Desde su juventud, forjó intensos lazos con la Argentina
Carlos Páez Vilaró fue un destacado protagonista de la vida cultural a ambos lados del Río de la Plata
"Pintor del medio del río" solía definirse a sí mismo Páez Vilaró. Quizás esa asunción se debiera al viaje medianamente iniciático que hizo a nuestro país siendo todavía adolescente. O a la red amistosa que fue tejiendo tras sus frecuentes venidas, ya de adulto, por estas tierras. Lo cierto es que, más allá de las declaraciones, Páez Vilaró dejó más de una huella creativa en territorio argentino.
En principio, Bengala, suerte de "hermana menor" de la célebre Casapueblo: una construcción tan renuente a las líneas rectas como su pariente uruguaya, escondida entre la prolífica vegetación del Tigre.
Allí se refugiaba últimamente el artista durante sus eventuales visitas a la Argentina, rodeado -como en la Casapueblo oriental- de la blancura combada de sus "esculturas habitables": construcciones de formas orgánicas, muchas de cuyas paredes modeló con sus propias manos.
Bengala fue concebida por el artista como taller y vivienda para sus estadías en Buenos Aires y, en realidad, forma parte de un complejo: una antigua casona de madera de fines del siglo XIX (que en los años 80 el artista descubrió junto con Annette Deussen, su mujer), un pabellón- atelier y la "Casapueblo argentina" propiamente dicha. "La levanté con la ayuda invalorable de mi querido amigo Gustavo Porta", contó hace unos años el artista. En la realización de la curvilínea construcción se emplearon restos de mástiles, ventanas y puertas en desuso compradas en casas de demolición, materiales obtenidos en trueque por cuadros y los criterios de la "arqui-textura": el modo en que Páez Vilaró denominaba su particular batalla contra la línea y los ángulos rectos, además del trabajo artesanal que daba a las paredes un aspecto suavemente combado. "El lugar me hizo revivir mis expediciones africanas", confesaría Páez Vilaró, que hasta llegó a soñar con "crear una hermandad náutica entre el Tigre y Punta del Este".
Hay otros testimonios de su cercanía con este lado de la geografía rioplatense. Por ejemplo, Homenaje a Buenos Aires, el mural que, desde las alturas de Figueroa Alcorta y Tagle, le pone color a la sonrisa de Gardel y la enlaza al Obelisco, las piruetas de Maradona, los trazos urbanos y las formas del bandoneón. También los murales que pueden verse en la estación Carlos Gardel del subterráneo de Buenos Aires, así como algunos realizados en bancos, residencias particulares y entidades públicas en distintos puntos del país.
Las numerosas exposiciones que realizó en los últimos años en el Museo de Arte Tigre son otra muestra de la asidua presencia del artista uruguayo entre nosotros Así, el Delta se confirmaba como otro de sus lugares en el mundo, del que lo atraían "la serenidad, la simplicidad, el espíritu de barrio. Una geografía humana invalorable, donde aún se mantienen activas la hospitalidad y la solidaridad".
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