De Quilmes a Nueva York: una joven música se vale de un inusual elemento para componer sus obras que presenta en EE.UU.
Julia Tchira se inspira en los cantos de aves que están en peligros de extinción para sus óperas; busca alertar sobre la pérdida de biodiversidad en el mundo
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Julia Tchira nació en la ciudad de Buenos Aires y desde la infancia amó la música, por herencia materna y paterna. Hace pocas semanas estrenó su última obra en Nueva York: Rapsodia para el playero melódico, una composición hecha para marimba e interpretada por el ensamble francés 2e2m. “El año pasado participé de un encuentro interdisciplinario e internacional de compositores de nueva ópera y pude estrenar mi obra allá, fue muy emocionante”, cuenta esta joven compositora que encontró, a través del arte, una forma sensible de alertar sobre la pérdida de biodiversidad.
–¿Cómo fue que te acercaste a la música profesionalmente y por qué elegís utilizar cantos de aves en tus obras?
–De adolescente, me interesé más y más en la música y empecé con clases de violín a los 17 años, fue ahí que las puertas de la música se abrieron y en 2006 ingresé a la carrera de Composición con Medios Electroacústicos, en la Universidad Nacional de Quilmes, ubicada en Bernal. En mi música elijo que se escuchen esas voces singulares y vulnerables, esos cantos que ya no comunican con fines de supervivencia o de reproducción, sino que se resignifican a través de la poética musical.
– ¿Cómo fue ese proceso de indagar sobre las especies en extinción y cómo empezó ese camino en las playas y montañas mexicanas, donde viviste?
–La infinidad de sonidos de la naturaleza y de aves me inspiraron a hacer grabaciones, que luego fueron utilizadas en mis obras. También aprendí que muchos de esos cantos que tanto disfrutaba estaban en serio peligro de silenciarse para siempre, al regresar de ese viaje, realicé un curso sobre identificación y avistaje en Aves Argentinas y fue cuando conocí al Macá Tobiano y su situación tan comprometida, me conmovió inmediatamente. La experiencia del proceso de creación de esa obra fue muy interesante, sobre todo porque se dio en el contexto de la Universidad Nacional de Quilmes e involucró a toda la comunidad educativa.
–Actualmente estás trabajando en el proyecto “La escucha de la extinción”
–Se centra en el trabajo con cantos de aves que están en peligro de extinción, cantos que ahora están, pero es probable que pronto desaparezcan. Por eso, la elección de las aves para mis obras son muy precisas. Recientemente también compuse con cantos de la lechucita vizcachera, un ave que se encuentra en peligro en Canadá y Estados Unidos y que también habita en la Argentina y que tuve la suerte de conocerlas en el Parque Sarmiento de la ciudad de Buenos Aires, donde hay dos familias y las vecinos y usuarios del parque se encargan de cuidarlas. Esta obra para trompeta fue realizada en el marco de un curso de posgrado, brindado por la Universidad de Quilmes, donde los docentes fueron Marcos Franciosi y el renombrado trompetista Valentín Garvie, quien además se encargó de interpretarla.
–¿Cómo llegaste a componer en Nueva York con artistas internacionales?
–Fui seleccionada y becada para participar de una residencia junto a jóvenes compositores de América Latina, organizada por la Asociación Civil Atlanticx, una ONG dedicada al desarrollo profesional de artistas jóvenes, y Fundación Williams. Debido a la pandemia, primero se desarrolló de manera virtual por un semestre. Recibimos clases de compositores de todo el mundo y nuestro objetivo principal fue el de cocrear con un instrumentista designado, una pieza que se estrenaría en Nueva York. El Ensamble 2e2m de París participó de todo el proceso de creación y a mi me tocó trabajar con la percusionista Elisa Humanes. Para la etapa final del curso se nos invitó a presentar nuestra obra de manera presencial en Nueva York ¡Superó todos mis sueños!
–¿Cómo fue ese intercambio internacional y el estreno de las obras en Nueva York? ¿Qué ave elegiste esta vez y por qué?
–Durante la primera semana de agosto fui a participar de otro curso, también organizado por Atlanticx y Fundación Williams, en conjunto con Hunter College y Americas Society con una temática específica: la nueva ópera. Me preguntaba qué era lo que me unía con esa ciudad en particular… Estuve investigando sobre aves en peligro de extinción de América del Norte y encontré una que, primero no supe muy bien por qué, pero captó mi interés: el piping plover o playero melódico, y aprendí que habitaba en las costas del Océano Atlántico y ahí entendí por qué había elegido a esta ave: nos une el mismo mar.
–¿Qué pensás que puede puede hacer el arte, y la música en particular, para sensibilizarnos sobre la crisis de pérdida de biodiversidad que estamos viviendo?
–Estamos presenciando una crisis climática sin precedentes que nos involucra a nosotros como seres humanos, a los ríos, a los mares, a las aves, al ecosistema en su totalidad. Como compositora siento el deseo de relacionarme desde el afecto con el entorno en el que vivo. Considero que una de las formas más eficaces de poder aportar a la conservación del medio ambiente es dejándonos afectar y poder afectar. Esta doble vía, el diálogo entre lo humano y lo no humano, este vínculo entre arte y naturaleza es maravilloso cuando se da de una manera genuina. Es por esto que la música nos da la posibilidad de poder comunicar, en el mejor de los casos, perdurando en el tiempo.
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