primer trasplante fue en agosto de 2011.
“De los 22 pacientes, en un 60 % la mejoría en el control metabólico fue muy importante. Terminaron el estudio con el tiempo de glucemias en rango (glucemias entre 70mg/dl y 180 mg/dl) durante el 70% del día. Todos redujeron la dosis de insulina y hubo dos que quedaron a un paso de dejarla”, señala Abalovich.
Menos insulina, más vida
Para Santiago Maiese, de 49 años, diabético desde los 8, el trasplante significó un antes y un después el trasplante de células de cerdo. Profesor de física, ciencias exactas y naturales y divulgador científico, presidente de la Asociación Bella Vista al Cosmos, sufría frecuentes hipoglucemias. “Eso causa desmayos, falta de reflejos, no permite una calidad de vida sana –recuerda–. Siempre quise ver la posibilidad de curarme la diabetes y cuando mi médica me planteó la posibilidad del trasplante acepté de inmediato. La ventaja de este trasplante es que no hace falta tomar inmunosupresores porque las células no pueden provocar rechazo”.
Maiese, que es casado y tiene cuatro hijos, pudo reducir su necesidad de insulina en un 50%, y ese logro se mantiene. “Hubo días en que no necesité aplicarme –dice–. Viví con la insulina que me aportaron los islotes. Habría sido necesario un trasplante más después de los dos que recibí para crear suficiente insulina. Pero lamentablemente el protocolo no continuó”.
Liliana Juárez, de 60 años, pasó la mitad de su vida con diabetes tipo 1. “Mi médico me comentó del trasplante y me puso en contacto con el doctor Abalovich –explica–. Yo tenía una diabetes muy lábil. Me desmayaba en la calle. Recuerdo que una vez volví en sí y un policía a distancia me preguntaba cómo estaba y me ofrecía una gaseosa. El hombre no se quería acercar porque durante mi bajón de azúcar yo había tenido una reacción agresiva, de autodefensa, y le había pegado... Con este riesgo de hipoglucemias vive un paciente diabético no controlado. Después del trasplante ya no me pasa”.
El haber podido controlar el sube y baja de glucemia es para Maiese un aspecto fundamental: como su azúcar en sangre se mantiene en rango, afirma, “estoy más a salvo de las complicaciones de la enfermedad, que a largo plazo produce problemas como ceguera, amputación de miembros, daño renal”.
Para Liliana Juárez, que fue empleada doméstica y ahora cuida a personas mayores, los dos trasplantes también cambiaron su vida: pasó de usar 40 unidades diarias de insulina a 13, y a medida que transcurren los años ese requerimiento continúa en baja.
Gustavo Nuss, de 30 años, no tenía problemas para controlar su glucemia. Tenía 20, era diabético desde los 13, se atendía en la sección Nutrición del hospital Eva Perón y asombraba a su nutricionista por el prolijísimo registro que hacía de lo que comía, el nivel de carbohidratos que ingería y las unidades de insulina que se aplicaba. Por ese alto nivel de cumplimiento y por su juventud, le propusieron recibir los islotes de cerdo. Y él aceptó.
“Vivía con mucho miedo porque era diabético desde muy chico y los médicos siempre me habían asustado –recuerda–. Que no fuera a los cumpleaños, que no tomara Coca Cola, que no comiera torta. Entonces directamente no salía. Trataba de comer siempre más o menos lo mismo para tener todo controlado. Lo que hizo el trasplante fue darme seguridad, me animé a salir. A partir de ese momento pude empezar a tener una vida social más activa”.
El implante también ayudó a Nuss a disminuir sus requerimientos de insulina a la mitad, y le permite practicar varios deportes, entre ellos buceo. Es soltero, y proyecta radicarse muy pronto en México, donde tiene una amiga que lo ayudará a ubicarse y comenzar una nueva vida allá.
Los islotes, claro está, se obtienen de páncreas de cerdos, y para esto hay que sacrificar a los animales. A ninguno de los tres pacientes le produce “ruido” saber que en sus cuerpos hay células porcinas. “No tengo ninguna inquietud ni incomodidad –dice Maiese–. Solo siento agradecimiento por el doctor Abalovich, que me dio la posibilidad de un prometedor porvenir en mi vida”.
“Ni pienso en el tema. Solo agradezco haber recibido este implante”, coincide Nuss.
Liliana Juárez afirma que, a veces, le hacen bromas sobre los islotes que tiene en su páncreas, pero que en este caso se justifica por un bien que considera mayor.
Nuevas promesas
¿Es posible trasplantar islotes humanos a humanos? Sí, asegura Abalovich, y de hecho Jonathan Lakey, que estuvo en Argentina en 2015, revirtió la diabetes de ese modo en siete pacientes. Pero el trasplante de islotes humanos tiene dos limitaciones: “No hay tantos páncreas donados para trasplantar a 50 millones de diabéticos tipo 1 en el mundo y además habría que inmunosuprimir a esos pacientes, un desafío que en diabéticos no es tan simple de decidir –puntualiza–. Con el trasplante de islotes de cerdos se pretende que todos los pacientes tengan su implante sin necesidad de ninguna droga inmunosupresora”.
“El protocolo con Robert Elliot se interrumpió porque la empresa que tenía en Auckland fue comprada por una japonesa que no quiso continuar –explica Abalovich–. La biotecnología es cara, lenta y los marcos regulatorios a veces no están escritos por lo novedosos de los proyectos. Sin embargo, pronto tendremos novedades: estamos detrás de un nuevo protocolo con pacientes diabéticos para repetir la experiencia. No con los mismos, porque los resultados se harían difíciles de interpretar. Pero nuestra intención es que la mayor cantidad posible mejore su calidad de vida”.
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