Gesto. El coronel argentino que recuperó su sable 37 años después de la guerra de Malvinas
“Este sable no tiene ningún valor material, sí un alto valor simbólico. Es el símbolo de mando con el que nos envisten a los oficiales cuando egresamos, pero este, en particular, se ha cargado de otro significado: solidaridad, honorabilidad, caballerosidad. Haberme buscado a través del Atlántico para que yo recuperara este sable, significa que las personas que intervinieron tienen un gran corazón. Del otro lado del océano, tengo nuevos e impensados amigos. Tenemos mucho que aprender, escuchar y dialogar”, dice Ricardo Jaureguiberry, coronel retirado, tras recibir de manos del embajador británico Mark Kent, en su propia residencia en Recoleta, el sable que tuvo que entregar como parte de la rendición durante el fin de la guerra de Malvinas.
Esta tarde, el gobierno británico, por pedido de la viuda del almirante inglés que lo recibió en junio de 1982 y lo guardó todo este tiempo, se lo restituyó. Fue como la contracara de la historia de casco del piloto de Malvinas, Miguel Navarro, que fue subastado por internet. Esta, por el contrario, fue una historia de lealtad de un soldado a otro soldado, más allá de las banderas que hace tantos años los enfrentaron.
"Esta acción es un ejemplo de lo que tenemos que hacer en estos casos, donde el honor y el deber de hacer lo correcto se ponen por encima de cualquier factor comercial", dijo el propio Kent, durante una ceremonia emotiva de la que participaron familiares de Jaureguiberry, ex combatientes y funcionarios de la embajada.
"El destino hizo que este sable retornara a mis manos, luego de estar 37 años en la casa del almirante White, en el Reino Unido, y a 42 años de que lo recibiera por primera vez. Este sable, símbolo de mando, hoy está recargado con otro significado, ya que representa la buena voluntad, y la generosidad, que pueden romper barreras y lograr lo que hace un tiempo parecía imposible", dijo Jaureguiberry, emocionado.
La historia del sable
La historia de ese sable es tan singular como el hecho mismo de haberlo recuperado. Lo recibió el 16 de diciembre de 1977, cuando se convirtió en oficial del Ejército argentino. Jaureguiberry estaba casado con Susana Schwarz y acababa de ser padre. Nicolás tenía apenas un año cuando su papá recibió la misión de trasladarse a las islas Malvinas como parte de un ejercicio militar de tipo diplomático. Fue por eso, que cuando viajó, en su casa nadie pensó que se estaba yendo a la guerra. Y además, le habían dado instrucciones de llevar su uniforme protocolar y ceremonial. Viajó con la primera comitiva que llegó a las islas. Y por esa razón, llevó el sable con él. No es habitual que se lleve el sable a la guerra, ya que se trata de un arma de carácter ceremonial, pero que no se usa para el combate. Pero, cuando ya estuvo instalado en Gran Malvina y el ejercicio se transformó en una declaración de guerra, los oficiales que viajaron a las islas ya no llevaron con ellos su sable. Se sabe que, durante una rendición, se deben entregar todas las armas, hasta las simbólicas. Y el sable no es algo que un oficial vaya a recibir por segunda vez. Una vez perdido, en combate, no se sustituye por otro. De hecho, al volver de Malvinas, Jaureguiberry ya no tuvo su arma ceremonial. "Mi marido, también coronel retirado, hoy ya fallecido, también se llamaba Ricardo Jaureguiberry. Y dijo , y le entregó el suyo, que llevaba el mismo nombre y fue el que usó de allí en adelante", cuenta la madre, Silvia Fonticelli.
Hace unos diez meses, uno de los hijos de Jaureguiberry comenzó a buscar por internet, con la esperanza de que fuera parte de alguna subasta. Pero no tuvo suerte. Sin embargo, del otro lado del Océano, Lady Josephine Mary Lorimer White, viuda del almirante Sir Hugo, había iniciado la misma búsqueda.
Jaureguiberry, ahora ya retirado, trabaja como responsable de la seguridad de un oleoducto en Neuquén. En la guerra, ocupó un puesto táctico en Gran Malvina. No estuvo directamente en la batalla, sino que su función era de coordinación. Tuvo, entre otras misiones, que instalar varios campos minados y después, replegarlos. El día en que se perdió la guerra, según cuenta él mismo, fue uno de los que tuvo que coordinar la rendición y la entrega de armas. "Estábamos todos tan tristes por las pérdidas humanas, porque se había perdido la guerra, por nuestros compañeros muertos, que entregar mi sable fue lo menos significativo de ese día. Lo dejé en un galpón, con el resto de las armas que entregamos", dice el coronel retirado.
Fue en la Bahía Fox, poco antes de volver a Buenos Aires. A Jaureguiberry le informaron que el Capitán White, a cargo de la fragata HMS Avenger, se iba a poner en contacto con ellos para coordinar el repliegue de la posición argentina en ese lugar. El sable cayó en manos de un capitán británico que se lo entregó a White, que lo conservó por muchos años, con la esperanza de devolvérselo a su dueño.
White fue gobernador de Gibraltar y entre 1992 y 1995 fue comandante en Jefe de la Flota Británica, llegando a ser el número dos de la Royal Navy. Murió en 2014, y fue entonces cuando su viuda inició una cruzada para encontrar al dueño de ese sable que colgaba del despacho de su marido. Esa había sido su voluntad. "Pienso que no lo guardó como un trofeo de guerra sino como un recuerdo con la esperanza de devolverle el honor a otro soldado", dice Jaureguiberry.
Lady White viajó a Malvinas, hace menos de un año, con ese objetivo y fue allí donde, tomó contacto con Richard Cockwell, que era diputado en las islas y había sido el administrador de la estancia en la que se instaló el campamento argentino en la Bahía Fox. Fue Cockwell quien descubrió la inscripción que hasta el momento había pasado inadvertida para los White: "Al subteniente Ricardo Martín Jaureguiberry", 16 de diciembre de 1977. Cockwell pegó un salto porque se acordaba del argentino Jaureguiberry, con quien había tenido siempre un buen trato. Se puso en contacto con el periodista Nicholas Tozer, que había trabajado en el Buenos Aires Herald y suele visitar las islas. Y las casualidades habían hecho que Tozer y Jaureguiberry se conocieran en 2003, cuando el periodista coordinaba el Instituto Nacional de Tango.
En diciembre último, Jaureguiberry recibió el llamado de la embajada Británica. La viuda de White había dejado el sable en Malvinas y había pedido que el propio embajador se lo entregara a su dueño original, como parte del deseo de su marido y como gesto de paz y honorabilidad. Cuando cortó la llamada, casi no podía hablar. Había ocurrido un milagro, le explicó a Susana, su mujer: 41 años después, ese sable volvería a sus manos, no como símbolo de mando sino de lealtad entre dos soldados.
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