Desperdiciar el bono demográfico resulta imperdonable
La transición demográfica es un proceso que experimentan todas las sociedades. Consiste en el paso de una situación de alta natalidad y alta mortalidad a otra en que ambas variables son bajas. Como consecuencia, se pasa de una sociedad en la que predominan los jóvenes a otra donde los adultos mayores tienen gran peso. En este proceso hay una etapa intermedia denominada "ventana de oportunidad demográfica", cuya característica esencial es que la proporción de personas en edad de trabajar en relación a la población total llega a un máximo. Es una bendición para crecer por tres razones.
Primero, el ingreso per cápita sube porque, en proporción, hay más personas trabajando. Segundo, quienes trabajan ahorran y pagan impuestos. Por ello, se puede invertir y financiar gasto público sin endeudarse con el exterior. Tercero, como cae la natalidad hay menos niños en el hogar y es posible invertir más en el capital humano de cada niño. Esos niños tendrán mayor productividad al integrarse al mercado de trabajo. Por estos beneficios se habla de un "bono demográfico" en esta etapa.
Y no es teoría. En la historia reciente, desde Japón hasta Corea y China, varios países se enriquecieron fuertemente en la etapa del bono y se prepararon mejor para la etapa de envejecimiento, cuando aumenta el número de retirados.
La Argentina está cursando el bono demográfico. Saldrá del mismo para comenzar a envejecer a mediados de la década de 2030. Y no lo está aprovechando. Repasemos los tres puntos anteriores. Primero, como crece poco, no genera demanda de trabajo en cantidad y calidad para aprovechar la mayor oferta que brinda el bono. Un tercio de los trabajadores tienen un trabajo informal. Segundo, la tasa de ahorro es muy baja y, adicionalmente, parte del ahorro se coloca en activos externos que generan empleo e inversión... en otro país. Así hay crisis externas recurrentes: cada vez que aumenta la inversión como en 2017, falta ahorro y opera la restricción externa. Tercero, la inversión en capital humano es mediocre. Pero el peor dato es que casi la mitad de los niños son pobres y, por ende, los trabajadores del futuro están hoy mal alimentados, educados y socializados.
Hay muchas tareas pendientes. Una esencial es llegar a consensos políticos básicos y sostenibles sobre cómo aprovechar el bono. Imperdonablemente lo estamos desperdiciando, las políticas consistentes a largo plazo son de gran ayuda. Las grietas no lo son.
El autor es economista especialista en demografía
José María Fanelli