Un árbol absorbe alrededor de 28 kilos de CO2 al año; una ballena, hasta 33 toneladas en toda su vida. Estos cetáceos juegan un papel importante en la captura de dióxido de carbono. Sus gigantes cuerpos son un gran depósito de carbono que se almacena durante su larga vida y que cuando mueren y se hunden en el fondo del mar, permiten que el carbono quede secuestrado durante cientos de miles de años.
Mientras viven, trasladan nutrientes esenciales desde el fondo del mar hasta la superficie y con sus colosales heces, aportan minerales escasos en los mares, en especial hierro y nitrógeno, que necesita el fitoplancton para crecer. Estas criaturas microscópicas aportan al menos el 50% de todo el oxígeno a la atmósfera de la Tierra, y se estima que capturan hasta el 40% de todo el CO2 que se produce, lo que equivaldría a cuatro bosques como el Amazonas. Más fitoplancton significa más captura de carbono.
Las aguas territoriales de la Argentina son uno de los pocos lugares de reproducción de la ballena franca, declarada monumento natural en 1984. Fueron cazadas hasta ser llevadas al borde de la extinción. Consiguieron protección internacional en 1935 y esta prohibición de la caza comercial trajo una esperanza para su supervivencia. Las poblaciones del Hemisferio Sur se encuentran en aumento aunque aún muy lejos de su nivel poblacional anterior a la ballenería industrial. Actualmente su estado de conservación es "Preocupación menor".
Recorrer los océanos se ha transformado en una carrera de obstáculos para las ballenas: las redes de pesca y las sogas las lastiman y ahogan; son colisionadas por embarcaciones; la basura marina, en particular los plásticos y los químicos, las intoxican. El ruido las desplaza de sus hábitats, generando alteraciones de comportamiento y daños en la audición y en los órganos que, en situaciones extremas, producen varamientos y la muerte.
El cambio climático está derritiendo el hielo antártico y puede ocasionar importantes reducciones en las poblaciones de krill y en consecuencia, en las de sus predadores, incluyendo las ballenas. Además, en Península Valdés, las ballenas enfrentan el ataque de las gaviotas cocineras, que picotean sus lomos para alimentarse de su piel y grasa, produciendo lesiones en el lomo de las ballenas, afectando su salud y bienestar.
Lograr que las poblaciones de ballenas se recuperen contribuye a mitigar las consecuencias del calentamiento global, porque ellas son los bosques de los océanos. Un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) de diciembre de 2019 estima el beneficio económico que supondría favorecer a las ballenas y defiende que, al igual que se hace con las grandes selvas, se debe compensar a los países para que las protejan.
En 1970 el Dr. Roger Payne, presidente de Ocean Alliance, descubrió que era posible identificar individualmente a las ballenas francas australes a partir del patrón de callosidades que tienen en su cabeza.
Estas callosidades son parches de piel engrosada cubiertos de ciámidos o "piojos de ballenas" que les dan color blanquecino. Están presentes desde el nacimiento y tienen un número, tamaño, forma y distribución únicos en cada individuo, formando un patrón que permanece casi constante a lo largo de su vida. Es decir que el patrón de callosidades es comparable a las huellas dactilares del ser humano.
Esta forma de identificarlas fue el inicio del Programa de Investigación Ballena Franca Austral que el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) liderado por el Dr. Mariano Sironi, continúa hace décadas en Península Valdés y que tiene como pilar la foto identificación. Actualmente se conocen 3800 ballenas individuales, y sus historias de vida dan sustento al Programa Adoptá Una Ballena.
Al adoptar una ballena cada persona contribuye con fondos que permiten continuar generando el conocimiento científico esencial para monitorear las poblaciones de ballenas, identificar amenazas y promover soluciones para mitigarlas, entre ellas la creación de nuevas áreas marinas protegidas y santuarios marinos.
En el Día mundial de los Océanos, acá hay algunas de las historias de las ballenas francas de Península Valdés:
HUESOS
A esta ballena se la vio por primera vez con su madre en 1999, en el Golfo San José de Península Valdés, cuando era una cría recién nacida. Se llama así porque tiene una mancha blanca en forma de hueso en su espalda. También tiene otras dos manchas en el lomo y una mancha ventral que sube sobre su flanco izquierdo, lo que permite que sea así una ballena fácil de identificar.
Era una cría muy activa, siempre saltando y jugando alrededor de su madre. Un año más tarde, se la volvió a ver, ya destetada y transformada en una joven ballena, independiente y muy sociable. La última vez que se la vio fue en septiembre de 2019, cuando pasó frente a la estación de investigación de Instituto de Conservación de Ballenas.
NUBE
Es la ballena más joven del programa de adopción, nació en 2005. Recibió este nombre por su coloración tan particular, que se denomina "morfo gris". A diferencia de la mayoría de las ballenas francas, que son negras con una mancha blanca en el vientre, los morfos grises nacen casi completamente blancos con algunas manchas negras en su lomo. A veces se los llama "albinos parciales" aunque no son albinos, y al crecer, estas ballenas se vuelven grises o marrones. Esta coloración es un carácter heredable que se transmite entre ballenas de una familia.
TEMPRANERA
Es una de las ballenas del catálogo de foto identificación con registro de observación más reciente. Se trata de una de las ballenas que fueron monitoreadas satelitalmente a través del proyecto #SiguiendoBallenas en Península Valdés, permitiendo conocer su historia de vida, preferencia de hábitat y rutas migratorias.
Se identificó por primera vez en 1990 con su primera cría conocida. Eso significa que para entonces ya era adulta, por lo que actualmente tiene al menos 40 años y sigue en edad reproductiva. Los siete registros de Tempranera a lo largo de 30 años brindan información muy valiosa para profundizar el conocimiento sobre la biología y hábitos de las ballenas francas que utilizan el área de cría de Península Valdés.
Fue marcada con un transmisor satelital una mañana muy temprano, de allí su nombre. A lo largo de 68 días se la pudo seguir en tiempo real. Lo que permitió saber que utilizaba diferentes áreas del golfo, alternando aguas costeras con las más profundas en el centro. Esa región de aguas internacionales sobre la plataforma continental argentina tiene alta productividad y es la zona de alimentación de varias especies de aves y mamíferos marinos. También es un área muy importante para la actividad pesquera. Enfrenta la amenaza de la pesca ilegal, y la destrucción de comunidades del fondo marino por la pesca de arrastre.
SERENA
Forma parte de una familia de ballenas prolíficas. Su madre, la ballena 13, fue una de las primeras ballenas francas foto identificadas en Península Valdés en 1971, y desde entonces tuvo al menos nueve crías. La primera hija conocida de la ballena 13 es precisamente Serena, quien nació en 1971 y por lo tanto pronto cumplirá ¡50 años! Hasta ahora se conocen nueve crías de Serena.
VALENTINA
Es una ballena con una larga historia en Península Valdés, y es la fundadora de una familia en la que ya se conocen cuatro generaciones. Se la identificó por primera vez en 1971, el año en que se iniciaron los estudios científicos basados en la foto identificación de las ballenas francas australes en Patagonia.
Las ballenas francas hembra tienen su primera cría en promedio a los nueve años de edad. La primera cría de Valentina registrada nació en 1975, lo que indica que en ese entonces ya era una ballena adulta de al menos nueve años. Si bien no se conoce exacto su año de nacimiento, se calcula que tiene más de 50 años.
Tuvo ocho hijos nacidos entre 1975 y 2013, tres nietos y cuatro bisnietos. Se llama Valentina por la "valentía" que ha demostrado al traer tantas nuevas ballenas a la población, a pesar de los problemas ambientales que generamos los humanos.
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