Débora Pérez Volpin, en primera persona
Entre el 2010 y el 2014 Maru Botana tuvo una revista que se llamó Maru y que perteneció al grupo de revistas de La Nación desde fines de 2011. Tuve el placer de ser la directora editorial, aprendí muchísimo de cocina y conocí gente muy valiosa. Al momento de definir los columnistas que formarían parte de la revista, el entorno de Maru era, por naturaleza, el más indicado. Pero queríamos incluir, además, a una mujer que pudiera escribir una columna de opinión sobre temas de actualidad vinculados al universo femenino. Pensé en Débora Perez Volpin sin conocerla. Presentía que ella tenía el equilibrio justo entre calidez, cercanía, empatía, inteligencia y rigor periodístico para mixear todo eso en un texto de una página que invitara a la reflexión de las lectoras.
Nos encontramos en el mítico café Sócrates frente a la facultad de Filosofía y Letras, en “nuestro” barrio de Caballito. Inmediatamente mi corazonada se confirmó: ella era la indicada para ese rol de columnista. Y Débora se entusiasmó enseguida con la posibilidad de tener un espacio donde escribir sobre todas aquellas temáticas que la inquietaban, le despertaban curiosidad, la llevaban a compartir ideas, proponer debate y crear conciencia. En el mini cv que acompañaba la columna, ella misma escribió en tercera persona sus logros académicos y laborales mientras confesaba: “Le apasionan los temas relacionados con la mujer, los chicos y la cultura, en todas sus expresiones”.
Vacuna contra la indiferencia (noviembre 2011)
“Trato de recordar cómo fue el diálogo con mi mamá cuando el acceso a la información sexual estaba restringida a la educación en casa - y a lo que pudieran contarme algunas amigas visionarias-, sin Internet, con tabúes y plena de mitos tan lejanos a la realidad, a lo que finalmente me pasó. Mi madre hacía un esfuerzo por acercarse y contarme lo que en esa época resultaba inexplicable. Pero algo rescato con sincera admiración: me enseñó a tener respeto y amor por mí misma. Un punto de partida para saber cuándo y con quién se produciría ese acercamiento. Pienso que estos valores son un denominador común para todas las épocas y que los primeros pasos probablemente marquen el rumbo de lo que será una futura relación de pareja, cuidando la salud, tomando todos los recaudos necesarios y valorando los sentimientos de ambos.
Me enfrento ahora, en el rol de madre, a transferir estos datos con la responsabilidad que implica hablar claramente, pero llenando cada idea del amor y contención imprescindibles para entendernos sin generar incomodidad. Tengo una gran aliada: la educación sexual en la escuela, controvertida para algunos, resistida por quienes eligen una formación religiosa, pero realista al fin. (…) El complemento somos nosotros (padres y madres) ofreciéndoles de manera delicada, oportuna y gradual todo lo que necesitan saber sobre su intimidad, sin invadirla: un cuerpo que cambia, al que deben conocer, cuidar y respetar más allá de lo que las hormonas sugieran, y sus sentimientos y autoestima en permanente evolución y contradicción. Y algo más que estoy aprendiendo, para lograr que la comunicación sea completa, es imprescindible escucharlos, estar atentos a sus intereses y en la medida de lo posible brindarles tiempo para compartir. Si el vínculo es una construcción desde el afecto, todo lo demás fluye y se transforma en una experiencia enriquecedora para todos. Vale la pena”.
Foto de fin de año (diciembre 2011)
“A las cinco en punto suena el despertador. Todavía no amaneció cuando salgo a trabajar, después de una ducha rápida y sin desayunar. Mi café con leche me espera en el canal justo al lado de la pila de diarios que todavía tienen la tinta fresca. Es uno de los momentos del día que atesoro, y gracias a Dios son tantos que me siento una privilegiada por tener una vida llena de pequeñeces que no cambiaría por nada. Rescatar el valor de los detalles me llevó años, en los que obtuve grandes logros a fuerza de empeño y trabajo, pero también -como todas- tuve que sortear muchas dificultades. ¿Será diciembre que me pone sensible y meditabunda? Les propongo este ratito para detenernos y observar una foto de nuestro aquí y ahora. ¿Qué ven? No hay por qué hacernos las distraídas. Somos el producto de lo que hemos vivido y sin embargo seguimos haciéndonos preguntas.
(…) Mírenlo de este modo: si estamos instaladas en la cima de la curva del arco iris podemos tener vértigo a la altura o tocar el cielo con las manos. ¿Qué estamos esperando, entonces, para entender que todo está a nuestro alcance? Bienvenido sea el balance de fin de año para mirar esa foto con un poco más de cariño y alimentar nuestra autoestima. Pero si todavía nos falta esa cuota de valor para asumir y enfrentar la realidad que a veces dista tanto de los sueños, si algunas escenas resultan aún dolorosas o frustrantes, nada mejor que liberarse de las cadenas del silencio y sacarlo todo afuera –como decía aquella vieja canción- para que adentro nazcan cosas nuevas. Y para ello hace falta otra oreja femenina. (…) En la historia el poder y el lenguaje han sido masculinos, por lo tanto la mujer habla todavía desde un espacio de marginación. Seguimos siendo una minoría, cultural y no numérica y es por eso que nos cuesta tanto superar la desigualdad. Sí es cierto que accedimos a lo público (como profesionales, ocupando lugares impensados… si hasta tenemos una presidenta de la Nación) pero nos equivocamos al suponer que los hombres por ello iban a acceder dócilmente a lo privado. Nos hicimos cargo de los dos planos. Sin embargo, un poco como herencia de todo esto, somos capaces de transformar la competencia en hermandad y ahí es cuando nos volvemos invencibles. A diferencia de los hombres, nosotras tenemos hábito de intimidad. Nos reunimos a charlar y en cinco minutos desnudamos el alma. Es mágico ver adónde podemos llegar mientras lloramos, nos abrazamos, reímos y encontramos el mejor modo de resolver los problemas de nuestras amigas, aunque nos ahoguemos en los propios. Para eso están ellas, las de siempre, las incondicionales, capaces de descubrir un grito de desamparo cuando aún no abrimos la boca”.
Heridas en el alma (enero 2012)
“Hay mujeres que mueren en silencio y ni siquiera forman parte de las estadísticas, algunas logran ´escapar´ de su casa a tiempo y viven en hogares-refugio con sus hijos, aunque alejadas de su medio y sus afectos por seguridad, pero muchas más se tragan las lágrimas, disimulan, padecen al maltratador porque tienen mucho miedo, y de este modo le otorgan impunidad. Un hematoma es una acumulación de sangre causada por la rotura de los vasos capilares que aparece como respuesta a un golpe, un infierno azul violeta que nos llena de vergüenza y nos quita el aire, un síntoma para entender que es el momento de pelear por una vida mejor. A veces tiene otras formas menos expuestas, pero todas lastiman el alma. Cuando una mujer es maltratada, la herida es de todos. Es por eso que los poderes del Estado deben involucrarse más allá de las buenas intenciones. Deben velar por la aplicación e implementación de la ley y las penas que corresponden con criterio y eficacia y, sobre todo, deben garantizar un mañana para las que se animan, pero tienen pánico a las represalias. Según los especialistas ésta es precisamente la instancia más frágil y sobre la que menos control hay. De nada sirve justificar lo que no se puede detener porque la violencia está presente en todos los ámbitos, o desconocer la responsabilidad a quienes les cabe como funcionarios, porque este es un problema ´de´ las mujeres. En definitiva es una enfermedad social, en la que nosotras ocupamos un lugar de vulnerabilidad. Protección, sí; pero también respeto. Tema complejo, sí; pero también urgente”.
La fortaleza de los castillos de cristal (febrero de 2012)
“Desde que tengo uso de razón la consigna era encontrar a un hombre a quien amar y conservarlo para toda la vida (qué verbo extraño, ¿cómo a una lata?), o era que alguien nos ame, nos cuide…( ¿y nos mantenga?) ¿O alguien que sea el modelo de padre ideal para los hijos que alguna vez tendríamos? La cuestión es que siempre tenía que durar mucho tiempo, eso de ´amarse y respetarse hasta que la muerte nos separe´. Y resulta que a veces la mismísima vida es la que nos aleja y nos muestra que sencillamente crecemos con rumbos y proyectos de vida diferentes, lo que no significa ni arrepentirse ni dejar de querer a alguien con quien has compartido todo durante una parte de tu vida.
(…) Los años de terapia y largas conversaciones conmigo misma me enseñaron a escuchar mi música interior, suena bajito, pero si una se concentra la reconoce. Allí están las notas de nuestras propias decisiones, no importa lo que los demás esperen o interpreten. En definitiva, se puede elegir, decir basta o cambiar, sin lastimar ni dejar de pensar en los demás, aunque lleve tiempo, pero acercándonos pacientemente a ser un poco más fieles a nuestros viejos sueños y nuevos horizontes. ¿Saben la cantidad de parejas que conozco que se relacionan como si fueran una sociedad marital? ¿O las que buscan sentirse atraídas o aceptadas afuera para compensar la indiferencia o el vacío que hay en su casa? ¿O las que simplemente se acompañan y hace años que no se besan apasionadamente? La solución no es la ruptura, desde luego, pero me revelo contra quienes no pelean y se resignan a una sobrevida tibia de a dos. Si creemos en nosotras y revitalizamos nuestra capacidad de amar, tendremos a nuestro lado al mejor compañero para compartir el camino”.
Adolescentes 2.0 (mayo 2012)
“-¿Tienen Wi Fi?- preguntó Agustín sin levantar la vista de la computadora.
Había ahorrado un largo año para darme ese gusto con mis hijos. Llevarlos a unas vacaciones soñadas: playa de mar turquesa y un poco de historia en las calles de La Habana vieja. Un premio al esfuerzo de todos, sin materias pendientes, ideal para desconectar y descubrir nuevos horizontes. La pregunta me descolocó. Qué importancia podía tener Internet si era lo último que me preocupaba… a mí. Mi hijo mayor está a punto de cumplir quince años, bastante satisfecha debería sentirme porque es una buena persona, respeta las reglas de la casa y, especialmente, tenemos buen diálogo. (…) Todo empieza a acomodarse cuando logramos entender que la premisa actual de la adolescencia es ´soy, mientras esté conectado´; en consecuencia, la primera actividad de mis hijos al volver a casa es prender la ´compu´ mientras meriendan y me cuentan cómo les fue en el colegio, todo junto. Los vínculos sociales, las consultas por la tarea, las salidas y cumpleaños se concretan vía Facebook. Se sumergen en su realidad virtual hasta para jugar. El celular es otro trofeo que, una vez que ganan la batalla por tenerlo, se transforma en un escudo contra el aburrimiento, en el efímero tiempo de atención que disponen para todo. Si su mundo veloz y sin fronteras tiene teclados y pantallas, ¿no sería hora de que tratemos de entender que convive con éste, real, de carne y hueso y sin enchufe?
(…) Por lo demás, el viaje a Cuba fue inolvidable. Reemplazamos la conexión inalámbrica por la de mirarnos a los ojos, charlar, conocer otras realidades suspendidas en el tiempo y claro, divertirnos mucho”.
Nosotras tres (agosto 2012)
“-¡Mamá vení! Ana y Peter se están por besar…, dice mi hija Luna. Dejo todo y voy a su lado a compartir ese momento cúlmine. Las páginas de El diario de Ana Frank nos atrapan. Mi hija lee en voz alta lo que sigue. (…) Ana entonces tenía cerca de 15 años, tres más que mi hija, que fantasea con el primer beso -e imagino que cuando llegue lo atesorará sin contármelo, igual que hice yo tantos años atrás-. Lo irrepetible de conectarnos tan profundo es que nos abre la puerta a la conversación sincera, íntima, pese a que hablemos de guerras absurdas y muerte.
(…) A mí siempre me resulta útil pensar por opuestos, si existe lo peor es para que algo bueno haga contrapeso. Entonces los valores positivos, los sentimientos nobles, la libertad: de religión, de pensamiento y de elección se levantan con más fuerza. Afortunadamente, el tiempo que les toca vivir es diferente. Para un niño o adolescente de hoy en Argentina, una guerra es algo lejano y bastante ausente, más parecido a una película 3D llena de efectos especiales. Por eso, aunque no lo hayan vivido de cerca, es necesario explicarles Malvinas, la última dictadura o los atentados contra la Embajada de Israel y la Amia, ofreciéndoles herramientas para entender adónde no hay que llegar.
(…) Si bien viven un mundo distinto e instantáneo, siguen proyectándose; como Ana Frank que quería ser escritora y periodista, como yo que quería ser médica y vivir en los árboles, como mi hija Luna que se imagina diseñadora y cantante. Nadie tiene el derecho, como en el pasado, a robarles el futuro. El indefectible paso del tiempo se va llevando la inocencia, pero cada instante que disfrutamos con ellos les da seguridad y ojalá contribuya a fortalecer el punto de partida para escribir sus propias historias.
´Sigo buscando la manera de llegar a ser la persona que quiero ser´ le confiesa Ana a su diario, antes de ser descubierta por la Policía nazi. Ahora soy yo la que lee en voz alta, Luna me escucha acurrucada y, simplemente, me abraza”.
Pachamama (octubre 2012)
“Me pasó de muy joven con la elección de lo que luego sería mi carrera. Tenía clarísimo que iba a trabajar, a desarrollarme en mi profesión y a construir una familia también. Pero los tiempos internos hicieron su tarea muy de a poco y siguieron largos años de estudio y trabajo, muchas horas por día. Algo se estaba preparando por dentro mientras tanto, y cuando encontré el amor, la necesidad de ser madre pudo con todo, brotó como lava y ningún compromiso laboral logró detenerlo. ¿Les ha pasado dar esos golpes de timón cuando una decide indefectiblemente cambiar de rumbo? Nuestras mareas internas, las presiones, la autoexigencia y hasta la insatisfacción pueden estar haciendo de las suyas, en silencio, pero con absoluta convicción: a su debido momento, las huellas llegarán a la superficie. Volver a trabajar o dejar de hacerlo, dedicarle más tiempo a los chicos o a la pareja, encontrar el ansiado equilibrio entre vida familiar y laboral depende de lo que seamos capaces de entender y escuchar en nuestro interior. Allí también se aloja la felicidad, a veces solo disfrazada de momentos, basta con reconocerla y disfrutarla. La capacidad de estar en dos lugares a la vez: en casa pensando en la oficina, o en el trabajo pero deseando que a los chicos les vaya bien en la prueba, estén disfrutando de la excursión o planificando la cena de la noche es parte de nuestro mundo, de adentro hacia afuera. Siento que soy mejor madre porque me encuentro plena en mi profesión y viceversa. Cuesta vivir haciendo malabarismos, claro, pero se puede. Saben perfectamente de qué les hablo”.
Soltar (diciembre 2013)
“Para abrir el corazón a lo nuevo, hace falta aprender a soltar lo que ya no queremos que nos acompañe, lo que no vale la pena. Ése es el punto. Como mujeres tenemos el instinto de conservar, contener, abrazar, cuidar. Aprendimos desde siempre a ser territoriales, un legado que heredamos desde que el hombre salía a cazar el alimento con el garrote y nosotras nos quedábamos limpiando la caverna, es chiste pero no exagero. Las cosas han cambiado un poco, afortunadamente, pero no hay ADN que incluya instrucciones sobre cuándo y cómo termina una etapa, vínculo o la persistencia de un recuerdo. Somos la resistencia personificada a abrir la mano para dejar ir y sentirnos un poco más livianas. Lo que quiero expresarles no incluye portazos, ni un basta cercano al hartazgo. Les hablo de decisiones más suaves y necesarias, como aceptar que los hijos crezcan y levanten vuelo o que la vida puede darnos nuevas oportunidades si enfocamos la mirada hacia delante. No soy amiga de los asuntos pendientes, siempre prefiero tomar aire y enfrentar los conflictos oportunamente, para no llevármelos en la garganta. El paso del tiempo es un buen aliado, se ocupa de acomodar el resto”.
Mujeres al desnudo (enero 2014)
“Cuando nuestros hijos volvieron del viaje de egresados de séptimo, el grupo de Whatsapp que armamos las madres perdió el sentido de origen. Yo propuse mantenerlo y la consigna de presentarnos como si no nos conociéramos, simplemente tenía que ver con definirnos y hablar de nuestros sueños y asuntos pendientes (sin siquiera mencionar a los chicos). Empezamos a leernos con mucha curiosidad y nos redescubrimos. Lo que pasó a partir de entonces fue mágico. Es increíble la necesidad que tenemos de hablar y ser escuchadas entre pares. Temas relacionados con la pareja, el vacío, el bienestar, la sexualidad, el paso de los años y hasta los gustos en común están a la orden del día. (…) Y hasta nos superponemos un poco y a veces hablamos de varias cuestiones a la vez. Como ven, el grupo goza de excelente salud. Cada consejo, cada mensaje de aliento para quien lo necesita resulta bienvenido y no hay día en que no pasemos a dejar un beso o prestar la oreja cuando corresponde. Desde luego, esto no reemplaza a una buena charla café o mate de por medio, pero para mí basta con saber que ninguna se sentirá sola, ni atormentada por esos pensamientos negativos que a veces nos atacan al apoyar la cabeza en la almohada. Somos afines porque somos contemporáneas, la mayor o menor experiencia de vida, se comparte. Es un espacio virtual en el que no se compite, se ayuda. Creo firmemente en la idea de que cuando las mujeres no competimos y nos aliamos, somos invencibles. (…) Aunque los abrazos parezcan fríos a través de la pantalla, les aseguro que esa lucecita que a veces titila en el celular nos reconforta tanto como aquel reflejo que iluminaba nuestro cuarto a la hora de ir a dormir, cuando éramos chicas”.
Verónica Rubí