Día de San Valentín: un “amor predestinado” que duró casi 65 años y un duelo en pandemia
Olga Paz y Antonio Bura se conocieron en 1955; los unió un “sentimiento avasallante” y estuvieron juntos hasta la muerte de él
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Olga Paz tiene 91 años y el 3 de febrero de 2020, 17 días antes de que la Argentina entrara en la cuarentena estricta impuesta para frenar el avance del Covid-19, perdió a su marido, Antonio Bura. Su casa está ubicada en una esquina del barrio bonaerense de Castelar, partido de Morón, donde compartió la mayor parte de su vida junto a Antonio. “Estuvimos casados 62 años, en 2020 hubiésemos cumplido 63″, recordó, sobre su gran historia de amor, en vísperas del Día de San Valentín, que se celebra mañana.
Mientras el mundo entero se confinaba, Olga se aislaba sin Antonio y con el duelo como única compañía. “El encierro siempre es difícil, aunque no haya una pérdida, pero cuando te falta alguien es peor todavía. Cuando él se fue, me dejó con una parte menos. No lo puedo superar –dijo a LA NACION, aún angustiada–. Todos sabemos que tenemos que desaparecer, pero cuando llega el momento uno no lo asume, no lo puede asumir. Todavía a veces estoy sentada mirando televisión y me parece que él está sentado enfrente, comentando lo que estamos viendo”, detalló.
A pesar del dolor, Olga se rio al imaginar cómo hubiese atravesado Antonio la pandemia. “Le hubiese costado mucho estar encerrado. A él le gustaba callejear, hubiera estado como un gato enjaulado. El encierro no era para él”, contó, con esa sonrisa melancólica que nace de la risa cuando se cruza con el llanto.
Olga y Antonio se conocieron casi por casualidad en 1955 en el barrio porteño de Núñez, donde él vivía con su familia y ella se encontraba temporalmente, ya que era oriunda de Olavarría, una ciudad a 350 kilómetros de la Capital. “Lo conocí en la cama”, bromeó Olga. “Yo estaba recién operada haciendo reposo en la casa de mi tía, que quedaba en Núñez. Él estaba siempre ahí porque vivía enfrente y era amigo de un empleado de mi tío que era como de la familia. Mi tío siempre le decía a mi mamá que alguno de ellos se iba a ir a Olavarría conmigo”, describió. Ambos tenían 25 años y se enamoraron profundamente. “Era un amor predestinado, un sentimiento avasallante”, escribió en el relato de su historia de amor, que redactó en 2018 como parte de su gusto por la escritura y el arte.
Antonio era marino mercante y pasaba mucho tiempo el altamar. Se veían una semana cada dos meses y luego mantenían su romance por correspondencia con cartas que atravesaban todo el continente. “Mi familia un poco temía por mí y la fama de los marinos de tener un amor en cada puerto, pero yo sabía que Antonio no era así. Yo confié en él y él confió en mí”, aclaró Olga.
Se comprometieron en abril de 1956, el día en que Olga cumplía 26 años, y se casaron el 28 de noviembre de 1957. “Yo a los 20 años casi me caso con un primer novio, pero lo dejé unos días antes de la fiesta. No quería casarme, era muy jovencita”, explicó. Por el contrario, cuando se casó con Antonio sintió que se podía llegar a morir si él la dejaba: “Estábamos muy enamorados. Pasábamos todo el tiempo juntos”.
Olga y Antonio compartieron su vida durante casi 65 años. Tuvieron dos hijos, Sandra y Mauricio, ocho nietos y cinco bisnietos; a la más chica de estos la llamaron Antonia, en honor a su bisabuelo. “En todos esos años, hubo días soleados y otros no tanto, pero la unión de los que se aman es eterna”, dijo. Según Olga, el secreto para un matrimonio tan largo es, antes que todo, quererse realmente. Con eso, consideró, uno salva las distancias y los disgustos que pueda haber. “Después de tantos años juntos, y siempre juntos, es muy difícil aceptar que ya no esté. Lo recuerdo en cada minuto que pasa. Fue un buen padre, un excelente esposo y apreciado por todas las personas con las que trataba”, agregó.
A Olga no le gusta el agua y, sin embargo, se pasó la vida al lado de un amante del mar. Quizá por eso en muchos de los cuadros que pintó el agua está muy presente. Están colgados por toda la casa y son tantos que muchos están guardados en la habitación que usa como taller artístico. Entre ellos, hay un retrato de Antonio; de fondo, dos veleros y el mar.
–¿Quiénes son tus más parientes?–, le preguntó un día Antonio a Olga.
–Mis hijos–, respondió ella.
–Ah, ¿yo no cuento?
–Yo a vos no te considero una parte extra, alguien aparte. Somos uno entre los dos.
“El amor es esencial para vivir, todo se funda en el amor. No solo en el amor en pareja, sino en el amor de todos los que te rodean. Pero el amor en pareja es lo principal porque es lo más íntimo, es una parte de uno mismo”, reflexionó Olga. “Si pudiera decirle algo a Antonio, le pediría que nunca más me deje sola”, concluyó.
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