Después de la tragedia, el drama de la penuria económica
Familias sin sostén y heridos que no pudieron volver a trabajar, otras de las consecuencias que prolongan el dolor
En la puerta del cuarto que Mireya Bedia Ramos alquila en Barracas cuelga un cartel escrito a mano donde ofrece helados de agua. Con ese improvisado rebusque, la mitad del sueldo que aún le siguen pagando, un subsidio de doscientos pesos mensuales que le deposita el Banco Ciudad, los ingresos de su pareja, que sumó algunas changas de albañilería a su empleo en una empresa textil y la ayuda desinteresada de vecinos y compañeros de trabajo, van tirando. Pero los gastos que sobrevinieron al accidente fueron muchos, tantos que de los 45.000 pesos que había ahorrado durante cuatro años de trabajo como cadete en una empresa informática sólo le quedan 1250.
Mireya, de 24 años, viajaba en el primer vagón del ferrocarril Sarmiento el 22 de febrero pasado y por las lesiones que le provocó la tragedia que se llevó 52 vidas y dejó muchos más heridos aún no pudo volver a trabajar. Desviación de dos vértebras lumbares, sangrado interno producto de la herida de un hierro que se le clavó en la cintura, episodios de disociación en los que no recuerda lo que sucede, adormecimiento de músculos y la raíz de la médula ósea lastimada.
Pero lo peor no le fue descubierto hasta tres meses y medio después del accidente, cuando ya contaba con el alta médica por parte de la ART, por supuesto con su disconformidad. En la obra social le hicieron la resonancia magnética que nunca le practicó la ART y descubrieron un coágulo de sangre alojado en el temporal derecho del cerebro. Y no sólo eso: a los sangrados por la nariz que le provocaba el estrés se le sumó otra sustancia transparente: era líquido cefalorraquídeo.
Desplegados prolijamente sobre la mesa están los medicamentos que debe tomar. Catorce pastillas por día para controlar las distintas afecciones que le dejó el fatídico 22F. Y si bien la obra social le cubre parte de los gastos, el resto lo tiene que afrontar ella. Por citar uno, el traslado al psicólogo todos los martes le demanda 90 pesos de ida y otros tanto de vuelta de taxi. Con ese panorama, y cirugías por delante, ve complicado volver al trabajo pronto, y con el temor latente de que cumplan lo que ya le anticiparon: al año le dejarían de pagar el sueldo.
"Quería desaparecer. Sólo quería atención médica y no seguir mendigándola. Sentía que todos me cerraban las puertas con sólo decir que era una accidentada de Once", cuenta. Sin embargo, no baja los brazos, agradece haber sobrevivido y repite una frase que le ayuda a seguir adelante: "Dios aprieta pero no ahorca".
La tragedia de Once , de la que ayer se cumplieron diez meses, no sólo dejó heridas físicas y psicológicas. También penurias económicas. Justamente ese fue uno de los ejes del documento que los familiares de las víctimas leyeron en el aniversario del noveno mes: la desesperante situación económica para sobrellevar el día a día de muchas familias que perdieron su sostén y la de cientos de heridos con discapacidades parciales o totales que les impide retomar o conseguir un trabajo.
"En ese tren había muchísima gente trabajando en negro que hoy no tiene ninguna cobertura. Sostenes de hogar que no han conseguido otro trabajo, o que por sus lesiones no les permiten retomar su oficio. Gente que no está visibilizada. Hay un daño colateral enorme, además del físico, que no se ve. Nosotros decimos que además de los 52 fallecidos hay 800 heridos y que el Estado debe responder porque era un servicio concesionado. Tener que pedirlo a esta altura es vergonzoso, porque el Estado debería estar presente respondiendo en absoluto y no discrecionalmente. ¿Cuánto tiempo más tenemos que pedir en lugar de recibir?", se pregunta Paolo Menghini, padre del fallecido Lucas.
Con demandas civiles que pueden demorar hasta siete años para pagar una indemnización, según precisaron a LA NACION abogados que representan a víctimas de la tragedia, el pedido de un subsidio para sobrellevar ese día a día se repite. Hubo un proyecto de dos diputados provinciales, pero terminó con una declaración de la Cámara solicitándole lo mismo al Ejecutivo nacional. Y eso quedó en la nada. Menghini hace un cálculo rápido: 1500 pesos por 850 personas no supera los 20 millones de pesos, un monto que según él tranquilamente podría afrontar el Gobierno.
En vez de una solución así, hasta ahora lo que se han dado son subsidios únicos de manera "discriminatoria y discrecional". Norma Barrientos, que viajaba junto a su hija Karina, que con sólo 14 años perdió la vida en el accidente, cobró por única vez 20.000 pesos luego de haber sido invitada a la Casa Rosada. Un dinero del que ya tuvo que echar mano para sostener a su numerosa familia y que no le quita el dolor por la pérdida de su hija y mucho menos el mal sabor a injusticia. "Lo que más bronca da es que nada cambió y todo sigue igual", dice.
Antes de la tragedia, Pilar Patrón, de 45 años, vivía trabajando: diez horas tres veces por semana como empleada doméstica en una casa, seis horas los dos restantes en otra, y algunos fines de semana aprovechaba para cuidar personas mayores. Sola, con seis hijos, uno de ellos con una discapacidad fruto de malnutrición, era el sostén de la casa. Algunos de sus hijos trabajan, pero la mayoría con empleos temporarios.
El accidente le modificó la vida por completo. Con aplastamiento de tórax e intestinal y un esguince tras quedar enganchada bajo un asiento de la formación estuvo tres meses sin trabajar. Su patrona le enviaba dinero a través de sus hijos cada vez que lo necesitaba, pero eso no quitó que tuviera que endeudarse con varias personas, muchas de esas deudas que aún no pudo pagar.
Ante la urgencia de su situación pidió ayuda en la Municipalidad de Moreno. La respuesta llegó sólo a los dos meses: había una suma de 500 pesos para ella, pero por única vez. No le quedó otra que volver a trabajar aunque ni siquiera podía agacharse. Eso sí, tuvo que reducir horas y días: sólo tres veces por semana y adiós al cuidado de ancianos de los fines de semana. Mientras tanto el único que se le acercó con una propuesta fue un abogado a través de una llamada telefónica: "Te ofrecemos cien mil pesos por tu caso", le dijeron. De la bronca que le dio cortó sin contestarle.
Un pesadilla recurrente en que estaba atrapada dentro del vagón y no podía ayudar a nadie, un pozo depresivo que no la dejaba salir de la cama y el convencimiento de que tenía que hacer otras cosas además del trabajo para salir adelante aunque costaran dinero: gimnasia, psicólogo y empezar a estudiar gerontología a distancia. Sin embargo, su mayor sostén fueron sus hijos. ¿El símbolo? La caja que armó uno de ellos en un rincón del comedor donde se puede leer "alcancía para la causa de mami".
lanacionarDel editor: qué significa
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