Día Mundial del Trastorno Bipolar: “Es vivir con un volcán adentro”
Greta Lapistoy, de 45 años, publicó el libro Inconscientemente verdadera, en el que cuenta su experiencia en primera persona
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Ser bipolar es tener un volcán dentro, que puede pasar años dormido y de pronto se activa y se vuelve incontrolable, explica Greta Lapistoy, de 45 años, que es docente universitaria, secretaria en un histórico gremio bonaerense y que hace dos meses publicó un libro: Inconscientemente verdadera, de editorial Dunken, en el que cuenta en primera persona cómo es vivir con trastorno bipolar. No fue sencillo animarse a contarlo, asegura. Decir que uno es bipolar, sacar ese temido diagnóstico del closet y darlo a conocer significa que convivir con esa etiqueta en todos los ámbitos de su vida. La mayoría de las personas que lo son, lo ocultan por temor a rechazo social.
Pero no son pocas. Según la Organización Mundial de la Salud, este trastorno es la sexta causa mundial de discapacidad, y afecta a unos 60 millones de personas. Vincent Van Gogh era bipolar pero no lo sabía. Fue diagnosticado después de su muerte y hace seis años se estableció el 30 de marzo, el día de su nacimiento como el Día Internacional del Trastorno Bipolar. La cantante Selena Gómez, reveló hace un año que es bipolar, así como otros famosos artistas, como Catherine Zeta-Jones y Mel Gibson. Muchos otros, lo mantienen en secreto.
Poder hablar abiertamente de su volcán le llevó a Greta un largo camino. Después de 12 años de tratamiento, pudo seguir siendo madre, terminar una carrera, trabajar y mantenerse lejos de las recaídas. Pero no fue sencillo. “La gente cree que es sinónimo de inestable. Se usa tanto el término equivocadamente que ya nadie sabe qué es. Me di cuenta de que no contarlo no me ayudaba a mí, ni a otros. Este diagnóstico te hace sentir muy solo y te lleva a creer que nadie te va a querer o a aceptar si sabe que sos bipolar. Y no es así”, asegura.
Aunque se desconoce la causa exacta del trastorno bipolar, los especialistas explican que es una combinación de factores genéticos y ambientales, que producen una alteración de las sustancias químicas y de las estructuras del cerebro. Puede permanecer inactivo y desencadenarse durante un cambio hormonal o tras un evento traumático. No tiene cura. La persona debe convivir con ese trastorno, que lo lleva a estados de euforia, seguidos por estados depresivos. Aun así, es posible llevar una vida completamente normal, con tratamiento farmacológico y de psicoterapia.
Greta tenía 27 años y estaba recién separada cuando se activó su volcán. La invitaron a un taller de respiración holotrópica en Palermo, una técnica que utiliza la hiperventilación controlada para influir en el estado físico y mental de las personas. Pero, en lugar de aquietar su alma y autoconocerse, entró en erupción. Su trastorno, que había permanecido en letargo por muchos años, hizo eclosión y la llevó, después de esos encuentros, a un estado de desesperación.
“Otras personas se benefician de esos talleres. A mí me detonó”, explica. “Después de experimentar la sensación de la hiperventilación, todo el tiempo intentaba llegar a ese estado y empecé a tener conductas compulsivas. Empecé a escribir en cuadernos sin poder detenerme, todo lo que pensaba y me pasaba. Era lo único que me calmaba”, cuenta.
Pero en su casa, comenzaron las primeras luces de alerta. Greta vivía con su hija de cinco años, que también se llama Greta. “Me sentía increíble, llena de energía. Cocinaba. Hacía actividad física. Tenía que moverme todo el tiempo”, cuenta. Le escribió a la psicóloga que coordinaba el taller, y la mujer le dijo que los recuerdos que se habían despertado iban a ir apagándose con los días. Pero lo que ella vivía era todo lo contrario. Un combo explosivo que mezclaba la relación con su mamá, con sus parejas. Una de sus obsesiones de esa etapa fue Ricardo Arjona. Lo había conocido, hacía algunos años en un bar en Puerto Madero en el que ella trabajaba como moza. Pero entonces no podía parar de imaginar una vida juntos. Cada canción que escuchaba en un taxi le parecía un mensaje en clave de “Ricardo”. Volverían a verse y todo tendría sentido.
“No paraba de escribir. Llené cuadernos y cuadernos de pensamientos. Pero realmente no podía parar. Me acuerdo que un día salí de madrugada a buscar un kiosco para comprar más cuadernos y lapiceras, por miedo a quedarme sin insumos”, cuenta.
No era ella
Un día, su propia hija le tocó la cara cuando estaban en la cocina y le preguntó cuándo los marcianos le iban a devolver a su mamá. Porque esa no era ella. La euforia duró unas dos semanas y después vino la depresión. Greta no quería salir. No quería ver a nadie. No tenía fuerzas ni motivación. No comía, no hablaba. Pero aun así, la cabeza no le paraba. En un rash que iba de la lucidez al delirio, llamó a su pediatra de la infancia. A la vecina del pediatra y a un psicólogo. Después se fue a la oficina de su papá y le pidió que la llevara a ver a un especialista. Que si sus pensamientos no paraban, no sabía qué iba a pasar. “Sentía que esa misma noche me iba a morir. Y le pedí a mi papá que cuidara a mi hija”, cuenta. El psicólogo la derivó con un psiquiatra. “Me preguntó su había vivido un hecho traumático o si estaba drogada. Después miró los cuadernos y comprobó que era una escritura lúcida. ‘Un brote psicótico no es. Tenés ideas delirantes, pero respetás las reglas gramaticales’, me dijo”, cuenta Greta.
En apenas tres semanas, había bajado ocho kilos. “Pesaba 39 kg, estaba piel y hueso”, dice. Otra de sus obsesiones en ese período, era estar siempre disponible para su hija. Se compró dos celulares, por si la llamaban del colegio mientras hablaba por alguno. Y después, hasta montaba guardia toda la mañana en la puerta del colegio para esperar la hora de salida. Así se aseguraba de estar cerca si pasaba algo. “Un día, creía que querían secuestrar a mi hija porque tenía una misión superior en la vida. Otro día, que yo era la reencarnación de la Virgen María. Mi vida era como si estuviera en la película The Truman Show”, dice.
Antes del estallido, cuenta Greta, las oscilaciones de su ánimo, iban de creer que la vida le sonreía y que el mundo conspiraba en su favor, a otras etapas en las que creía que todos le deseaban el mal. “El volcán largaba lava suavemente”.
Ese día, cuando el volcán estalló, el psiquiatra le explicó que estaba en una crisis de euforia que le había desatado el taller de respiración. Greta le insistía en que le dijera:”¿Estoy loca?”. ¿Por qué?, preguntó el psiquiatra. “A ver… hay días en que pienso que soy la Virgen María. Y soy todo lo contrario en realidad”, le dijo. “No es demencia, porque te podés ver a vos misma con lucidez. No está alterada tu autopercepción”, le dijo.
Después de unas semanas de tratamiento, bajo el cuidado de sus papás, Greta recuperó el equilibrio. Desde entonces, lucha cada día por mantenerse así. “Te queda tanto miedo al brote, que después no te permitís llorar cuando estás triste ni explotar de alegría por una buena noticia. Tuve que volver a aprender a sentir mis emociones. Entender que estar contenta o triste es un estado normal”, dice. Hay dos cosas que no puede abandonar, nunca. La medicación y la terapia.
Una vez, por esa razón tuvo una recaída. Nadie en su entorno, más allá de sus padres y hermanos, sabía que tenía trastorno bipolar. Su hija tenía once años. Y el papá, le pidió una pericia psicológica, cuando se debatían la tenencia de la niña. Entonces, ella pensó en dejar la medicación, por temor a que el litio apareciera en los análisis. Y fue peor. Volvieron las alucinaciones y la escritura compulsiva. Volvió su obsesión por Arjona y por cocinar. Pero pudo pedir ayuda antes de que el volcán estallara. “Después de eso, te quedás con tanto temor, que no querés que te vuelva a pasar. Querés hacer las cosas bien, para estar bien”, dice.
Con el trastorno en equilibrio, Greta logró muchas cosas. Terminar la carrera de Relaciones Públicas. Conseguir un trabajo estable como secretaria de una de las autoridades de Suteba, el gremio docente bonaerense. Su hija creció bajo su cuidado y hoy, que tiene 22 años, puede hablar abiertamente de esa experiencia. “Cuando decidí escribir mi historia, una versión ficcionalizada de mi historia, y publicarla, me di cuenta que la exposición iba a ser completa. Tuve que hablarlo en mi trabajo y contárselo a amigos a los que jamás se lo había dicho. Y me sorprendió la respuesta. Todos me dijeron que yo era la persona que ellos conocían. Que no importaban las etiquetas. Que hiciera lo que hiciera falta para estar bien”; dice.
Desde que publicó su historia, en el libro, muchas personas que sufrían en silencio se animaron a hablar. Otros le pidieron ayuda para familiares y amigos. “No pensé que iba a tener tanto impacto simplemente contar lo que me tocó vivir. Es una realidad que sigue siendo para muchos un tabú. Y eso hace mucho mal. Hay personas que no se animan a decirlo o que tienen miedo a formar pareja por ser descubiertos. El término bipolar asusta porque se desconoce qué es. Simplemente es una persona como todas, que con el tratamiento adecuado puede llevar una vida completamente normal”, asegura Greta. “Hay que a desmitificar el concepto de bipolaridad. Es importante que se entienda que, es posible transitar esta enfermedad con esperanza, calma y mucho afecto, para afrontar el desafío de salir adelante”, dice.
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