De vacaciones, bajo el mismo techo
La convivencia con otro grupo familiar puede resultar, para bien o para mal, una experiencia difícil de olvidar. Sabé cuáles son los conflictos más comunes y cómo sortearlos
"Decile a tu hijo que por favor que deje de saltar en mi cama", suplicó Paula a su amiga, mientras Mateo (7) arriesgaba posturas acrobáticas sobre el acolchado. "Dejalo –le contestó ella– que está jugando al Cirque du Soleil." El día antes del viaje todo parecía estar dispuesto para pasar dos semanas de ensueño: una cabaña con cuatro habitaciones, vista a la montaña, parrilla, un parque verde gigantesco y, a sólo cincuenta metros, el río. Hasta ese momento, los chicos siempre habían jugado juntos en perfecta armonía y entre los maridos no se había suscitado el menor entredicho.
Por eso, mientras Paula describe la escena con el horror casi intacto, no puede dejar de preguntarse cómo esos 15 días en las sierras cordobesas que había planeado con la familia de su mejor amiga terminaron tan mal. Es que el saldo de las vacaciones compartidas fue negativo: los chicos nunca congeniaron, los maridos pasaron de una amable camaradería al fastidio mutuo y ellas estuvieron algunos meses sin hablarse.
Malentendidos con el dinero, horarios innegociables, ruidos molestos, escasa o excesiva higiene, pocos límites o, simplemente, incompatibilidad en el momento de pautar una rutina son algunos de los detonantes capaces de hacer naufragar un veraneo planeado bajo el mismo techo.
"Durante el año, la vida familiar transcurre con tiempos pautados donde cada integrante tiene sus ocupaciones, tiempos, lugares y funciones simbólicas diferentes –cuenta Juan Tesone, médico psiquiatra, titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina–. Y si a esos momentos de encuentro se le agregan tiempos y espacios compartidos con otras familias, la pregunta que sobreviene es: ¿se puede flexibilizar la dinámica de estas convivencias? A veces sí y a veces no."
Detrás de unas vacaciones compartidas se esconden meses de planificación: cenas para definir el destino, cadenas de correos electrónicos para cerrar el alojamiento y grupos de mensajería instantánea para no olvidar ningún detalle clave. Nada parecería quedar librado al azar: la fantasía que sobrevuela es un veraneo afable, relajado, donde todos comparten un techo sin roces.
"Hasta que te encontrás preguntándole a tu amiga si no le parece demasiado pagar $ 300 pesos por cubierto cuando los chicos comen sólo hamburguesas con papas fritas", advierte María, todavía algo consternada por los precios del restaurante con el que se había encaprichado su compañera de cabaña.
"Lo que sale a la luz durante este tipo de convivencias son las llamadas dificultades encubiertas, que no aparecerían en otro contexto, como el manejo del dinero, los hábitos de limpieza o el modo de usar el tiempo; son situaciones frecuentes para la crítica, las ofensas y, finalmente, algún estallido", explica Alejandro Ariel, psicoanalista y presidente de la Fundación Estilos.
"Lo que no se tiene en cuenta –agrega– es que con la convivencia no hay un adentro y un afuera, se suele producir una alteración del decoro y las buenas costumbres aun en pequeñeces de la vida cotidiana."
Y no es que estos conflictos no existan en el interior de la propia familia, pero los pormenores entre parientes tienen sus puntos de fuga trabajados, sus formas de resolver los problemas más aceitadas y la figura de autoridad mejor delimitada.
Entonces, si ya resulta complicado vacacionar con los propios hijos o sobrinos, ¿por qué se elige compartirlo con personas fuera del núcleo más íntimo? ¿Para abaratar costos? ¿Para sentirse menos solos con los chicos o la pareja? "Cualquier motivo es válido –dice Tesone– mientras la balanza entre riesgos y beneficios se incline para el lado correcto."
Lo cotidiano
"¿Y la caja de helados de palito que había en el freezer?", preguntó sorprendido Pablo e Irene. La mujer de su amigo le contestó que se la comieron sus tres hijos durante la tarde. "Como ustedes se habían ido de excursión supusimos que no había problema", explicó.
Y así, sin saber de qué manera sucedió, el grupo descubre que ese listado verbal que incluía máximas como cada uno limpia lo que usa o los límites son iguales para todos los chicos era sólo una quimera que desaparece ante el ajetreo cotidiano.
"Entre los espacios más conflictivos está el baño, relacionado con la higiene e intimidad. No viene mal acordar de antemano asuntos como el cambio del rollo de papel, las toallas húmedas y el secado del espacio", dice la psicóloga Laura Ferre. En tanto, para la cocina, donde un asalto a la heladera puede complicar el día a día, propone: "Explicitar qué alimentos se tocan y cuáles no o instalar la idea de reponer lo que se come durante el día".
Otra cuestión para tener en cuenta son los veraneos con adolescentes, ese período arduo en la vida de los hijos que parecería –precisamente– no tomarse vacaciones. "Es fundamental ser claros con el manejo de los límites. Tal vez los padres puedan reunirse previamente y acordar qué tipo de salidas nocturnas harán y en qué condiciones", indica Ferré.
Pero independientemente de la edad, siempre es recomendable hablar de antemano con los chicos, prepararlos para el encuentro con reglas distintas a las propias y presentarles la experiencia como la posibilidad de participar de una realidad cotidiana diferente.
"Cada familia –continúa la psicoanalista– tiene sus propias estructuras; a veces pueden no ser compatibles con la de otro grupo. Por eso, el respeto por las diferencias y la posibilidad de experimentar otras formas de crianza puede resultar enriquecedor para grandes y chicos."
Entonces, ¿se puede pensar en pasar unas vacaciones felices con amigos en un mismo espacio físico? "Sí –responde taxativo Ariel–, y la clave está en no generar expectativas idealizadas de lograr durante el veraneo, que todos disfrutan de los mismos gustos y momentos".
Más bien hay que pensar que convivir con un grupo diferente, más allá de sus momentos ásperos, puede resultar un plus enriquecedor para chicos y grandes.
SOLEDAD MERLO
35 años
"Me fui a pasar un mes a Valeria del Mar con otra pareja y los chicos. Desde el primer día me costó mucho asimilar que ellos eran un matrimonio muy relajado y que, por ejemplo, con la premisa de que los chicos comen cuando tienen hambre, a veces cenaban a la 1 de la mañana. Empecé quejándome y enojándome, hasta que decidí dejarles el control de ese tipo de situaciones y me iba a dormir. Durante el día, a la hora de poner orden, yo tomaba naturalmente el mando. Fue complicado al principio, pero después logramos funcionar mejor. Compartir un mismo espacio es imposible si las personas que conviven no son plásticas."
CAMILA GAVAZZO
34 años
"Decidimos viajar al Sur con los padres de un compañero de colegio de mi hijo mayor en marzo del año último. Por pedido de los chicos hicimos parte del recorrido en carpa –una para adultos y otra para los chicos– y a la segunda noche quería volverme a casa. El matrimonio con el que fuimos era demasiado permisivo y eso complicó los límites que nosotros le poníamos a nuestro hijo que, por copiar a su amigo, nos desafió durante todas las vacaciones. Intentamos hablarles, pero no hubo manera: para ellos no era un problema. Fue irreconciliable."
MARÍA EUGENIA MONSALVO
31 años
"Estoy de novia hace ocho años y dadas las pocas expectativas que teníamos con mis amigas del colegio con las fiestas de fin de año, decidimos alquilar una quinta. Las que estábamos en pareja fuimos con nuestros novios, y las que no vinieron solas. Éramos 15 personas en un caserón enorme. Todos teníamos alrededor de 30. La experiencia fue excelente porque el mando de los preparativos lo tomó la que siempre le gusta organizar, y como todas tuvimos siempre rutinas muy similares fue sencillo y supernatural coincidir en horarios de las comidas y las compras. La limpieza, habíamos acordado, la hacíamos entre todas. Fue divertidísimo y sin problemas. Repetiría sin dudarlo."
MARIANO SUÁREZ
38 años
"Fui con una pareja amiga del trabajo de mi esposa y fue una pesadilla. Surgió la posibilidad de viajar a la costa compartiendo una casa de dos pisos y aceptamos sin pensarlo demasiado. Ese fue el error. Apenas llegamos descubrimos que eran personas muy poco afectas al orden. En mi casa estamos acostumbrados a que todos colaboramos y ellos no secaban el baño, no lavaban los platos, no ponían la mesa ni sacaban la basura. A la semana me di cuenta de que había cambiado mis responsabilidades laborales del año por ocuparme las 24 horas de mantener la casa habitable, y no era la idea."
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