Demolieron la casa de Adolf Eichmann
Familiares del ex jerarca nazi eran los propietarios; de allí, en 1960, se lo llevaron integrantes del Mossad
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Al dueño de la topadora le llamó la atención que se reuniera tanta gente a mirar cómo él derrumbaba esa casa insípida, perdida en una zona pobre de San Fernando. Lo sorprendió que más de uno removiera los escombros en busca de un trozo de mampostería de recuerdo como si se tratara del Muro de Berlín. Entonces, preguntó por dónde estaba pasando su máquina. Quedó impresionado cuando supo que los mil pesos del trabajo se los había pagado la familia de Adolf Eichmann, el responsable de los campos de concentración del nazismo, que se jactaba del asesinato de cinco millones de judíos.
El vetusto chalet de tres dormitorios, conocido en el mundo entero como "la casa de la calle Garibaldi", quizás el símbolo más vigoroso del ocultamiento de criminales de guerra nazis en la Argentina, acaba de desaparecer en apenas tres días.
Allí, en Garibaldi 6067, de San Fernando, muy cerca de la ruta 202 y las vías del ferrocarril Mitre, había vivido bajo identidad falsa Adolf Eichmann hasta que el 11 de mayo de 1960, a las 20.5, fue capturado sobre la vereda por el Mossad (servicio secreto israelí) en una sigilosa operación que dejó estupefacta a la humanidad y colocó en un brete al entonces presidente Arturo Frondizi.
Que Eichmann estaba refugiado en la Argentina, así como su localización y captura, sólo se supo cuando Israel anunció al mundo que lo tenía prisionero en Jerusalén.
El Mossad lo había trasladado en vuelo directo desde Ezeiza a bordo de un avión Britannia, de El-Al, acondicionado con una celda y que oficialmente sólo llevaba al canciller de ese país, Abba Eban, ilustre visitante para los actos del sesquicentenario de la Revolución de Mayo.
Casualmente, hace cuarenta años, el 11 de abril de 1961, comenzaba en Israel el juicio oral que llevaría a Eichmann a la horca.
Pero en estas cuatro décadas la casa que desde 1957 o 1958 había ocupado "Ricardo Klement" (Eichmann) permaneció casi intacta en manos de dos de sus hijos. Allí mismo, ellos criaron a los nietos del criminal de guerra, a quienes algunos vecinos recuerdan por sus sobrenombres.
Los nietos, se asegura en el barrio, planearían construir en el terreno un galpón para depósito de mercaderías. En todo caso, un galpón sería algo menos magnético que el refugio original del teniente coronel de las SS, cuya personalidad hasta sirvió a la filósofa alemana Hannah Arendt para escribir "Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal", profundo y controvertido ensayo sobre el Holocausto.
"Jamás atendieron a nadie"
Si bien sobre la captura de Eichmann se escribieron y filmaron decenas de títulos, fue "La casa de la calle Garibaldi", de Isser Harel, luego llevada al cine, la que inmortalizó el episodio.
"Los tenían podridos ; venían italianos, franceses, norteamericanos, hasta japoneses a ver el lugar, pero ellos jamás atendieron a nadie", dice, desde la vereda de enfrente del flamante terreno baldío, Francisco Pérez, quien en 1968 contribuyó a que la cuadra dejara de ser un páramo instalando un taller de chapa.
Pérez alude a los hijos de Eichmann y a un inquilino llamado Guillermo Gómez, quien hacia 1995 desempeñó en la casa la enérgica rutina de no responder a periodistas, documentalistas y otros visitantes convocados por la historia. "Una vez -dice- llegó un micro lleno de israelíes. Mire, estacionó aquí, en la puerta de mi taller", señala.
Durante el período de Gómez una empalizada había intentado desalentar la curiosidad internacional, que a menudo tomaba la forma de una cámara de televisión o de cine.
Pero es de suponer que el mayor interés de quienes se movilizaban desde Medio Oriente o desde Tokio hasta este paraje suburbano de dudoso atractivo turístico, donde el paso del tiempo trajo otras viviendas de poco lujo y acercó una villa miseria, en realidad no querrían conocer tanto el interior de la casa de Eichmann como su entorno inmediato.
Aunque sean sólo unos manchones de pasto silvestre, lo que hay en los treinta metros que van de la parada del colectivo de la esquina (hoy ubicada igual que en 1960) hasta la entrada a la casa, se justifica que ese trozo del partido de San Fernando hubiera captado atención mundial.
Fue allí donde el máximo ejecutor de la solución final contra los judíos forcejeó con el agente israelí Peter Malkin la lluviosa noche de la captura, después de bajar del colectivo y antes de ser introducido en uno de los automóviles de la operación "Atila". Operación que, por otra parte, fue la que más aportó (después se sumaría otra legendaria, en Entebbe, Uganda) a cierta aureola de infalibilidad del Mossad, por entonces con nueve años de vida.
En la Municipalidad de San Fernando la casa figura a nombre de Marta Valinotti de Eichmann, esposa de uno de los nietos. Está registrada una compra, en 1984, a una sociedad Santa Catalina, legalmente la propietaria desde 1951. Eichmann, que con el alias de Klement trabajó de obrero en la fábrica Mercedes Benz, se instaló en la casa hacia 1958, procedente de Tucumán.
Eichmann y su esposa Vera celebraron allí el 25º aniversario de casados. La reunión llamó la atención del Mossad, que espiaba la casa con largavistas desde el terraplén que está tras las vías del tren y que intentaba corroborar que Klement era Eichmann.
Ese 21 de marzo de 1960 se acabaron las dudas: Klement estaba celebrando las bodas de plata en coincidencia con las de Eichmann. Avisaron a Tel Aviv y el primer ministro David Ben Gurion ratificó la orden de captura. Después vendría el escándalo diplomático.
Por entonces, Nicolás, el hijo mayor, retornó a Alemania tras abandonar a su mujer y a su beba, Mónica, en la Argentina. Desde Berlín vociferó en vano contra el juicio que se preparaba en Israel.
Mónica, que se crió en Olivos con el apellido del abuelo, devino miembro de los Hare Krishna, se dedicó a comprar y vender cuadros, se casó y vive en los Estados Unidos. Sólo a los 18 años volvió a ver a su padre, quizás el más pronazi de los hermanos: lo fue a buscar en Alemania.
Otro hijo de ese reo al que seis psiquiatras describieron como un ser "normal", Ricardo, arqueólogo radicado en Berlín, dijo públicamente sentirse ajeno a los crímenes cometidos por su padre. Aunque es posible que la disgregación de los Eichmann esté vinculada con el conflicto generado por descender de uno de los mayores criminales de la historia, la familia fue y es muy hermética.
"Voy a hacer la denuncia si usted no me dice cómo me encontró", reaccionó la semana última la señora Valinotti cuando La Nación logró localizarla en su domicilio de San Fernando, por teléfono. "No conozco a ningún Eichmann ni sé de qué casa me habla, pero a usted lo voy a denunciar", dijo la mujer a cuyo nombre está la propiedad. El diálogo fue tenso y resultó imposible que respondiera por qué conservaron durante 41 años la casa y por qué ahora decidieron demolerla.
Menos suerte tuvo un vecino, el dueño del corralón "El líder", viejo conocido de los Eichmann, que no llegó a localizarlos para comprar la casa cuando en el barrio se comentó que estaban por tirarla abajo. Se trata de Porfirio Calderón, un ex suboficial del Ejército, sobreviviente del levantamiento del general Valle en 1956 e integrante en los 70 de la custodia presidencial de Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Juan e Isabel Perón.
Instalado en el barrio hace 36 años, Calderón cuenta que fue muy amigo de uno de los hijos de Eichmann -"eran peronistas", dice-; no es demasiado explícito sobre los sentimientos que le producían el pasado del padre de su amigo -"la historia la cuentan siempre los que ganan", insinúa-, y lamenta no haber podido comprar la casa, "que tenía un extraordinario valor histórico".
Los vecinos recuerdan el día en que, hace seis años, desembarcaron en la cuadra varios camiones y autos con equipos de cine, extras y actores, entre ellos, Robert Duvall.
Desde luego, los nietos no quisieron saber nada y por eso los productores de la película "El hombre que capturó a Eichmann", empeñados en filmar en el escenario verdadero, debieron alquilar otra casa, en la manzana de enfrente, más propicia para recrear el despoblado sesentista.
Allí aparece Eichmann/Duvall enseñándole a su pequeño hijo Hasse a contar los vagones del ferrocarril Mitre, una alegoría a los trenes que él recibía cargados de judíos que iban a las cámaras de gas, cuya contabilidad llevaba con tesón.