Investigaciones recientes sugieren que los efectos del acoso infantil pueden persistir durante décadas, con cambios duraderos que pueden ponernos en mayor riesgo de enfermedades mentales y físicas
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Lady Gaga, Shawn Mendes, Blake Lively, Karen Elson, Eminem, Kate Middleton y Mike Nichols. Estas son solo algunas de las personas que han hablado de su experiencia como víctimas del acoso escolar y el dolor que esto les ha causado en la infancia y en etapas posteriores de su vida.
Cualquiera que haya sido victimizado de niño comprenderá los sentimientos de vergüenza que pueden generar este tipo de experiencias. Y las consecuencias no se quedan ahí.
Investigaciones recientes sugieren que los efectos del acoso infantil pueden persistir durante décadas, con cambios duraderos que pueden ponernos en mayor riesgo de enfermedades mentales y físicas.
Estos hallazgos están llevando a un número cada vez mayor de educadores a cambiar su punto de vista sobre el matoneo: de una situación inevitable del crecimiento a una violación de los derechos humanos de los niños.
“La gente solía pensar que el acoso escolar era un comportamiento normal y, en algunos casos, que incluso podría ser algo bueno, porque ayuda a fortalecer el carácter”, explica Louise Arseneault, profesora de psicología del desarrollo en el King’s College de Londres, en Reino Unido.
“Les tomó mucho tiempo [a los investigadores] comenzar a considerar este comportamiento como algo que puede ser realmente dañino”.
Con este cambio de mentalidad, muchos investigadores ahora están probando varios esquemas contra el acoso, con algunas estrategias nuevas y emocionantes para crear un entorno escolar más amable.
Cultura de tolerancia de la victimización
El Programa de Prevención del Acoso Olweus (Olweus Bullying Prevention Program) es uno de los esquemas que más se ha puesto a prueba.
Fue desarrollado por el fallecido psicólogo sueco-noruego Dan Olweus, quien encabezó gran parte de las primeras investigaciones académicas sobre la victimización infantil.
El programa se basa en la idea de que los casos individuales de acoso suelen ser producto de una cultura más amplia que tolera la victimización. Como resultado, intenta abordar todo el ecosistema escolar para evitar que prospere el mal comportamiento.
Como muchas otras intervenciones, el Programa Olweus comienza con un reconocimiento del problema. Por este motivo, los colegios deberían realizar una encuesta para preguntar a los alumnos sobre sus experiencias.
“Saber lo que está pasando en tu edificio es realmente importante y puede guiar tus esfuerzos de prevención del acoso escolar”, dice Susan Limber, profesora de psicología del desarrollo de la Universidad de Clemson, en Carolina del Sur, Estados Unidos.
El Programa Olweus alienta a la escuela a establecer expectativas muy claras para un comportamiento aceptable, y las consecuencias si se infringen esas reglas.
“[Las sanciones] no deberían ser una sorpresa para el niño”, dice Limber. Los adultos deben actuar como modelos positivos a seguir, que refuercen los buenos comportamientos y muestren tolerancia cero ante cualquier forma de victimización.
También deben aprender a reconocer los lugares dentro de la escuela donde es más probable que ocurra la intimidación y supervisarlos regularmente.
“Todos los adultos de la escuela necesitan una formación básica sobre el acoso: las personas que trabajan en la cafetería, los conductores de autobuses, el conserje”, señala Limber
A nivel del aula, los propios niños organizan reuniones para discutir la naturaleza del acoso escolar y las formas en que pueden ayudar a los estudiantes que son víctimas de este comportamiento.
El objetivo, en todo ello, es conseguir que el mensaje anti-intimidación quede arraigado en la cultura de la institución.
Resultados positivos
Al trabajar con Olweus, Limber probó el esquema en varios entornos, incluida una implementación a gran escala en más de 200 escuelas en Pensilvania.
Sus análisis sugieren que el programa resultó en 2000 casos menos de intimidación durante dos años. Es importante destacar que los investigadores también observaron cambios en la actitud general de la población escolar hacia el acoso, incluida una mayor empatía con las víctimas.
Los resultados de Limber no son los únicos que muestran que las campañas sistemáticas contra el acoso pueden generar un cambio positivo.
Un metanálisis reciente, que examinó los resultados de 69 ensayos, concluyó que las campañas contra el acoso escolar no solo reducen la victimización sino que también mejoran la salud mental general de los estudiantes.
Curiosamente, la duración de los programas no pareció predecir sus posibilidades de éxito.
“Incluso unas pocas semanas de intervención fueron efectivas”, dice David Fraguas, del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Clínico San Carlos, en Madrid, España, quien fue el autor principal del estudio.
Atentos a las señales
La intimidación no acaba en la escuela, y Limber argumenta que los padres y cuidadores deben estar atentos a las señales que indican que puede haber un problema. “Debes ser proactivo al hablar sobre el tema, no esperes a que surja”, dice.
“Puedes hacerlo como parte de una conversación del tipo: ‘¿Cómo van las cosas con tus amigos? ¿Tienes algún problema?’”.
Ella enfatiza que el adulto debe tomar en serio las preocupaciones del niño, incluso si parecen triviales desde una perspectiva externa, al mismo tiempo que debe mantener una mente abierta.
“Escucha atentamente y trata de controlar tus emociones mientras las escuchas”. El cuidador debe evitar hacer sugerencias apresuradas sobre cómo el niño puede manejar el problema, ya que esto a veces puede crear la sensación de que la víctima tiene la culpa de la experiencia.
Si corresponde, el padre o tutor debe iniciar una conversación con la escuela, que debe elaborar un plan de inmediato para asegurarse de que el niño se sienta seguro. “Lo primero es centrarse en ese niño y sus experiencias”.
Crecer rara vez va a ser fácil: los niños y los adolescentes están aprendiendo a manejar las relaciones sociales y eso va a traer dolor y malestar.
Pero como adultos, podemos hacer un trabajo mucho mejor al enseñarles a los niños que ciertos tipos de comportamientos nunca son aceptables: no hay nadie a quien culpar sino a los mismos agresores.
Estas lecciones podrían tener un impacto generalizado en la salud y la felicidad de muchas generaciones venideras.
Por David Robson
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