Del after beach al boliche: así viven la noche los jóvenes en Mar del Plata
Con mínima distancia y poco uso de barbijo, los chicos ganan la arena de paradores del centro y del sur de la ciudad
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MAR DEL PLATA.– Las luces de colores se multiplican en tonos y direcciones en forma de rayos y, al ritmo de “Tiroteo”, de Tomás Dobarro y Rodri Roberts, la multitud canta a coro más de lo que se mueve. Es que resulta imposible cualquier paso reconocible con cuatro o cinco cuerpos que coinciden dentro de cada metro cuadrado, calzados hombro contra hombro, trabados cintura contra cintura, empujados pie contra pie, para, juntos, intentar una mínima oscilación que lejos está de la definición de bailar.
Ganas de divertirse y bebidas es lo que abunda y espacio es lo que escasea allí donde los jóvenes coinciden, enredados. Sea sobre la arena, donde el after beach de cada media tarde apiña a los que un rato antes parecían pequeños grupos dispersos, y un par de horas después ya sobre la pista de la discoteca, donde la matineé primero y más tarde la noche pura con la madrugada avanzada, los encontrará apretujados, entre temas de cachengue y cumbia como favoritos.
Esa masa que se movía apenas de un lado a otro ahora va hacia arriba y abajo, entre pequeños saltos con copas y vasos en lo alto de brazos extendidos, mientras cantan “Hoy volví a verte, verte y se nota que me quieres”, otro himno de una temporada que recién arranca y se disfruta sin restricciones ni cuidados, segundo a segundo. ¿Barbijo? ¿Qué es eso?
“Vinimos a divertirnos, la pasamos mal casi dos años y hoy estamos vacunados, así que ahora hay que pasarla bien”, justifica Sofía, una turista tucumana de 22 años que con sombrero de cowboy y anteojos espejados, minifalda y todavía el corpiño de la bikini y ojotas altas que usó un rato antes en la playa, se abre camino rumbo a Ananá, una de las discotecas del complejo de balnearios de Playa Grande.
De la playa a la discoteca
A diferencia de lo que suele ocurrir después de la medianoche, cuando hay esperas para entrar si es que no hubo compra anticipada de tickets o reserva de mesas, en esta tanda inicial, que es la noche temprana, se ve un tránsito fluido desde el balneario al boliche lindero. “Chicas, ¿les vendo entradas?”, ofrece el promotor a 500 pesos el pase, sin consumición, para bailar hasta las 22. Casi sin respiro, por 1000 pesos, el segundo turno comienza a la 1 y hasta el amanecer, ya con más maquillajes y producción de vestuario. Será entonces momento de looks más cuidados: camisas coloridas y de manga corta, para ellos, y variedad de tops, shorts y tacos, para ellas. La previa entre una escala y otra, siempre con tragos y nuevos amigos, no distingue géneros.
No es una sorpresa el aluvión de jóvenes en este destino. Se esperaba este desembarco a granel de adolescentes y de la generación sub 25, palpado desde comienzos del mes pasado con los pedidos de alquileres de departamentos y las confirmaciones de fiestas, recitales y presentaciones de DJs que mueven multitudes allí donde se presenten.
“Se armó una cadena: se empezó a hablar mucho entre grupos de amigos que Mar del Plata era lo mejor este verano y todos rumbeamos para acá”, explican Serafín, Tomás y Agustín, tres turistas santafesinos que dicen sentirse “como en casa” de tantos conocidos que encontraron aquí. De Santa Fe capital y de Rosario en particular, fáciles de detectar en las playas con sus gorras, camisetas y toallones con referencias a equipos de fútbol de esas ciudades.
Controles
Los que viven esas noches son los mismos que algo más temprano, a media tarde, primero disfrutan del sol y del mar y luego de los after beach que se organizan espontáneamente tanto en sectores públicos de Playa Grande como en paradores del sur. Bajar con parlantes y bebidas alcohólicas está prohibido y hay controles del municipio. Ayer había unas 50 botellas secuestradas, con fernet, vodka, espumantes y vino, todo sin abrir. “Ahí hay como 80 lucas de alcohol”, grita, sorprendido y con manos en la cabeza, un joven cordobés. “¿Lo devuelven?”, pregunta a los inspectores. La respuesta es un movimiento de cabezas, de un costado a otro.
Igual siempre se las ingenian para que algunas botellas lleguen a la arena. La imaginación, al poder. Uno joven la disimuló dentro de un paquete de pan lactal. Sacrificó su corazón de miga para ocultar un litro de vodka. Otros buscan atajos entre los balnearios y así, por ejemplo, llegan con un caño de dos metros con tres canillas y mangueras que funciona a modo de dispenser, para combinar y armar tragos a gusto.
El otro filtro, ya de noche, es el pase sanitario, exigido ahora a nivel nacional y que reclama tener esquema de vacunas completo para poder acceder a actividades como las del esparcimiento nocturno. También debe ser exigido para ingresar en las discotecas. “En general te lo piden, en el celu con aplicación o con el certificado”, reconocen Tomás y Maylén, de Río Cuarto.
Un custodio confirma que se encuentran a diario y, de manera repetida, con jóvenes que no se vacunaron y de todos modos quieren entrar a bailar. “Siempre hay alguno, pero no pasan y les pedimos que se vayan a vacunar, que es lo mejor para él y para todos”, explicó.
Es el verano del gran regreso de las discotecas, indoor o a cielo abierto. La mayoría de estos espacios se encuentran sobre la costa y disponen de terrazas al aire libre que nacieron para ganar capacidad en tiempos de cupos restringidos por la pandemia y hoy son amplios rincones donde encontrar respiro, lejos de las aglomeraciones que se dan puertas adentro.
Desde la fiesta de Año Nuevo, que siempre tiene cierta exclusividad, para ingresar a las discotecas se pagan entradas de hasta 5000 pesos. La otra variante es la de comprar cupos para mesas para una noche, con capacidad para hasta diez personas por los que se paga hasta más de 100.000 pesos, con mitad o algo más del desembolso que se recupera en tragos. Una botella de fernet con una de gaseosa cuesta en esas barras entre 4500 y 5000 pesos. Otra opción es por vaso: esa combinación se paga entre 500 a y 700 pesos.
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