Día de la Madre. Cómo celebra una exLeona la nueva vida de su hijo a casi dos meses del trasplante
Con cuatro años, Isidro recibió un corazón en agosto pasado; con su madre, Laura Aladro y su padre Sebastián Gastaldi, aún residen en la Capital, pero ya sueñan con poder volver a Tandil
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Para este fin de semana, Laura, Sebastián e Isidro tienen planes. No son grandes planes, como comprar una casa o hacer un largo viaje. Son planes chiquitos como ir a la calesita de la plaza de Almagro. Pasar caminando por delante de la pileta y ver cómo la gente nada o pasar a saludar a la señora de la panadería. O ir al kiosco a comprar figuritas del mundial. Tener esos planes juntos los entusiasma y a Laura, la madre, la emociona. Todavía se despierta cada mañana a las 6, mientras todos duermen, porque disfruta de verlo a Isi, de cuatro años así, despatarrado en la cama grande, estirado como el palito de la hache, entre ellos dos. Tan dueño de la cama, libre de cables, de cánulas, de tubos, es el rey del colecho. Puede dormir de costado, puede darse vuelta, puede abrazarlo a mitad de la noche. Verlo así, en ese instante de calma, le lava los ojos de esperanza. Se queda así, contemplando el milagro que ocurre bajo esa cicatriz que le asoma por la remera. Su corazón late e inunda de vida todo el cuerpo. Mandarlo a lavarse los dientes, ayudarlo a completar el álbum del mundial o verlo organizar un partido de fútbol en el living del departamento son postales que por once meses habían desaparecido de la vida cotidiana de la familia. Y que desde hace un mes y medio están volviendo de a poco. Por que hace casi dos meses Isidro, ese niño de tres años de Tandil, que de un día para el otro dejó de jugar, el hijo de Laura Aladro, la arquera de las Leonas y Sebastián Gastaldi, recibió un corazón nuevo.
Pasó muy poco desde el 7 de septiembre, el día que le dieron el alta del Hospital Italiano y que pudieron mudarse apenas cruzando la calle, a un departamento que alquilan sobre la calle Perón, a la espera de poder volver a su casa. Por ahora, todos los días tiene que hacerse estudios y monitorear cómo sigue todo. Pero parece que hubieran pasado meses o años, porque la recuperación de Isidro tiene asombrada a toda la cuadra. Cada vez que salen de casa, no solo va saludando a los vecinos, sino que la gente no puede creer que ese es el mismo niño, el de la campaña de donación de órganos, de #UnCorazónparaIsi, que inundó las redes a fin de año y que mantuvo a miles de personas rezando. Lejos quedaron las imágenes en las que se lo veía conectado a una máquina, para seguir viviendo, o pegado a Berlín, su corazón artificial traído de Alemania. Ahora Isidro sale con una mochila con juguetes, lleva su pelota, la camiseta de algún equipo de fútbol, “soy de todos”, dice, y va corriendo. Los padres tienen que apurar el paso para acompañar tanta vitalidad. Si entra a la panadería y le quieren regalar una galletita, Laura les explica que no, porque están ayunando (Isidro tienen que ayunar todos los días de 19 a 9), la gente queda incrédula. “¿Qué? ¿Él es Isidro? ¿Cómo que lo operaron hace menos de dos meses? ¿Cómo está tan bien?”.
Laura y Sebastián se ríen y disfrutan cada pequeño logro de Isi. Porque verlo así, recuperándose al galope, con tantas ganas de todo, de comer, de correr, de jugar, de ver a sus primos, de volver a Tandil, les devuelve las fuerzas, esas que el año pasado no sabían de donde sacar. “Volvimos a tener planes. Decir, ¿che, qué hacemos el domingo?, es un montón. Por casi un año estuvimos encerrados en el hospital, viviendo el minuto a minuto porque no sabíamos qué pasaba después pero de repente, todo se equilibra y volvés a tener una vida familiar. Comer juntos, mandarlo a lavarse los dientes, ir al kiosco, planificar ir a una plaza son todos privilegios que ahora tenemos y disfrutamos sin darlos por hecho”, asegura Laura.
A Isidro, el título de “hijo de una leona”, le cuadra perfecto. Laura fue la arquera del equipo de hockey sobre césped durante muchos años. Su actividad la llevó a tener que dejar Tandil, su ciudad natal solo por diez años, porque apenas se retiró, en 2016, volvió a la ciudad de la Movediza y allí se estableció y formó pareja con Sebastián. Hace cuatro años, cuando nació Isidro, supo que era el lugar en el que quería ver crecer a su familia. Y así ocurrió por tres años. Ella daba clases de hockey en distintos clubes y tenía una escuela de arqueras, Sebastián trabajaba en una empresa de medicina privada. E Isi había empezado el jardín en la escuela Ayres del Cerro, donde también van sus primas.
Pero un día, el 13 de noviembre, les dijo que le dolía la panza. Los padres pensaban que era algo que había comido hasta que unos días después, vomitó y se desmayó. Quedó blanco, tirado en el baño. La familia corrió al hospital, que está a dos cuadras de su casa, pero a los pocos minutos, Isi ya estaba jugando otra vez como si nada. Como el desmayo volvió a ocurrir unos días más tarde, los padres pidieron en el hospital que les hicieran todos los estudios posibles. “Estaba todo bien. No aparecía nada. Llamé a la pediatra, le mandé las radiografías, solo para informarla y a los dos minutos me llamó. Me pidió que fuéramos a su consultorio, aunque era viernes y estaba cerrado. Nos dijo, esta placa no me gusta. Vio algo en el corazón. Nos hizo las órdenes y ella misma llamó a una cardióloga para que nos viera en ese momento. Fuimos al consultorio. La médica no sabía cómo decírnoslo. Nos preguntó qué nos habían dicho. Le dijimos que la pediatra quería descartar una miocarditis. Si, es eso lo que sospecho, nos dijo. Se van ya para Buenos Aires”, cuenta Laura. Les dijo que armaran un bolso para 15 días. Los padres no entendían qué estaba pasando, sobre todo porque Isidro estaba jugando en la sala de espera como si nada. Fueron a la casa. Isidro se armó su mochila, comió unos sangüichitos y fueron al hospital. Cuando llegaron, se encontraron con todo un operativo de ambulancias armado para trasladarlos. Recién ahí tomaron dimensión de lo grave del cuadro.
“Lo más difícil fue convencerlo a Isidro de acostarse en la camilla para viajar. Porque estaba bien”, cuenta Laura. Fue todo inesperado. De pronto estaba todo bien y un rato después, estaban subidos a una ambulancia, yendo a Buenos Aires, avisando a su familia y a los trabajos que no sabían cuándo iban a volver. Era 27 de noviembre. Once meses después, todavía no han podido volver.
Desde ese día, Isidro no volvió a caminar solo. O ir al baño por sus medios. Porque tenía que estar conectado. Tenían que mantenerlo vivo mientras le hacían los estudios y confirmaban que lo que temían era real. Un virus había ingresado en su cuerpo, uno de esos virus que están entre el 50% de los que no se detectan en los análisis. Un pequeño virus que le había destrozado el corazón. Por eso ocurrían los desmayos. Mientras que los corazones sanos se inflan y se contraen como un globo miles de veces por día, el de Isidro, apenas se movía.
Los estudios no tardaron mucho en confirmar el peor pronóstico. Iba a necesitar un trasplante. Los médicos le dijeron que había que inscribirlo en el Incucai y esperar. La situación era muy grave, cuenta Laura. Al menos tenemos la ley Justina, pensó la mdre apenas le dijeron. Pero no, resulta que esta ley, que fue todo un avance, ya que implica que todas las personas son donantes a menos que declaren lo contrario en su documento, aplica solo para los mayores de 18 años. Para los menores, son los padres quienes deciden.
“Y está bien. Sin embargo, el problema es que un padre o una madre a la que le dan una noticia terrible sobre su hijo, difícilmente pueda tomar esa decisión en un monto tan difícil. No es que no quiere, es que no puede”, dice Laura. Entonces los doctores le hablaron de las campañas de concientización y la familia decidió empezar una. Así nació #UnCorazonParaIsi, que se convirtió en uno de los hashtags más usados a fin de año y sumó miles de voluntades, desde los Pumas, las Leonas y personalidades de distintos ámbitos. “Cuando realmente sentís que ya no podés hacer nada, porque no tenés fuerzas, de repente podés hacer algo muy poderoso. Porque la campaña sirvió para concientizar sobre esta situación. Hasta que no te toca no te lo planteas, pero es importante que los padres nos planteemos qué hacer ante una situación que no tiene vuelta atrás, de entender qué quisieran nuestros hijos y también tener presente que la decisión de donar puede salvar siete vidas. Es un tema súper delicado y sensible, pero que tenemos que empezar a pensar antes de que ocurra”, dice Laura.
Miles de personas rezando y enviando sus fuerzas llegaban dentro de las puertas del Italiano como energías renovadas para afrontar las peores noticias que se iban confirmando, sin respiro. Los médicos, los enfermeros y todo el personal del hospital dieron todo para que no bajaran los brazos y los sostuvieron en esa espera infinita. “De un día para el otro mi hijo estaba en la lista del Incucai y a fines de diciembre entró en emergencia nacional. Le pregunté al médico qué significa estar uno en lista de espera. El trasplante tiene que ser ya porque tu hijo no aguanta más, me tradujo”, cuenta la madre, todavía movilizada por esas palabras. “Me explicaron, alguien en peor situación que Isidro está conectado a ECMO (un sistema de bombeo artificial) o necesita un Berlín (el corazón artificial provisorio) y en la Argentina no había ningún chico en esa situación”, cuenta. Pero pocos días después, las cosas se agravaron un poco más. “Dos días después Isi era ese nene que necesitaba ECMO, y después tuvo que recibir un Berlín”, relata. “En diez días pasó cinco veces por el quirófano. No podíamos más”, cuenta Laura con la voz quebrada.
Fueron jornadas eternas, de ayuno, de ver a Isidro dentro de una bolsa para mantener la temperatura, en hiperterapia, rodeado de cánulas, sin poder alzarlo ni abrazarlo cuando lloraba. “Había momentos en que entraba a terapia, podía estar solo 15 minutos y tenía que salir antes a llorar porque no aguantaba verlo así. Me destrozaba. Y todo iba cada vez peor”, recuerda. En las redes, subieron un mensaje que era lo único que Laura y Sebastián le podían decir a un padre o a una madre que tuviera que estar en la difícil posición de tomar la decisión de donar. “Hola Soy Isidro, necesito un corazón para seguir viviendo. Te deseo fortaleza para la decisión que tenés que tomar”, escribieron en las redes.
La situación se prolongó varios meses, hasta el 18 de agosto. Isidro hacía dos meses que no comía nada por sus propios medios. Unos días antes, le había dicho a la madre que había soñado que comía un quesito y que volvía a Tandil. Otro día le dijo que soñó que comía sin vomitar nada después y que venía Jesús y le traía un corazón. Y así fue como ocurrió, cuenta la madre. Esa tarde, Laura estaba entusiasmada porque después de meses, Isidro había comido dos patitas de pollo. Llamó a todo el mundo para festejar. “Estaba tan contenta. Después de todo lo que estábamos pasando, me había planteado lo siguiente. ¿Por qué dejo que las malas noticias me destruyan y a las buenas las doy por hecho y no las festejo? Desde ahí, decidimos festejar cada pequeño avance. Cambiamos la perspectiva. Cada paso cuenta”, dice. Ese 18 de agosto, llegó su hermana Carolina y decidió ir a cenar al bar de la esquina con ella para volver a quedarse a la noche con Isi. “Me senté y pedí una Fanta. Necesitaba algo dulce. En eso me suena el teléfono, era Isidro. Me dice, “Mami, llegó mi corazón”. ¿Qué?, grité. ¿Hijo qué estás viendo? No entendía nada. Ahí Seba me dice, es cierto, hay un corazón.”, cuenta Laura.
Una fiesta tras tocar fondo
Esta madre no podía dejar de temblar. Se le doblaron las manos, ni podía sostener su celular. Lloraba, se reía, parecía que se desmayaba. En el bar trataban de abrazarla, de hacerle tomar la Fanta, de que comiera unas papas fritas, que no se desvaneciera. Hasta que pudo ponerse en pie y cruzar la calle y entrar a esa sala para abrazar a su esposo y festejar la mejor noticia de su vida. Isidro estaba feliz. Pedía que prendieran y apagaran la luz, hagamos fiesta, decía, “llegó mi corazón”.
Desde el día uno, los padres le contaron todo sobre su situación. Isidro es un nene que enamora con su mirada, que asombra por su madurez y por el amplio lenguaje que maneja. Mientras la madre cuenta su historia, sentada en el living del departamento en el que viven, hasta que les digan que pueden volver a Tandil, Isi se acerca con autitos y los hace transitar por encima del cuaderno de esta cronista. “Están pasando por acá porque tienen una emergencia más adelante”, dice. Siempre atento a lo que la madre está hablando, porque sabe que están hablando de él. Después, pregunta si falta mucho, que quiere ir a la plaza. Y organiza un show de penales con el padre, contra la puerta del departamento. Es un nene que está pidiendo, plaza, recreos, amigos, primos, más libertad. “Uy, palo”, dice cuando erra un tiro. “No importa, todavía faltan 77 minutos, lo damos vuelta”, dice. La frase lo define. Es un jugador que dio vuelta el partido que tenía el peor pronóstico.
Esa medianoche, cuando el padre y la madre lo vieron irse en una camilla, para recibir un corazón, todo podía pasar. Iba a ser una noche larga. Por delante iban a pasar doce horas hasta que recibieran la primera noticia. En Tandil se armó la caravana. Toda la familia y los amigos pusieron rumbo a Buenos Aires, a la espera de las novedades. Finalmente, cerca del mediodía se abrió esa puerta y dos doctores, con una sonrisa que les desbordaba el barbijo les dijeron que había salido todo bien. Que el corazón era compatible, que se lo habían podido trasplantar y que no había habido complicaciones y que por el momento todo era luz verde.
La felicidad fue instantánea. Un aluvión de esperanza que los sacudía. “Era la buena noticia que estábamos esperando hacía meses. Tanta gente junta pidiendo por Isi, había ocurrido algo muy poderoso, el milagro. Lo estábamos viendo en directo. Estaba ocurriendo”, dice Laura.
Desde ese día, el 19 de agosto todo empezó a fluir. Isidro recibió el corazón como si hubiera sido suyo. De pronto, empezó a comer solo otra vez. A descubrir la belleza de la autonomía que le daban esos cuatro años. Volvieron los abrazos, el upa, el dormir los tres juntos. El poder bañarse solo en un baño y quedarse jugando con el agua. Toda una recuperación que ocurría a un ritmo asombroso. Tres semanas después, el 7 de septiembre, ya estaban de alta, caminando otra vez por la calle, disfrutando de las cosas más sencillas y cotidianas. Con ganas de todo. “De pronto decís, no demos nada por sentado. Estamos vivos. Estamos los tres acá. Podemos hacer planes para el domingo. Podemos ir a la plaza. Cada pequeña cosa es un milagro”, sintetiza Laura.
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