Convertido en el Parque de la Ciudad, está habilitado al público como un espacio verde desde el que se pueden observar los restos de las atracciones mecánicas que funcionaron allí entre 1982 y el 2003
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A poco de ingresar al Parque de la Ciudad, en el barrio porteño de Villa Soldati, aparece la postal de la devastación. Sin el flagelo de una contaminación atómica como la acontecida en Chernobyl, las imágenes pueden asemejarse a las de aquel centro de diversiones de la ciudad de Prípiat, ubicada al norte de Ucrania, cercana a la fallida central nuclear que sufriera el trágico accidente el 26 de abril de 1986.
En la ciudad de Buenos Aires, a tan solo 30 minutos del Obelisco, los restos de los juegos del faraónico Interama se yerguen como un símbolo acabado de la inoperancia. Monumentales esqueletos de hierro oxidados, trencitos abandonados y las estructuras de las montañas rusas corroídas y con los carritos amontonados. Las torres de un cablecarril apostadas en guardia sin sentido, restaurantes que solo son una carcasa edilicia carentes de alma, boleterías sin uso y hasta un juego completo sin desmantelar que nunca arrancará, completan un panorama desolador que entristece. La famosa Torre Espacial, ese mirador que se observa desde gran parte de la ciudad y sus alrededores, es un vigía imponente que se destaca en el medio del vacío. El silencio domina la escena solo interrumpido por el canto de las numerosas especies de aves que migraron al lugar.
En el sur porteño se planta uno de los mayores símbolos de la corruptela y la inoperancia, que les costaron a los vecinos porteños miles de millones de dólares, y nunca funcionó al ciento por ciento. A lo largo de las décadas, varios proyectos pusieron su foco en el lugar. Hubo una Ciudad del Rock que funcionó precariamente y hasta se barajó la posible concesión por parte de los antiguos dueños del Parque de la Costa, pero el viejo Interama nunca se recuperó. Nació de facto y un sino trágico pareciera haberlo sellado de por vida.
Un viaje a la vergüenza
En el siglo XXl, el ex Interama se llama Parque de la Ciudad y está abierto al público los sábados y domingos, pero ya no ofrece juegos abiertos, sino la posibilidad de recorrer algunos senderos rodeados de vegetación y espejos de agua bonitos, y con el marco de los esqueletos de algunos juegos abandonados contrarrestando la bucólica postal.
La visita solo contempla un sector del inmenso predio ubicado en la intersección de las avenidas Cruz y Escalada, al que ya ni siquiera se ingresa por el acceso principal, quizás por la vergüenza que significaría hacer uso de la grandilocuencia de un playón infinito que no cuenta con sus boleterías originales y es solo un amplio paño de cemento que tiene recortadas en el piso las siluetas de las fuentes de agua que daban la bienvenida a los visitantes. Entrar por el costado disimula el pudor del sinsentido de no ser.
En Prípat, cuatro días después de la funesta fecha en la que irradió Chernobyl, tenía prevista su inauguración el centro de entretenimientos ubicado a solo 3 kilómetros del reactor nuclear. Esa cercanía hizo que la ruina provocada por la radiación haya sido total. La historia vernácula es diferente y sus consecuencias no tienen que ver con un accidente nuclear, sino con la desidia que padeció, desde su nacimiento, el parque de diversiones Interama, un proyecto sobredimensionado que se gestó para distraer a la población en medio de las atrocidades cometidas durante la última dictadura militar que gobernó el país desde 1976 hasta 1983.
Como en el tren fantasma
Las boleterías actuales están ubicadas debajo del puente por donde cruzaba el trencito a vapor que recorría el parque. Ni bien se ingresa, por el lateral, se ve una locomotora abandonada, como anticipando que se tratará de la incursión a un universo trunco de vestigios mustios. Si la desolación y el abandono siempre son dolorosos, cuando se trata de un lugar que fue pensado para lo festivo, el luto duele más.
“El parque se inauguró el 21 de septiembre de 1982, post Guerra de Malvinas y cerró en noviembre del 2003, cuando ya estaban listos varios juegos y atracciones que se habían recuperado para ser habilitados durante la temporada 2004″, explica Hernán Rodríguez, responsable del grupo Torre Espacial OK, dedicado a preservar la memoria colectiva sobre el parque, acopiar material documental y apoyar diversas iniciativas en torno a una posible recuperación. “Arranqué como visitante y, a medida que fui creciendo, me interesé por la historia del lugar y el origen de los juegos, por eso conformamos una organización sin fines de lucro, donde había desde ingenieros a gente con todo tipo de profesiones y oficios, con el objetivo de ayudar al parque”, remarca Rodríguez, un estudioso del proceso evolutivo, o involutivo, de Interama, y quien hoy organiza visitas guiadas al lugar para repasar la historia de la epopeya mutilada.
Luego de caminar unos pocos metros se llega hasta lo que era un gran espacio central adornado por fuentes que no están y desde el que se abrían los caminos que conducían a los cinco espacios en los que estaba diferenciado el predio: Carnaval, Latino, Fantasía, Internacional y Futuro. Cada sector tenía su ambientación especial tematizada, lo cual hacía que desde las farolas de iluminación hasta los cercos tuvieran diseños específicos. Aún se observa el mobiliario sobreviviente. Como el ingreso al lugar es controlado y siempre contó con rejas perimetrales y vigilancia, hoy se ven numerosas columnas de luz, cestos de basura y señalética intacta sin vandalizar, como signos detenidos en el tiempo. De todos modos, si bien perduraron muchas estructuras originales, lo que abundan son las marcas que delatan la existencia pasada de alguna construcción o un juego. Los vestigios se perciben a cada paso.
De entrada, llaman la atención los huecos que se esparcen a los costados de los senderos. Se trata de los pozos donde se ubicaban los antiguos parlantes desde donde se les anunciaban noticias a los visitantes o se reproducía música. Cuando LA NACIÓN recorrió el parque, la banda de sonido, que se irradiaba desde altoparlantes actuales, era típica de los años ´80, como si esas melodías no hubiesen dejado nunca de sonar. “Tirá, tirá para arriba, tirá”, se escucha, pero ya no funciona la hamburguesería Pumper Nic, que estaba montada en un deck sobre un espejo de agua, estructura que aún subsiste.
En uno de los pórticos que preanunciaba el acceso al Sector Fantasía, se lee borroneado “Acceso a escenario”, ya que en ese lugar funcionó la “Ciudad del Rock”, donde se ofrecían recitales en un tablado desmontable y donde el público se ubicaba en un inmenso playón de cemento que se generó al tirar abajo juegos, baños, boleterías y restaurantes. “Se levantaron juegos a soplete y fueron convertidos en chatarra, Querían hacer Rock in Río, pero nosotros objetamos un montón de cosas y el proyecto se cayó”, afirma Rodríguez.
A un costado de ese sector, el paso está cortado por vallas y enrejados. Sin embargo, desde ese límite se puede percibir la silueta fantasmal del gigante Gulliver acodado sobre el piso, una obra descomunal realizada en 1981 por el artista plástico J. J. Militich. Más allá, se distingue entre los árboles un edificio de gran altura a medio terminar donde iba a funcionar el primer cine Imax del país. La construcción nunca llegó a su fin y los argentinos debieron esperar más de dos décadas para contar con esa tecnología de proyección cinematográfica. La mole de cemento se ve nítidamente desde la autopista Cámpora que marca una de las fronteras de estas 68,2 hectáreas.
Detrás de esas mismas rejas que separan a Gulliver y el cine que jamás dio una función, se percibe una estructura de rieles no muy alta. Se trata del otrora Hidrovértigo, la montaña rusa de agua que era una de las atracciones preferidas por el público más chico. Hernán Rodríguez cuenta que “los cubículos inferiores donde estacionaban los carritos fueron convertidos en una piscina utilizada por la colonia infantil Escuela abierta del Gobierno de la Ciudad, que funciona durante los veranos”. En el reino del revés, una montaña rusa es una piscina para refrescar a los niños cuando no están en época de clases. También los chicos utilizan una pileta de 50 metros de largo por otro tanto de ancho que antes era destinada a los botes chocadores. Lo insólito de la situación permite vincularla a un escrito del más puro realismo mágico de García Márquez.
Un poco más allá, y sin nada que interfiera el acercamiento, se puede llegar a la carcasa de un carrusel. Es muy impactante ver ese esqueleto estático arrasado. En la recorrida aparecerá otro ejemplar de la especie, aún más devastado. Existe una ley que protege a las calesitas de la ciudad, pero, por alguna razón kafkiana, las del parque no habían sido incluidas, algo que sucedió una vez que el grupo Torre Espacial OK tomó cartas en el asunto. “Deberían ser armadas ya que, supuestamente, las partes que fueron desarmadas están guardadas”, argumenta Rodríguez.
A lo lejos se ve la vía muerta de los cuatro trencitos que recorrían una extensión de 4 kilómetros y se detenían en varias estaciones. Sobre el límite con la avenida Roca están apilados los vagones y algunas locomotoras, llenos de óxido y con los colores desteñidos. Si eso sucede en tierra, no menos desalentador es lo que se ve al levantar la vista: las columnas de la Aerogóndola ya no sostienen a las 120 naves que salían del Sector Latino, tenían una parada en el Futuro y llegaban hasta el Internacional. Se dice que los carritos están arrumbados en un rincón del predio invisible a la mirada de los transeúntes.
Luego de pasar por “Techos Azules”, el edificio colosal donde iba a funcionar uno de los tantos restaurantes del lugar hoy habilitado como sede de una milonga, se puede acceder a la base de la estructura más grande aún en pie y que fuera sostén de la fastuosa montaña rusa de doble carril llamada Vertigorama. De origen suizo, era un modelo único en el mundo, tenía 38 metros de altura, contaba con seis trenes que albergaban a 28 pasajeros cada uno, que lograban una velocidad máxima de 90 kilómetros por hora a lo largo de nada menos que 1200 metros de extensión. Lo insólito es que jamás fue habilitada ya nunca se concluyó la carpa que serviría de ingreso a los visitantes y resguardaría a los carros cuando no prestaran servicio. Hoy, se ven esos carros depositados en el nivel inferior, protagonistas de un caso testigo que define cabalmente la idiosincrasia del parque.
A diferencia de Vertigorama, de la montaña rusa Aconcagua ni siquiera hay vestigios. Con una estación cuyos muros eran de trencadís al estilo Gaudí, era única en el mundo. Había sido diseñada y fabricada exclusivamente para el parque por Stengel/Schwarzkopf y fue totalmente desmontada, ya que, en su lugar, fue emplazado parte del barrio Olímpico. Es que las 79 hectáreas originales sufrieron algunas mutilaciones y en parte del predio se levantó la mencionada urbanización, un hospital y una dependencia policial. “La Aconcagua se cortó a soplete, cuando se podía haber desarmado. Quien inventó esa montaña la creó con un sistema de arme y desarme muy fácil, lo que permitía venderla o armarla en otro lugar, pero se vendió como chatarra”, se lamenta Hernán Rodríguez. Mejor no calcular las escuelas y hospitales públicos que se podrían haber levantado con todo lo malgastado en el parque a lo largo de varias décadas.
Las ruinas del juego Escorpión inquietan. Se trata de dos brazos gigantes con tentáculos que saludan a lo lejos. Del Sky Diver solo queda en pie la estructura de cemento que lo sostenía y el letrero de su ingreso. A pocos metros, aparece un lago con muelle corroído donde se accedía a los hidropedales, las embarcaciones para pasear navegando.
Donde se llevaban a cabo los shows de aguas danzantes, solo se puede ver una pileta seca llena de cables y los picos por donde salían los chorros, frente a una platea de cemento, que también recuerda a Gaudí. Más allá, impacta el Skywheel, una especie de rueda doble de acero cuyas silletas se movían en diversas direcciones. Está intacto y su letrero hasta conserva las bombitas de colores. Está claro que ni siquiera hubo criterio para el desguace y venta de los juegos. Cuando algunas de las atracciones fueron vendidas, se les exigía a los compradores que dejaran el sector habitado por ese juego, absolutamente libre. Sin embargo, son muchos los restos de edificaciones que quedaron maltrechas y esparcidas.
“Los juegos fueron creados por los mejores fabricantes del mundo, así que tenían un gran valor de reventa. Sin embargo, muchos se convirtieron en chatarra y otros se vendieron a precios irrisorios a parques itinerantes del interior. Hoy, en diversos lugares del país están el Pulpo, las Sillas Voladoras, el Matterhorn, y muchas atracciones infantiles”, explica el responsable de la ONG Torre Espacial OK, que cuenta con su espacio en Instagram denominado @torreespacialok.
A la vanguardia del mundo
“Cacciatore decía: ´Si quiero, lo hago´. El parque fue un capricho, llegaba en helicóptero y si no le gustaba algo, lo hacía demoler. Así sucedió con las boleterías que, según su gusto, eran muy pequeñas, y mando a construir otras que eran más grandes que las de Disney. Lo mismo pasó con los restaurantes, hizo triplicar la altura de sus techos y los convirtió en edificaciones impactantes”, sostiene Rodríguez sobre las decisiones del brigadier que ocupaba el cargo de intendente de la ciudad de Buenos Aires y responsable supremo de la creación de Interama, uno de los símbolos de su gestión junto con las autopistas porteñas.
Interama fue ideado por el mismo diseñador de la cadena de parques Six flags, por eso el predio de Villa Soldati cuenta con cestos de residuos, mesas y farolas similares a los de aquellos centros de atracciones norteamericanos. El estudio que llevó adelante el proyecto fue el de Richard Battaglia, oriundo de California.
Interama llegó a tener 60 juegos funcionando, pero el proyecto contemplaba un total de 100, cifra que nunca se alcanzó y, de los 12 restaurantes previstos, solo se habilitaron dos. La aspiración de máxima era recibir a 70.000 personas por día, algo que jamás sucedió. Pensando en esa opción sold out, se generaron dos playas de estacionamiento, pero como todo el mundo debía ingresar por el grandilocuente acceso principal, quienes aparcaban sobre la alejada avenida Roca eran traídos hasta las boleterías por los Sunliners, unos micros de varios cuerpos que circulaban detrás de unas especies de bermas o montículos de césped que no permitían mirar hacia el interior.
El parque llegó a contar con 1000 empleados contratados, al momento de su fundación en manos de la empresa Parques Interama S.A., una organización privada que había ganado la concesión y que estaba conformada por civiles y militares. Cuando en el país se reinstauró la democracia, se le quitó la concesión a Parques Interama S.A. y el predio pasa a ser administrado por el Estado porteño bajo la denominación de Parque de la Ciudad.
Ícono
La Torre Espacial es toda una curiosidad de Buenos Aires. Con una altura máxima de 206 metros, es el mirador más alto que se puede encontrar en una feria de atracciones. Su fabricación correspondió a una compañía austríaca que, con menor altura, levantó varias en diversos parques del mundo. “Desde nuestra organización se redactó y presentó un proyecto de ley para preservarla, declararla monumento y que se incluya dentro del patrimonio de la ciudad, algo que se logró a través de la Legislatura”, sostiene Rodríguez.
La famosa torre cuenta con tres plataformas, aunque ninguna estaba previsto que fuese giratoria, como tantas veces se afirmó. La que siempre funcionó fue la superior, utilizada como mirador. Observándola a varios metros, se distingue una plataforma más ancha que iba a ser destinada a confitería o salón de usos múltiples y el piso inferior iba a albergar un restaurante para 320 comensales.
De los 4 ascensores previstos, solo se instalaron dos. En caso de emergencias, una escalera tipo “tijera” de 1000 peldaños conecta la planta baja con todas las plataformas superiores. “Se cerró en 2017, aduciendo temas de seguridad. Pero hace un año se terminaron estudios de estructura que dieron positivo. La torre puede abrirse, no hay excusa para tenerla cerrada”, sostiene Hernán Rodríguez. Los visitantes que hoy recorren el parque pueden acercarse hasta algunos de los impresionantes tensores que protegen a la torre de los fuertes vientos: “Es un mecanismo que asiste a la torre para su movimiento, ya que, en su punta, tiene una oscilación de 50 cm. Si uno sube en días de ráfagas, es como estar dentro de un barco”.
Triste, solitario y final
“El destino del parque es un tema de decisión. Cuando no había esa decisión, no avanzaba, entonces los juegos no tenían mantenimiento y paraban”, argumenta el responsable del Torre Espacial OK. En muchos casos, cuando una atracción se rompía, en lugar de comprar repuestos nuevos, se quitaban las piezas de otra similar que quedaba anulada y era utilizada de back up.
Si el parque había nacido de manera fallida, todo se complicó cuando, en el 2001, un accidente le costó la vida a un empleado. Hernán Rodríguez recuerda que “se llamaba Hernán Fischetti, operador del juego Huracán”. “Hay dos versiones: una dice que falló la seguridad del juego, pero la que más circula acá adentro es que se sentó sin la seguridad colocada y otro operador, que estaba probando el juego, lo puso en marcha, y Fischetti salió despedido”, cuenta.
En 2003, un juez hizo una inspección y de los 58 juegos funcionando, clausuró 12. “La orden era que hasta que se pusieran en condiciones, no podrían funcionar, aunque el parque podía seguir abierto. En ese entonces, Aníbal Ibarra, que era el Jefe de Gobierno de la Ciudad, cerró el parque completo, prometiendo que, en menos de dos meses, se arreglarían esos juegos y todos los demás serían puestos a punto. Ese mes se transformó en cuatro años, sin que se hiciera nada. Hubo juegos que se pararon en 2003 y nunca más funcionaron. Es más, fueron desarmados”, sostiene Rodríguez. “A mediados del 2006 comienza a crecer el rumor de que el parque iba a abrir. En ese momento, y a raíz de un foro, nos conocimos los amantes del parque”, recuerda el apasionado documentalista.
En febrero de 2007, el parque reabrió por iniciativa de la gestión comunal a cargo de Jorge Telerman, entonces Jefe de Gobierno de la ciudad. De todos modos, solo funcionaban algunos juegos infantiles y poco más. “En el 2009, ya con Mauricio Macri como Jefe de Gobierno, se cerró el predio y nunca más abrió”, recuerda Rodríguez, remarcando la fecha en la que las palancas que hacían funcionar los juegos cayeron definitivamente para entrar en una zona de oscuridad en torno a su futuro. 12 años después, la mayoría de los juegos fueron desmantelados y el Parque de la Ciudad fue convertido en un espacio verde atravesado por los restos de aquello que no pudo ser.
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