Día del Padre: ¿qué aprendieron de los hijos en la cuarentena?
Para hablar por teléfono en un tono serio, José se esconde en el balcón, aunque haga frío, para que su interlocutor no escuche a Regina, de tres años, llamándolo a jugar al memotest. Más de una vez al día, Nicolás habla con los clientes del banco mientras le cambia los pañales en la mesa del living a Helena, que nació durante la cuarentena. Leandro se conecta con clientes en Asia a medianoche y se levanta en puntas de pie porque sabe que si su hijo Vicente -de ocho años- se despierta, lo va a mirar raro y le va a hacer la pregunta de la cuarentena: "¿Otra call, papá?".
Quizás la postal que mejor retrata a los padres con hijos chicos trabajando en casa durante la pandemia es la que los muestra encerrados en un baño, en el balcón o en el hall, haciendo malabares impensados para sacar adelante una llamada laboral. Todos se ríen cuando se les describe la escena. "Totalmente. Esto no es un home office normal. Para mí, todos los días son sábados. Y esto es como trabajar desde casa un sábado", define Santiago, papá de Ana, de cuatro años y Camila, de uno.
Sin dudas, este no va a ser un Día del Padre como cualquier otro. Va a ser uno que van a recordar siempre. Porque la cuarentena les cambió la vida. Y el cambio, aseguran, fue positivo. El encierro les abrió una ventana temporal para compartir tiempo con sus hijos y disfrutarlos. "En la vida anterior", o en "la vieja normalidad", tal como algunos de ellos definen la etapa previa a la cuarentena, el trabajo limitaba el contacto a un par de horas. Ahora, como tienen que trabajar desde casa, tienen la oportunidad de involucrarse en el día a día de sus hijos.
Luciano les enseñó a sus hijos a tender la cama y a asumir las tareas de la casa como un equipo. También volvió a aprender a multiplicar con las clases por Zoom de su hijo Franco, de siete años. Santiago se siente afortunado porque hace unos días Camila dio sus primeros pasos y él y Julieta, su mujer, estuvieron allí para verla. Nicolás dice que está feliz con la nueva etapa, lo mismo que los otros papás. Que siente que redescubrió la relación familiar, que se acostumbró a los juegos de mesa, que el humor se instaló como la forma de relacionarse y que cuando vuelva a trabajar a la oficina, va a necesitar un período de adaptación, como en el jardín.
"Con la cuarentena, se rompieron las fronteras de los horarios y de los espacios laborales y familiares. Trabajamos y vivimos en el mismo espacio. Compartimos con los hijos, somos maestros y acompañamos sus tareas, hacemos ejercicio. Se desdibujan las fronteras entre el descanso y el ocio. Parece que estamos todo el día trabajando, todo el día estudiando, todo el día ordenando la casa y limpiando. Y en realidad es que hacemos todo eso al mismo tiempo", explica Pablo López, director académico de Fundación Ineco, y director de la carrera de Psicología de la Universidad Favaloro.
"Esta cuarentena significa un cambio muy importante para muchas personas. Sobre todo para los padres, este es un tiempo de reencuentro familiar", apunta Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). "Entre mis pacientes, hay padres de niños chicos que me comentan que al principio les costó, porque no es sencillo coordinar el mundo laboral y familiar con los chicos en casa. Pero que finalmente reconectaron con sus hijos desde otro lugar. Volvieron los juegos de mesa y la dinámica del juego se volvió a instalar en el funcionamiento familiar. Y así, aumentaron el conocimiento el uno del otro. Impensadamente, la cuarentena vino a reoptimizar el tiempo en familia". Las que siguen son cinco historias de padres que se reencontraron con sus hijos durante la cuarentena.
Enseñar a tender la cama y aprender a multiplicar
Cuando empezó la cuarentena, en la casa de los Kloboucek, la vida se volvió un caos. Luciano, de 43 años, es director de una agencia de marketing y Alejandra, de 42, trabaja en una empresa, en un puesto de gerencia. Todas sus responsabilidades se trasladaron al living de Villa Devoto, donde también llegaron las tareas y las clases virtuales de Franco, de siete años y de Catalina, de once. "Al principio fue un desastre. Entre las tareas de la casa y las del trabajo, estábamos conectados todo el día. Yo no puedo trabajar si no está todo ordenado. Pero entonces decidimos organizar un cronograma familiar, levantarnos más temprano, organizar la casa entre todos y dio muy buenos resultados. Creo que funcionamos mucho mejor ahora. Pero para eso tuvimos que trabajar de padres, enseñarles cosas sencillas como a tender la cama, levantar su taza, lavarla, ordenar su cuarto. Todas cosas que nosotros hacíamos de chicos pero por alguna razón, o porque otra persona lo hacía por nosotros en la vida anterior, no se las habíamos enseñado", dice Luciano. "La colaboración familiar para organizar la casa nos convirtió en un equipo y eso es de lo más lindo de la cuarentena. También redescubrimos el tiempo de juego. En un momento se cansan de la tablet y le sacamos el polvo a los juegos de mesa y por primera vez jugamos en familia al Juego de la Vida", cuenta, entusiasmado.
Los cambios en la agenda no sólo fueron para los chicos. Alejandra y Luciano se dieron cuenta de que debían bloquear ciertos momentos de su agenda para que uno de los dos esté exclusivamente con los chicos. Para hacer la tarea, conversar o jugar. Un tiempo en el que no hay llamadas laborales, ni conferencias, ni urgencias. "Nos dio buen resultado. Porque la carga laboral aumentó muchísimo y si no el día te pasa por arriba", asume el papá.
Aunque Catalina es más independiente, Franco todavía necesita apoyo en las clases virtuales. Así fue como, durante la cuarentena Luciano finalmente aprendió cómo multiplican los chicos ahora, un misterio que desvela a millones de padres. También fue un tiempo de entender las cabezas de sus hijos. Cómo piensan, cómo estudian, cómo se conectan con otros en las redes. "Franco con la tablet mira dos pantallas a la vez: un video de Youtube mientras juega al Minecraft, y su cabeza funciona así. También me sirvió para hablar con él de los otros usuarios que se intentan contactar con él durante el juego, cómo bloquearlos, qué cuidados tener", describe.
Con Catalina, lo mismo. Acercarse o tirarse al sillón con ella a ver Tik-Tok fue la mejor manera de conocer qué hace en las redes. Incluso armaron una cuenta familiar en esa red y se sumaron a varios challenges. "Me di cuenta de que a ella le hace bien que yo pase cerca y pispee qué está haciendo en el celu. No, espiando, sino interesándome. Entendí que el control parental es eso. No es una herramienta que nos permite a distancia saber qué hacen los chicos; nos invita a estar cerca y ser parte de su vida digital", razona.
Piedra libre papá en el balcón
Hace unos días, José Ferrentino tuvo una charla con su papá. "¿Vos nunca me seguiste tres meses en casa cuando era chico, no? Bueno, yo estoy fascinado", le contó desde el balcón de su departamento en Vicente López, desde donde realiza la mayoría de las llamadas en la la cuarentena. José trabaja asesorando a dirigentes y políticos. Y junto con Lucila son los papás de Regina, de tres años. Nunca había pasado tanto tiempo con su hija. Y tampoco se había dado cuenta.
"Antes la veía dos o tres horas por día y ahora compartimos todo el día. Cuando nos sentamos a ver una película, la vemos como compinches. Hay momentos en que me recluyo en el balcón a hablar por teléfono, porque es el único lugar donde tengo tranquilidad. Y a veces estoy abrumado porque tengo menos tiempo que en mi vida anterior, pero como papá estoy fascinado. Descubrí que no soy tan malo. Que le gusta que la bañe. Que juguemos a las escondidas, al memotest. Me elige para jugar. A mí", dice.
Otro de los descubrimientos de este tiempo fue darse cuenta de que, más que nunca, hoy la educación de Regina depende de los papás. "Somos nosotros quienes le damos las herramientas para su desarrollo, y estamos a tiempo completo. Estas no son las vacaciones de invierno, ya llevamos medio año, y no quiero que mi hija pase todo este tiempo frente a pantallas", se propone. "Creo que esta pandemia va a traer modificaciones en las familias. No solo es trabajar para que tus hijos tengan una buena vida. También es poner la cola en el suelo y estar. A mí, este tiempo me cambió la cabeza", se sincera. Feliz.
"Antes me perdía todo esto"
Carolina García Maggiano empezó con contracciones pocos días después de que se instalara la cuarentena. Era Helena, que pujaba por salir a un mundo en el que la vida fuera del hogar se había acabado. Nicolás Terradas, su papá y Juana, su hermana de dos años, esperaban ansiosos. Esperaron todo lo que pudieron en su casa, para evitar pasar mucho tiempo en la clínica, por miedo a los contagios. Cuando finalmente salieron para el sanatorio Mater Dei, Helena no quiso esperar más y asomó su cabeza en el auto.
Fue todo un revuelo, en minutos estaban en la sala de parto y mientras Nicolás se ponía el camisolín, escuchó el llanto de Helena. Un día y medio después, estaban todos de regreso en casa, donde permanecen gracias a la cuarentena. Nicolás volvió a trabajar nueve días después, pero en forma remota. Era impensado que su trabajo en el banco pudiera ser a distancia pero, como el nacimiento de Helena, los cambios llegaron muy rápido y de un día para el otro se encontró trabajando desde el living, cambiando pañales mientras habla con un cliente o trabajando con Helena colgada de sus hombros, dentro del fular. "Esto no es home office. Estamos todos en casa y nos tenemos que organizar. Pero, aunque no sea fácil, me dio una oportunidad única de disfrutar esta etapa la beba, que me la hubiera perdido. Con la más grande, a los tres días de nacida ya me iba a trabajar todo el día. Salía a las 7 y no volvía hasta las 20.", cuenta.
También este tiempo le permitió repartirse mejor el tiempo entre las dos hijas. Sobre todo porque Juana está redescubriendo qué significa tener a papá todo el día en casa y también entendiendo que no todo el tiempo es para jugar. "Es cansador. Pero sé que me va a costar mucho la vuelta a la oficina todo el día. Los padres vamos a necesitar una adaptación, como en el jardín. Este es un tiempo histórico, raro y hermoso", define Nicolás.
"¿Otra call, papá?"
La vida de los Pugliese cambió 180 grados desde el comienzo de la cuarentena. Y quizás, el cambio mayor fue que Leandro, el papá, ya no pasa el 40 por ciento del mes en viajes por el mundo. "Lo más raro para mis hijos fue despertarse y que yo esté en casa e irse a dormir y que todavía esté. Ya no hay valijas a medio armar o desarmar. Y tampoco durante el día me voy a la oficina", cuenta Leandro, que trabaja para una empresa de tecnología y es papá de Vicente, de ocho años y Catalina, de cuatro.
"Los chicos están muy contentos de tener a su papá en casa y creo que eso los ayudó a sobrellevar el otro shock, que es la pérdida de contacto con sus pares", cuenta. Como Leandro corre maratones y hace mucho ejercicio, el living de la casa, en Recoleta, se convirtió en un gimnasio. Vicente se suma a su papá en las rutinas y desde que se puede salir los fines de semana, volvió a tener bicicleta. "Cata está muy contenta de tener al papá en casa cuando se despierta y me lo dice", cuenta. Leandro y Cecilia organizan actividades para que sus hijos no extrañen tanto la vida de afuera. "Empezamos a crear noches temáticas, nos disfrazamos un poco", cuenta. Hasta compraron una mini bola de boliche. Hace unas noches les anunciaron a los chicos que iba a ir a un restaurante. Vicente se puso el saco y la corbata del colegio, como un señor elegante, y Catalina un vestido. "Nosotros éramos los mozos y les hicimos la comida que querían", cuenta.
También Leandro está redescubriendo la relación con sus hijos en cuarentena. "Mi trabajo no disminuyó. Pero ahora, la frase de mis hijos es: '¿Es otra call, papá?' Ellos creen que si uno está en casa es para estar con ellos y jugar. Es un desafío para el humor. Hay que congeniar", piensa. Varias lecciones se llevará de este tiempo.
"Si estoy en casa pero jugué poco, es lo mismo que si no hubiera estado. Los chicos necesitan ese contacto. El desafío para lo que venga es seguir buscando esos espacios de calidad. Que si la casa está un poco desordenada no es tan grave, que lo grave es que no sea un espacio para disfrutar. Estos días me hicieron pensar bastante. Tuve que aprender a hacer un corte mental entre las ansiedades laborales y las familiares. Pasás de la call a la tabla del cuatro y lavar los platos. Me obligó a hacerlo más rápido. No tenés el tiempo en el auto de regreso de la oficina en el que vas alejándote del trabajo. Aprendí mucho de este tiempo. Por eso, más allá de que todos estamos hartos de estar encerrados, para mí, la cuarentena tiene algo muy positivo. Esta etapa la vamos a extrañar", reconoce.
La caminata lunar de Camila
Cuando Ana dio sus primeros pasos, hace unos tres años, Santiago Sistac y Julieta, su mujer, no pudieron verla. La señora que la cuidaba fue la única testigo. Por eso, cuando hace unos días Camila caminó con los bracitos levantados, los festejos se escucharon en toda esa cuadra de Villa Devoto. Porque si algo de bueno tiene la cuarentena, matiza Santiago (por teléfono, sentado en el pasillo de entrada a la casa, para poder conversar tranquilo), es que no se está perdiendo nada de sus hijas. Es programador y trabaja en una oficina en el centro, de lunes a viernes, de 10 a 18. "En la vida normal, el contacto con mis hijas era poco. Me dí cuenta ahora. La llevo a Ana al colegio, vuelvo, hay que bañarlas, comer e ir a la cama. Los lunes jugaba a la pelota. Ni las veía. Siento que muchas cosas me las estaba perdiendo. Ahora estoy viviendo un sábado todos días. Trabajo desde casa, pero también tengo la oportunidad de estar con ellas", se alegra.
"Tengo un dilema. Todos quieren salir, pero yo no sé si quiero. Me gusta estar en casa. Me gusta la cuarentena", confiesa. En estos meses, ya armaron todos los rompecabezas de la casa e incluso encontraron las piezas que faltaban. "Las películas infantiles me las vi todas, las canciones las canto enteras", bromea. En estos meses, pasaron los cumpleaños de las dos chicas. Que fueron zoompleaños. Santiago se hizo una lista de 45 ítems de tareas que quería hacer en la casa, que reciclaron hace poco. Pintar, arreglar, instalar. Camila va atrás de él para todos lados y Ana lo ayuda. "Ya cumplimos con unos 40 puntos de la lista", se enorgullece.
Todos aprendieron a hacer cosas que no habían hecho antes. Hace unos días, Julieta le cortó el pelo. "Uno tiene que reemplazar cosas que no puede hacer. Empezamos a hacer cosas que antes delegábamos. Yo aprendí a poner el secarropas y el lavarropas. Me la paso lavando los platos. Son todas cosas que antes alguien hacía pero eran invisibles", asume Santiago.
Producción Marysol Antón