Se convocan por Whatsapp o por mensajes privados de Instagram. Se alquilan parlantes y se compran bolsones de hielo para las bebidas. A veces, incluso, cuando la fiesta es de mayor dimensión, se realiza en un terreno baldío o en una quinta en una zona remota.
Visto desde lejos, todo parece funcionar como si el Covid-19 y las restricciones impuestas por el distanciamiento social, preventivo y obligatorio no existieran, con la diferencia de que el precio de las entradas a las fiestas es más elevado. ¿Por qué? Porque contempla, entre otras cuestiones, la posible multa policial por incumplimiento de las normas sanitarias.
"Intentamos no compartir el vaso, no ir al baño, tener los cuidados mínimos. Pero nadie lleva barbijo y la mayoría saluda con beso'', detalla Micaela, de 26 años. Hace dos semanas, la joven asistió a una fiesta en la casa de un conocido, en Beccar, con aproximadamente 200 personas. Su círculo de amistades, dice, está dividido entre quienes no temen asistir a esos encuentros y quienes solo participan de reuniones de un máximo de 20 o 30 personas.
Nadie lleva barbijo y la mayoría saluda con beso.
Lo cierto es que para una mayoría de los jóvenes del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) la vida nocturna volvió a la normalidad, al menos de manera parcial, hace ya varios meses. Con los boliches cerrados, las fiestas privadas y clandestinas absorbieron una parte importante de su demanda original. Según relatan los jóvenes consultados por LA NACION, comenzaron a convocarse en septiembre y cada vez son más frecuentes. El hartazgo general y la pérdida del miedo a contraer el virus fueron factores decisivos para el regreso a las salidas de este tipo, explican adolescentes que suelen concurrir.
Cada fin de semana, el Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires recibe alrededor de 250 denuncias de fiestas clandestinas, pero muchas transcurren sin sobresaltos. "Casi todas terminan bien. Una vez vi una patrulla en la puerta, pero no hizo nada", comenta Belén, de 20 años, que pagó $1000 el sábado pasado para participar de una de las tantas que se promocionan.
Las que son multitudinarias y pagas suelen realizarse en zonas poco transitadas de Castelar, Moreno, Luján, Escobar y Pilar, entre otros lugares. Se alquilan terrenos o casas quinta y se convoca, en general, a más de 400 personas.
Al inicio, el principal modo de publicidad era a través de flyers que se posteaban en redes sociales, ahora la difusión es más discreta: se hace por medio de WhatsApp o de mensajes privados de Instagram.
Carlos tiene 27 años y participa de previas y fiestas de más de 60 personas casi todos los fines de semana desde hace tres meses en San Isidro. Asegura que hasta ahora nunca hubo problemas con la policía.
"Ya todo funciona como antes: si la música está muy alta, algún vecino te pide que la bajes, pero nada más -resume Matías, de 28, de Villa Ballester-. El tema dejó de ser tabú en el barrio. Si no estoy haciendo una fiesta yo, la está haciendo el vecino".
Ya todo funciona como antes: si la música está muy alta, algún vecino te pide que la bajes, pero nada más.
Ante el desborde generalizado, el gobierno Axel Kicillof diseñó un protocolo para autorizar las fiestas al aire libre de hasta 200 personas con la aplicación de las medidas sanitarias. La intención es que se lleven a cabo en predios habilitados y que, salvo en los momentos en que los asistentes estén consumiendo comidas o bebidas, todos utilicen tapabocas.
El horario de apertura y cierre será competencia de cada distrito, según señalaron a LA NACION desde la gobernación bonaerense.
Multas
El descontrol se incrementa y las alarmas se encienden. Las autoridades buscan contener la situación con penas económicas. En La Plata, por ejemplo, la municipalidad dispuso multas de un millón de pesos a quienes organicen reuniones masivas en viviendas, edificios o barrios cerrados durante la etapa de distanciamiento social. Si las fiestas tienen lugar en bares o quintas, la cifra asciende a $2.132.000.
En las últimas horas, el intendente de Zárate promulgó una ordenanza que establece multas de entre $1.109.250 hasta $6.655.500 para quienes realicen u organicen este tipo de reuniones ilegales.
Más allá de los castigos económicos, durante los operativos se procede al secuestro de autos de los concurrentes y a la imputación de los involucrados.
Countries y barrios cerrados
A pesar del secretismo en la organización, muchos asistentes publican videos y fotos de los encuentros. Fuentes del partido de Tigre afirman que su departamento de redes sociales suele encontrar información en internet sobre fiestas que se van a realizar o que tuvieron lugar en el municipio y dan aviso a la policía para evitar el evento o multar a los organizadores.
En ese partido, muchas de las reuniones sociales de menor cantidad de personas, como previas y pool parties, ocurren dentro de los barrios cerrados.
Según relevó LA NACION, a mediados de septiembre, cuando el AMBA aún se encontraba en la etapa de aislamiento social, preventivo y obligatorio, en muchos barrios privados del conurbano bonaerense se relajó el control sobre el ingreso de invitados. Propietarios y concurrentes indican que los encuentros prohibidos se repiten todos los fines de semana.
Los padres admiten con cierta resignación lo que ya es innegable: los jóvenes bailan hasta el amanecer y los protocolos parecen formar parte de una historia pasada, aunque los contagios no se detienen.
Hasta el momento, los casos más resonantes tuvieron lugar en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza y Santa Fe, pero el fenómeno se extiende en todo el país.
En territorio porteño
En la Ciudad de Buenos Aires, la mayoría de los eventos multitudinarios registrados por Agencia Gubernamental de Control (AGC) ocurrieron en bares y boliches. Días atrás, la entidad intervino un sótano de San Telmo en el que se desarrollaba una fiesta sin el menor cuidado entre los asistentes. El lugar fue clausurado y los dueños deberán pagar una multa, cuyo valor todavía no fue determinado por la fiscalía.
Los operativos de inspección en los principales circuitos nocturnos se incrementarán: cuando faltan pocos días para el verano, las autoridades de la AGC temen que las reuniones se multipliquen.
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