De qué están hechos los eventos
Hay que contarle la verdad al lector. Ya es hora de que sepa de dónde salen las fotos de “qué se pusieron los famosos”, dónde se producen los “móviles de famosos” y de saber “qué hacen los famosos” cuando no son personas comunes que llevan a sus hijos al colegio o trabajan, como casi cualquiera que tenga un trabajo. Toda esa estructura de entretenimiento liviano, de medios de comunicación, de catering, de marcas y de posteos subidos a Instagram se alimenta de una usina inagotable de algo que en la jerga se denomina “evento”, y que puede adquirir múltiples formas. Un evento es, tal como indica el diccionario, algo que no es fijo o regular, y que depende de diversas circunstancias. La gran mayoría de las veces el evento se relaciona con el lanzamiento de algún producto, pero -entre nosotros- hay eventos en los que no se sabe bien qué se va a hacer.
Todo evento comienza con una excusa. Hay motivos más válidos o más fáciles de explicar que otros, pero siempre se parte de eso. Luego habrá que buscar un organizador, un lugar, una decoración, banners con la marca, una empresa que provea “fingerfood” (canapés, para que entiendan todos), un DJ y alguien que muestre el evento en redes sociales. Este último elemento resulta cada vez más importante, no sólo para dar a conocer la activación (así les gusta llamar a la acción), sino también para mostrar el carácter exclusivo en todo su esplendor: unos están adentro y el resto, excluídos.
El evento es toda una industria en sí misma de la que dependen muchos puestos de trabajo, y sólo por eso ya vale la pena que sucedan. Pero la persona más importante en un evento es el famoso, aquel que activa los flashes de los fotógrafos y los micrófonos de los medios, que rara vez preguntarán algo relacionado con el evento que los reúne, y sí ahondarán en otras cuestiones relacionadas con la vida privada del famoso. En todo evento hay un par de famosos o de, al menos, caras que resultan conocidas de la revista que se ojea en la peluquería o del Intrusos que se miró con gusto pero sin culpa en el último feriado. ¿Y el resto? Nadie sabe quienes son.
Pero por más cruel que resulte, el lector debe saber que hay famosos de distintas categorías. Todos son el deseo de los flashes apenas cruzan la puerta de entrada, pero muchos quedarán en un segundo plano ni bien aparezca una Pampita, o una Moria o una Lali Espósito. Es cruel, pero es así. No es lo mismo aquel participante de reality show que, por ejemplo, Michael Bublé del brazo de Luisana. Las cámaras no tienen compasión, y pasan de uno a otro sin temor a romper corazones y destrozando egos ajenos.
El resto de los componentes del evento es muy heterogéneo. Hay hijos de famosos que son famosos por herencia, modelos que fueron modelos en décadas pasadas y -depende cómo las describa el epígrafe- hoy son exitosas empresarias. Famosos que son empresarios. Famosos que dicen ser empresarios. Caras que sólo se ven en fotos de eventos pero no se sabe qué hacen. Hay mucho lente de sol aún de noche, sobrepoblación de sombreros, de trajes con mocasines pero sin medias, de ponchos, de sacos metalizados, de túnicas y de pantalones con estampados que no sirven para hacer trámites bancarios. Mucho abrazo de esos que se dan amigos de toda la vida, pero entre personas que no son ni amigos ni de toda la vida.
Mucha charla casual acompañada por la cerveza, el champán o el agua que auspicia, y que sirve para maridar platos con salmón, humus, quinoa, queso brie y brotes verdes; aunque también puede haber hamburguesas y choripanes, porque después de todo, esto es Argentina y todos somos personas. En el mejor de los casos hay también alguna instalación para sacarse varias selfies y subir esa en la que todos salieron bien.
Después del bandejeo dulce, de las palabras de ocasión o de haberse cansado de caminar una y otra vez por los mismos rincones, llegará la hora de irse. Una vez en casa, ya en silencio pero con los oídos que zumban, llegará la hora de contarle a ese alguien que pregunta qué tal estuvo todo, que quiere saber qué hiciste en el evento. Y esa, muchas veces, es una pregunta a la que no se sabe responder.