Decisión del Papa: el franciscano Fray Mamerto Esquiú ya es beato tras una curación milagrosa en 2015
El Vaticano aceptó como “milagro” la recuperación de una beba recién nacida con una enfermedad grave. Destacaron su “calidad política” que supone la “caridad social”.
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El momento más emotivo de la beatificación de Fray Mamerto Esquiú este sábado fue cuando Ema, la “nena del milagro” de 5 años, entregó las reliquias en el altar principal de la ceremonia realizada en Piedra Blanca, el pueblito en el que nació en 1826 quien es desde hoy el beato número 14 de la Argentina.
La Comisión Teológica de la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano dio por aprobado el milagro el 24 de abril de 2019; ocho médicos convocados declararon que la cura de una beba recién nacida con osteomilietis femoral necrosante (infección de los huesos) era “inexplicable”.
Ema llegó con sus papás media hora antes del inicio de la misa; fue la familia tucumana la que acercó una vértebra y una falange del fraile franciscano y obispo de Córdoba. Frente a un diagnóstico de amputación, la mamá de la beba rezó “con fuerza”, le pasó una estampita de tela de Fray Mamerto Esquiú en la pierna y 12 días después ya no presentaba síntomas.
El caso llegó a la orden franciscana que lo necesitaba para seguir con el proceso. Esquiú había sido declarado “siervo de Dios” en 2005 y “venerable” en 2006. Las reliquias fueron recibidas en el altar por el delegado papal, cardenal Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán.
Seguidores de Mamerto
Fieles con banderas e imágenes de Esquiú se acercaron al predio donde se celebró la misa de beatificación, donde hubo cantos, lecturas y oraciones desde la madrugada. Las ceremonias comenzaron ayer en San Fernando del Valle de Catamarca -a 11 kilómetros de Piedra Blanca- con una misa en la catedral y una vigilia de oración; las actividades continúan hoy y mañana.
El arranque se dio cuando ingresó al lugar la figura de la Virgen del Valle de Catamarca, patrona de la provincia y de todo el norte argentino. Entró entre música y agite de pañuelos.
Tras ello, en su homilía en el rito de beatificación, el cardenal Villalba, dijo que Esquiú fue un “sacerdote de profunda oración”, un “obispo misionero” y un pastor “que se entregó a los pobres al estilo de San Francisco”. También se refirió a su “patriotismo ejemplar: iluminó el orden temporal con la luz del Evangelio, defendiendo y promoviendo la dignidad humana, la paz y la justicia”.
De la beatificación -que estaba programada para marzo pero se postergó por la pandemia de coronavirus- participaron el secretario de Culto de la Nación, Guillermo Oliveri; el gobernador de Catamarca, Raúl Jalil; el obispo de Catamarca, monseñor Luis Urbanc; obispos y religiosos de diferentes puntos del país.
“La Iglesia y el mundo de hoy tienen necesidad de hombres y mujeres de toda condición y estado de vida, sacerdotes, religiosos y laicos, que sean santos -planteó Urbanc en la homilía- Santidad significa perfección que en el grado más alto se encuentra solo en Dios”.
En la organización de la ceremonia se respetó el distanciamiento y el uso de barbijos entre los presentes; hubo voluntarios encargados de hacer cumplir los protocolos exigidos. “Mamerto está pasando por aquí” fue uno de los cantos más repetidos.
Asimismo Urbanc destacó que la jornada está marcada por la “alegría”, la de los franciscanos, a la que pertenecía Esquiú, de la Iglesia de Catamarca, en donde nació, vivió y murió, y para la de Córdoba, de la que fue obispo durante dos años. “Alegría para la Iglesia de la Argentina, alegría para la Iglesia Católica entera que celebra en Esquiú una nueva esperanza”, definió.
Reconocimiento a la figura
En las lecturas previas al inicio de la ceremonia, se repasó la vida y el legado de Esquiú. Su biógrafo, Mario Vera, dijo que el fraile está “presente” porque los argentinos “tenemos necesidad de seguir sus enseñanzas y valores”; apuntó que colaborará para tomar “conciencia de que todos somos partes del Estado porque en una democracia tenemos derechos, pero también deberes y obligaciones”.
Además insistió en que Esquiú era un hombre “comprometido con su pueblo” y que “pondrá en nuestros corazones la tan necesaria solidaridad social”. En diálogo con LA NACION, señaló que el fraile es una figura “imprescindible para los argentinos del siglo XXI, tiene los valores y las virtudes del trabajo, el estudio, la sensibilidad social y la humildad”.
El estudioso del beato repasó que se destacó por sus escritos y sermones, que fue un “estudioso” de los teólogos y que, por ejemplo, escribió: “Sin educación no hay progreso, no hay instituciones, no hay leyes, no hay civilización, no hay nada”.
La trascendencia de Esquiú se explica, en buena medida, por su sermón el 9 de julio de 1853 por la Constitución. “La vida y conservación del pueblo argentino depende de que su Constitución sea fija; que no ceda al empuje de los hombres, que sea un ancla pesadísima; (…) Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad: existen solo pasiones, desorden, anarquía, disolución guerra y males”. En toda la ceremonia destacaron su “calidad política” que supone la “caridad social”.
Algunos de estos aspectos de la figura de Esquiú estuvieron incluidos en las letras de las canciones que se escucharon durante la espera de la misa, muy cerca de la casa natal del beato. Esquiú vivió 13 años en Bolivia, dos en Europa y Tierra Santa y, en 1880, fue designado obispo de Córdoba. Murió a los 56 años, el 10 de enero de 1882 en la posta del Pozo del Suncho, donde mañana habrá una misa después de una vigilia nocturna.
Luego de su fallecimiento el presidente Julio Roca ordenó una autopsia por sospechas de envenenamiento pero los médicos no encontraron rastros. Sí los sorprendió su corazón en excelente estado, por lo que decidieron conservarlo. En 1883 fue entregado al convento de San Francisco y en 1989 lo llevaron a su casa natal; un año después lo robaron en la iglesia San Pedro Alcántara. Lo encontraron días más tarde pero fue nuevamente sustraído en 2008.
Fray Pablo Reartes, vocero de la Comisión Diocesana para la Beatificación de Fray Mamerto Esquiú, contó a LA NACION la “enorme felicidad” de que, por primera vez en la historia, un fraile sea beato. Aunque admite que se lo conoce como el “orador” de la Constitución de 1853, “casi como un prócer”, sus “escritos” son la clave.
Reartes repasó que en sus 56 años registró 21 oficios, desde director de escuela a diputado, pasando por bibliotecario y asesor en temas estructurales. “Su pensamiento es muy actual; buscaba la unidad, invitaba a obedecer las leyes”, sintetizó y enfatizó que era -como suele decir el papa Francisco- un “pastor con olor a ovejas” por su cercanía a la gente, “a la que ayudaba en lo espiritual y en lo material; no quería privilegios, escuchaba, era muy dado”.
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