Derrumbe en Villa Gesell: la mujer que huyó en piyama con su madre e hijos y ahora volvió para buscar su medicación
Adriana Apdelgani se alojaba con su familia en un departamento del complejo Alfio I, que lindaba con el apart hotel Duborvnik, que colapsó
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VILLA GESELL.— Adriana Apdelgani insistió en las primeras horas y no pudo. Más de un día después logró lo que tanto quería y así pudo hacerse de sus documentos y medicación que le habían quedado en el departamento 1° 12 del que huyó a las corridas, con sus hijos y madre en piyamas. Graciela, su vecina, quiso arrimarse pero no resistió la imagen: la presión sanguínea le jugó una mala pasada y debió alejarse sin ver demasiado de lo que quedó del suyo, partido literalmente al medio efecto del derrumbe del Apart Hotel Dubrovnik, con parte de su estructura que cayó sobre ese complejo lindero, de apenas dos plantas.
Ellas y sus familias aun no salen de la conmoción que les significó esa madrugada de martes en que eran parte de los únicos ocho vecinos que habitaban unidades del Alfio I. Uno de ellos, Federico Ciocchini, de 84 años, murió. Su esposa, María Josefa, pudo ser rescatada con vida y se recupera en el Hospital Interzonal General de Agudos de Mar del Plata, con un par de fracturas en brazos y varias contusiones, pero ya fuera de peligro según los médicos.
Con ellos, oriundos de Balcarce, se habían cruzado por última vez el lunes. Los vieron, se saludaron e incluso tuvieron algunos intercambios de palabras vinculados a cuestiones del edificio, sus servicios y la temporada que se viene.
Adriana y Graciela se ven y se abrazan. La última vez que se habían cruzado tenían sobre sus viviendas la sombra del gigante de 10 pisos que se hizo escombros y polvos por razones que la justicia recién empieza a investigar. En el interior había al menos siete personas. El cadáver de una de ellas, Rosa Stefanic, la ex dueña, pudo ser identificado en las primeras horas de hoy. La búsqueda continua, siempre con una cuota de esperanza de que alguno de los restantes desaparecidos pueda estar con vida.
“Te vi cuando te sacaban los bomberos por la ventana”, le dice Adriana, que aquella noche tenía a su hijo Ian, de 10 años, con fiebre. Y frente al cimbronazo y sin terminar de entender que estaba pasando pero con la certeza que el peligro era grande, apuró a su otra hija, Demy, de 12, y a su mamá, Olga, de 74, para que salgan a la calle y tomen distancia frente a una nube de polvo que empañaba la cuadra y entre luces rojas y sirenas de bomberos que se multiplicaban.
Graciela y su marido, Rubén, están aquí de pasada. Residen en España y llegaron por tres meses para visitar a uno de sus hijos. Ya contaron a LA NACION esos momentos de desesperación que les significó despertarse con ruidos de explosión y temblores. Y abrir una puerta y ver que de la cocina no quedaba pared ni techo. “Me asomé tres veces y el piso se inclinaba cada vez más”, recuerda él, ya algo más calmo.
Imágenes que vuelven
Son los pocos sobrevivientes ilesos del Dubrovnik. De los que vivieron más de cerca esta tragedia y la pueden contar. “No me puedo sacar de los ojos esas imágenes, se me vuelven una y otra vez”, repite Graciela, que hizo en las últimas horas el intento de acercarse hasta el edificio para ver cómo quedó su departamento pero debió regresar, asistida por una descompensación.
El departamento de Graciela y Rubén resultó parcialmente destruido. Perdió parte de techo y paredes. Era cercano al de Ciocchini y su esposa, que solo habían venido por un par de días con intenciones de coordinar el alquiler de esa unidad con miras a la temporada. Se ubicaban en el tramo medio del complejo. La muerte lo sorprendió a él mientras descansaban. A ella se la pudo rescatar diez horas después del derrumbe. “Lúcida”, aclararon los médicos que la evaluaron en esa instancia original.
El departamento de Adriana, en cambio, está más alejado. Queda en esquina, sobre Calle 1 y Avenida Buenos Aires. Es la única vecina que vive allí todo el año. El resto solo tiene ocupantes a tiempo parcial. En particular los fines de semana largo y en especial durante el verano, cuando se llena de dueños e inquilinos a partir de las ventajas de su ubicación, a 200 metros de la playa.
“Tenía a mi hijo con fiebre y lo levanté y lo saqué con la nena y mi mamá, no llegué a agarrar casi nada”, cuenta a LA NACIÓN. Quiso volver por las llaves de su auto pero ya no se lo permitieron quienes improvisaban el operativo policial. Esa madrugada consiguió que una conocida les diera abrigo como para que al menos los chicos tuvieron un lugar donde descansar y permanecer, mientras la ciudad en plena madrugada trataba de comprender qué había ocurrido y la magnitud de semejante desastre.
Los tres confirman que en el Dubrovnik había obras en ejecución y muy visibles. Detallan martillazos para demoler algunos sectores vinculados a la fachada, cambios de algunos ventanales y también movimientos de materiales para mezclas de hormigón.
Los tres también tiene claro, sin especular, que la propiedad que tenían en el complejo Alfio 1 será historia. Con mayor o menor daño, el impacto que significó semejante caída de trozos de losa sobre ese complejo abrió grietas de punta a punta. Por eso dan por seguro que tiene destino de demolición.
“Solo pido que encuentren a los chicos con vida, que esa búsqueda nos de una buena noticia”, dice y ruega Graciela, mientras a pocas cuadras continúa el movimiento de escombros. Por allí, cada tanto, la grúa entra en pausa y el silbato que suena reclama silencio absoluto. Imprescindible para detectar alguna posible señal sonora de sobrevivientes. Ella y su marido saben que están vivos por algo parecido a un milagro. Pero creen que el milagro de verdad será que entre lo que quedó del Dubrovnik aparezcan más sobrevivientes.
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