Día Mundial de la Vida Silvestre: la historia de cuatro guardianes que trabajan recuperando especies
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“Recuperar a las especies clave para la restauración de ecosistemas” es el tema que propusieron desde las Naciones Unidas para celebrar hoy el Día Mundial de la Vida Silvestre. Esta efeméride, que se celebra todos los años el 3 de marzo, sirve para reflexionar sobre el estado actual de la flora y fauna salvaje y crear conciencia acerca de los beneficios que la conservación de estas formas de vida tienen para la humanidad.
Dentro de la Argentina operan numerosos centros de rescate públicos y privados con una misión en común: socorrer y rehabilitar a especies para su posterior reinserción en su hábitat natural. Desde hace más de 20 años, en Fundación Temaikèn opera uno de los Centros de Recuperación de Especies más grandes del país, compuesto por veterinarios, biólogos, etólogos, cuidadores y expertos en nutrición. Este equipo transdisciplinario se ocupa de recibir y ayudar a varias especies autóctonas muy valiosas para el país, como es el caso del cóndor andino, cardenal amarillo, guacamayos rojos y ciervos de los pantanos.
El desafío de acompañar la majestuosidad del cóndor andino
Juan Ignacio Kabur tiene 30 años, es guardavidas y estudiante de Ciencias Biológicas. Integra el equipo de Temaikèn desde 2013 y desde 2017 trabaja con el cóndor andino, una de las aves más grandes del mundo, que con sus alas abiertas llegan a tener 3 metros de envergadura. Esta especie cumple un papel relevante en el equilibrio del ecosistema ya que como animales carroñeros, dentro de la cadena trófica, “limpian” el ambiente y eliminan posibles focos de infección al alimentarse de los restos de animales muertos, los cuales podrían diseminar enfermedades peligrosas.
Juan está actualmente a cargo del equipo de cuidadores del Centro de Recuperación de Especies (CRET), espacio en el que ve llegar ejemplares de especies de todo el país, víctimas de tráfico ilegal, mascotismo, atropellamientos, envenenamientos y caza furtiva, siendo los dos últimos las principales causas de ingreso de los cóndores.
El trabajo para recuperar a esta especie se articula con organizaciones de todo el país dentro del Programa de Conservación del Cóndor Andino, por el cual se reciben los llamados cuando se encuentra un ejemplar de cóndor afectado por alguna de las problemáticas más comunes, ya que generalmente son víctimas de cazadores, heridos por trampas o sufren envenenamiento por ingestión de balas de plomo con las que matan a los animales de los cuales se alimentan. También pueden chocar contra estructuras hechas por el hombre, como los cables de alta tensión u otras alteraciones de su hábitat natural.
Luego de pasar por los chequeos veterinarios y diagnósticos necesarios para determinar su recuperación y posible reinserción, los cóndores pasan a habitar en el CRET, donde según explica Juan “están en aislamiento humano para que no nos relacionen de forma positiva con la comida que les damos. Hacemos muchas observaciones a través de habitaciones espejadas y ahí monitoreamos cómo se desenvuelven”. Si su recuperación médica y comportamental se logra con éxito, estos animales viajarán a la Sierra de Pailemán, una meseta rionegrina donde vuelven a su hábitat, a convivir con otros cóndores, águilas y jotes.
Se busca favorecer la formación de bandadas de varios individuos para reforzar las posibilidades de supervivencia de cada uno, y en ello se presta especial atención a los vínculos que se forman entre los distintos ejemplares.
“Tuve la posibilidad de viajar a Rio Negro en 2019 para reinsertar a Amancay, que fue la primera pichona nacida en Temaikèn y fue un orgullo muy grande porque pude quedarme 26 días en la base del campo de Pailemán en el medio de la estepa patagónica, un lugar bastante agreste sin electricidad. Fue una experiencia única caminar alrededor de esa meseta donde se liberan a los animales”, recordó.
Alicia, la bióloga que ayuda a una de las aves más amenazada por tráfico ilegal
Alicia de la Colina se define como “bióloga de profesión y naturalista de toda la vida”. Trabaja en Fundación Temaikèn desde 2017 y desde ese entonces forma parte del Proyecto Cardenal Amarillo, parte de la Alianza Cardenal de la Provincia de Buenos Aires, donde junto a otras organizaciones públicas, privadas y de la sociedad civil, trabaja por la rehabilitación y reinserción de esta pequeña ave que es endémica de Sudamérica y se caracteriza por su canto y plumaje vistoso.
El cardenal amarillo habita en bosques abiertos y matorrales característicos del monte de la ecorregión del Espinal, uno de los ambientes más modificados de la Argentina. A causa del comercio ilegal de fauna silvestre para mascotismo y de la modificación de su ambiente, la especie se encuentra en grave peligro de extinción tanto a nivel nacional como global.
Alicia destaca que “trabajar con esta especie nos permite combatir una de las más terribles amenazas para muchas de las especies en peligro, como es el tráfico ilegal de fauna silvestre. También nos posibilita encontrar una manera de trabajo colaborativo y mancomunado, entre actores e instituciones totalmente diferentes pero que buscamos lo mismo, cambiar el destino del cardenal amarillo”.
“Mi día de trabajo incluye revisar la evolución médica de los cardenales que ingresaron y están bajo algún tratamiento médico, tomarles muestras para realizar diferentes análisis, moleculares y de diagnóstico”, cuenta Alicia. En su equipo hay cuidadores y estudiantes de biología que trabajan en el diseño y ejecución de ensayos que permitan el entrenamiento y la evaluación de la respuesta antipredatoria, “paso fundamental para que estén realmente listos para volver y sobrevivir en su ambiente natural”, señala.
Al ser la encargada de coordinar el proyecto, sus tareas también incluye la articulación con actores de distintas instituciones aliadas en la conservación de la especie, para planificar y seleccionar los mejores sitios para las reinserciones y así lograr que cada operativo de regreso sea exitoso.
Conocimientos profesionales al servicio del regreso del guacamayo rojo a nuestros cielos
Natalia Demergassi es veterinaria y desde hace 13 años es parte de Fundación Temaikèn. Durante este tiempo, además de colaborar con la atención de distintas especies, ella tiene la gran responsabilidad de ayudar a la incubación y crianza de un animal extinto en el país: el guacamayo rojo.
Desde hace 4 años la fundación forma parte del programa de Rewilding Argentina para repoblar con guacamayos rojos los Esteros del Iberá, y su rol es aportar ejemplares de esta especie en condiciones aptas de maduración, de salud y de comportamiento de manera que puedan adaptarse a la vida en la naturaleza.
“Mi trabajo es poder hacer posible la cría de guacamayo rojo, dándole las condiciones necesarias a los padres para que realicen la postura y luego la incubación. Para eso el nido debe ser apropiado, la ambientación tiene que ser la correcta. Tenemos que ver que el manejo que hacen los cuidadores sea el indicado, controlamos una dieta adecuada y después se debe monitorear el desarrollo del huevo y el crecimiento del pichón”, detalla la veterinaria.
En los controles que se hacen de forma regular siguen el estado de las plumas, el peso, crecimiento de patas y alas, entre otros aspectos físicos, y si es necesario, van ajustando la dieta o manejo para lograr con éxito el crecimiento de esos pichones que serán reinsertados en su ecosistema autóctono.
“Este año hay cuatro pichones que luego serán derivados al proyecto de reintroducción en los esteros. También hay animales en cuidado de padres y bajo cuidado de técnicos especializados en el centro de incubación”, agregó Natalia.
Sobre el gran desafío que tiene al ayudar en la cría de guacamayos rojo, Natalia dice que siente “una gran una satisfacción profesional, porque no solo se trabaja en el cuidado de la vida de esos individuos sino que también somos parte de un proyecto más grande que tiene que ver con restaurar o devolver a un ecosistema una especie que se extinguió”.
Cuidando a un Monumento Natural en peligro de extinción
El ciervo de los pantanos habita a solo 40 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, en el Delta del Paraná, y es el ciervo autóctono más grande de Sudamérica. Su gran porte, capacidad de movimiento y distribución geográfica lo convierten en una especie focal para la conservación, dado que al recuperar y mantener su población también se están protegiendo la flora y fauna nativa junto con los procesos ecológicos del ambiente natural del Delta. “El ciervo de los pantanos es clave para la preservación de los humedales, por eso son importantes, porque estaremos ayudando a la conservación de la flora y fauna autóctona”, enfatiza Martín Gaubeca, que trabaja como asistente veterinario en la Fundación desde hace 19 años. Él se involucró con el proyecto Ciervo de los Pantanos casi desde sus inicios en 2007.
Su trabajo con los ciervos es muy dinámico: se encarga de monitorear los parámetros fisiológicos como frecuencia cardíaca, respiración, temperatura, reflejos pupilar, corneal que, según detalla, “son muy importantes de controlar cuando un animal está anestesiado”. También es el responsable de preparar las medicaciones que el veterinario necesita para una intervención. Además de estas tareas, Martín también se desempeña en la administración del hospital, pero cuando surge un rescate de un ciervo se suma a ese equipo sin dudarlo.
Los rescates y reinserciones de los ciervos también son importantes, ya que desde ese espacio la organización trabaja en planes de restauración ambiental con flora nativa para favorecer la creación de biocorredores y con las comunidades locales y escuelas, con las que se trabaja la importancia del cuidado de la especie y se generan proyectos educativos y de conservación. También se acercan a las personas que trabajan en el campo, ya que como explica Martin, “muchas veces son ellos quienes dan aviso cuando encuentran un ejemplar herido y nos llevan hasta el lugar”.
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