De los caballos de Cambiaso al dilema de intervenir en la evolución
La técnica Crispr, que facilita la manipulación genética, busca ejemplares óptimos para el polo y abre la puerta a otros proyectos afines
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Adolfo Cambiaso tuvo una intuición en 2006, cuando se le quebró uno de sus animales y vio que no había tantos que fueran verdaderamente buenos para el polo: había que usar la ciencia y la tecnología para mejorar los caballos y, por ende, su performance como mejor jugador de polo de la historia. Así fue que decidió guardar células por si acaso se podía clonar. En el transcurso de una rápida década los científicos con los que trabajó lo lograron y salieron a la cancha los clones, y luego los clones de los clones (es decir, individuos hechos con células del primer clon): genéticamente iguales, la ciencia había evitado el sexo para la procreación.
Con el mejoramiento de la técnica y el descubrimiento de una nueva, decisiva, como la llamada Crispr, que facilita la manipulación genética, se suman posibilidades a la vez que se abren más discusiones científicas y éticas acerca de qué significa en términos de (otra) intervención decisiva del Homo sapiens sobre el resto del reino animal. Las posiciones extremas son, por un lado, que meterse a tocar el código de una vida que lleva miles de millones de años de evolución es peligrosísimo y dañino por las incertidumbres que implica; y, por otro, que es el beneficioso punto final de algo que -a escala- ya sucede, a través de intervenciones más suaves, como la elección de ciertas características de los granos o de los animales domésticos para hacerlos fecundos a la manera tradicional.
En el medio, hay una historia que merece la pena contarse: la historia de cómo se generan estos animales, qué se puede saber desde lo genético (y qué no) y cómo será el futuro de la vida en la Tierra.
“Acá tengo los trescientos mejores caballos del polo mundial”, dice Gabriel Vichera, un biólogo molecular que dejó su carrera de investigador en el Conicet para dedicarse a la empresa privada. Lo que exhibe, como por arte de magia delante de su delantal blanco de rigor, es un tubo largo de alrededor de medio metro del que sale un humo seco.
Son más de mil embriones de caballos vitrificados y conservados en nitrógeno a una temperatura cercana al cero absoluto para que no haya actividad biológica y se mantengan sus propiedades para el futuro; de ahí saldrán los animales cuando decidan insertarlos en una yegua para que los geste.
La escena trascurre en Kheiron biotech, un laboratorio ubicado en Pilar, que cuenta con una pequeña suma de científicos (dos biólogos moleculares y cinco embriólogos, expertos en clonación), en el que predominan mujeres, con el liderazgo de Vichera. Este grupo de trabajo es uno de los muchos que en el mundo usan técnicas de manipulación (como la ya célebre Crispr), cada uno de ellos abocados a un tema específico del trabajo con diferentes especies biológicas. El entusiasmo de Vichera es ostensible. Su equipo no sólo se dedica a hacer (nótese el verbo) los mejores caballos de polo del mundo por clonación sino que tienen una serie de proyectos afines.
Son más de mil embriones de caballos vitrificados y conservados en nitrógeno a una temperatura cercana al cero absoluto para que no haya actividad biológica y se mantengan sus propiedades para el futuro; de ahí saldrán los animales cuando decidan insertarlos en una yegua para que los geste.
El más prometedor posiblemente sea el que busca que los caballos tengan supermúsculos en las patas para tener más explosión, una característica valorada en el polo, que necesita menos de la resistencia (dada la posibilidad de hacer cambios en los chukkers). No se trata estrictamente de crear un organismo transgénico: lo que buscan es modificar con Crispr es la expresión de un gen ya existente en algunos caballos, el que le confiere la fuerza en las patas, esa salida potente que es ideal para este deporte. “La idea es cambiar la llave, de algún modo: el gen es igual, se cambia el promotor, cuánto se expresa. Vamos a hacer que esa proteína se exprese menos y que los nuevos caballos tengan entonces tal configuración muscular como para que estén aggiornados al juego más explosivo de hoy”, dice Vichera, que agrega que, en el caso de que nacieran, los usará Cambiaso hijo.
Como Crispr es una técnica tan nueva, quienes se encargan de usarla en el laboratorio pilarense, Juan Ignacio Bastón y Laura Martínez, son científicos que se dedicaban a la endometriosis y al cáncer ocular respectivamente, hasta que se especializaron en estas tijeras moleculares específicas que constituyen Crispr; ellos son lo que concretamente intentan que la miostatina, que es la proteína que inhibe el crecimiento muscular excesivo, deje de funcionar en los caballos de diseño. Hoy, ese tipo de caballos que nacen así naturalmente son menos del 5%, de modo de agregarle esa fortaleza muscular a un genoma que ya tiene otras características muy importantes como el temperamento o la “sensibilidad de la boca” (como llaman los baquianos) para ir a un lado y otro. “Hagamos un clon, dijimos, al que le podamos sumar esta característica que les falta a algunos de los clonados: un poco de más explosión”, cuenta Vichera.
-¿Y el temperamento, también importante en el deporte, está en los genes?
-No, no está en los genes –dice Vichera. La base quizá sí esté, pero después muchas cosas dependen de cómo fue criado. En el caso del caballo, no todas las características ya están matcheadas con su componente genético, hay desconocimiento. El temperamento puede ser una combinación de genes en todo caso. El desarrollo de la tecnología Crispr tiene que ir de la mano de la investigación genómica. No se conoce cómo se relaciona una proteína con una característica final de personalidad.
Más vacas y cerdos trans
“Mañana vamos a clonar una vaca editada genéticamente con la técnica Crispr. Generamos embriones para transferir, serán unos 30 o 35, en Corrientes. Y la semana que viene vamos a intentar lo que se llama un knock-in genético con inserción de genes y, si sale bien, vamos a transferirlos, porque ya está el permiso del Ministerio de Agricultura”, cuenta Vichera. Es que –lo dicho- los caballos no son el único métier del equipo de Kheiron. También trabajan –además de la investigación en vacunos- en otra área dinámica en el mundo: los xenotrasplantes, es decir, en la investigación respecto de cómo hacer que los órganos de los cerdos –en términos generales, compatibles con los humanos- no sean rechazados por el sistema inmunológico del humano. Para lograrlo, se deben inhibir ciertas proteínas y, por otro lado, “humanizar las proteínas”: que se expresen, pero de manera similar a como lo hacen en el humano. La idea de usar órganos de cerdos tiene varias décadas, había quedado algo olvidada por varios problemas técnicos, pero Crispr la revivió, cuenta Vichera. “La tecnología para modificar el órgano del cerdo para que sea compatible no existía, por eso se había abandonado. Había otras técnicas preCrispr, pero son complejas de armar, difíciles de hacer, además de híper caras. Pensar un sistema de producción de cerdos para humanos ya es un proyecto megamillonario y sumar una técnica tan cara generaba dudas. Pero con Crispr cambió totalmente y muchísimos laboratorios lo hicieron resurgir: tal vez podamos lograrlo”, dice. En Kheiron consiguieron noquear (eliminar la función) de tres de esos genes complicados en el cerdo y avanzan en ese camino.
La idea de usar órganos de cerdos tiene varias décadas, había quedado algo olvidada por varios problemas técnicos, pero Crispr la revivió, cuenta Vichera. “La tecnología para modificar el órgano del cerdo para que sea compatible no existía, por eso se había abandonado. Había otras técnicas pre-Crispr, pero son complejas de armar, difíciles de hacer, además de híper caras. Pensar un sistema de producción de cerdos para humanos ya es un proyecto megamillonario y sumar una técnica tan cara generaba dudas
Un Nobel crispado
Historia cercana: en 2012, Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier recibieron el premio Nobel de Química por afinar el conocimiento de una técnica que usan las bacterias y que, en rigor, tuvo en su recorrido a un conjunto de investigadores que colaboraron, incluso en los márgenes de la ciencia de los países centrales, como un lituano (Virginijus Siksnys) y un español (Francisco Mojica). La historia es fascinante e incluye, en esta internacionalización, hasta a un argentino, que fue esquilmado en el posterior trámite de la patente del uso de la Crispr: Luciano Marraffini (algo que se cuenta, en parte, en el libro El código de la vida, extensa obra de Walter Isaacson). Es una intriga de engaños, falsedades y ciencia porque, claro, el botín era suficientemente grande en términos de dinero y gloria científica como para merecer una misa y algunas traiciones.
Lo cierto es que, más allá de a quiénes se le otorgó, el concepto de premio Nobel a Crispr parece una buena muestra de los reflejos -no siempre aceitados- de la Academia sueca ya que se trata de una nueva revolución biotecnológica, que se suma a otra en curso. Las utilidades actuales y proyectadas de Crispr son numerosas, de modo que se habla de un verdadero boom. Entre otras promesas de solución de enfermedades, mejoramiento de rendimientos de alimentos y demás, aparece la des-extinción como otro concepto que tomó nuevos bríos gracias a Crispr. Se trata de volver a la vida a animales que ya no están por acá, por diversos factores, pero sobre todo por el propio humano. Existe, por ejemplo, la intención de “revivir al mamut”. En realidad, las comillas son precisas, no sería estrictamente un mamut lo generado –porque para eso haría falta que se conservara el ADN de manera íntegra-, sino algún tipo de edición genética con la base del ADN de un elefante para ponerle características mamúticas, como el pelo largo. La idea siempre presente de revivir a los dinosaurios, algo más complejo, se podría hacer mediante el rastreo de qué queda de su genoma en aves y reptiles, pero -tranquilos- no sería algo de corto plazo por más que el Jurassic Park esté ahora algo más cerca.
Esta revolución no consta sólo de pura biología. A las manipulaciones de genes en laboratorios, se agrega otra tecnología de silicio: el conocimiento genético se encuentra con la inteligencia artificial (IA) y los análisis de los enormes cantidad de datos provenientes del ADN que sólo pueden hacer computadoras.
Esta revolución no consta sólo de pura biología. A las manipulaciones de genes en laboratorios, se agrega otra tecnología de silicio: el conocimiento genético se encuentra con la inteligencia artificial (IA) y los análisis de los enormes cantidad de datos provenientes del ADN que sólo pueden hacer computadoras. “Los algoritmos aprendieron a diferenciar una gallina de un ñandú, cuáles son las mutaciones que los diferencian y pueden ir hacia atrás en la evolución. Unos investigadores encontraron una mutación en la gallina y le cambiaron los genes de un hueso y salió algo parecido a una pata de dinosaurio. Cuando se secuencien genomas de reptiles, aves y demás, la IA dará blancos genéticos para hacer la des-evolución genética y ver qué característica había en particular en los dinosaurios. Edición génica más la IA será la herramienta total en las próximas décadas”, dice Vichera.
Lo del mamut fue algo que ya se hizo con un bucardo, una especie de cabra extinguida: se logró revivirlo, pero murió a las pocas horas, así que se la conoce como el animal que se extinguió dos veces. ¿Y si se intentara con el hombre de Neanderthal, la otra especie humana? O, más allá, ¿con personas célebres de las que se pueda extraer ADN, un Einstein, un Borges, un San Martín? Claro que Borges no era apenas su genoma sino también su adolescencia en Ginebra (y no cualquier Ginebra, sino la de la segunda década del siglo XX), pero la inquietud igual persiste.
-¿No sería arriesgado cambiar un método como la evolución, con millones de años de experiencia, por una técnica humana que como mucho tiene unas pocas décadas?
-Sí, es verdad –admite Vichera. ¿Estamos capacitados para darnos cuenta de cómo se debe dirigir la evolución? Es un debate. Para animales, sí, y lo hacemos desde hace miles de años con la domesticación, elegimos según producción, docilidad, reproducción; eso es domesticar. Esto es exactamente lo mismo, pero con una técnica más eficiente y más rápida. Ya venimos dirigiendo la evolución de los animales desde hace mucho. ¿Lo haríamos con nosotros mismos? Aquí la cuestión se complica más porque es difícil saber qué cualidad se elige y qué no. Es un tema.
De Darwin al tubo de ensayo
Todo esto lleva una inevitable alarma ética -que es actual, no hipotética. En 2015, el investigador chino He Jiankui, con contactos con los norteamericanos que usaban crispr como Doudna, decidió unilateralmente usarla en humanos. De ese experimento, nacieron Nana y Lulu tres años después, dos nenas cuyos embriones fueron modificados genéticamente con Crispr para que se expresara un gen que predispone a una resistencia contra el virus del VIH-sida. Jiankui fue castigado por sus colegas, perdió su trabajo y fue encarcelado.
“Hoy no es ético, pero en unos años no será ético no usarlo”, dice Vichera. “Si sabés que tenés descendencia con problemas genéticos y tenés esta herramienta sería no ético no usarlo y que nazcan persona con enfermedades”, agrega y reconoce que aún le falta madurez a la tecnología. Pero, claro, lo que a simple vista parece razonable (quitar enfermedades que tienen un único gen como causa), se transforma en peliagudo: ¿y para tener más fuerza, como los futuros caballo de Cambiaso (h)? ¿O acaso más inteligencia? Y enseguida: ¿quién va a hacer uso de esos súper-poderes, será para beneficio propio, de algunos países, de grupos, o de todos?
Mariana Suvá, una doctora en agronomía y especialista en biotecnología que trabaja codo a codo con Vichera, también pasó a la investigación privada cansada de las barreras y de ser tratada como eterna estudiante, incluso después de un doctorado. “Nosotros usamos crispr para editar, corregir y reescribir algunas partes del ADN. Es una técnica que tiene un potencial fantástico, pero es una herramienta; se facilitaron los trabajos en edición génica y se dispararon las aplicaciones, lo que está buenísimo desde lo aplicado y la investigación”, sostiene. Suvá reconoce que crispr tiene potencial para el bien y para el mal, por eso la edición génica en humanos debería estar muy bien controlada; en animales, es clave que no empeore su bienestar. “Esas son las barreras morales”, sostiene.
Este es el principio de la evolución tal como Darwin lo planteara que se vulneraría: el de las mutaciones azarosas generadas por el intercambio genético que resultan aptas para un ambiente particular y prosperan y tienen descendencia. Aquí, atención, el ser humano eliminaría el azar al seleccionar de manera consciente y en función a su conocimiento (limitado) de cómo funcionan y para qué sirve cada uno de los genes. Ese es un cuestionamiento y un vértigo: con estas nuevas técnicas, el ser humano o los científicos de la especie se hacen cargo de la evolución, sea donde fuera que eso termine llevando.
De algún modo, ya lo hacía –como sugirió Vichera- a través de la selección de cultivos o de la elección de ciertos animales que le vienen bien y determinó directamente desde la forma y la calidad nutritiva de la banana, por decir algo, como de las distintas formas, razas y utilidades de los perros, por poner otro ejemplo, lo mismo que llevó a buena parte de la fauna a la extinción por carecer de esa misma utilidad para los humanos; de modo que se puede discutir si crispr es un cambio cualitativo o cuantitativo. Pero el vértigo no por eso es menor
De cualquier forma, es algo que los especialistas en ética de la ciencia extrema ya se preguntan y cuestionan. Más allá de cómo devenga el panorama a mediano plazo, con posibles moratorias, prohibiciones y demás legalidades, lo más probable es que al menos pase una cosa: se logrará mejorar una vez más el nivel de los caballos de polo de Adolfo Cambiaso… de su hijo o tal vez de su nieto. ß
Esta nota fue posible gracias a una beca concedida por la Fundación Gabo y el Instituto Serrapilheira, con apoyo de Unesco.
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