Día de la Enfermería: la “dama de la lámpara” que revolucionó primero un hospital y luego una profesión entera
Al igual que Florence Nightingale en la Guerra de Crimea, actualmente las enfermeras también pagan las consecuencias de fallas estructurales
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WASHINGTON.– Cuando Florence Nightingale llegó al hospital militar de Scutari, en Turquía, las condiciones eran casi tan malas como en el campo de batalla. Corría 1854 y Gran Bretaña y sus aliados se habían embarcado en la infausta Guerra de Crimea, muy cerca de la zona de la actual invasión rusa a Ucrania, para intentar poner coto al auge expansionista de Rusia. El número de bajas de soldados británicos era desorbitante, pero eran más los que morían de enfermedades prevenibles que de heridas de combate.
La joven enfermera inglesa vio a esos soldados cubiertos de mugre, tirados directamente en el piso en medio de las ratas, con pústulas abiertas tapadas con vendas sucias, empiojados y comidos por las pulgas, y respirando la pestilencia de la enfermedad en esa sala sin ventanas. Había una bañera cada 150 soldados, y de poco habría servido: había un caballo muerto pudriéndose en la cisterna de agua.
Florence y su equipo de 38 enfermeras de inmediato se pusieron a hacer lo que para el resto, incluidos muchos de los médicos, parecía superfluo, como la higiene y la calidad de la alimentación. En vez de esperar los productos importados que llegaban desde Inglaterra a través de una cadena de suministros de 3600 kilómetros, Nightingale iba a Constantinopla, la actual Estambul, donde se abastecía de jabón, toallas, ropa de cama y comida fresca en los mercados locales. Ella y su equipo se abocaron rápidamente a sanear el hospital, y en poco tiempo Nightingale se convirtió más bien en su administradora: manejaba la compras de insumos, la higiene y mantenimiento de las instalaciones, y la nutrición de pacientes y personal de guardia. La tasa de mortalidad bajó, y Nightingale fue ascendida a la categoría de “ángel”.
La así llamada “dama de la lámpara”, por su costumbre de realizar rondas nocturnas para cuidar a sus pacientes, se convertiría en la madre de la enfermería moderna y en una de las mujeres más admiradas de su tiempo. Sin embargo, ni siquiera Nightingale escapó del desdén y la resistencia hacia las enfermeras que cundía en dos profesiones masculinas como la milicia y la medicina.
La tendencia de Nightingale a esquivar las estructuras de poder irritaba a los superiores. “No hay un solo oficial que no me quemaría como Juana de Arco si pudiera, pero saben que la Oficina de Guerra no puede sacarme porque el país está conmigo”, escribió durante la guerra. Y se ganó muchos detractores que rápidamente pudieron comprobar su capacidad de concretar, ya fuese garantizar alimentos frescos como conseguir suministros básicos enviados desde Inglaterra por la mismísima reina Victoria.
Tras observar las fallas administrativas y los horrores de la guerra en el hospital de Scutari, Florence Nightingale dedicaría su vida para asegurarse de que no volviese a ocurrir, insistiendo en que la higiene del paciente no es un lujo, sino una condición necesaria para su recuperación. Nightingale fue una abnegada reformadora de la atención pública que pasó gran parte de su vida bregando para que la enfermería sea una profesión que impone respeto en médicos y en la sociedad en general: fue la creadora de la primera escuela de enfermería profesional.
La crisis actual
Hoy se celebran el Día de la Enfermería y 202 años del nacimiento de Florence Nightingale, pero la enfermería en el mundo atraviesa una profunda crisis. Al igual que Nightingale en la ruinosa Guerra de Crimea, actualmente el personal de enfermería también paga las consecuencias de fallas estructurales sobre las que tiene poco control. Además, ganan poco y trabajan a destajo. De hecho, el fenómeno de renuncias laborales masivas conocido como “la Gran Renuncia” que se produjo en Estados Unidos a partir de la pandemia golpeó especialmente al sector de enfermería, donde se calcula que para 2030 habrá casi 200.000 puestos vacantes. Una reciente encuesta reveló que más de un tercio de las enfermeras de Estados Unidos tiene pensado dejar su trabajo antes de fin de año, y la mitad de ellas mencionó como el principal motivo el burnout, o síndrome de desgaste profesional.
La pandemia de Covid-19 solo exacerbó los problemas ya existentes, particularmente en los hospitales, donde la mayor parte de la atención recae en enfermeras que trabajan sin descanso por un sueldo que no les alcanza. Cuando reclaman seguridad y dignidad en sus condiciones de trabajo, las enfermeras de hoy son continuadoras de la misión iniciada por Florence Nightingale: buscar que los enfermeros y enfermeras sean tratados como profesionales, para que no sean sacrificados como mártires.
Después de más de un año y medio en Constantinopla, Nightingale regresó a Gran Bretaña, pero siguió con su obra. Se había formado en matemática desde muy joven, le apasionaban las estadísticas y no le bastaba haber entendido por qué en Scutari hubo tantas muertes: también quería transmitírselo a la gente de una manera accesible. Los gráficos visuales sumamente explicativos que publicó en ese entonces fueron revolucionarios para su época. En vez de recitar áridas estadísticas científicas, Nightingale usó un diagrama de rosa codificado por colores que permitía visualizar claramente que en la Guerra de Crimea las muertes por enfermedades infecciosas prevenibles habían superado con creces a las bajas en el campo de batalla.
Ahora muchos también celebran a Nightingale como pionera en la visualización de datos, y hasta se convirtió en la primera mujer elegida como miembro de la Royal Statistical Society, pero su interés estadístico no era meramente intelectual: esos datos le servían para impulsar una reforma en la salud pública. Con sorprendente anticipación para su época, Nightingale era una convencida de que la atención del paciente es un problema social y político, donde alta mortalidad y bajos ingresos están estrechamente relacionados.
En 1860, fundó la Escuela de Formación de Enfermeras Nightingale, considerada por los expertos como la primera escuela laica de enfermería profesional. (Nightingale era una autodidacta en la materia, y durante su primera juventud había improvisado su propia educación en diversos hospitales). “Hasta ese momento no existía el entrenamiento –señala Lynn McDonald, que obtuvo la beca Nightingale y es profesora emérita de la Universidad de Guelph, Canadá–. Antes de ella, se llamaba enfermeras a esas personas empleadas por el hospital que sabían poco y nada, y en realidad se ocupaban mayormente de tareas de limpieza”.
Cuidado del paciente
Gracias a Nightingale, las enfermeras asumieron lo que hoy entendemos como “cuidado del paciente”, algo ya esbozado por primera vez en su libro de 1859, Notas sobre enfermería, donde escribió: “Uso la palabra enfermería a falta de algo mejor, porque hoy por hoy significa poco más que administrar medicamentos y aplicar cataplasmas. Enfermería debería significar el aire limpio y fresco, luz y un ambiente templado, limpieza, tranquilidad, y una adecuada selección y administración de la dieta”.
Su escuela ofrecía un programa de entrenamiento de un año, la primera capacitación formal en enfermería moderna, donde se enseñaban rudimentos de ciencia y medicina. Hasta entonces, la enfermería era un trabajo para mujeres de clase baja, pero al elevarlo a la jerarquía de profesión, Nightingale contribuyó a que pudieran sumarse mujeres de orígenes y extracciones bien distintos.
En el siglo y medio transcurrido desde entonces, la ciencia médica evolucionó a pasos agigantados. (Cuando Nightingale fundó su escuela, la teoría de los gérmenes todavía no se había popularizado). Actualmente, enfermeras y enfermeros cursan varios años de educación superior y muchos de esos profesionales en ejercicio tienen responsabilidades similares a las de los médicos.
Si bien la capacitación del personal de enfermería mejoró enormemente, el trato que reciben no siempre refleja esos avances. Por eso hay tantos que en 2022 están abandonando la profesión para dedicarse por completo a otra cosa. “La enfermería sigue siendo una actividad mal paga y poco respetada –dice McDonald–. Obviamente estamos mejor que en los tiempos de Nightingale, pero esa deuda persiste”.
Por Jess McHugh
(Traducción de Jaime Arrambide)
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