A fuego lento, con una cucharada de amor y mucha paciencia. Así se fue forjando el proyecto que Cecilia Duca llevaba, sin saberlo, en su interior y que, lentamente, fue tomando forma. Había sido mamá por primera vez a los 22 años. Tuvo la oportunidad de compartir la crianza de Valentín -que hoy tiene 17 años- junto al papá del chico durante dos años, pero luego se separó y tuvo que reorganizar su vida. "Mis hermanas fueron un pilar fundamental en esa etapa de mi vida. Son todas menores que yo y me ayudaron muchísimo para poder seguir trabajando y ocupándome de mi hijo. Luego de un tiempo me fui abriendo camino en lo laboral y ellas y mi mamá siguieron siendo mi pilar y mis compañeras en la crianza de Valentín", recuerda.
Pasaron los años y a los nueve de Valetín, Cecilia conoció a Coco a quien considera el gran compañero de su vida. Con Coco llegó también el deseo enorme de ser mamá otra vez. "En ese entonces mi trabajo se dividía entre capital y la provincia de Buenos Aires; tenía a cargo dos gerencias comerciales y un título de abogada a punto de ser estrenado con una agenda completa sin tiempo para nada. Era gratificante en algunos aspectos pero demasiado estresante en muchos otros. Y en medio de ese ritmo tremendo quedamos embarazados, con mucha alegría porque era nuestro gran deseo", explica.
Pero la alegría por el hijo que vendría se vio abruptamente interrumpida. "Ese bebito que llevaba en mi vientre no continuó creciendo. En la segunda ecografía viví el dolor más intenso que me había tocado sufrir hasta el momento. Mi sueño se me fue de las manos, en segundos... No voy a ahondar en sentires, porque lo que viene después es más triste, pero quienes lo atravesaron sabrán de lo que hablo, te duele el cuerpo,el alma, la vida", dice con una tristeza difícil de disimular.
Cecilia decidió tomarse un tiempo para recuperarse de aquella pérdida. Comenzó a bucear en su interior, a conectarse con quien ella sentía que era realmente, pudo conocer cuáles eran sus deseos más genuinos y soplaron vientos de cambio. Tomó clases de yoga, de canto, de meditación y, por supuesto, de cocina, su gran pasión oculta que ahora estaba saliendo a la luz. "Descubrí que cuando conectamos con nuestro deseo más genuino recuperamos la felicidad y las ganas. Siempré amé cocinar para mi familia y para mis amigos, celebrar y compartir", recuerda.
EL CAMINO DEL LEÓN
Pasaron algunos meses, ni muchos ni pocos, pero fue el tiempo suficiente para que Cecilia recobrara la alegría y las ganas de hacer. Y en medio de ese impulso vital, una nochecita hermosa de agosto supo que León, su segundo hijo, estaba en camino. Y la noticia fue el empujón que me faltaba. "Esa noche con Coco no dormimos nada: estábamos emocionados, ansiosos, temerosos, pero sabíamos cuál era el camino que teníamos que seguir. A los pocos días renuncié a los trabajos que tenía, así, sin pensarlo mucho (por las dudas de arrepentirme), guarde el título en un cajón, y con unos ahorros más el apoyo incondicional de Coco y de Valen (porque para los niños también es un gran cambio) dejé de trabajar. El embarazo de León fue una etapa muy rica para todos, mamá full time para Valen en su último año de primaria, y full time para mí misma, y mis sueños postergados, como el de formarme en este camino de la cocina que tant feliz me hace día a día", relata con una sonrisa.
Cuando León comenzó a comer, se convirtió en el gran comensal de su mamá. Pero también fue su gran maestro. Él le ensañaba día a día qué enorme variedad de alimentos puede comer un bebé. "Recuerdo que cuando mi hijo mayor era bebé, a mí ya me gustaba -¡y mucho!- la cocina pero confieso que no tenía mucha idea. Es más, la comida preferida de Valen eran los fideos blancos y creo que verduras no probaba ninguna. Cuando empecé a dedicarme a la cocina inspirada en los chicos, lo más lindo fue descubrir que no hay comida tan nutritiva como la que se prepara con ganas y con amor", explica con seguridad.Un cajón de verduras semanal, una lista de la dietética, mil recetas para probar y un puñado de inventos que a veces salían deliciosos y que otras veces nadie se animaba a probar fueron los compañeros de Cecilia en esa época de puro aprendizaje. "De a poco empecé a compartir los descubrimientos en redes sociales, no como un trabajo, sino con la pasión de un hobby. Bauticé a mi emprendimiento Como Come León. Todos los días mostraba una receta sin esperar nada, con lo cual cada like o cada comentario me sorprendía y me animaban a seguir compartiendo. Me escribían mamás de todas partes preguntándome si tenía un libro o si enseñaba, y así empecé como quién diría a pedido del público", cuenta entre risas.
No tardaron en llegar las clases privadas para quienes lo requerían, aunque también se hicieron un lugar en la agenda de ella los talleres grupales. "Hasta tuve la oportunidad de cruzar el charco y dar clases en Uruguay, y de cada experiencia vivida me enriquezco y aprendo algo. Hoy puedo decir que tengo el trabajo que soñé. Hago lo que me encanta, y cada clase o taller que doy me vuelvo a casa con tanta energía, tanta buena vibra de las participantes, que confirmo que voy por buen camino", relata feliz.
Hoy León es un niño mediano (así le gusta definirse a él) y comparte la mesa familiar. "No soy la única cocinera en casa, todos meten mano, y quieren experimentar. La cocina nos une y es una experiencia enriquecedora para todo niño. Mirando hacia atrás veo que hemos recorrido un largo camino como familia. Todo empezó como un deseo de mejorar nuestra propia calidad de vida, y luego transmitirlo desde el corazón a quien estuviera interesado en leer. Y creo que lo logramos, por lo menos así me gusta pensarlo", cierra.
La voz del especialista
Paula Basili es Licenciada en nutrición y creadora de Poulin, un emprendimiento destinado a promover la educación alimentaria. En este audio reflexiona sobre la importancia de la educación temprana en materia de elección de alimentos naturales y cómo ese aprendizaje repercute en la salud adulta.
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